Sí lo es,jilguero, pero para los que defendemos el uso de la llingua nos gusta más asturiano básicamente porque sus detractores han usado la palabra bable para hacer mofa y de manera despectiva.
Aquí lo explica mejor que yo (por si te interesa ):
. Sin embargo, el término fue adquiriendo con el tiempo un carácter despectivo. Es exclusivamente así, bable, como se refieren hoy a la lengua de Asturias -negándole tal condición- quienes se oponen a su dignificación. Tal es el caso del colectivo de agitación y propaganda neoliberal Club de los Viernes, vinculado al partido ultraderechista Vox y que acaba de lanzar una activa plataforma en redes sociales, «Cooficialidad No», que se opone con formas soeces a la oficialidad del asturiano. Por otro lado, colectivos de defensa del asturiano como la Xunta pola Defensa de la Llingua Asturiana rechazan explícitamente el uso de la voz bable. ¿En qué momento pasó a ser bable rechazado como glotónimo despectivo por los defensores de la llingua? Xuan Xosé Sánchez Vicente apunta dos factores que coincidieron en el tiempo, porque de hecho eran causa y efecto: «Cuando se funda la Academia de la Llingua Asturiana», explica el filólogo y escritor, «se funda con ese nombre, porque se entiende que el término bable es extraño en el conjunto de las lenguas del mundo, que siempre o casi siempre se refieren al territorio en el que se hablan». La creación de la Academia, recuerda Sánchez Vicente, y la inclusión del asturiano en el articulado del Estatuto, generaron una reacción contraria que acabó sustanciándose en una asociación que tomó el nombre plural de Amigos de los Bables, y que acaudillaban un Emilio Alarcos convertido súbitamente a la causa antiasturianista pese a que originalmente había defendido la normalización y un Gustavo Bueno cuyas groserías recuerdan a las que hoy emite la plataforma «Cooficialidad No»: al lema «Bable nes escueles», que por entonces coreaban los defensores de la llingua, Bueno solía responder, por ejemplo, «y gaites nes orquestes». Explica Sánchez Vicente que «esa adopción del término bable por los enemigos de la normalización ayudó a que pasáramos a verlo con recelo», explica el escritor.