Luis Cernuda
Moderadores: Tessia, lunallena
Re: Luis Cernuda
Mi poema favorito de Cernuda es Donde habite el olvido, es uno de esos poemas recurrentes en la memoria que me viene solo cuando estoy en determinado estado animico:
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Re: Luis Cernuda
Buscaba Ocnos pero no di con él, a ver si por Oviedo lo encuentro, el libro que estoy leyendo lo menciona mucho, la verdad...cuanto más y más leo de Luis Cernuda más me enamora, me gustan sus poemas y me gusta sobre todo su manera de ser.
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Re: Luis Cernuda
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Yo tengo una edicion muy antigua de la Editorial Taurus.
Prueba a ver en Iberlibro. http://www.iberlibro.com/servlet/Search ... os&x=0&y=0
Re: Luis Cernuda
Gracias Julia, lo acabo de encargar por Iberlibro, además me sale muy bien de precio, a 10,50. Si me llega pronto aparco la biografía para leerlo primero porque en la biografía habla mucho de poemas que aparecen en Ocnos y que no conozco, asi me va a gustar el doble.
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Re: Luis Cernuda
Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo,
dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.
Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.
Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo,
dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.
Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.
Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.
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Re: Luis Cernuda
Gracias por la poesía, Sunrise.
Una de las mejores de Cernuda, que tantas poesías excelentes nos dio.
Es perfecta y conmovedora de principio a fin.
Una de las mejores de Cernuda, que tantas poesías excelentes nos dio.
Es perfecta y conmovedora de principio a fin.
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- Aben Razín
- Vivo aquí
- Mensajes: 57437
- Registrado: 19 Feb 2009 14:28
- Ubicación: Al lado del Torico.
Re: Luis Cernuda
Gracias, Sunrise y a todos los que habéis puesto alguna poesía de Luis Cernuda...
Ya lo habéis comentado algunos en este hilo, tanto su poesía como su forma de ser son realmente seductoras...
De vez en cuando, sumergirse en su poesía es un lujo en estos tiempos que corren...
Ya lo habéis comentado algunos en este hilo, tanto su poesía como su forma de ser son realmente seductoras...
De vez en cuando, sumergirse en su poesía es un lujo en estos tiempos que corren...
Pasado: El coraje de ser de Mónica Cavallé.
Presente: Los perdedores de la Historia de España de Fernando García de Cortázar.
Futuro: La deseada de Maryse Condé.
Presente: Los perdedores de la Historia de España de Fernando García de Cortázar.
Futuro: La deseada de Maryse Condé.
Re: Luis Cernuda
Si que tiene poemas preciosos, acabo el año con él y lo empiezo con él también. Me ha llegado hoy "Ocnos", que lo tenía encargado, estoy segura de que me va a gustar muchísimo.
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Re: Luis Cernuda
Bueno, teniendo en cuenta el día que es subo este extraordinario poema de Cernuda, "La adoración de los Magos". Es muy largo, pero resiste mal fragmentar poesía de tal calidad.
LA ADORACION DE LOS MAGOS
I
VIGILIA
Melchor
La soledad. La noche. La terraza.
La luna silenciosa en las columnas.
Junto al vino y las frutas, mi cansancio.
Todo lo cansa el tiempo, hasta la dicha
Perdido su sabor después amarga,
Y hoy sólo encuentro en los demás mentira,
Aquí en mi pecho aburrimiento y miedo.
Si la leyenda mágica se hiciera
Realidad algún día...
La profética
Estrella, que naciendo de las sombras
Pura y clara, trazara sobre el cielo,
Tal sobre faz etíope una lágrima,
La estela misteriosa de los dioses.
Ha de encarnarse la verdad divina
Donde oriente esa luz.
¿Será la magia,
Ida la juventud con su deseo,
Posible todavía? Si yo pienso
Aquí bajo los ojos de la noche,
No es menor maravilla; si yo vivo,
Bien puede un Dios vivir sobre nosotros.
Mas nunca nos consuela un pensamiento,
Sino la gracia muda de las cosas.
Qué dulce está la noche. Cuando el aire
A la terraza trae desde lejos
Un aroma de nardo, y como un eco
El són adormecido de las aguas,
Siento animarse en mí la forma vaga
De la edad juvenil con su dulzura.
