Medianoche

Espacio en el que encontrar los relatos de los foreros, y pistas para quien quiera publicar.

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Mensaje por Medianoche »

Hola a todos. A modo de presentación en el foro, os cuelgo mi nuevo proyecto de novela política de ficción ambientada en un futuro no muy lejano.
Título: Medianoche.
Autor: Yo.
Género: Ciencia ficción política.
Sinopsis: Un gobierno opresor, un futuro decadente y un idealista que ha olvidado sus ideales. ¿Será capaz de recordarlos y enfrentarse al terror?
Personajes: Wayne Deckard y otros que irán apareciendo en el devenir de la historia.
Ambientación: en la futurística Ciudad-Estado de Medianoche.

Medianoche

A la memoria de Philip K. Dick y George Orwell.
Sin su obra nunca se me hubiese ocurrido escribir esta historia.


Prólogo

Wayne Deckard despertó de golpe. Le dolía la cabeza, tenía la lengua pastosa y un amargo sabor a vodka en la boca. A pesar de haberse convertido en algo habitual en los últimos meses, aún no estaba acostumbrado a la resaca de los lunes. Todavía adormilado por su repentino despertar, se incorporó con suavidad de la cama, se acarició la nuca y apoyó los pies en el suelo. La rosácea luz de la aurora se colaba por el ventanal sin persianas de su apartamento, incomodándole. Sintió la imperiosa necesidad de orinar.

- Clap, clap, clap.

Al salir del lavabo, Wayne vio que Billy le esperaba golpeando el cristal de la ventana. Lo miró y éste le hizo gestos para que la levantara. Bill era un joven repartidor de rasgos asiáticos, moreno de pelo y piel y peligrosamente delgado. Le abrió.

- Hola, señor Deckard, ¿qué tal está usted hoy?

- Eso no es asunto tuyo.

- Que brusco que es usted, señor Deckard. En fin, ¿lo de siempre?- preguntó el joven mientras sonreía dejando entrever una boca repleta de dientes podridos.

Aunque ya estaba acostumbrado, Wayne no podía evitar sentir una arcada cada vez que Billy sonreía. Contestó.

- Sí, Bill, lo de siempre.

Con una agilidad felina, el joven repartidor giró sobre su esquelético cuerpo y se puso a rebuscar en la parte trasera de su aeronave. No le llevó mucho tiempo encontrar lo que andaba buscando.

- Tome, señor Deckard, la edición de hoy de La Voz del Círculo y un par de rosquillas. Son dos dólares.

Wayne no contestó. Se limitó a coger el periódico y los dulces y a pagar al chico.

- Que tenga usted un buen día, señor Deckard.

Volvió a ignorarle y cerró la ventana. De nuevo solo, abrió la bolsa con las dos rosquillas, cogió una y comenzó a mordisquearla. Mientras disfrutaba del aceitoso regusto de ésta, volvió a la cama, se tumbó sobre ella y se puso a hojear el periódico. Nunca lo leía, odiaba demasiado al Círculo como para tragarse toda esa porquería propagandística; pero, a pesar de ello, le gustaba comprarlo, le servía para no perder la noción del tiempo. Leyó la fecha en voz baja.

- Seis de mayo de 1232, lunes.

Capítulo 1

Wayne Deckard era un hombre cercano a la cuarentena, alto, moreno y atlético. Tenía además un rasgo muy particular que le diferenciaba del resto de individuos de la ciudad, unos vidriosos ojos grises tan profundos como el brillo de una estrella solitaria. Antes de que el Círculo unificase toda la prensa de la Ciudad-Estado que era Medianoche, Deckard trabajaba como periodista para el diario La Luz de Medianoche. También había escrito algunos libros de cierto éxito, que tras la creación del Ministerio de Las Letras fueron censurados y retirados de la circulación como si nunca hubiesen existido. Por esta afición a las letras y a la literatura, uno de los mayores tesoros que Wayne guardaba en su pequeño apartamento era un libro de historia. De tapas duras ribeteadas con seda negra, la obra, de apenas cincuenta páginas, no poseía título alguno y en el lugar dónde debía aparecer el nombre del autor, únicamente figuraba una palabra: Destino.

