* El espíritu de la compasión en algunas versiones es Buda.La historia de Tam (Arroz partido) y Cam (Paja de arroz)
Hace mucho, mucho tiempo, un hombre que había perdido a su mujer vivía con su hijita Arroz Partido. Volvió a casarse, pero la nueva esposa era malvada. La niña se dio cuenta al día siguiente de la boda: había un banquete y venían muchos invitados, pero la madrastra la encerró en una habitación, y luego la niña tuvo que irse a la cama sin cenar.
Tiempo después, la madrastra tuvo una hija a la que llamaron Paja de Arroz, porque tenía la piel morena. A partir de entonces, las cosas se pusieron peor aún para la pobre Arroz Partido: la madrastra contó a su esposo tantas mentiras sobre ella que él ya no quiso saber de su hija.
- ¡Vé y quédate en la cocina y apáñatelas sola, niña revoltosa! - le dijo la madrasta, y luego la obligó a estar en un mísero rincón, y ahí era donde tenía que vivir y trabajar.
Por la noche, la madrastra le daba una estera rota y una sábana hecha jirones. La niña tenía que fregar el suelo, cortar la leña, dar de comer a los animales, hacer la comida, lavar los platos y muchas cosas más. Le salían en las manos unas ampollas enormes, pero no se quejaba. La madrastra la mandaba al bosque a buscar leña esperando que las alimañas dieran cuenta de ella, y a buscar agua a sitios muy peligrosos para que se ahogase algún día.
La pobre Arroz Partido trabajaba y trabajaba, y se le pusieron la piel renegrida y el pelo enredado. A veces, al verse reflejada en el agua, se asustaba de lo fea y lo oscura que era, y se lavaba y se peinaba con los dedos, y entonces sí que se veía guapa.
Cuando se dio cuenta la madrastra de lo guapa que podía estar Arroz Partido, le tuvo más inquina que nunca y quiso hacerle más daño aún. Un día les dijo a ella y a su propia hija Paja de Arroz que fueran a pescar en el estanque del pueblo.
- Sacad tantos peces como podáis. Si traéis pocos, estaréis castigadas y os iréis a la cama sin cenar.
Arroz Partido sabía que lo decía por ella, porque a Paja de Arroz, que era la niña de sus ojos, no la iba a castigar, pero a ella siempre la castigaba todo lo que podía.
En el estanque, Arroz Partido se aplicó a la tarea, y al atardecer tenía una cesta llena de peces. Pero Paja de Arroz se había pasado el día revolcándose en la hierba, tomando el sol, recogiendo flores silvestres, cantando y bailando. Cuando se dio cuenta de que se ponía el sol y tenía la cesta vacía, le dijo a Arroz Partido:
- ¡Hermana, hermana!: ¡tienes el pelo lleno de barro! ¿Por qué no te das un chapuzón y te lo lavas? Si no, Madre te va a castigar.
Arroz Partido le hizo caso, y Paja de Arroz aprovechó para cambiar de cesta los peces y volvió a casa a todo correr.
Cuando se dio cuenta Arroz Partido, empezó a llorar llena de amargura. De repente, el cielo se hizo más limpio y las nubes más blancas, y en frente de ella se apareció, sonriente y vestido de azul, con una preciosa rama de sauce en la mano, el espíritu de la compasión. *
- ¿Qué te pasa, querida niña? - le dijo el espíritu con una voz muy dulce.
Arroz Partido le contó sus penas y después le dijo:
- ¿Qué voy a hacer cuando llegue esta noche a casa? Estoy muerta de miedo: mi madrastra me va a castigar mucho, mucho.
El espíritu le contestó:
- Tu mala suerte se acabará pronto. Fíate de mí y alégrate. Ahora, mira en la cesta por si queda algo.
Arroz Partido miró en la cesta y dio un gritito de sorpresa al ver un pececito con ojos dorados y aletas rojas. El espíritu le dijo que se llevara el pez a casa, que lo pusiera en el estanque que había detrás y que le diera de comer tres veces al día con lo que pudiera guardar de lo suyo.
Arroz Partido dio las gracias al espíritu y le hizo caso. Cada vez que iba al estanque, el pez salía a la superficie para saludarla; pero si llegaba alguien más, no. La madrastra espiaba a la niña, y se dio cuenta de su extraño comportamiento. Se acercó al estanque para ver al pez, pero éste se fue a lo más hondo. Entonces mandó a la niña a buscar agua a una fuente muy lejana, se puso las ropas más harapientas de ella, fue al estanque y, al asomarse el pez, lo capturó, lo mató, se lo llevó a casa y se puso a guisarlo.
