Las Historias Gallegas - Álvaro Cunqueiro

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salvatraca
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Las Historias Gallegas - Álvaro Cunqueiro

Mensaje por salvatraca »

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Editorial: PARENTESIS EDITORIAL
Lengua: CASTELLANO
Edición: 2009
160 pág.
Se recogen aquí 67 semblanzas y relatos de Álvaro Cunqueiro que surgieron como colaboraciones realizadas para emisoras gallegas y fueron radiadas en el verano de 1981, poco después de su muerte. Este espléndido testamento literario une lo antropológico y lo fantástico, en la mejor línea de la fusión de ambos elementos que caracterizó siempre a Cunqueiro. Con humor y delicadeza, y sirviéndose de uno de los mejores castellanos que se hayan escrito en el siglo XX, el autor de Mondoñedo consigue dibujar una sonrisa que no elude la melancolía en el lector sensible e inteligente. Esta edición se enriquece con un prólogo de uno de sus más íntimos conocedores, Manuel Gregorio González, autor del premiado Don Álvaro Cunqueiro, juglar sombrío.
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salvatraca
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Re: Las Historias Gallegas - Alvaro Cunqueiro

Mensaje por salvatraca »

Una auténtica maravilla de un escritor único e inigualable, que era Cunqueiro. Son una serie de contos, de una o dos páginas que estoy disfrutando poco a poco,
por la tristeza de que se acaben demasiado pronto.
FELPETO, LOQUERO Y MÚSICO

A Felpeto lo habían llevado a Conxo desde su Corme natal. Había navegado durante muchos años en el velero San Antonio y San Ánimas y lo tuvieron que desembarcar porque no hacía más que gritar que se retiraba al mar, que no se veían más que rocas, y echaba mano al timón para desviar la nave de las rompientes. Retirada del mar que no había, rocas imaginarias, rompientes inexisten. Pero, desembarcado, se pasaba el día y la noche corriendo por Corme, anunciando que venía el mar sobre la tierra, que las olas iban a cubrir las casas, y que había que ponerles velas en los tejados para salir navegando.

Un médico amigo de la familia consiguió meterlo en Conxo, donde lo tranquilizaron algo, diciéndole que el mar estaba a doce leguas. Hizo amistad con otro interno, un cantero de Pontevedra, el cual tenía la obsesión de hacer instrumentos musicales de piedra. Le permitían tener en Conxo los útiles del oficio, y se pasaba el día picando en la cantería, intentando lograr una gaita, con el punteiro y el roncón, y el fol, y ya la llevaba muy adelantada, y parecía gaita para capitel románico. El problema principal que se le planteaba al cantero, el señor Avelino, era cómo llenar el fol de la gaita, porque nadie hasta entonces había estudiado la dilatación de la piedra por medio del soplo de los pulmones humanos. Por este inconveniente el señor Avelino decidió suspender la obra de la gaita y se decidió por labrar una flauta, que esta no tiene fol. Hizo una hermosa flauta de piedra, la pulió, y cuando la encontró a punto, se la dio a Felpeto para que la probase. Felpeto soplaba, pero de la flauta de piedra no salía sonido alguno. El señor Ave lino estudió aquel silencio de su flauta, y al fin cayó en la cuenta:

—Olvidóuseme furala por dentro! —, dijo.

Y mientras el señor Avelino veía como agujerear la flauta, Felpeto se dio a sí mismo de alta como loco. Pidió ver al director de Conxo, y le dijo que todo aquello de no ver mar desde el velero, y de ver el mar en tierra firme tragándose la villa de Corme, que fuera a consecuencia de una indigestión de congrio curado, y que en el año largo que llevaba en el manicomio que había aprendido como hay que tratar a los locos, y si lo metían de loquero, que había vacante, que lo agradecía. Solamente pedía alojamiento, comida y que le pagasen una clase de música. Le concedieron lo que pedía, y lo de la clase de música fue fácil, porque andaba por allí el que fuera director de una banda de música en una villa de la provincia de Orense.

Felpeto trataba muy bien a los locos furiosos, los calmaba, les hablaba de naufragios y de como era el puerto de Luarca, y les enseñaba algo de solfeo, del solfeo que le estaba enseñando el orensano. Al ver que de verdad tranquilizaba a los airados y sosegaba a los más furiosos, los otros loqueros le llamaban Felpeto Calmante.