- Luz- gritó Wayne con su voz grave.

Con la orden, varias lámparas se encendieron al unísono, llenando la estancia de una claridad artificial. Cuando se acostumbró a ella, Deckard se acercó al escritorio y se sentó a leer en un acolchado sillón de piel. Aunque sabía que cualquier obra de contenido histórico estaba prohibida por el Círculo, Wayne leía cada noche Destino. Le gustaba, le entusiasmaba hacerlo. Incluso el hecho de saber que era un libro ilegal, comprado en uno de esos mercados clandestinos de los suburbios; y saber que si alguien lo encontrase leyéndolo podría mandarlo a la cárcel, hacía la experiencia aún más excitante. Gracias al libro, Wayne conocía el pasado de la humanidad y el por qué de su confinamiento en Medianoche. Lo empezó de nuevo.

“Todo comenzó en el año 2084 de la Segunda Era. Por aquél entonces el mundo se dividía en cinco continentes: África, Asia, Oceanía, Europa y América. Tras superar el peor conflicto bélico de todos los tiempos, La Guerra de Arena, los países y sociedades se reorganizaron en torno a una idea global de progreso, firmando tratados de paz, acuerdos de colaboración. Cargar con tanta sangre y tanta muerte hizo a los hombres reaccionar. Por desgracia, fue demasiado tarde”.

El primer párrafo siempre le hacía reflexionar. Miraba las desgastadas y amarillentas hojas de Destino, las acariciaba con las yemas de los dedos, su rugosa superficie desprendía un dulce regusto a historia. Antes de reiniciar la lectura, Deckard echó mano al cajón de su escritorio y sacó un vaso corto, una botella de vodka medio vacía y una cajetilla de cigarrillos. Se sirvió medio vaso y se encendió un pitillo. Bebió y le dio un par de caladas al tabaco, expulsando una rueda de humo casi perfecta. Después, continuó leyendo.

“Los efectos colaterales de la guerra fueron peores incluso que el propio conflicto. Si con las armas murieron más de quince millones de personas, el virus que éstas dejaron destruyó a la humanidad en sí misma. La Muerte Negra, producto de la radiación, se extendió como una plaga imparable, arrasándolo todo. Para cuando se encontró una cura, únicamente quedaban unos diez millones de personas en todo el planeta”.

Deckard hizo una nueva pausa, se sirvió otro vaso de vodka y apagó el consumido cigarro en el cenicero. La siguiente parte le apasionaba especialmente.

“Desesperados pero con la esperanza de empezar de nuevo, todos los supervivientes se dirigieron a Sudáfrica, a la antigua ciudad de Pretoria. Una vez allí, se establecieron y reconstruyeron buena parte de la misma; cambiando su viejo nombre por otro de marcado carácter simbólico: Medianoche. Desde ese momento se estableció un nuevo calendario, iniciando un nuevo periodo al que denominaron como Segunda Oportunidad de manera informal, y Tercera Era de forma oficial”.

- Ya han pasado más de mil años desde entonces- pensó Wayne mientras saboreaba un trago de vodka.

Decidió no leer más esa noche. Cerró el libro, lo guardó, pidió a la luz que se apagase y se acercó a la ventana; dejando que su vista se perdiese más allá de los cristales. En la calle reinaba el caos. Largas hileras de cochambrosos edificios de grisáceas fachadas se amontonaban unos contra otros, las paredes estaban llenas de pintadas con mensajes contrarios al Círculo, había prostitutas en las esquinas y vagabundos al lado de los contendores de basura. Pensó en los fundadores de Medianoche y sintió pena por ellos; seguro que ninguno de ellos creyó que su utópica ciudad se acabaría convirtiendo en un antro sucio y corrompido. Suspiró, dejó el vaso vacío apoyado en el marco de la ventana y se metió en la cama. Justo en ese instante, una aeronave de la patrulla de reconocimiento policial pasó junto a su ventana, como hacía cada noche. Si hubiese llegado sólo diez minutos antes, Deckard hubiese tenido un problema. Pero no lo hizo, y Wayne pudo dormir tranquilo.
Última edición por Medianoche el 29 Mar 2010 18:36, editado 4 veces en total.
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Berlín
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Re: Medianoche