Cuando volvió Arroz Partido, se acercó al estanque y llamó a su amigo. Llamaba y llamaba, pero solo se veía la superficie del agua lisa y ensangrentada. La niña agachó la cabeza y se puso a derramar lágrimas en el estanque.
Entonces se le volvió a aparecer el espíritu de la compasión, y le dijo:
- No llores, niña. Tu madrastra ha matado al pez, pero has de buscar las espinas y enterrarlas donde pones la estera para dormir. Cuando quieras algo, pídeselo a las espinas y lo tendrás.
Arroz Partido le hizo caso y se puso a buscar las espinas por todas partes, pero no las encontraba.
- ¡Co, co, co! - le dijo una gallina -. Dáme un poco de arroz entero y te diré dónde están las espinas.
La niña le dio un puñado de arroz. La gallina se comió el arroz y luego le dijo:
- ¡Co, co, co! Ven conmigo, que te llevo.
La niña fue detrás. Llegaron al corral y la gallina se puso a escarbar en un montón de hojas nuevas, y allí estaban las espinas. La niña se alegró mucho, recogió los restos de su amigo y se los llevó para enterrarlos donde le había dicho el espíritu.
Poco tiempo después, Arroz Partido tenía oro, joyas y vestidos tan bonitos como hubiera hecho falta para alegrar el corazón de cualquier muchacha.
Cuando llegó el Festival de Otoño, la madrastra mezcló las judías pintas y las blancas que tenía separadas en dos cestos y obligó a la niña a quedarse para separarlas otra vez.
- Mientras no hayas terminado de separarlas, ni se te ocurra ir a la fiesta.
Entonces, la madrastra y su hija se pusieron sus más ricos vestidos y se fueron.
Cuando se hubieron alejado, Arroz Partido pidió ayuda al espíritu, que se le apareció al instante, y con la rama de sauce convirtió a unas mosquitas en gorriones que inmediatamente se pusieron a separar las judías. Al poco tiempo, el trabajo estaba hecho. Arroz Partido se secó las lágrimas y se puso un vestido azul brillante y plateado. Ahora estaba tan hermosa como una princesa, y se fue al festival.
Allí, la vio Paja de Arroz y empezó a hablarle al oído a su madre:
- Esa dama tan ricamente vestida ¿no te extraña que se parezca tanto a mi hermanita Arroz Partido?
La recién llegada, al darse cuenta de que la estaban mirando las dos con insistencia, echó a correr con tanta prisa que se dejó un zapato por el camino. Los guardias recogieron la prenda y se la llevaron al rey.
El rey miró y remiró el zapato y dijo que jamás había visto obra de arte como ésa. Luego hizo probárselo a todas las mujeres de palacio, pero el zapato era demasiado chico hasta para las que tenían los pies más chicos. Entonces el rey mandó que se lo probaran todas las mujeres de la nobleza, pero a ninguna le calzaba. Al final, se hizo saber que la que pudiera llevarlo se convertiría en la primera esposa del rey, y, por tanto, en reina.
Cuando se lo probó Arroz Partido, al instante apareció en el otro pie el otro zapato, y al mismo tiempo se la pudo ver con su vestido azul brillante y plateado, toda ella de una hermosura deslumbrante. Entonces fue llevada a la corte con una nutrida escolta y convertida en reina, y a partir de entonces fue muy feliz. La madrastra y Paja de Arroz no soportaban verla tan feliz, y la hubieran matado de no ser por su temor al rey.
El día del cumpleaños de su padre, Arroz Partido fue a casa de su familia para celebrarlo con ella. Por entonces era costumbre portarse con los padres como un hijo obediente por muchos años que se tuviera y por muy alto que fuera el puesto que se tuviera en la sociedad. La astuta madrastra quiso aprovecharse de eso, y pidió a Arroz Partido que se subiera a una areca y trajera nueces para los invitados. La que ahora era reina podría haberse negado, pero, buena hija, obediente y deseosa de ayudar, se subió al árbol. Cuando ya estaba arriba, el árbol empezó a bambolearse.
- ¿Qué estás haciendo? - preguntó Arroz Partido a su madrastra.
- Espantar a las hormigas para que no te piquen.