Así el tiempo sin fondo arroja el hombre
Consuelos ilusorios, penas ciertas,
Y así alienta el deseo. Un cuerpo solo,
Arrullando su miedo y su esperanza,
Desde la sombra pasa hacia la sombra.
Mas tengo sed. ¡Lágrimas de la viña,
Frescas al labio con frescor ardiente,
Tal si un rayo de sol atravesara
La neblina! ¡Delicia de los frutos
De piel tersa y oscura, como un cuerpo
Ofrecido en la rama del deseo!
Señor, danos la paz de los deseos
Satisfechos, de las vidas cumplidas.
Ser tal la flor que nace y luego abierta
Respira en paz, cantando bajo el cielo
Con luz de sol, aunque la muerte exista:
La cima ha de anegarse en la ladera.
Demonio
Gloria a Dios en las alturas del cielo,
Tierra sobre los hombres en su infierno.
Melchor
Sin que su abismo lo profane el alba,
Pálida está la noche. Y esa estrella
Más pura que los rayos matinales,
Al dar su luz palpita como sangre
Manando alegremente de la herida.
¡Pronto, Eleazar, aquí!
Hombres que duermen
Y de un sueño de siglos Dios despierta...
Que enciendan las hogueras en los montes,
Llevando el fuego rápido la nueva
A las lindes de reinos tributarios.
Al alba he de partir. Y que la muerte
No me ciegue, mi Dios, sin contemplarte.
II
LOS REYES
Baltasar
Como pastores nómadas, cuando hiere la espada
del invierno,
Tras una estrella incierta vamos, atravesando
de noche los desiertos,
Acampados de día junto al muro de alguna
ciudad muerta,
Donde aúllan chacales; mientras, abandonada
nuestra tierra,
Sale su cetro a plaza, para ambiciosos o charlatanes
que aún exploten
El viejo afán humano de atropellar la ley, el
orden.
Buscamos la verdad, aunque verdades en abstracto
son cosa innecesaria,
Lujo de soñadores, cuando bastan menudas
verdades acordadas.
Mala cosa es tener el corazón henchido hasta
dar voces, clamar por la verdad, por la justicia.
No se hizo el profeta para el mundo, sino el
dúctil sofista
Que toma el mundo como va: guerras, esclavitudes,
cárceles y verdugos
Son cosas naturales, y la verdad es sueño, menos
que sueño, humo.
Gaspar
Amo el jardín, cuando abren las flores serenas
del otoño,
El rumor de los árboles, cuya cima dora la luz
toda reposo,
Mientras por la avenida el agua esbelta baila
sobre el mármol
Y a lo lejos se escucha, entre el aire más denso,
un pájaro.
Cuando la noche llega, y desde el río un viento
frío corre
Sobre la piel desnuda, llama la casa al hombre,
Hecha voz tibia, entreabiertos sus muros como
una concha oscura,
Con la perla del fuego, donde sueño y deseo
juntan sus luces puras.
Un cuerpo virgen junto al lecho aguarda desnudo,
temeroso,
Los brazos del amante, cuando a la madrugada
penetra y duele el gozo.
Esto es la vida. ¿Qué importan la verdad o el
poder junto a esto?
Vivo estoy. Dejadme así pasar el tiempo en
embeleso.
Melchor
No hay poder sino en Dios, en Dios sólo perdura
la delicia;
El mar fuerte es su brazo, la luz alegre su sonrisa.
Dejad que el ambicioso con sus torres alzadas
oscurezca la tierra;
Pasto serán del huracán, con polvo y sombra
confundiéndolas.
Dejad que el lujurioso bese y muerda, espasmo
tras espasmo;
Allá en lo hondo siente la indiferencia virgen
de los huesos castrados.
¿Por qué os doléis, ¡oh reyes!, del poder y la
dicha que atrás quedan?
Aunque mi vida es vieja no vive en el pasado,
sino espera;
Espera los momentos más dulces, cuando al alma
regale
La gracia, y el cuerpo sea al fin risueño, hermoso
e ignorante.
Abandonad el oro y los perfumes, que el oro
pesa y los aromas aniquilan.
Adonde brilla desnuda la verdad nada se necesita.
Baltasar
Antífona elocuente, retórica profética de raza
a quien escapa con el poder la vida.
Pero mi pueblo es joven, es fuerte, y diferente
del tuyo israelita.
