Me he leído hasta el capítulo III, que viene a ser la tercera parte del primer tomo.
Creo que nunca antes había leído un libro de viajes y sí que me está gustando.
Hasta ahora, los capítulos se dividen en dos trozos:
- Al principio de los capítulos cuenta un poco de los modos de vida y las interrelaciones humanas en los distintos sitios donde va el
Beagle.
- La segunda parte la dedica a describir principalmente la fauna, aunque también tiene anotaciones sobre la flora y la geología.
La primera parte de los capítulos me está resultando bastante entretenida y en la segunda hago un poco más de lectura diagonal, aunque en ambos caso me gusta mucho su capacidad descriptiva.
Resulta curioso como en todo momento intenta mantenerse como un observador imparcial, pero de vez en cuando no puede evitar mostrar sus opiniones o sus emociones.
Pongo algunos ejemplos:
En el capítulo 2, describiendo la esclavitud en Brasil:
En el momento de comenzar a caer la noche pasamos junto a una de esas macizas colinas de granito desnudas y escarpadas tan comunes en este país ese lugar es bastante célebre; en efecto, durante largo tiempo sirvió de refugio a algunos negros cimarrones que cultivando una pequeña meseta situada en la cúspide, consiguieron asegurarse la subsistencia. Descubrióseles, por fin, y se envió una escuadra de soldados para desalojarlos de allí; se rindieron todos excepto una vieja, quien, primero que volver a la cadena de la esclavitud, prefirió precipitarse desde lo alto de la peña y se rompió la cabeza al caer. Ejecutado este acto por una matrona romana, habríase celebrado y se hubiera dicho que la impulsó el noble amor a la libertad; efectuado - por una pobre negra, limitáronse a atribuirlo a una terquedad brutal.
Capítulo 2, también en Brasil:
Voy a referir una insignificante anécdota que me impresionó más que ninguno de los rasgos de crueldad que he oído contar. Atravesaba yo una balsa con un negro más que estúpido. Para conseguir hacerme comprender, hablaba alto y le hacía señas; al hacerlas, una de mis manos pasó junto a su cara. Creyóse, me figuro, que estaba encolerizado y que iba a pegarle, pues inmediatamente bajó las manos y entornó los ojos, echándome una mirada temerosa. Nunca olvidaré los sentimientos de sorpresa, disgusto y vergüenza que se apoderaron de mí al ver a ese hombre asustado con la idea de parar un golpe que creía dirigido contra su cara. Habíase conducido a ese hombre a una degradación más grande que la del más ínfimo de nuestros animales domésticos.
Este ejemplo me parece muy bueno del interés que pone al observar las conductas animales, incluso llegando a pequeñas antropomorfizciones:
Un día observé con mucho interés un combate terrible entre un Pepsis y una gruesa araña del género Lycosa. La avispa arrojóse de repente sobre su presa y voló enseguida. Evidentemente quedó herida la araña, pues al tratar de huir rodó a lo largo de una cuestecilla del terreno; sin embargo, aún le quedó fuerza suficiente para arrastrarse hasta unas matas de hierbas, donde se ocultó. Volvió bien pronto la avispa y pareció sorprenderse al no hallar inmediatamente a su víctima. Comenzó entonces una cacería, tan regular como pudiera serlo la de un perro que persigue a una zorra; voló acá y allá, haciendo vibrar todo el tiempo sus alas y sus antenas. Muy luego fue descubierta la araña; y la avispa, temiendo evidentemente las mandíbulas de su adversaria, maniobró con cuidado para acercarse a ella, y acabó por picarla dos veces en la parte inferior del tórax. Por último, después de reconocer esmeradamente con sus antenas a la araña, inmóvil ya a la sazón, se dispuso a llevarse su presa; pero me apoderé del tirano y de su víctima.
En el capítulo III, en el Río de la Plata, no ha dejado de sorprenderme como pierde totalmente la objetividad al hablar de las aves carroñeras.
El número, la falta de energía y las asquerosas costumbres de las aves de rapiña de la América del Sur, que se alimentan de animales muertos, hacen de ellas unos seres en extremo curiosos para quien sólo conoce bien las aves de la Europa septentrional.
Otras cosa en que voy fijándome es en las referencias a los científicos que le precedieron, como por ejemplo Lamark. Auque luego las teorías de Lamarck fueron erróneas, fueron un precedente muy importante para las teorías de Darwin, cuyas ideas no salieron de la nada sino que ya había una base.
Capítulo III, Río de la Plata.
za y no lo vio; sin embargo, se dirigía por la estancia casi tan bien como los otros. Dadas las costumbres estrictamente subterráneas del tucutuco, la ceguera, aun siendo tan común, no puede ser para él una grave desventaja; sin embargo, parece extraño que un animal, sea cual fuere, tenga un órgano sujeto a alterarse con tanta frecuencia. Lamarck hubiera sacado mucho partido de este hecho, si lo hubiese conocido cuando discutía (probablemente con más verdad de la que por lo común se encuentra en él) la ceguera adquirida gradualmente por el Aspalax, un roedor que vive debajo de tierra, y por el Proteus, un reptil que vive en oscuras cavernas llenas de agua; en estos dos últimos animales, el ojo esta casi en estado rudimentario y cubierto por una membrana aponeurósica y por piel. En el topo común, el ojo es extraordinariamente pequeño, pero perfecto; muchos anatómicos, sin embargo, dudan de que esté unido al verdadero nervio óptico; ciertamente la visión del topo debe de ser imperfecta, aunque probablemente le sea útil cuando sale de su agujero. En el tucutuco (que, según creo, nunca sale a la superficie) el ojo es bastante grande, pero casi nunca sirve para nada, puesto que puede alterarse sin que esto parezca causar el menor perjuicio al animal; sin duda ninguna, Lamarck hubiera sostenido que el tucutuco está pasando hoy al estado del aspalax y del proteo.