Pero la madrastra estaba dando golpes con una hoz grande, y siguió cortando el árbol hasta que se cayó, y con él cayó Arroz Partido, que murió al instante.
- ¡Por fin nos hemos librado de ella! - clamó la madrastra -, y nunca volverá. Le diremos al rey que ha muerto por accidente y mi querida hija Paja de Arroz será la reina en lugar de ella.
Y, dicho y hecho, Paja de Arroz se convirtió en la primera esposa del rey. Pero el alma pura e inocente de Arroz Partido no encontraba descanso, y se convirtió en un ruiseñor que empezó a frecuentar el jardín del rey, y allí entonaba melodiosas canciones.
Un día, una sirviente estaba tendiendo la vestimenta real que llevaba bordado el dragón, y el ruiseñor empezó a cantar, y decía así:
- ¡Ten cuidado con las ropas de mi señor imperial y no las rasgues poniéndolas en una planta con espinas!
Y siguió cantando de una manera tan triste que al rey se le saltaban las lágrimas. El ruiseñor siguió cantando de tal manera que conmovió a todos cuantos lo oían. Entonces dijo el rey:
- Delicioso ruiseñor: si de verdad eres el alma de mi amada, haz el favor de posarte aquí, en una de mis mangas.
El pájaro fue derecho a una de las mangas, se posó en ella y frotó la cabeza en la mano del rey. Pusieron al pájaro en una jaula dorada cerca de los aposentos del rey, que se aficionó tanto a los hermosos y melancólicos cantos que pasaba el día junto a la jaula, se le humedecían los ojos, y el pájaro cantaba mejor que nunca.
Paja de Arroz se puso celosa y pidió consejo a su madre. Habiéndolo recibido, aprovechó un día en que el rey tenía reunión con sus ministros para matar al ruiseñor, lo guisó para comer y esparció las plumas por el jardín imperial.
- ¿Qué significa esto? - dijo el rey cuando volvió al palacio y vio vacía la jaula.
Hubo una gran confusión, y todo el mundo se puso a buscar al pájaro, pero nadie lo encontraba.
- Puede que se aburriera y se haya escapado al bosque - decía Paja de Arroz.
El rey estaba muy triste, y como nada podía hacer, se resignaba. Pero una vez más, el alma sin descanso de Arroz Partido tomó forma material, y esta vez la de un árbol espléndido que sólo dio un fruto, pero ¡qué fruto!: era redondo, grande y dorado, y con un aroma muy dulce y delicioso.
Pasaba por allí una vieja y, al ver un fruto tan hermoso, dijo:
- Fruta de oro, fruta de oro, cáete aquí, en la bolsa de esta vieja, que te guardará y con gusto te olerá, pero nunca te comerá.
Entonces el fruto cayó en la bolsa de la vieja, que se lo llevó a casa y lo puso en la mesa para disfrutar de su dulce aroma.
Al día siguiente, al volver a casa después de sus andanzas, la vieja quedó asombrada viendo que estaba todo limpio y en orden, y que había una deliciosa comida caliente esperándola. Luego, ya de mañana, salió de casa, pero poco después volvió a hurtadillas para ver lo que estaba pasando, se escondió detrás de la puerta y se puso a vigilar. Al poco, vio una dama esbelta y hermosa que salía del fruto y que en seguida empezaba a hacer las tareas de la casa. La vieja corrió hasta la mesa y peló el fruto para que ya no pudiera esconderse en él la dama, que a partir de ese momento tuvo que quedarse allí y considerar a la vieja como si fuera su madre.
Un día, estando de cacería, el rey se perdió. Empezó a oscurecer, las nubes se cerraron y cuando ya empezaba a verse poco acertó a distinguir la casa de la vieja y se acercó a ella buscando cobijo. Como era costumbre, la vieja le ofreció té y betel. El rey se fijó en la delicada manera en que estaban preparadas las hojas de betel, y entonces hizo esta pregunta:
- ¿Quién ha preparado este betel, que parece igual que el que preparaba mi amada reina?
- Hijo del cielo: lo ha preparado mi humilde hija.
Entonces el rey mandó que viniera la hija a su presencia. Ella se presentó ante él y se inclinó, y el rey se dio cuenta de que era su querida Arroz Partido, y los dos lloraron por el tiempo que habían estado separados. La reina fue llevada a la ciudad imperial, donde se le restituyó su rango, y Paja de arroz fue desdeñada por el rey.