Gaspar
Si el beso y si la rosa codicio, indiferente hacia
los dioses todos,
Es porque beso y rosa pasan. Son más dulces
los efímeros gozos.
Melchor
¡Locos enamorados de las sombras! ¿Olvidáis,
tributarios,
Cómo son vuestros reinos del mío, que aún
puedo sujetaros
A seguir entre siervos descalzos, el rumbo de
mi estrella?
¿Qué es soberbia o lujuria ante el miedo, el
gran pecado, la fuerza de la tierra?
Baltasar
Con tu verdad pudiera, si la hallamos, alzar
un gran imperio.
Gaspar
Tal vez esa verdad, como una primavera, abra
rojos deseos.
III
PALINODIA DE LA
ESPERANZA DIVINA
Era aquel que cruzábamos, camino
Abandonado entre arenales,
Con una higuera seca, un pozo, y el asilo
De una choza desierta bajo el frío.
Lejos, subiendo entre unos riscos,
Iba el pastor junto a sus flacas cabras negras.
Cuando tras de la noche larga la luz vino,
Irisando la escarcha sobre nuestros vestidos,
Faltas de convicción, las cosas escaparon
Tal en un sueño interrumpido.
Padecíamos hambre, gran fatiga.
Al lado de la choza hallamos una viña
Donde un racimo quedaba todavía,
Seco, que ni los pájaros habían
Querido. Nosotros lo tomamos:
De polvo y agrio vino el paladar teñía.
Era bueno el descanso, pero
En quietud la indiferencia del paisaje aísla,
Y añoramos la marcha, la fiebre de la ida.
Vimos la estrella hacia lo alto,
Que estaba inmóvil, pálida como el agua
En la irrupción del día, una respuesta dando
Con su brillo tardío del milagro
Sobre la choza. Los muros sin cobijo
Y el dintel roto, se abrían hacia el campo,
Desvalidos. Nuestro fervor helado
Se volvió tal viento de aquel páramo.
Dimos el alto. Todos descabalgaron.
Al entrar en la choza, refugiados,
Una mujer y un viejo sólo hallamos.
Pero alguien más había en la cabaña:
Un niño entre sus brazos la mujer guardaba.
Esperamos un dios, una presencia
Radiante e imperiosa, cuya vista es la gracia,
Y cuya privación idéntica a la noche
Del amante celoso sin la amada.
Hallamos una vida como la nuestra humana,
Gritando lastimosa, con ojos que miraban
Dolientes, bajo el peso de su alma
Sometida al destino de las almas,
Cosecha que la muerte ha de segarla.
Nuestros dones, aromas delicados y metales
puros,
Dejamos sobre el polvo, tal si la ofrenda rica
Pudiera hacer el dios. Pero ninguno
De nosotros su fe viva mantuvo,
Y la verdad buscada sin valor quedó toda,
El mundo pobre fué, enfermo, oscuro.
Añoramos nuestra corte pomposa, las luchas y
las guerras,
O las salas templadas, los baños, la sedosa
Carne propicia de cuerpos aún no adultos,
O el reposo del tiempo en el jardín nocturno,
Y quisimos ser hombres sin adorar a dios alguno.
IV
SOBRE EL TIEMPO PASADO
Mira cómo la luz amarilla de la tarde
Se tiende con abrazo largo sobre la tierra
De la ladera, dorando el gris de los olivos
Otoñales, ya henchidos por los frutos maduros;
Mira allá las marismas de niebla luminosa.
Aquí, año tras año, nuestra vida transcurre,
Llevando los rebaños de día por el llano,
Junto al herboso cauce del agua enfebrecida;
De noche hacia el abrigo del redil y la choza.
Nunca vienen los hombres por estas soledades,
Y apenas si una vez les vemos en el zoco
Del mercado vecino, cuando abre la semana.
Esta paz es bien dulce. Callada va la alondra
Al gozar de sus alas entre los aires claros.
Mas la paz, que a las cosas en ocio santifica,
Aviva para el hombre cosecha de recuerdos.
Tiempo atrás, siendo joven, divisé una mañana
Cruzar por la llanura un extraño cortejo:
Jinetes en camellos, cubiertos de ropajes
Cenicientos, que daban un destello de oro.