Un día le dijo al director que quería ir a su casa, que debía haber muchas goteras, y que su mujer estaría preguntando por él.—¡Seguro que no sabe que estoy embarcado en el Conxo! Como si Conxo, el Conxo, fuese un velero cormeño, como el San Antonio y San Ánimas. Lo dejaron ir, y llegó a Corme solfeando. Y a poco murió en su cama, solfeando, y sin haber dicho a nadie, desde que llegó de Conxo, más que do, re, mi, fa, sol, la, si...
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salvatraca
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Re: Las Historias Gallegas - Alvaro Cunqueiro

Mensaje por salvatraca »

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salvatraca
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Re: Las Historias Gallegas - Alvaro Cunqueiro

Mensaje por salvatraca »

TÍA GERVASIA DE FONTES

VIVÍA sola en una casa vieja más allá del empalme de Fontes; en una casa vieja, de planta baja, medio cubierto el tejado por las ramas de la higuera que había crecido torcida y desparramada frente a la puerta, y que daba en los días de San Juan unos higos verdascos muy sabrosos. La tía Gervasia salía con la vaca, dos ovejas y una cabra al pasteiro vecino. Tenía algo de huerta, recogía un carro de patatas y cebaba un puerco. Tenía algunos dineros ahorrados, y aunque vivía muy pobremente, todos los años iba a Guitiriz a tomar las aguas, dejando la hacienda a cargo de unos vecinos, y cinco o seis veces al año daba misas en la parroquia de San Cosme de Petín por las almas de sus difuntos. Todos los suyos habían muerto, y el último un sobrino, de dieciséis años, Cosmiño era un muchachito callado y obediente, que un día empezó a toser, con aquella misma tos honda y ronca que parecía propia de la familia de los Fontes, y en un mes enflaqueció, escupió sangre y se puso a morir. El médico dijo que no había nada que hacer, que Cosmiño estaba sin pulmones, y sólo un milagro le daría la vida. Cosmiño tosía y tosía, y en los descansos, miraba con sus grandes ojos negros para la tía Gervasia e intentaba sonreírle. Una tarde echó más sangre que de costumbre por la boca, quedó como en un pasmo, y cuando salió de él le dijo a la tía Gervasia:

—Vou a morrer sin ter andado en bicicleta!

Y así fue. La tía Gervasia quedó muy dolida, tanto por la muerte de aquel sobrino, que era tan buen compañero, como por no haberle comprado a Cosmiño una bicicleta.
Se la llevaba pidiendo desde los diez años, y la tía Gervasia siempre le decía que para el verano siguiente que se la compraría, si salía bien el parto de la vaca y vendía bien la cría. Ahora se dolía de lo tacaña que fuera, y lloraba por haber dejado a Cosmiño ir al otro mundo sin haber corrido en bicicleta. Se le metió en la cabeza que había cometido una mala acción con su Cosmiño, y que este, donde estuviera, que sería en el Cielo, por bueno y obediente, le guardaría rencor. Y tantas vueltas le dio al asunto en el magín, que se decidió a comprar una bicicleta, la mejor que hubiese en las tiendas de Betanzos donde las vendían. Compró una bicicleta azul, con un timbre en el manillar que sonaba alegre a poco que se le pulsase.
En Fontes había un molinero que tenía un hijo que andaba muy bien en bicicleta, y se llamaba Ruperto. La tía Gervasia consiguió de Ruperto que la acompañase al camposanto, montado en la bicicleta azul, y tocando el timbre de vez en cuando.
Se detuvieron delante del nicho en el que reposaban los restos de Cosmiño, y la tía Gervasia, tras santiguarse, le habló al difuntiño:

—Cosmiño, meu Cosmiño, parió la vaca y te compré la bicicleta. La mejor que había en Betanzos. Y aquí viene conmigo Ruperto, tu amigo Ruperto el de Cabanas, que te va a enseñar a montar en ella.

Ruperto montó en la bicicleta, dio unas vueltas por el camposanto, tocó el timbre en cada una, e hizo unas pruebas de freno mismo delante del crucero de la entrada.
Aquella noche la tía Gervasia durmió tranquila. Al fin, aunque tarde, le había cumplido el gusto a Cosmiño. Dormía profundamente cuando sonó el timbre de la bicicleta y despertó. La bicicleta estaba a los pies de la cama. Seguramente que andaba en ella el alma de Cosmiño, y estrenaba el timbre. La tía Gervasia volvió a dormirse, sonriendo por vez primera en muchos años.
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Aben Razín
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Re: Las Historias Gallegas - Alvaro Cunqueiro

Mensaje por Aben Razín »

Gracias por abrir el hilo, salvatraca :60:

De Álvaro Cunqueiro, no he leído nada, ¡lo siento!, :oops:

Pero, me lo han recomendado en varias ocasiones, así que espero remediar este desconocimiento, :wink:
Pasado: El coraje de ser de Mónica Cavallé.

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salvatraca
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Re: Las Historias Gallegas - Alvaro Cunqueiro

Mensaje por salvatraca »

Cunqueiro lo que tiene, y que puede asustar un poco, es que es muy gallego; hace que Valle-Inclán, Cela, Torrente Ballester o Pardo Bazán parezcan madrileños o castellanos. Pero si te gusta Castelao, Rosalía de Castro o el Wenceslao Fernández Flórez de El bosque animado, Cunqueiro te va a enamorar; solo tienes que acostumbrarte a que el personaje principal le de de comer a su caballo y se ponga a leer el periodico, hasta que el caballo termina y poniendole la cabeza en el hombro le pregunta ¿cómo va el mundo?...o que el labrador llame al médico porque su arado no quiere trabajar la tierra en cierto punto, y este muy serio se encierre con el arado e intente emborracharlo con vino tinto -pero nada, hombre, que no quiere decir palabra-; o que de repente pare para darte la receta de la bica mantecada (ñam!) o que Penélope espere a Ulises rozando os toxos.