Entonces, Paja de Arroz pensó que de ser ella tan guapa como su hermana paterna se habría de ganar el corazón del rey, y le hizo esta pregunta a Arroz Partido:
- Queridísima hermana: ¿qué he de hacer para ser tan blanca como tú?
- Eso es muy fácil - le respondió la reina -: sólo tienes que bañarte en agua hirviendo y te pondrás muy blanca.
Paja de Arroz le hizo caso, y murió escaldada. **
** En algunas versiones, el cuerpo de Paja de Arroz es convertido en alimento que es guardado en un jarro, y después se le envía a la madre. Un día, un cuervo se posa en el borde del tejado y dice:
- ¡Qué rico!: la madre comiéndose a la hija. ¿Queda algo para mí?
La mujer se enfurece al oírlo, y luego, un día, cuando ya casi ha acabado de comerse lo que hay en el jarro, ve en el fondo la calavera de su hija y se muere del susto.
Recopilaciones donde se puede encontrar:
"Cuentos tradicionales del Vietnam" de Vo Van Thang y Jim Lawson
"La cueva maravillosa y otros cuentos populares de Vietnam" de Ngo Van y Hélène Fleury.
"Cuentos populares de Vietnam" de Ngo Van y Hélène Fleury.
"Vietnam: Mitos y cuentos" de Alessandra Chiricosta y Maurizio Gatti
La Cenicienta china
Libros donde se puede encontrar:Yeh-Shen
En el lejano pasado, aún antes de las dinastías Qin y Han, en las cavernas del sur de China, había un pueblo cuyo jefe se llamaba Wu. Como era costumbre en esos días, el jefe Wu había tomado como esposas a dos mujeres. Cada esposa había dado a Wu una pequeña hija. Pero una de las esposas enfermó y murió, y pocos días más tarde, el jefe Wu cayó en cama y también murió. Yeh- Shen, la pequeña huérfana, pasó su niñez en la casa de su madrastra. Era una hermosa y encantadora niña, cuya piel era tan suave como el marfil y sus ojos eran como dos lagunas oscuras. Su madrastra estaba celosa de toda esta belleza y bondad, puesto que su propia hija no era nada de bella. Así, en su disgusto, le dio a Yeh-Shen las labores más pesadas y desagradables.
El único amigo que tenía Yeh-Shen era un pez que había capturado para criarlo. Era un hermoso pez con ojos dorados, y cada día salía del agua, y posaba su cabeza en la orilla de la fuente, esperando que Yeh- Shen lo alimentara. La madrastra de Yeh-Shen no le daba mucha comida, pero la huérfana siempre encontraba algo para compartir con su pez, el que fue creciendo hasta alcanzar dimensiones enormes.
De alguna forma la madrastra se enteró de esto. Se enojó mucho al descubrir que Yeh-Shen guardaba un secreto.
Bajó corriendo hasta la fuente, pero no pudo descubrir al pez, pues la mascota de Yeh-Shen, sabiamente, se había escondido. La madrastra, sin embargo, era una mujer hábil, y pronto ideó un plan. Caminó hasta la casa y gritó: - Yeh-Shen, ve y trae un poco de leña. Pero espera, los vecinos te pueden ver. Deja tu asqueroso abrigo aquí. Cuando la niña se alejó de su vista, su madrastra se puso el abrigo y regresó a la fuente. En ese momento el gran pez vio el abrigo de Yeh-Shen que le era familiar, y se acercó a la orilla esperando ser alimentado. Pero la madrastra, que había escondido una daga en la manga, acuchilló al pez, lo envolvió en su ropa y se lo llevó a casa para cocinarlo en la noche. Cuando Yeh-Shen llegó a la fuente esa tarde encontró que su amigo había desaparecido. Abrumada por el dolor, la niña dejó caer sus lágrimas en las quietas aguas de la fuente.
- Ay, pobre niña -dijo una voz. Yeh-Shen se levantó y encontró a un anciano que la observaba. Él tenía las vestimentas másraídas que uno pueda imaginar y su cabello caía sobre sus hombros.
- ¿Quién eres? -preguntó Yeh-Shen.
- Eso no tiene importancia, hija mía. Todo lo que debes saber es que he sido enviado para contarte acerca de los maravillosos poderes que tiene tu pez.
- Mi pez, pero, señor... -Los ojos de la niña se llenaron de lágrimas y no pudo continuar.
El anciano suspiró y dijo:
- Sí, mi niña, tu pez ya no vive, y debo decirte que tu madrastra es una vez más la razón de tu pena.