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Bueno pinta bien. Me lo dejo pendiente para el fin de semana, saludos Medianoche, y bienvenido.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
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Medianoche
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Re: Medianoche

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berlin escribió:Bueno pinta bien. Me lo dejo pendiente para el fin de semana, saludos Medianoche, y bienvenido.
Muchísimas gracias, Berlin. Nada, tocará a esperar (con reprimida ansia) entonces tus valoraciones.

Un saludo :wink:
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Tharem
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Re: Medianoche

Mensaje por Tharem »

Un saludo Medianoche. Bienvenido al foro.

El fragmento que nos has ofrecido me gusta mucho. Está narrado de un modo ágil y agradable.
La ambientación también me resulta atractiva. Los entornos postapocalípticos en los que la humanidad se ha visto reducida a su mínima expresión siempre me han resultado bastante atrayentes (no por nada he jugado y terminado todos los "Fallout" que han salido para PC :wink: )

Está muy bien cómo has puesto en antecedentes de lo ocurrido al lector usando el libro de historia. :)

La verdad es que dan ganas de leer más. Enhorabuena :D


((Por cierto, el momento en que Bill aparece con su aeronave llevando el pedido al protagonista me ha recordado una escena de "El 5º Elemento" :wink: ))
"Las lágrimas de Kaiu" volumen 1 se encuentra en postproducción. :60:
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Capítulo 2

La mañana siguiente vino acompañada de una fina llovizna que golpeteaba con insistencia en el tejado, produciendo un punteo arrítmico y molesto que despertó a Wayne. Desde que el Círculo accedió al poder todo el mundo madrugaba. No por placer, sino porqué una de las principales contiendas del partido fue acabar con el ausentismo laboral y de forma más general, con la pereza. Medianoche, o más bien su gobierno, no toleraba a los vagos. Una de las primeras medidas que el Círculo adoptó fue prohibir las cortinas y las persianas, así todo el mundo se levantaría con el amanecer. No contentos con ello, establecieron lo que denominaron como registro obligatorio de despertares. Éste consistía en imponer la obligación a cada individuo de la ciudad de, cada día antes de las nueve de la mañana, personarse en cualquier Oficina de Registro y firmar un papel que acreditaba que había cumplido la ley.

Con unas acuciantes ojeras, evidencia palpable de su falta de sueño, Deckard se desperezó y se dirigió al lavabo para darse una ducha. Salió poco después, arrebujado en una toalla. El tatuaje de una estrella de cinco puntas decoraba su espalda, justo por debajo de su hombro izquierdo. Una vez estuvo seco se vistió con unos vaqueros, unas zapatillas negras de lona y una camiseta blanca ajustada; se colocó el reloj en la muñeca y salió de su apartamento.

Wayne vivía en el quinto y último piso de uno de los muchos bloques de viviendas que formaban parte del periférico barrio de Los Ángeles. Éste era uno de los más pequeños de la urbe, que se había desarrollado tanto desde su fundación, que en la actualidad ocupaba prácticamente la totalidad de lo que un día fue Sudáfrica. Más de cincuenta millones de personas vivían en ella. Ante el caos administrativo y organizativo que se produjo derivado de este desarrollo, los anteriores gobiernos dividieron a Medianoche en diferentes distritos representados por una combinación casi infinita de letras y números: A1, B3, G4... y a su vez, todos estos distritos se disociaban en cientos de barrios distintos que debían su nombre a ciudades del pasado. El barrio de Los Ángeles, por ejemplo, pertenecía al distrito R5.

