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Escola de menciñeiros - Álvaro Cunqueiro

Publicado: 15 May 2018 07:19
por salvatraca
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Editorial: Galaxia
Año: 1960 (castellano 1976)
144 páginas
Libro de saudadores, de estrafalarios, de aluados, de bichería e de soños. Escrito sen excluír unha pinga de grata inquedanza, afirma Domingo García-Sabell no limiar. Coma un espello que agacha algo nunca descuberto. A xente de Cunqueiro é a xente de nós, ferida polo mundo, do que cómpre sandar.
Gente es esta de la que hablo que he conocido, y alguna de muy cerca. De los curadores de los que cuento, siempre me sorprendió que de hecho curaran enfermos, y el cuidado humano que ponían en su trato, amén de una sutileza intelectual que les vendría, digo yo, del reconocimiento de secretos órdenes de la Naturaleza, en la cual el hombre es una parcela cuyos límites no se saben. Uno pudiera ponerse a escribir que estos curanderos, menciñeiros que decimos en mi país gallego, eran intuitivos geniales, pero sacaría la piedra de su quiz, y ni explicaría el saber, que lo tenían, ni ciertos poderes, que no me atrevo a llamar mágicos, y que sin duda poseían. Pero yo no soy quien para ponerse ahora, en la corta tarde del invierno frío, a decir qué es curar, ni cómo hay que llamarles a esas dolencias, verdaderas, profundas, y a la vez de alma y cuerpo, que los curadores curaban, o por lo menos sospechaban. Cuento lo que oí, hablo de gente que he conocido, doy unas noticias, pocas, y nada más.

Re: Escola de menciñeiros - Álvaro Cunqueiro

Publicado: 15 May 2018 07:35
por salvatraca
Otro de los grandes libros de cuentos de Cunqueiro; cuentos extraños, como no podía ser menos, en los que nos describe el oficio de curandero de la mano de estos personajes inventados, que bien podrían ser reales, y de sus enfermos en la Galicia más crédula y tierna. Además incluye un inventario de animales "reales" y mitológicos. Una auténtica maravilla.

La obra se pubicó originalmente en gallego, pero algunos años después el propio Cunqueiro la tradujo al castellano y puede leerse, junto a Tertulia de boticas, aquellos relatos que el escritor consideró los mejores; nueve en el volumen que los reunió: Tertulia de boticas prodigiosas y escuela de curanderos.