:lol: :wink:
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Aben Razín
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Re: Las Historias Gallegas - Alvaro Cunqueiro

Mensaje por Aben Razín »

Desde luego que tu explicación, salvatraca :60: me va a servir de mucho en cuanto comience a leer a este autor, :cunao:

No hubiera caído en estos particulares, :no:
Pasado: El coraje de ser de Mónica Cavallé.

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salvatraca
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Re: Las Historias Gallegas - Alvaro Cunqueiro

Mensaje por salvatraca »

Bueno, lo he terminado. Una maravilla. Me han gustado todos los cuentos; algunos me han encantado y otros me han divertido o entretenido, pero ninguno me ha decepcionado.
Para teminar pongo uno de los últimos, que es un poco cruel :noooo:

PELETEIRO DA BOUZA

El viejo Peleteiro da Bouza toda su vida anduviera en pleitos, y los más los perdiera, con grave quebranto para el capital, que era mucho, en carballeiras, pradería y buenas tierras para el centeno. Peleteiro leía, por ejemplo, la Ley de Aguas, y ya se daba por perito en el asunto, y le ponía pleito a un vecino por unas horas de riego o de molino. Los hijos le quemaron la Ley de Aguas y el Medina Marañón, que eran sus libros de cabecera, y le prohibieron pleitear, que si seguía así Peleteiro los iba a dejar por puertas. El viejo Peleteiro perdió el humor, dejó el tabaco, apartaba a los nietos, y el más de su tiempo lo pasaba en la era, sentado a la sombra de la higuera, contemplando los prados, y supongo que imaginando qué hermosos pleitos aún le quedaban que poner a los siete vecinos de Bouza. Un año, por Pascua Florida, un pariente le regaló un par de pollos, y Peleteiro no quiso que los matasen. Los pollos andaban sueltos por la eira, y para dormir, siendo verano, se apoleiraban en una rama baja de la higuera. Esto le costó la vida a uno de ellos, que vino nocturno el zorro y se lo llevó. Quedó solo el hermano, un gallito ya muy peripuesto, la cresta muy roja y apuntando espolones, y de plumaje muy variado, cobrizo, azul y carmesí. El pollo sobreviviente estaba como asustado, y Peleteiro decidió llevárselo a dormir a su habitación. Por la mañana, cuando salía a paseo, lo soltaba, y el gallito lo seguía a todas partes. Si Peleteiro dormía la siesta a la sombra de la higuera, el quiquiriquí se subía a sus rodillas, y la dormía también, con la cabeza apoyada en la barriga del viejo pleiteante. Peleteiro cayó en seguida en la cuenta de que el gallo apoyaba la cabeza, para dormir, mismo sobre el bolsillo del chaleco de pana donde él llevaba el reloj, un grueso Roscoff Patent. Al gallito debía gustarle el tic-tac, tic-tac, del reloj. Este no fue el único descubrimiento que hizo Peleteiro en las mañanas y en las tardes de aquel hermoso verano. El gallo lo seguía a todas partes, y al andar parecía que quería cruzar las alas sobre el obispillo, como Peleteiro cruzaba sus brazos a la espalda cuando paseaba. Todo el mundo notaba el parecido de ambos. En los largos paseos vespertinos, Peleteiro y su gallo caminaban par a par. Peleteiro le hacía confidencias al gallo, el cual se detenía para escucharlo, levantaba la cabeza y la movía de derecha a izquierda. Confidencias de pleitos, de recomendaciones fallidas y de sentencias contrarias. Peleteiro da Bouza había encontrado quien lo comprendiera.
¡Bien podía haber sido hijo suyo primogénito aquel gallo y no el Eusebio, que tan ásperamente lo había apartado de su afición a las contiendas jurídicas! Y todavía más: el Eusebio se había hecho amigo de todos los vecinos con los que pleiteara su padre, mientras que el gallo, cuando veía pasar alguno, se subía a la cancilla de la era, y le cantaba airado y amenazador. Peleteiro se alegraba de tener aquel defensor, y solamente se lamentaba de no entender los insultos que el gallo lanzaba contra sus antiguos contrincantes. Con las primeras lluvias del otoño, Peleteiro cayó en cama con unas fiebres altas y vómitos. El gallo no quería salir de la habitación. Murió Peleteiro, y no se sabe cómo el gallo apareció en el camposanto cuando le daban tierra al viejo pleiteante. Quería meterse en el nicho. El hijo Eusebio decidió matarlo y comerlo con arroz. Ya en la mesa con toda la familia tuvo un escrúpulo, y antes de probar el primer bocado se santiguó comentando que mejor hubiera sido cocinarlo con agua bendita.
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