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Zapatos de cristal - Ana Isabel Conejo

Publicado: 29 Dic 2018 13:52
por sergio,
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Editorial: Hiperión
80 páginas
Año: 2008
ISBN: 978-8475179384
Precio: 8€
Ana Isabel Conejo estudió Ciencias Biológicas y es profesora en un Instituto de Enseñanza Secundaria. Ha publicado los libros de poemas Umbral, Prisión o llama, Ciclos, Grises, Vidrios, vasos, luz, tardes, Atlas, Colores y Rostros por los que ha recibido diversos premios. También ha publicado varias novelas juveniles en colaboración con Javier Pelegrín. Como ganadora de los premios "Hiperión", con Atlas, "Antonio Machado en Baeza" con Rostros y "Alfons el Magnànim"-Valencia con Zapatos de cristal, éste es su tercer libro publicado en la colección de "poesía Hiperión".

Re: Zapatos de cristal - Ana Isabel Conejo

Publicado: 29 Dic 2018 13:54
por sergio,
Así como Concierto para violín y cuerpo roto (hilo en el foro aquí) me gustó muchísimo, este no tanto. Me pareció un poco naif y, en cuanto a la temática, un poco batiburrillo (trata temas aparentemente inconexos o su unión me pareció muy casual). Dejo por aquí cuatro poemas:

LA BELLA DURMIENTE DEL BOSQUE, III:

Toda torre contiene una escalera
de caracol. el tiempo es una torre
que se pierde en la altura, y la esperanza
tiene el color azul de lo perdido.

Entonces, trataré de recordar.
Mi padre había prohibido las ruecas en palacio,
las madejas de seda, los cuentos de hilanderas.
Yo crecí sin saber qué era el destino.
Entraban y salían de mis ojos
pájaros solitarios.
Yo amaba su negrura,
les dejaba comida en el invierno.
La vida era la vida,
pájaros solitarios
entraban y salían de mis ojos,
y así entendía yo la libertad.

Pero soñé con una rueca vieja
y lamenté no haber nunca aprendido
a hilar. Y vi en el suelo
la lana cruda de lo inevitable
esperando un sentido de mis manos
una voluntad firme
para cambiar su forma.

Muchos opinarán que fui muy torpe
pinchándome en el huso,
que la fatalidad me perseguía

No es cierto.
El corazón elige sus errores,
yo sorprendí a la aguja con mi sangre.

La rueca estaba allí
porque yo la ignoraba.

LA BELLA DURMIENTE DEL BOSQUE, IV

En la buhardilla roja del llanto de mi padre aprendí
el silencio de los buhos,
en el humo azulado de su cigarro a medias supe
el significado de la debilidad,
los perros sin collar que andaban por sus ojos
me enseñaron el arte de la supervivencia,
sus pies sobre la arena la luz de las espumas.

Uno termina siendo lo que temió su padre,
su sueño iluminando tenuemente la noche con un temblor
vacío de estrellas.
Para ser otra cosa hay que volver a andar
por todos los caminos,
recoger las señales que dejamos,
las miguitas de pan, las piedras blancas.

Dormidos sobre el nombre de nuestra enfermedad,
sobre la insipidez de los diagnósticos,
sobre el listado equívoco de causas y de efectos,
regresar muy despacio a la inocencia
de los que cazan grandes animales,
ser la lente que enfoca
a las constelaciones.
Para hallarse a uno mismo
hay que perderlo todo.

IRAK

Entre los nombres verdes y lentos de dos ríos
están ellos. Descienden
de los inventores de diluvios
y océanos de espigas,
de los que, lustro a lustro, esculpieron en los muros marinos
de la ciudad de todos los excesos
un friso innumerable de leones alados.

Ahora oigo llantos de manos por las noches,
sollozos de mujeres alcanzadas
por los sofisticados proyectiles de la Justicia con mayúsculas
lanzados al azar desde pulcros despachos,

y me pregunto si el hambre no es un arma biológica,
si son tan peligrosos los ojos indignados
de un puñado de hombres,
que haya que hacer bordados de sangre en sus camisas,
si fundar estrategias en los huesos
de los recién nacidos
no viola por azar algún artículo
de la muy respetada convención de Ginebra,

me pregunto qué bombas, qué misiles
nos darán la razón ante esos rostros
abrumados de males evitables,
del espanto
de no tener respuestas
que alimenten los ojos oscuros de los niños,

qué memoria, qué rito,
qué danza silenciosa
de guerreros antiguos
podrá justificarnos...

ALBA

Saludé al día, le canté sus versos
de clavo y azafrán mezclados con harina,
escuché en los corrales la amarilla
claridad de las aves,
vi a los perros de caza rascándose las pulgas.
Saludé al día, saludé a la luz
de su silencio. Nada en la mañana
prometía sorpresas, nada en ella
requería lenguaje.
Lo durable, lo rítmico del mundo
no se dice; se vive desde dentro
con temblores de álamos, de hojas
tocadas levemente por las manos
desnudas de la brisa.
Lo profundo, lo cálido del mundo
no se piensa, se escucha
como se escucha el mar. Sólo lo extraño
precisa la palabra:
los súbditos de un reino convertidos
en piedras negras,
las islas de metal, los genios malos.