Venían de los montes, pasados los desiertos,
De los reinos que lindan con el mar y las nieves,
Por eso era su marcha cansada sobre el polvo
Y en sus ojos dormía una pregunta triste.
Eran reyes que el ocio y poder enloquecieron,
En la noche, siguiendo el rumbo de una estrella,
Heraldo de otro reino más rico que los suyos.
Pero vieron la estrella pararse en este llano,
Sobre la choza vieja, albergue de pastores.
Entonces fué refugio dulce entre los caminos
De una mujer y un hombre sin hogar ni dineros:
Un hijo blanco y débil les dió la madrugada.
El grito de las bestias acampando en el lleno
Resonó con las voces en extraños idiomas,
Y al entrar en la choza descubrieron los reyes
La miseria del hombre, de que antes no sabían.
Luego, como quien huye, el regreso emprendieron.
También los caminantes pasaron a otras tierras
Con su niño en los brazos. Nada supe de ellos.
Soles y lunas hubo. Joven fuí. Viejo soy.
Gentes en el mercado hablaron de los reyes:
Uno muerto á regreso, de su tierra distante;
Otro, perdido el trono, esclavo fué, o mendigo;
Otro a solas viviendo, presa de la tristeza.
Buscaban un dios nuevo, y dicen que le hallaron.
Yo apenas vi a los hombres; jamás he visto
dioses.
¿Cómo ha de ver los dioses un pastor ignorante?
Mira el sol desangrado que se pone a lo lejos.
V
EPITAFIO
La delicia, el poder, el pensamiento,
Aquí descansan. Ya la fiebre es ida.
Buscaron la verdad, pero al hallarla
No creyeron en ella.
Ahora la muerte acuna sus deseos,
Saciándolos al fin. No compadezcas
Su sino, más feliz que el de los dioses
Sempiternos, arriba.
LA ADORACION DE LOS MAGOS
I
VIGILIA
Melchor
La soledad. La noche. La terraza.
La luna silenciosa en las columnas.
Junto al vino y las frutas, mi cansancio.
Todo lo cansa el tiempo, hasta la dicha
Perdido su sabor después amarga,
Y hoy sólo encuentro en los demás mentira,
Aquí en mi pecho aburrimiento y miedo.
Si la leyenda mágica se hiciera
Realidad algún día...
La profética
Estrella, que naciendo de las sombras
Pura y clara, trazara sobre el cielo,
Tal sobre faz etíope una lágrima,
La estela misteriosa de los dioses.
Ha de encarnarse la verdad divina
Donde oriente esa luz.
¿Será la magia,
Ida la juventud con su deseo,
Posible todavía? Si yo pienso
Aquí bajo los ojos de la noche,
No es menor maravilla; si yo vivo,
Bien puede un Dios vivir sobre nosotros.
Mas nunca nos consuela un pensamiento,
Sino la gracia muda de las cosas.
Qué dulce está la noche. Cuando el aire
A la terraza trae desde lejos
Un aroma de nardo, y como un eco
El són adormecido de las aguas,
Siento animarse en mí la forma vaga
De la edad juvenil con su dulzura.
Así el tiempo sin fondo arroja el hombre
Consuelos ilusorios, penas ciertas,
Y así alienta el deseo. Un cuerpo solo,
Arrullando su miedo y su esperanza,
Desde la sombra pasa hacia la sombra.
Mas tengo sed. ¡Lágrimas de la viña,
Frescas al labio con frescor ardiente,
Tal si un rayo de sol atravesara
La neblina! ¡Delicia de los frutos
De piel tersa y oscura, como un cuerpo
Ofrecido en la rama del deseo!
Señor, danos la paz de los deseos
Satisfechos, de las vidas cumplidas.
Ser tal la flor que nace y luego abierta
Respira en paz, cantando bajo el cielo
Con luz de sol, aunque la muerte exista:
La cima ha de anegarse en la ladera.
Demonio
Gloria a Dios en las alturas del cielo,
Tierra sobre los hombres en su infierno.
Melchor
Sin que su abismo lo profane el alba,
Pálida está la noche. Y esa estrella
Más pura que los rayos matinales,
Al dar su luz palpita como sangre
Manando alegremente de la herida.
¡Pronto, Eleazar, aquí!
Hombres que duermen
Y de un sueño de siglos Dios despierta...
