El humo de Birkenau - Liana Millu
Publicado: 17 May 2007 19:08
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En febrero del año pasado, Álvaro Colomer, presentaba esta obra en el suplemento ‘Culturas’(La Vanguardia): “Si la literatura es la capacidad de construir imágenes en la mente del otro mediante el uso de la palabra escrita, la italiana Liana Millu, fallecida el año pasado, alcanzó la más alta cota en este arte”, palabras que a mí me llevaron a visitar este libro, una visita de la que no me he arrepentido, y que les recomiendo.
Colomer nos hacía partícipes de su experiencia con este texto, que leyó “en el mismísimo campo de concentración de Auschwitz II-Birkenau”, lugar al que llegó “algo saturado de lecturas sobre el holocausto”, de testimonios de supervivientes con los que, dice, no había conseguido formarse “una imagen del campo como lugar físico y en muchos casos ni siquiera del ambiente que allí se debía respirar. Sin embargo, a medida que avanzaba en la lectura de Liana Millu, el campo de Birkenau fue llenándose de personajes, trasuntos de seres humanos que existieron en realidad”.
El libro lo componen seis relatos. En el prólogo escribe Primo Levi: “Cada relato se cierra con una nota atenuada, con un toque fúnebre, el de una vida que se apaga. Y resulta significativo cómo estas muertes individuales, personales, todas trágicas, pero distintas, pesan mucho más, influyen mucho más en nuestra sensibilidad que los millones de muertos anónimos reflejados por las estadísticas”. ¿Y quién mejor que Levi para sintetizar las historias?: “Lily, enviada a la muerte con un gesto indiferente de la mano de su kapo, pues sospecha que puede ser una rival en amores. Maria, que entra en el campo de concentración sin declarar su embarazo, al contrario, lo oculta fajándose el vientre, porque quiere que l niño nazca, y nace, en el infierno nocturno del barracón mugriento y atestado, sin luz, sin agua, sin un pañal limpio, en medio de la locura colectiva y de la renovada piedad de las presas más endurecidas (ésta es quizá la página más memorable del libro), pero el recuento es sagrado, ninguna ha de faltar, la parturienta y el niño se desangran y, concluido el recuento, mueren. Bruna se reencuentra con Pinin, su hijo adolescente, en un campo contiguo; se abrazan a través del alambre electrificado y se electrocutan. La rusa Zina se juega la vida para contribuir a la fuga de Iván, al que no conoce, pero en quien imagina un parecido con Grigori, su marido, asesinado por los nazis. Las os hermanas holandesas: una de ellas elige el camino del burdel, al que la otra se niega, renunciando estoicamente a sus beneficios. La esposa enamorada que se debate entre dos destinos posibles: mantenerse fiel al marido y morir de hambre o ceder y perder la honra pero conservarse para él. De cada uno de estos itinerarios humanos en un mundo inhumano surge un aura de tristeza lírica, incontaminada por la cólera o el lamento desgarrado, de dolorosa sabiduría mundana, que demuestra que la autora no sufrió en vano”.
Los relatos son tan conmovedores en medio de la inhumanidad a que están sometidas y a la que se adaptan, que creo les resultará difícil no romper a llorar en alguno. Lean cómo describe a Lily, la protagonista del primer relato –y permitan que a continuación me extienda en el intento de recrearles mi sensación de este primer relato-:
“Cuando estuve cerca me impresionaron su aspecto cuidado y las cosas bonitas que llevaba puestas. Su vestido no estaba roto, ¡todo lo contrario! Lily lucía incluso un delantalito azul, a tono con el pañuelo que le cubría los hermosos rizos negros que comenzaban a estirarse enmarcándole con gracia la carita pálida. Y la escudilla no l colgaba al costado, como la mía, atada a una especie de cordel hecho con los hilos arrancados al jergón, sino que la llevaba guardada en una de esas bolsas confeccionadas con las orillas de las mantas y que, a veces, en manos de pequeñas artesanas apasionadas, terminaban por convertirse en un signo de elegancia del proletariado del campo de concentración.
–¡Qué guapa estás! ¡Qué elegante! –le dije con entusiasmo.
Lily sonrió complacida, arreglándose el pelo con gesto instintivo.
