Episodios Nacionales. Serie 4ª, 5
Pues aquí va la crónica político-taurina de la primera mitad de la quinta de abono del presente ciclo galdosiano, que quizás sea la última, porque, a lo que parece, en la próxima el ruedo ibérico se irá de gira al extranjero.Sinopsis Alianza Editorial: Como ocurriera antes y después con Espartero y Prim, O'DONNELL constituyó en sí toda una época en la era isabelina, problemática y pintoresca. A la precaria y difícil situación política sirven de contrapunto en este episodio los vaivenes de Teresa Villaescusa, frívola muchacha perteneciente a la clase media madrileña cuyos vicios y virtudes reflejan los del país.
"Resuenan todavía en la plaza los ecos del tremendo bullicio con que se remató el pasado festejo. Tras diversas maniobras de la fuerza pública, los espectadores-participantes van ocupando sus nuevas localidades; los “unos” (que antes eran los “otros”) bajan a barrera y se mudan a sombra, mientras los “otros” (que antes eran los “unos”) suben resignados a los tendidos altos y a la solanera. Les queda a estos últimos –y no es poco- el consuelo de saber que peor suerte han corrido los “algunos” (y ahí se cuenta el caso de cierto alguacil que ha recibido paseíllo, descabello y arrastre de mulillas). El cartel de hoy anuncia un interesante mano con mano (más que mano a mano) de dos extraordinarias espadas: la reciente promesa de la tauromaquia hispánica, o sea, el emergente Leopoldito O’Donnell alias “Irlandesito de Lucena”, de la línea moderada, y una vieja gloria, el legendario y consagradísimo matador, el victorioso Baldomero Espartero, campeón de la escuela progresista. En medio de la expectación general los dos toreros salen a los medios y se funden en un emotivo abrazo (que tiene mucho del “por el interés te quiero, Andrés”).
Tocan clarines y timbales. En la arena aparece “Constitucionero”, marcado con el número 1856 del tozudo hierro constitucional español y al que se le pretende una lidia basada en el pitón progresista. En cualquier caso – puesto que “Constitucionero” terminará siendo devuelto a los corrales por exceso de peso y de trapío-, la actuación de los toreros se presenta llena de dificultades. Teniendo como tienen que torear al alimón – con lo difícil que es torear al alimón- los pisotones y estironzotes de capote entre Espartero y O´Donnell menudean más de lo deseable y el espectáculo transcurre poco fluido y bastante zozobrante. Destacan las intervenciones de algunos subalternos de lujo, como Pascualillo Madoz, en la brega del toro “Desamortización II” (un morlaco al que se le da lidia y muerte ante la consternación y lloriqueos de Isabelona y el vaticano disgusto del nuncio papal, quien reputa ilegal haber sacado a plaza semejante cornúpeta -y no le falta razón al buen señor-). Pero lo que no puede ser no puede ser. A la menor oportunidad, la presidencia decreta pañuelo verde para el espada progresista y Espartero se va a hacer esparterinas a Logroño. Queda O’Donnell solo en el ruedo. En su esfuerzo por complacer a todos (empezando por la reinona) funda su propia peña taurina, la llamada “Unión Tauromáquica Liberal”, que busca incluir a los menos moderados de los moderados y a los menos progresistas de los progresistas. Pero… la cosa no convence a quien tiene que convencer. A juicio de la presidencia, el diestro oficiante abusa de los lances por desamortizorinas. Es entonces cuando a la atribulada presidenta le parece oír una voz: “Señora, acuérdese de mí, que eso sí era torear”. Mira al concurrido callejón y es descubrir allí la figura del gran Narváez y gritar Isabelona: “¡Narváez, tú eres mi torero!”. Dicho y hecho. “Irlandesito de Lucena” al callejón y el “Niño de Loja” al albero. “Constitucionero” a chiqueros y el toreo liberal a la porra. Terminada la primera tanda de pases, Narváez se vuelve al palco presidencial y con su gesto algo chulesco parece decir: “¿Ve Ud., Sra.? ¿Ve Ud. como yo no desamortizo?”.
Y así acaba la primera parte del festejo.
Estupenda novela ésta, con un arranque soberbio en el que se relatan los últimos movimientos de la revolución de 1854 y el episodio de Francisco Chico, jefe de la policía de Madrid. Hay momentos inolvidables como la peripecia de un oficial del ejército enfermo de cáncer en el proceso del desarme de la Milicia Nacional o la exposición de los pensamientos del presidente del Consejo de Ministros tras un baile con la reina. Pero por encima de todo destaca el retrato que se hace de la nueva clase burguesa. Y no con tintes positivos precisamente. Hay una enorme vulgaridad, una enorme hipocresía que a veces desemboca en un cinismo enorme. Asistimos a reuniones sociales que son verdaderos tentaderos de novios y de novias, a matrimonios nacidos de la conveniencia y que pronto hacen vida separada (ya se advierte a las mujeres que antes de buscarse un querido se procuren un marido que les sirva de pararrayos; porque lo que a las casadas se les puede tolerar –“no hay en España divorcio pero sí Filipinas”- a las solteras no), la ociosidad de los pudientes, el gusto por ostentar o, si no, por aparentar, la falta de iniciativa, el mamoneo presupuestario…
Si ésta no fuera una novela de Galdós, se diría que parece de Balzac. A lo mejor, aún así puede decirse.
El gran protagonista de la historia es el dinero. Por eso esta cuarta serie tiene necesariamente un tono distinto. No es como la primera, donde se narra la lucha épica contra un invasor; no es como la segunda, donde se cuenta el combate a cara de perro entre la libertad y la tiranía; no es como la tercera, donde se relata una guerra civil cruel, absurda y con episodios de verdadero salvajismo; en la cuarta la historia versa muchas veces sobre algo más “prosaico”: la necesidad fundamental de “comer”, de “tener dinero para comer y para vivir”… Como se dice en la novela: “¡Comer, comer! De esto se trataba, y toda nuestra política no era más que la conjugación de este sustancial verbo”. Todo así resulta más "pedestre" (caramba, pero si el mismo nombre del protagonista no es casual y su comparación con los de anteriores series da una buena pista de por dónde van los tiros: Pepe García Fajardo –nombre más común y rutinario que éste es difícil encontrar, ¿eh?; nada de Gabriel Araceli, Salvador Monsalud o Fernando Calpena; fuera resonancias heroicas-).
En fin, a ver cómo acaba la historia de la Teresita, que a esta pájara también hay que echarle alpiste aparte.