Deckard salió a la calle, eran las nueve menos veinte y debía darse prisa si quería llegar a tiempo. Embutido en una gabardina corta que se le descolgaba un poco por debajo de las rodillas avanzó en línea recta primero y después torció a la derecha, cruzando a una calle paralela, en la que estaba situada la Oficina de Registro. Llegó poco antes de la hora límite. Entró.

La Oficina de Registro era una salita cuadrangular con varias mesas repletas de papeles, con funcionarios pasados de peso detrás de cada pupitre y con un centenar de carteles propagandísticos ensalzando las virtudes del Círculo repartidos por las blancas paredes del habitáculo. Uno de ellos, el que más se repetía, mostraba una mano enorme agarrando a un hombre de muy mal aspecto; bajo las imágenes, en letras grandes, podía leerse: “El Círculo limpiará las calles para ti”.

- Siguiente- una voz robótica sonó por encima del murmullo que inundaba la estancia.

El aviso venía del pupitre del funcionario encargado del registro de despertares. Al oírlo, Wayne se acercó a su mesa. El hombre, gordo, calvo y con un poblado mostacho le esperaba con cara de pocos amigos. Una plaquita debajo de la solapa de la camisa le identificaba como Alan.

- Buenos días, vengo a firmar.

- Podríais venir antes, joder, que son las nueve en punto ya- respondió el funcionario a la vez que se le escapaban unas asquerosas gotas de saliva.

- Y tú podrías comer menos bollos y no por eso te lo digo- respondió Wayne mientras firmaba en el registro.

Contrariado por la inesperada contestación, el grueso Alan lanzó una mirada de soslayo a Deckard, que le miraba directamente a los ojos, con una media sonrisa en los labios.

- No te pases de listo o vas a tener problemas- le advirtió el funcionario.

Tenía razón. No convenía meterse con un trabajador del Círculo, por muy gordo o idiota que éste fuera, pues si alguno te tachaba de traidor, hereje o cualquier cosa similar podías tener serios problemas; por mucho que no fuese verdad de lo que te acusaban y por muy bajo que fuese el cargo desempeñado por el acusador.

- Que tenga usted un buen día, Alan.

Desviando la mirada, Deckard se despidió, se levantó de la silla y salió de la oficina. Alan siguió mirándole con odio hasta que atravesó la puerta de salida. En la libertad que daba el contaminado aire de la ciudad, Wayne observó Medianoche, lo diferente que era a la luz del día. Miles de personas paseaban con la mirada perdida, como ovejas descarriadas del ganado, en todas direcciones; hablaban con sus móviles de última generación o miraban al suelo, nadie hablaba entre sí. En el cielo el tráfico de aeronaves era tan denso que en ocasiones tapaba el cielo, inundando la urbe de una melancólica oscuridad. También por el día se intensificaba el control policial, se borraban las pintadas de los muros y las prostitutas y vagabundos desaparecían como por arte de magia. La apariencia era muy importante para el Círculo.

Entonces la vio, apoyada en la fachada de un edificio. Eran los ojos azules más bonitos que él había visto en su vida. Su pelo negro como la noche y su cuerpo delgado y curvilíneo le cegaron como el más hermoso de los amaneceres. La miró y ella le devolvió la mirada. Sonrió. Después, simplemente despareció entre la muchedumbre.

Deckard sintió la necesidad de volver a ver esos ojos.
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Re: Medianoche

Mensaje por Medianoche »

Tharem escribió:Un saludo Medianoche. Bienvenido al foro.

El fragmento que nos has ofrecido me gusta mucho. Está narrado de un modo ágil y agradable.
La ambientación también me resulta atractiva. Los entornos postapocalípticos en los que la humanidad se ha visto reducida a su mínima expresión siempre me han resultado bastante atrayentes (no por nada he jugado y terminado todos los "Fallout" que han salido para PC :wink: )

Está muy bien cómo has puesto en antecedentes de lo ocurrido al lector usando el libro de historia. :)

La verdad es que dan ganas de leer más. Enhorabuena :D


((Por cierto, el momento en que Bill aparece con su aeronave llevando el pedido al protagonista me ha recordado una escena de "El 5º Elemento" :wink: ))
A mí también me gusta ese tipo de ambientación decadente, aunque no soy de Fallout, mi inspiración viene de las obras citadas arriba o la propia película de Blade Runner; es más, el propio apellido del protagonista tiene influencia directa, pues en la peli el protagonista se llama Rick Deckard.