–A veces, la kapo me manda coser –me explicó–. Así consigo ‘organizar’ algo de hilo para arreglarme la ropa.”
Lily, con su dulzura, es el apoyo anímico y vital de la narradora: “…sus hermosos ojos luminosos demostraban cómo un pensamiento y una sonrisa pueden, incluso en un Vernichtungslager, un campo de exterminio, transformar el número 5480 en una muchacha palpitante y, por momentos, feliz”, y “Así, siempre bromeando y apoyándonos la una en la otra en aquellas arenas fangosas y movedizas que la luz del crematorio más cercano iluminaba con la reverberación de sus altas llamas, entramos en el barracón 15”. Poco a poco nos va empapando la natural vitalidad de Lily, diecisiete años recién cumplidos, su ánimo e ilusión, “para Navidad estaremos todos en casa; emplea un tono que no deja resquicio para dudar que la casa tal vez ya no exista”. Pero tanto encanto no puede pasar desapercibido, y un día, el mismo día en que al despertar la narradora ha sentido un placer absurdo y maligno al subrayar la perspectiva de su miseria, “¡Tú siempre esperas! ¿No lo ves?” y con un gesto iracundo le señala hacia los crematorios, “Todos ardían, rompiendo la noche neblinosa con sus altísimas llamas”, es el día que el amante de la kapo, otro kapo, había bebido mucho, se fija en ella, asaltándola en presencia del resto del comando, y “en el preciso instante en que logró besarla”, Mia, así se llama la kapo, apareció en el umbral de la caseta. “Ninguna de nosotras vio cómo le pegaba, porque Mia tenía una expresión tal, que nos doblamos sobre los azadones y empezamos a llenar los carretones aprisa, siempre más aprisa. La arena volaba de un azadón al siguiente, se acumulaba, desaparecía mientras algo siniestro ocurría a poca distancia de nosotras. Después cesaron también los gemidos y Mia vino hacia nosotras con el rostro enrojecido de la homicida”. Lily queda tirada boca abajo, seguramente sin conocimiento, “Mejor así, pensé, porque sólo el desmayo, con su piadosa muerte momentánea, conseguía detener la sucesión de golpes despiadados”. ¿Está muerta? No está muerta. Millu domina los tiempos del relato, y cuando los dos kapos se despiden “¡Hasta mañana!”, y en la mirada de Mia “se entendió que la tormenta había pasado y ya estaba olvidado”, el lector también piensa que ha pasado la tormenta. La canción de Lily Marlene que, durante la marcha de regreso al campo, viene a la mente de la narradora y las reflexiones que desencadena, mantienen el tono triste que se nos encoge el corazón, de pronto, justo en la puerta de entrada al campo, la columna se detiene, se empieza a escuchar la exclamación “¡Selección!”, las huesudas mujeres se arreglan el pañuelo y restriegan enérgicamente los pálidos rostros para darles un poco de color: “se ayudaban unas a otras para conseguir el aspecto más limpio, más fuerte posible. Las espaldas doloridas se enderezaban, erguidas por la fuerza de voluntad; los ojos se encendían, las mejillas pellizcadas con violencia se sonrojaban”. Y Lily, justo hoy, con esa cara, “empecé a arreglarle a Lily el pañuelo y el pelo, pero ella me apartó la mano con gesto cansado”, “Déjame, Lianka –murmuró–; total, es inútil”.
Y el relato acaba:
“… Menguele nos miró y vi bien su cara descolorida e impasible, los ojitos miopes y la figura erguida, rígida en el uniforme impecable. Sostenía el lápiz en el aire in apuntar nada cuando Mia dio un paso hacia él.
–Ésta, Herr Doctor –dijo señalando a Lily–, siempre kaputt. No puede trabajar.
–Fuera –dijo simplemente el doctor indicándole que saliera de la fila.
Y Lily salió de la fila. Tendió el brazo: la eslovaca leyó el número y lo apuntó en su libreta.”
Es quizá el menos terrible de los seis relatos, el dolor va subiendo desde el corazón y se agarra a la garganta, subiendo relato a relato. El humo de Birkenau fue publicado originalmente en 1947 y traducido ahora por primera vez al castellano. No lo dejen desvanecerse.