Yeh-Shen se horrorizó, pero el viejo continuó:
- No nos lamentemos de cosas pasadas -dijo-, porque te he traído un regalo. Ahora debes escuchar con atención esto: las espinas de tu pescado están llenas de un espíritu poderoso. Cuando estés en serios apuros, debes arrodillarte ante ellas y hacerles saber los deseos de tu corazón. Pero no derroches sus dones.
Yeh-Shen quería hacerle muchas otras preguntas al sabio, pero él se elevó al cielo antes de que ella pudiera pronunciar una palabra. Con el corazón muy acongojado, Yeh-Shen se encaminó hacia el montón de estiércol para reunir los restos de su amigo. El tiempo pasó y Yeh-Shen, que permanecía mucho sola, encontró consuelo al hablarle a las espinas de su pescado. Cuando estaba con hambre, lo que ocurría con frecuencia, Yeh-Shen le pedía comida a las espinas. De esta manera, Yeh-Shen se las arreglaba para vivir día a día, pero estaba temerosa de que su madrastra fuera a descubrir su secreto y le quitara, incluso, eso. Así transcurrió el tiempo y llegó la primavera. El festival se acercaba. Era la época más atareada del año. ¡Había tanto que cocinar, limpiar y coser! Yeh-Shen difícilmente tenía un rato de descanso. En el festival de primavera los jóvenes y las niñas de la aldea esperaban encontrarse y elegir con quién se iban a casar. Cómo ansiaba Yeh-Shen ir también. Pero su madrastra tenía otros planes. Ella esperaba encontrar un esposo para su propia hija y no quería que ningún otro hombre viera a la hermosísima Yeh-Shen primero. Cuando finalmente llegaron las fiestas, la madrastra y su hija se vistieron con los trajes más elegantes y llenaron sus canastos con dulces.
- Debes quedarte en casa ahora, y velar por que nadie robe fruta de nuestros árboles -le dijo la madrastra a Yeh-Shen, partiendo, luego, al banquete con su propia hija.
En cuanto estuvo sola, Yeh-Shen fue a hablar con las espinas de su pescado.
- Ay, querido amigo -dijo, arrodillada ante las maravillosas espinas-. Deseo tanto ir al festival, pero no puedo mostrarme con estos andrajos. ¿Hay alguna parte donde yo pudiera conseguir ropa adecuada para ir a la fiesta?
De inmediato se encontró vestida con un traje de azul intenso, con un manto de brillo metálico sobre sus hombros, hecho con plumas de martín pescador. Pero lo mejor de todo era que en sus pequeños pies: calzaba las zapatillas más hermosas que jamás se hayan visto. Estaban hiladas con oro, siguiendo el diseño de las escamas de un pez, y las suelas brillantes estaban hechas de oro puro. Había magia en ese calzado porque debería haber sido bastante pesado; sin embargo, cuando Yeh-Shen caminaba, sus pies se sentían tan livianos como el aire.
- Asegúrate de no perder uno de tus zapatos dorados -le dijo el espíritu de las espinas.
Yeh- Shen prometió ser cuidadosa. Encantada con su transformación, se despidió calurosamente de las espinas de su pescado, a medida que se alejaba ligera para unirse al festejo. Ese día Yeh-Shen obligó a todos a darse vuelta cuando apareció en la fiesta. Toda la gente a su alrededor murmuraba:
- ¡Miren esa hermosa muchacha! ¿Quién podrá ser?
Pero por sobre el murmullo, se escuchó decir a la hermanastra:
- Madre, ¿no te recuerda a nuestra Yeh-Shen?