Me alegra saber que te ha gustado. Y lo del Quinto Elemento ya me lo habían antes, pero la verdad que no tenía ni idea.

Sin más dilación, aprovecho para informar que he colgado el segundo capítulo.

Saludos :wink:
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Mensaje por Medianoche »

Capítulo 3

Durante varios días, Deckard, no pudo dejar de pensar en esos hermosos ojos azules, en esa efímera sonrisa. La imagen de la misteriosa mujer le acompañó durante sus sueños y también durante sus vigilias. Mucho tiempo atrás, tanto que a veces dudaba de sus propios recuerdos, Wayne había estado casado. Y Gabrielle, que así se llamaba su primera y única esposa, aún seguía apareciendo en sus sueños de vez en cuando. En estos ensueños, todavía podía sentir la calidez de su piel acariciándole, el aterciopelado fulgor de sus labios o el reconfortante olor de su pelo moreno. La echaba de menos.

- Toc, toc, toc.

Bill estaba apostado junto a la ventana, y la golpeaba insistentemente. Sonreía.

- Hola Bill- le saludó Deckard mientras intentaba disimular su repulsa.

- ¡Hola, señor Deckard! ¿está de mejor humor?

Wayne le hizo gestos con la mano derecha indicándole que fuese al grano.

- Le he traído rosquillas recién hechas y la primera edición de hoy.

- No me apetecen las rosquillas, dame únicamente el periódico.

- ¿Está seguro? Le digo que…

Deckard le cortó.

- Estoy muy seguro, dame el maldito periódico.

-Está bien, está bien, aquí tiene- el joven repartidor se apartó un poco de la ventana y le entregó el diario.

- Toma, quédate con el cambio y lárgate ya- le contestó Wayne, entregándole un dólar.

- Gracias, señor Deckard. Por cierto, ¿va a ir usted al discurso del Primero?- preguntó Bill mientras se despegaba de la ventana.

Su aeronave, de un amarillo chillón y con varias abolladuras parecía un enorme buzón de correos.

- ¿Va a dar un discurso el Primero?- preguntó Wayne, incrédulo.

- Sí, en La Plaza del Ocho de Diciembre. ¿Nos vemos allí, señor Deckard?

Wayne no contestó y se quedó mirando pensativo al horizonte.


La mañana había amanecido clara y despejada, apenas se veían nubes en el cielo y, en las alturas, los rayos de un tibio sol de primavera se filtraban por entre los huecos que dejaba el tráfico de aeronaves, menos denso que otras veces. Deckard no conocía en persona al Primero y lo poco que sabía de él era lo que los carteles y los panfletos propagandísticos mostraban. Por eso le extrañó tanto que el máximo dirigente del Círculo fuese a dar un discurso público. Es más, no recordaba ni uno solo de estos mítines desde que el partido accedió al poder, más de diez años atrás. Normalmente tenían otras vías para comunicarse, el periódico, las emisiones radiofónicas y sobre todo, la propaganda. Pensativo, echó un vistazo al titular de portada de La Voz del Círculo.

“El Primero dará hoy, día catorce de mayo, a las seis de la tarde, un discurso sobre las nuevas reformas que se van a emprender en Medianoche”.

Siguió leyendo el cuerpo de la noticia, que confirmaba el lugar del acontecimiento y daba vagos rodeos sobre los puntos a tratar en el evento. También dejaba en el aire la posible asistencia del Tercero. Tras pensárselo un rato, decidió ir, más por curiosidad que por verdadero interés. Sin embargo, aún era temprano. Tenía que hacer tiempo hasta la tarde.