En febrero del año pasado, Álvaro Colomer, presentaba esta obra en el suplemento ‘Culturas’(La Vanguardia): “Si la literatura es la capacidad de construir imágenes en la mente del otro mediante el uso de la palabra escrita, la italiana Liana Millu, fallecida el año pasado, alcanzó la más alta cota en este arte”, palabras que a mí me llevaron a visitar este libro, una visita de la que no me he arrepentido, y que les recomiendo.
Colomer nos hacía partícipes de su experiencia con este texto, que leyó “en el mismísimo campo de concentración de Auschwitz II-Birkenau”, lugar al que llegó “algo saturado de lecturas sobre el holocausto”, de testimonios de supervivientes con los que, dice, no había conseguido formarse “una imagen del campo como lugar físico y en muchos casos ni siquiera del ambiente que allí se debía respirar. Sin embargo, a medida que avanzaba en la lectura de Liana Millu, el campo de Birkenau fue llenándose de personajes, trasuntos de seres humanos que existieron en realidad”.
El libro lo componen seis relatos. En el prólogo escribe Primo Levi: “Cada relato se cierra con una nota atenuada, con un toque fúnebre, el de una vida que se apaga. Y resulta significativo cómo estas muertes individuales, personales, todas trágicas, pero distintas, pesan mucho más, influyen mucho más en nuestra sensibilidad que los millones de muertos anónimos reflejados por las estadísticas”. ¿Y quién mejor que Levi para sintetizar las historias?: “Lily, enviada a la muerte con un gesto indiferente de la mano de su kapo, pues sospecha que puede ser una rival en amores. Maria, que entra en el campo de concentración sin declarar su embarazo, al contrario, lo oculta fajándose el vientre, porque quiere que l niño nazca, y nace, en el infierno nocturno del barracón mugriento y atestado, sin luz, sin agua, sin un pañal limpio, en medio de la locura colectiva y de la renovada piedad de las presas más endurecidas (ésta es quizá la página más memorable del libro), pero el recuento es sagrado, ninguna ha de faltar, la parturienta y el niño se desangran y, concluido el recuento, mueren. Bruna se reencuentra con Pinin, su hijo adolescente, en un campo contiguo; se abrazan a través del alambre electrificado y se electrocutan. La rusa Zina se juega la vida para contribuir a la fuga de Iván, al que no conoce, pero en quien imagina un parecido con Grigori, su marido, asesinado por los nazis. Las os hermanas holandesas: una de ellas elige el camino del burdel, al que la otra se niega, renunciando estoicamente a sus beneficios. La esposa enamorada que se debate entre dos destinos posibles: mantenerse fiel al marido y morir de hambre o ceder y perder la honra pero conservarse para él. De cada uno de estos itinerarios humanos en un mundo inhumano surge un aura de tristeza lírica, incontaminada por la cólera o el lamento desgarrado, de dolorosa sabiduría mundana, que demuestra que la autora no sufrió en vano”.
Los relatos son tan conmovedores en medio de la inhumanidad a que están sometidas y a la que se adaptan, que creo les resultará difícil no romper a llorar en alguno. Lean cómo describe a Lily, la protagonista del primer relato –y permitan que a continuación me extienda en el intento de recrearles mi sensación de este primer relato-:
“Cuando estuve cerca me impresionaron su aspecto cuidado y las cosas bonitas que llevaba puestas. Su vestido no estaba roto, ¡todo lo contrario! Lily lucía incluso un delantalito azul, a tono con el pañuelo que le cubría los hermosos rizos negros que comenzaban a estirarse enmarcándole con gracia la carita pálida. Y la escudilla no l colgaba al costado, como la mía, atada a una especie de cordel hecho con los hilos arrancados al jergón, sino que la llevaba guardada en una de esas bolsas confeccionadas con las orillas de las mantas y que, a veces, en manos de pequeñas artesanas apasionadas, terminaban por convertirse en un signo de elegancia del proletariado del campo de concentración.
–¡Qué guapa estás! ¡Qué elegante! –le dije con entusiasmo.
Lily sonrió complacida, arreglándose el pelo con gesto instintivo.