Al escuchar esto, Yeh-Shen se sobresaltó y huyó antes de que su hermanastra la pudiera observar más de cerca. Bajó por la montaña, y en esto perdió una de sus zapatillas de oro. No bien cayó el zapato, sus ropas se convirtieron nuevamente en harapos. Sólo una cosa quedó: la otra pequeña zapatilla dorada. Yeh-Shen corrió hasta las espinas de su pescado y le devolvió la zapatilla, prometiendo encontrar también la otra. Pero ahora las espinas permanecieron en silencio. Con pena, Yeh-Shen pudo comprobar que había perdido a su único amigo. Escondió la pequeña zapatilla en su viejo camastro y salió afuera a llorar. Apoyada en un árbol con frutas, sollozó y sollozó hasta que cayó dormida. La madrastra abandonó la celebración para ir a vigilar a Yeh-Shen, pero cuando regresó a casa, encontró a la niña profundamente dormida, con los brazos aferrados al árbol frutal. Entonces, sin pensar más, regresó a la fiesta. Mientras tanto, un aldeano había encontrado la zapatilla. Al reconocer su valor, la vendió a un mercader, quien la presentó, a su vez, al Rey de la isla de T'o Han. El Rey se puso más que contento al aceptar la zapatilla como un regalo. Estaba fascinado con el pequeño objeto, que estaba labrado con los metales más preciosos, y que no hacía ningún ruido cuando tocaba una piedra. Mientras más se admiraba de su belleza, más decidido estaba a encontrar a la mujer a quien le pertenecía el zapato. La búsqueda se inició entre las damas de su propio reino, pero todas las que se probaban la sandalia la encontraban terriblemente pequeña. Audazmente, el Rey ordenó que la búsqueda incluyera a las mujeres de las cuevas de los alrededores donde se había encontrado la sandalia. Como se dió cuenta de que iba a tomar muchos años el que cada mujer llegara hasta la isla que él gobernaba, y se probara la zapatilla, se le ocurrió una forma para hacer llegar a la mujer apropiada. Hizo colocar la sandalia en un pabellón a la orilla del camino, cerca de donde había sido encontrada, y el portavoz anunció que la iban a devolver a su verdadera dueña. Entonces, el Rey y sus hombres se escondieron en un lugar cercano, y esperaron para descubrir a la mujer de pies pequeños que iba a reclamar su sandalia. Todo ese día el pabellón estuvo repleto de mujeres provenientes de las cuevas, que habían venido a probarse el calzado. La madrastra de Yeh-Shen y su hermanastra se encontraban entre ellas, pero no así Yeh-Shen a quien habían dejado en casa.
Al término del día, aunque muchas mujeres habían intentado fervientemente ponerse la zapatilla, nadie lo había conseguido. Fatigado, el Rey continuó su vigilia durante la noche. No fue sino hasta lo más oscuro de la noche, mientras la luna estaba escondida detrás de una nube, que Yeh-Shen se atrevió a mostrar su cara en el pabellón; incluso, cruzó tímidamente el piso en puntillas. Cayendo sobre sus rodillas, la niña con harapos examinó el pequeño zapato. Sólo cuando estuvo segura de que era el compañero que le faltaba a su zapatilla dorada, se atrevió a tomarlo. Por fin, podía devolver ambos zapatitos a las espinas del pescado. Seguramente su adorado espíritu le iba a hablar de nuevo. Al ver a Yeh-Shen cogiendo la zapatilla, el primer pensamiento del Rey fue tomarla prisionera como si fuera una ladrona. Pero cuando ella se dio vuelta para emprender el regreso, él recibió una visión fugaz de su rostro.
Al instante, el Rey fue invadido por la dulce armonía de sus rasgos, que no concordaba, al parecer, con los harapos que vestía. La miró más de cerca y observó que ella caminaba sobre los pies más pequeños que había visto jamás. Con un gesto de su mano, el Rey indicó que esta andrajosa creatura estaba autorizada para llevarse la zapatilla dorada. Calmadamente, los hombres del Rey se escabulleron y la siguieron hasta su casa. Durante todo ese tiempo, Yeh-Shen no se había dado cuenta de todo el alboroto que había provocado. Había regresado a casa, y estaba por esconder las sandalias debajo de su camastro, cuando golpearon la puerta. Yeh-Shen fue a ver quién era, y se encontró con un Rey. Primero se asustó mucho, pero el monarca le habló de una manera amable y le pidió que se probara las zapatillas. La muchacha hizo lo que le pedía, y en cuanto se las calzó, sus andrajos se transformaron, una vez más, en el manto de plumas y el hermoso traje azul intenso. Su dulzura la hacía verse como una criatura celestial, el Rey supo de pronto en su corazón que había encontrado a su amor verdadero. No mucho después de esto, Yeh-Shen contrajo matrimonio con el Rey. Pero el destino no fue tan generoso con su madrastra y su hermanastra. Como habían sido poco amables con su amada, el Rey no iba a permitir que Yeh-Shen las trajera a palacio. Ellas permanecieron en su vivienda en la cueva, donde un día, así dicen, murieron destrozadas por una lluvia de piedras."
"La Cenicienta china" de Hortensia Blanch Pita
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