Perrón de Braña
  • Se sentaba al lado del enfermo, montaba una pierna sobre otra, sacaba cachimba,
    vertía el tabaco, cebaba lentamente y con mucho taco de pulgar, encendía, y por
    fin lograba que una gran nube de humo le envolviera la cabeza y le cubriera el rostro;
    que parecía que el humo le brotaba de la boca, de la nariz, de las orejas. Estaba una
    hora larga junto al enfermo, fumando, hablando de las cosas que van y vienen, del
    tiempo, y de gente ajena y sus vidas. Le ponía la mano diestra en la nuca al enfermo,
    y le hacía escupir en un pañuelo limpio. —¡Ahora di el padrenuestro en voz alta!
    El enfermo lo decía. Perrón escuchaba, muy atento, mirando de soslayo.
    —Vuelve ahora a «venga a nos el Tu reino». El enfermo volvía. Perrón
    comprobaba el calor de su frente.
    —Te lavas bien el cuerpo durante toda una semana, y comes papas de centeno
    cuatro veces al día. El veintidós es creciente, y he de sangrarte.
    Perrón sangraba siempre en cuarto creciente. Iba mucho por la farmacia de mi
    padre. Curaba con sangrías, con papas de avena o de centeno, baños calientes y
    muchas horas de sueño. Perrón era, por su propia naturaleza, somnífero. Conocía las
    enfermedades de sus clientes por la voz. Por lo que le tengo escuchado, parece ser
    que hay nueve tonos. El enfermo del hígado no tiene la misma voz que el que padece
    de los riñones, o del estómago, o del corazón. Ya dije que en su terapéutica tenía
    mucha importancia el sueño. Pasaba horas a la cabecera de los enfermos para
    escucharlos dormir.
    —¡Tú duermes muy mal! ¡Te voy a poner a dormir sin almohada, y con una
    manta de menos!
    A algunos los obligaba a nuevas posturas en la cama, o les cambiaba esta de lugar.
    Enseñaba a los enfermos cómo debían respirar mientras dormían, para lo cual se
    metía en cama con ellos, cogiéndolos de la mano, haciéndoles acompasar la
    respiración a la suya. Aunque el enfermo fuera una mujer o un cura, se acostaba lo
    mismo. Acostarse con un cura plantea graves problemas de conciencia.
    —¿Y si el cura sueña en voz alta y dice lo que escuchó en el confesonario?
    Para Perrón había dos clases de sangría, la de vísperas, que se hace en el
    momento de salir la luna, y la meridiana, a las doce del día. El enfermo, mientras lo
    sangran, tiene en la boca una ramilla de romero. Una vez sangrado el enfermo, el
    romero era quemado. Que se sepa, Perrón de Braña fue el último curandero que
    sangró en el país.
    Perrón, además, curaba con historias. Le contaba al enfermo una adivinanza, no
    muy fácil.
    —Cuando vuelva a sangrarte, a ver si me la tienes resuelta.
    El enfermo pasaba horas y horas discurriendo, sacándole la figura a la adivinanza
    de Perrón. Los enfermos de Perrón se aficionaban a las historias que les contaba, las
    comentaban, discutían con la familia y los vecinos, soñaban con ellas. De las
    adivinanzas, pocas acertaban. Las historias lo eran de tesoros escondidos, de pleitos y
    de robos, y hablaban en ellas moros, franceses y animales diversos, el zorro, el
    cuervo, la comadreja… Un tal Grilo de Abeledo, que tenía fama porque, yendo a
    servir al rey, aprendió en una noche todos los juegos de cartas, aclaró una vez una
    adivinanza de Perrón. Una que se refería a siete zuecas que calzaban cuatro hombres,
    y ninguno era cojo. Cuando se murió el Grilo, el cura de Labrada andaba medio
    cabreado, porque el Grilo había palmado sin decirle la solución correcta. Perrón era
    de mediana talla, entrerrubio, los ojos claros, muy lucida la dentadura con tres piezas
    de oro en la delantera. Gastaba gorra de visera negra y vestía de pana. Perrón era
    apellido, que no apodo. Decía que el Perrón le venía de un soldado francés que
    enfermara en Santalla de fiebres, cuando Soult pasara por allí, y era músico de
    segunda. Hubo discusiones en las barberías de Mondoñedo y Ribadeo sobre si Perrón
    sabía francés o no; un diccionario español-francés, seguro que lo tenía. Cuando se
    murió el médico y poeta don Manuel Leiras Pulpeiro, Perrón compró a sus herederos
    un juego inglés de lancetas que aquel usaba. Perrón, que fuera siempre de la cáscara
    amarga, en los últimos años de su vida llegó a beato. Le quiso regalar un traje a san
    Bernabé de Santalla, un santo muy robusto y barrigudo, y tomándole una costurera
    las medidas, se vio que el santo tenía las medidas mismas que el curandero, en altos y
    en anchos. Perrón fue a Lugo a encargar el traje, y estuvo allí probándose la túnica
    roja y el manto amarillo, sirviendo de maniquí y sin quitarse la visera, porque era
    muy dado a catarros. Se asegura en el país que a veces, en casos peliagudos, Perrón
    iba a la ermita de san Bernabé —de la que tenía las llaves su hermana Clotilde—, y
    se vestía con las ropas del santo. Los vecinos que lo veían pasar, formaban como en
    procesión, en filas a ambos lados del camino, y muchos con velas.
    Un día cualquiera, tras ayudar en el vareo de las castañas, se metió en la cama y
    pidió que le pusiesen dos sanguijuelas en un costado. Me contó su yerno su muerte.
    —Perrón le pidió a la mujer que le dijese una adivinanza. La mujer solamente
    sabía una: —Mosca y media, tres medias moscas y dos moscas y media, ¿cuántas
    moscas son?
    Sumaba in mentis Perrón, y ya iba a responder que cinco moscas y media, cuando
    le vino un golpe de tos, y dio con él el alma. Fue muy sentido.
    Tan pronto como murió Perrón, un tal Cabo de Lonxe, pasó a cobrar dos reales
    por quitar las verrugas. Usaba nitrato de plata. Pero Perrón quitaba las verrugas de
    palabra, y a varias leguas de distancia.