Invirtió la mañana en varios asuntos. En primer lugar se dirigió a la Oficina de Registro, donde le esperaba Alan, su viejo amigo. Al verlo, su mirada se impregnó con el más mortífero de los venenos. Más tarde, después de firmar el registro de despertares, se dirigió al barrio de Riga, enmarcado en el distrito comercial de Medianoche menos afín a la ideología del Círculo, el E7. Una vez allí, entró en una tienda de ropa y se puso a ojear algunas camisas.

- ¿Puedo ayudarle en algo?

Un hombre mayor, de pelo escaso y canoso y una prominente barriga se acercó hasta el rincón donde estaba Wayne.

- Sí, estaba buscando una camisa. Creo que una L me vendrá bien- le respondió Deckard, que nunca había sido un enamorado de las compras.

- Acabamos de recibir unas camisas de seda sintética –el vendedor se llevo las manos a la boca en señal de magnificencia-, déjeme enseñárselas, no se arrepentirá.

Wayne acompañó al grueso hombre por un estrecho pasillo flanqueado por estantes llenos de ropa. Paró poco después.

- Mire, aquí las tiene. Y si me permite, me gustaría recomendarle esta boina como complemento.

Wayne cogió las dos prendas que el vendedor le había facilitado y se metió en un probador. Se vistió con la camisa. Tenía un tacto suave como el terciopelo y una blancura propia de la nieve. Se probó también la boina, negra y achatada hacia la izquierda. Una vez se hubo colocado perfectamente todo, miró al enorme espejo del probador. Le gustó lo que vio. La camisa, más bien ajustada, contrastaba con su renegrida tez; su cabello, también moreno, se le esparcía revoltoso por la frente, llegándole hasta los ojos. Llevaba varios meses sin cortarse el pelo y aunque intentaba peinarse, al final su cabello siempre acababa convertido en un amasijo desgreñado. Tampoco se había afeitado desde hacía varios días.

- Parezco un hombre de otra época- pensó mientras miraba el reflejo de sí mismo.

En cierto modo era verdad. El Círculo, al establecerse en el poder, dictaminó un modelo de conducta propio que se aplicó a toda la sociedad. Las normas de este modelo trataban aspectos tan dispares como la educación o el vestuario. En este segundo punto se impuso un uniforme recomendable tanto para hombres como para mujeres. Camisa roja abrochada hasta el cuello y falda negra por debajo de las rodillas para las chicas, y pantalón negro y camisa azul para los chicos. Aunque no era obligatorio, y las autoridades no podían detenerte por ello, la realidad era que si no te atenías a las reglas impuestas, todo el mundo te miraba mal. Pero a Wayne eso le daba igual, no se sentía, ni muchísimo menos, cercano a la ideología del Círculo.

CONTROL Y ORDEN.

Esas eran las principales consignas que guiaban el gobierno del Círculo. Con sus principios e ideales habían convertido a la población de Medianoche en poco menos que un rebaño de ovejas sin voz. Todos seguían un camino, la senda que les proponía el Círculo; y lo hacían sin protestar ni preguntarse por qué era así. Definitivamente, Wayne, odiaba al gobierno, aunque no pudiese demostrarlo por temor a las consecuencias; pues conocía casos en los que por mucho menos que manifestaciones en contra del partido, la justicia había ejecutado a los manifestantes. Y él prefería estar vivo que muerto.

-¿Qué tal le queda?- la pomposa voz del tendero sacó a Deckard de su ensueño.

- Bien, muy bien. Me quedo las dos cosas.

- ¡Maravilloso! Ha hecho usted una gran compra.

También Wayne lo creía. Satisfecho, dobló la camisa y la introdujo en una bolsa; hizo lo propio con la boina. En Medianoche todos los tejidos eran sintéticos y estaban manipulados, por eso la ropa no se arrugaba y los zapatos nunca se humedecían. Salió de la tienda pasando por los dos detectores de cálculo de precio, dos pivotes luminosos de casi dos metros de altura que leían el código de los artículos y emitían una factura a la sucursal bancaria de cada cliente. Poco después de salir de la tienda, a Deckard le sonó el teléfono, era un correo del banco comunicándole el descuento de sesenta y siete dólares en su cuenta corriente. En Medianoche no era recomendable llevar en efectivo más de veinte dólares (por razones de seguridad) y por eso todas las compras se realizaban con tarjeta.