Que enciendan las hogueras en los montes,
Llevando el fuego rápido la nueva
A las lindes de reinos tributarios.
Al alba he de partir. Y que la muerte
No me ciegue, mi Dios, sin contemplarte.
II
LOS REYES
Baltasar
Como pastores nómadas, cuando hiere la espada
del invierno,
Tras una estrella incierta vamos, atravesando
de noche los desiertos,
Acampados de día junto al muro de alguna
ciudad muerta,
Donde aúllan chacales; mientras, abandonada
nuestra tierra,
Sale su cetro a plaza, para ambiciosos o charlatanes
que aún exploten
El viejo afán humano de atropellar la ley, el
orden.
Buscamos la verdad, aunque verdades en abstracto
son cosa innecesaria,
Lujo de soñadores, cuando bastan menudas
verdades acordadas.
Mala cosa es tener el corazón henchido hasta
dar voces, clamar por la verdad, por la justicia.
No se hizo el profeta para el mundo, sino el
dúctil sofista
Que toma el mundo como va: guerras, esclavitudes,
cárceles y verdugos
Son cosas naturales, y la verdad es sueño, menos
que sueño, humo.
Gaspar
Amo el jardín, cuando abren las flores serenas
del otoño,
El rumor de los árboles, cuya cima dora la luz
toda reposo,
Mientras por la avenida el agua esbelta baila
sobre el mármol
Y a lo lejos se escucha, entre el aire más denso,
un pájaro.
Cuando la noche llega, y desde el río un viento
frío corre
Sobre la piel desnuda, llama la casa al hombre,
Hecha voz tibia, entreabiertos sus muros como
una concha oscura,
Con la perla del fuego, donde sueño y deseo
juntan sus luces puras.
Un cuerpo virgen junto al lecho aguarda desnudo,
temeroso,
Los brazos del amante, cuando a la madrugada
penetra y duele el gozo.
Esto es la vida. ¿Qué importan la verdad o el
poder junto a esto?
Vivo estoy. Dejadme así pasar el tiempo en
embeleso.
Melchor
No hay poder sino en Dios, en Dios sólo perdura
la delicia;
El mar fuerte es su brazo, la luz alegre su sonrisa.
Dejad que el ambicioso con sus torres alzadas
oscurezca la tierra;
Pasto serán del huracán, con polvo y sombra
confundiéndolas.
Dejad que el lujurioso bese y muerda, espasmo
tras espasmo;
Allá en lo hondo siente la indiferencia virgen
de los huesos castrados.
¿Por qué os doléis, ¡oh reyes!, del poder y la
dicha que atrás quedan?
Aunque mi vida es vieja no vive en el pasado,
sino espera;
Espera los momentos más dulces, cuando al alma
regale
La gracia, y el cuerpo sea al fin risueño, hermoso
e ignorante.
Abandonad el oro y los perfumes, que el oro
pesa y los aromas aniquilan.
Adonde brilla desnuda la verdad nada se necesita.
Baltasar
Antífona elocuente, retórica profética de raza
a quien escapa con el poder la vida.
Pero mi pueblo es joven, es fuerte, y diferente
del tuyo israelita.
Gaspar
Si el beso y si la rosa codicio, indiferente hacia
los dioses todos,
Es porque beso y rosa pasan. Son más dulces
los efímeros gozos.
Melchor
¡Locos enamorados de las sombras! ¿Olvidáis,
tributarios,
Cómo son vuestros reinos del mío, que aún
puedo sujetaros
A seguir entre siervos descalzos, el rumbo de
mi estrella?
¿Qué es soberbia o lujuria ante el miedo, el
gran pecado, la fuerza de la tierra?
Baltasar
Con tu verdad pudiera, si la hallamos, alzar
un gran imperio.
Gaspar
Tal vez esa verdad, como una primavera, abra
rojos deseos.
III
PALINODIA DE LA
ESPERANZA DIVINA
Era aquel que cruzábamos, camino
Abandonado entre arenales,
Con una higuera seca, un pozo, y el asilo
De una choza desierta bajo el frío.
Lejos, subiendo entre unos riscos,
Iba el pastor junto a sus flacas cabras negras.
Cuando tras de la noche larga la luz vino,
Irisando la escarcha sobre nuestros vestidos,
Faltas de convicción, las cosas escaparon
Tal en un sueño interrumpido.