–A veces, la kapo me manda coser –me explicó–. Así consigo ‘organizar’ algo de hilo para arreglarme la ropa.”
Lily, con su dulzura, es el apoyo anímico y vital de la narradora: “…sus hermosos ojos luminosos demostraban cómo un pensamiento y una sonrisa pueden, incluso en un Vernichtungslager, un campo de exterminio, transformar el número 5480 en una muchacha palpitante y, por momentos, feliz”, y “Así, siempre bromeando y apoyándonos la una en la otra en aquellas arenas fangosas y movedizas que la luz del crematorio más cercano iluminaba con la reverberación de sus altas llamas, entramos en el barracón 15”. Poco a poco nos va empapando la natural vitalidad de Lily, diecisiete años recién cumplidos, su ánimo e ilusión, “para Navidad estaremos todos en casa; emplea un tono que no deja resquicio para dudar que la casa tal vez ya no exista”. Pero tanto encanto no puede pasar desapercibido, y un día, el mismo día en que al despertar la narradora ha sentido un placer absurdo y maligno al subrayar la perspectiva de su miseria, “¡Tú siempre esperas! ¿No lo ves?” y con un gesto iracundo le señala hacia los crematorios, “Todos ardían, rompiendo la noche neblinosa con sus altísimas llamas”, es el día que el amante de la kapo, otro kapo, había bebido mucho, se fija en ella, asaltándola en presencia del resto del comando, y “en el preciso instante en que logró besarla”, Mia, así se llama la kapo, apareció en el umbral de la caseta. “Ninguna de nosotras vio cómo le pegaba, porque Mia tenía una expresión tal, que nos doblamos sobre los azadones y empezamos a llenar los carretones aprisa, siempre más aprisa. La arena volaba de un azadón al siguiente, se acumulaba, desaparecía mientras algo siniestro ocurría a poca distancia de nosotras. Después cesaron también los gemidos y Mia vino hacia nosotras con el rostro enrojecido de la homicida”. Lily queda tirada boca abajo, seguramente sin conocimiento, “Mejor así, pensé, porque sólo el desmayo, con su piadosa muerte momentánea, conseguía detener la sucesión de golpes despiadados”. ¿Está muerta? No está muerta. Millu domina los tiempos del relato, y cuando los dos kapos se despiden “¡Hasta mañana!”, y en la mirada de Mia “se entendió que la tormenta había pasado y ya estaba olvidado”, el lector también piensa que ha pasado la tormenta. La canción de Lily Marlene que, durante la marcha de regreso al campo, viene a la mente de la narradora y las reflexiones que desencadena, mantienen el tono triste que se nos encoge el corazón, de pronto, justo en la puerta de entrada al campo, la columna se detiene, se empieza a escuchar la exclamación “¡Selección!”, las huesudas mujeres se arreglan el pañuelo y restriegan enérgicamente los pálidos rostros para darles un poco de color: “se ayudaban unas a otras para conseguir el aspecto más limpio, más fuerte posible. Las espaldas doloridas se enderezaban, erguidas por la fuerza de voluntad; los ojos se encendían, las mejillas pellizcadas con violencia se sonrojaban”. Y Lily, justo hoy, con esa cara, “empecé a arreglarle a Lily el pañuelo y el pelo, pero ella me apartó la mano con gesto cansado”, “Déjame, Lianka –murmuró–; total, es inútil”.
Y el relato acaba:
“… Menguele nos miró y vi bien su cara descolorida e impasible, los ojitos miopes y la figura erguida, rígida en el uniforme impecable. Sostenía el lápiz en el aire in apuntar nada cuando Mia dio un paso hacia él.
–Ésta, Herr Doctor –dijo señalando a Lily–, siempre kaputt. No puede trabajar.
–Fuera –dijo simplemente el doctor indicándole que saliera de la fila.
Y Lily salió de la fila. Tendió el brazo: la eslovaca leyó el número y lo apuntó en su libreta.”
Es quizá el menos terrible de los seis relatos, el dolor va subiendo desde el corazón y se agarra a la garganta, subiendo relato a relato. El humo de Birkenau fue publicado originalmente en 1947 y traducido ahora por primera vez al castellano. No lo dejen desvanecerse.