Padecíamos hambre, gran fatiga.
Al lado de la choza hallamos una viña
Donde un racimo quedaba todavía,
Seco, que ni los pájaros habían
Querido. Nosotros lo tomamos:
De polvo y agrio vino el paladar teñía.
Era bueno el descanso, pero
En quietud la indiferencia del paisaje aísla,
Y añoramos la marcha, la fiebre de la ida.
Vimos la estrella hacia lo alto,
Que estaba inmóvil, pálida como el agua
En la irrupción del día, una respuesta dando
Con su brillo tardío del milagro
Sobre la choza. Los muros sin cobijo
Y el dintel roto, se abrían hacia el campo,
Desvalidos. Nuestro fervor helado
Se volvió tal viento de aquel páramo.
Dimos el alto. Todos descabalgaron.
Al entrar en la choza, refugiados,
Una mujer y un viejo sólo hallamos.
Pero alguien más había en la cabaña:
Un niño entre sus brazos la mujer guardaba.
Esperamos un dios, una presencia
Radiante e imperiosa, cuya vista es la gracia,
Y cuya privación idéntica a la noche
Del amante celoso sin la amada.
Hallamos una vida como la nuestra humana,
Gritando lastimosa, con ojos que miraban
Dolientes, bajo el peso de su alma
Sometida al destino de las almas,
Cosecha que la muerte ha de segarla.
Nuestros dones, aromas delicados y metales
puros,
Dejamos sobre el polvo, tal si la ofrenda rica
Pudiera hacer el dios. Pero ninguno
De nosotros su fe viva mantuvo,
Y la verdad buscada sin valor quedó toda,
El mundo pobre fué, enfermo, oscuro.
Añoramos nuestra corte pomposa, las luchas y
las guerras,
O las salas templadas, los baños, la sedosa
Carne propicia de cuerpos aún no adultos,
O el reposo del tiempo en el jardín nocturno,
Y quisimos ser hombres sin adorar a dios alguno.
IV
SOBRE EL TIEMPO PASADO
Mira cómo la luz amarilla de la tarde
Se tiende con abrazo largo sobre la tierra
De la ladera, dorando el gris de los olivos
Otoñales, ya henchidos por los frutos maduros;
Mira allá las marismas de niebla luminosa.
Aquí, año tras año, nuestra vida transcurre,
Llevando los rebaños de día por el llano,
Junto al herboso cauce del agua enfebrecida;
De noche hacia el abrigo del redil y la choza.
Nunca vienen los hombres por estas soledades,
Y apenas si una vez les vemos en el zoco
Del mercado vecino, cuando abre la semana.
Esta paz es bien dulce. Callada va la alondra
Al gozar de sus alas entre los aires claros.
Mas la paz, que a las cosas en ocio santifica,
Aviva para el hombre cosecha de recuerdos.
Tiempo atrás, siendo joven, divisé una mañana
Cruzar por la llanura un extraño cortejo:
Jinetes en camellos, cubiertos de ropajes
Cenicientos, que daban un destello de oro.
Venían de los montes, pasados los desiertos,
De los reinos que lindan con el mar y las nieves,
Por eso era su marcha cansada sobre el polvo
Y en sus ojos dormía una pregunta triste.
Eran reyes que el ocio y poder enloquecieron,
En la noche, siguiendo el rumbo de una estrella,
Heraldo de otro reino más rico que los suyos.
Pero vieron la estrella pararse en este llano,
Sobre la choza vieja, albergue de pastores.
Entonces fué refugio dulce entre los caminos
De una mujer y un hombre sin hogar ni dineros:
Un hijo blanco y débil les dió la madrugada.
El grito de las bestias acampando en el lleno
Resonó con las voces en extraños idiomas,
Y al entrar en la choza descubrieron los reyes
La miseria del hombre, de que antes no sabían.
Luego, como quien huye, el regreso emprendieron.
También los caminantes pasaron a otras tierras
Con su niño en los brazos. Nada supe de ellos.
Soles y lunas hubo. Joven fuí. Viejo soy.
Gentes en el mercado hablaron de los reyes:
Uno muerto á regreso, de su tierra distante;
Otro, perdido el trono, esclavo fué, o mendigo;
Otro a solas viviendo, presa de la tristeza.
Buscaban un dios nuevo, y dicen que le hallaron.
Yo apenas vi a los hombres; jamás he visto
dioses.
¿Cómo ha de ver los dioses un pastor ignorante?
Mira el sol desangrado que se pone a lo lejos.
V
EPITAFIO
La delicia, el poder, el pensamiento,
Aquí descansan. Ya la fiebre es ida.
Buscaron la verdad, pero al hallarla
No creyeron en ella.
Ahora la muerte acuna sus deseos,
Saciándolos al fin. No compadezcas
Su sino, más feliz que el de los dioses
Sempiternos, arriba.
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Re: Luis Cernuda
Cómo llenarte, soledad
Cómo llenarte, soledad,
sino contigo misma...
De niño, entre las pobres guaridas de la tierra,
quieto en ángulo oscuro,
buscaba en ti, encendida guirnalda,
mis auroras futuras y furtivos nocturnos,
y en ti los vislumbraba,
naturales y exactos, también libres y fieles,
a semejanza mía,
a semejanza tuya, eterna soledad.
Me perdí luego por la tierra injusta
como quien busca amigos o ignorados amantes;
diverso con el mundo,
fui luz serena y anhelo desbocado,
y en la lluvia sombría o en el sol evidente
quería una verdad que a ti te traicionase,
olvidando en mi afán
cómo las alas fugitivas su propia nube crean.
Y al velarse a mis ojos
con nubes sobre nubes de otoño desbordado
la luz de aquellos días en ti misma entrevistos,
te negué por bien poco;
por menudos amores ni ciertos ni fingidos,
por quietas amistades de sillón y de gesto,
por un nombre de reducida cola en un mundo fantasma,
por los viejos placeres prohibidos
como los permitidos nauseabundos,
útiles solamente para el elegante salón susurrado,
en bocas de mentira y palabras de hielo.
Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona
que yo fui,
que yo mismo manché con aquellas juveniles traiciones;
por ti me encuentro ahora, constelados hallazgos,
limpios de otro deseo,
el sol, mi dios, la noche rumorosa,
la lluvia, intimidad de siempre,
el bosque y su alentar pagano,
el mar, el mar como su nombre hermoso;
y sobre todo ellos,
cuerpo oscuro y esbelto,
te encuentro a ti, tú, soledad tan mía,
y tú me das fuerza y debilidad
como el ave cansada los brazos de la piedra.
Acodado al balcón miro insaciable el oleaje,
oigo sus oscuras imprecaciones,
contemplo sus blancas caricias;
y erguido desde cuna vigilante
soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres,
por quienes vivo, aún cuando no los vea;
y así, lejos de ellos,
ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres,
roncas y violentas como el mar, mi morada,
puras ante la espera de una revolución ardiente
o rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo
cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista.
Tú, verdad solitaria,
transparente pasión, mi soledad de siempre,
eres inmenso abrazo;
el sol, el mar,
la oscuridad, la estepa,
el hombre y su deseo,
la airada muchedumbre,
¿qué son sino tú misma?
Por ti, mi soledad, los busqué un día;
en ti, mi soledad, los amo ahora.
Cómo llenarte, soledad,
sino contigo misma...
De niño, entre las pobres guaridas de la tierra,
quieto en ángulo oscuro,
buscaba en ti, encendida guirnalda,
mis auroras futuras y furtivos nocturnos,
y en ti los vislumbraba,
naturales y exactos, también libres y fieles,
a semejanza mía,
a semejanza tuya, eterna soledad.
Me perdí luego por la tierra injusta
como quien busca amigos o ignorados amantes;
diverso con el mundo,
fui luz serena y anhelo desbocado,
y en la lluvia sombría o en el sol evidente
quería una verdad que a ti te traicionase,
olvidando en mi afán
cómo las alas fugitivas su propia nube crean.
Y al velarse a mis ojos
con nubes sobre nubes de otoño desbordado
la luz de aquellos días en ti misma entrevistos,
te negué por bien poco;
por menudos amores ni ciertos ni fingidos,
por quietas amistades de sillón y de gesto,
por un nombre de reducida cola en un mundo fantasma,
por los viejos placeres prohibidos
como los permitidos nauseabundos,
útiles solamente para el elegante salón susurrado,
en bocas de mentira y palabras de hielo.
Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona
que yo fui,
que yo mismo manché con aquellas juveniles traiciones;
por ti me encuentro ahora, constelados hallazgos,
limpios de otro deseo,
el sol, mi dios, la noche rumorosa,
la lluvia, intimidad de siempre,
el bosque y su alentar pagano,
el mar, el mar como su nombre hermoso;
y sobre todo ellos,
cuerpo oscuro y esbelto,
te encuentro a ti, tú, soledad tan mía,
y tú me das fuerza y debilidad
como el ave cansada los brazos de la piedra.
Acodado al balcón miro insaciable el oleaje,
oigo sus oscuras imprecaciones,
contemplo sus blancas caricias;
y erguido desde cuna vigilante
soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres,
por quienes vivo, aún cuando no los vea;
y así, lejos de ellos,
ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres,
roncas y violentas como el mar, mi morada,
puras ante la espera de una revolución ardiente
o rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo
cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista.
Tú, verdad solitaria,
transparente pasión, mi soledad de siempre,
eres inmenso abrazo;
el sol, el mar,
la oscuridad, la estepa,
el hombre y su deseo,
la airada muchedumbre,
¿qué son sino tú misma?
Por ti, mi soledad, los busqué un día;
en ti, mi soledad, los amo ahora.
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- Aben Razín
- Vivo aquí
- Mensajes: 57437
- Registrado: 19 Feb 2009 14:28
- Ubicación: Al lado del Torico.
Re: Luis Cernuda
¡Madre mía, qué maravilla de poema nos has puesto Ionescu!
¡Ah, claro es Luis Cernuda!... con esto, está ya dicho casi todo...
¡Ah, claro es Luis Cernuda!... con esto, está ya dicho casi todo...
Pasado: El coraje de ser de Mónica Cavallé.
Presente: Los perdedores de la Historia de España de Fernando García de Cortázar.
Futuro: La deseada de Maryse Condé.
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Re: Luis Cernuda
Gracias, Aben, a mí particularmente me encanta, aunque no tiene mérito plasmarlo aquí, qué mas quisiera que escribir de bien una décima parte de como lo hacía Cernuda.
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- Aben Razín
- Vivo aquí
- Mensajes: 57437
- Registrado: 19 Feb 2009 14:28
- Ubicación: Al lado del Torico.
Re: Luis Cernuda
¡Bueno, Ionescu! ¡Todo se andará!...Ionescu escribió: Gracias, Aben, a mí particularmente me encanta, aunque no tiene mérito plasmarlo aquí, qué mas quisiera que escribir de bien una décima parte de como lo hacía Cernuda.
Pasado: El coraje de ser de Mónica Cavallé.
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Re: Luis Cernuda
UN ESPAÑOL HABLA DE SU TIERRA
Las playas, parameras
al rubio sol durmiendo,
los oteros, las vegas
en paz, a solas, lejos;
los castillos, ermitas,
cortijos y conventos,
la vida con la historia,
tan dulces al recuerdo,
ellos, los vencedores
Caínes sempiternos,
de todo me arrancaron.
Me dejan el destierro.
Una mano divina
tú tierra alzó en mi cuerpo
y allí la voz dispuso
que hablase tu silencio.
Contigo solo estaba,
en ti sola creyendo;
pensar tu nombre ahora
envenena mis sueños.
Amargos son los días
de la vida, viviendo
sólo una larga espera
a fuerza de recuerdos.
Un día, tú ya libre
de la mentira de ellos,
me buscarás. Entonces
¿qué ha de decir un muerto?
Las playas, parameras
al rubio sol durmiendo,
los oteros, las vegas
en paz, a solas, lejos;
los castillos, ermitas,
cortijos y conventos,
la vida con la historia,
tan dulces al recuerdo,
ellos, los vencedores
Caínes sempiternos,
de todo me arrancaron.
Me dejan el destierro.
Una mano divina
tú tierra alzó en mi cuerpo
y allí la voz dispuso
que hablase tu silencio.
Contigo solo estaba,
en ti sola creyendo;
pensar tu nombre ahora
envenena mis sueños.
Amargos son los días
de la vida, viviendo
sólo una larga espera
a fuerza de recuerdos.
Un día, tú ya libre
de la mentira de ellos,
me buscarás. Entonces
¿qué ha de decir un muerto?
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