Cuando terminó con las compras era ya cerca del mediodía, y el hambre empezaba a apretar a Deckard, que para acortar el viaje, tomó un taxi hasta casa. Llegó una media hora después. Entró, dejó la bolsa con la ropa apoyada junto a la cama, se descalzó, orinó y se sentó en el sillón del escritorio. Su piso, de menos de cincuenta metros cuadrados, se dividía en dos zonas diferentes: en una sala grande con un par de estanterías repletas de libros editados por el Círculo (y el clandestino Destino escondido entre ellos), una cama y un escritorio; y en una habitación más pequeña que ejercía las funciones de baño. No tenía cocina, pero tampoco la necesitaba. El Círculo racionaba los alimentos mediante la transformación de éstos en píldoras.

Abrió el cajón del escritorio, sacó la pastilla correspondiente al martes y la botella de vodka, que estaba casi vacía. Se sirvió en el vaso (que, por supuesto, tampoco necesitaba ser fregado) que había dejado sobre la mesa y se tragó la píldora con ayuda del alcohol. Después, se acomodó en el acolchado sillón, programó la alarma de la casa a las cinco y se dejó atrapar por las garras del sueño.

Esa tarde, por primera vez en su vida, iba a ver en persona al líder del Círculo.
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Mensaje por Medianoche »

Capítulo tres posteado.

Saludos :wink:
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Re: Medianoche

Mensaje por Berlín »

Medianoche escribió:
berlin escribió:Bueno pinta bien. Me lo dejo pendiente para el fin de semana, saludos Medianoche, y bienvenido.
Muchísimas gracias, Berlin. Nada, tocará a esperar (con reprimida ansia) entonces tus valoraciones.

Un saludo :wink:
Leida la primera parte, medianoche, y he de decirte que me ha recordado a una obra que leí hace mucho, 1984, de Orwell.
Pinta bien, sigo leyendo ¿ok?

Edito, que me acabo de percatar de que esta obra es ,juntamente con otras ,en las que te has motivado para escribir este relato, perdón. Soy muy despistada, sorry.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
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Re: Medianoche

Mensaje por Tharem »

La ambientación sigue siendo muy buena. Poco a poco vás desvelando detalles de "Medianoche" (de qué modo se vive, se viste, se trabaja.... ) Pienso que el decorado y el modo de desvelar el pasado "histórico" del lugar están muy logrados.
Es poco, sin embargo, lo que se sabe del protagonista, aparte de que estuvo casado. Tampoco se aprecia muy bien (aunque quizá es pronto para ello) el motor argumental de la historia. El primer indicio de que algo puede empezar a ocurrir viene cuando el protagonista decide que quiere asistir al discurso del "Primero"
Veremos que va sucediendo. :D
Un saludo!!
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Mensaje por Medianoche »

Capítulo 4

Del techo únicamente colgaba una bombilla, que emitía una luz tenue. El resto estaba oscuro. Muy oscuro. En la pared del fondo destacaba una ventana, en forma de óvalo, desde la que se podía ver un trocito de luna. Reinaba el silencio, acompañado por un sentimiento de paz; de una armonía que hacía años que Wayne no sentía. Ni siquiera recordaba ya lo que significaba ese sentimiento, si es que alguna vez lo supo. Pero lo anhelaba, lo necesitaba; como el cielo a las estrellas. Casi podía acariciarlo, dejarlo correr por sus venas, era ese sentimiento, ¿cómo lo llamaban? No podía recordarlo.

De repente, escuchó un leve suspiro frente a él, apenas un murmullo. Casi inconscientemente, se apresuró a buscar el origen del sonido, y se vio sorprendido por un centelleo azulado. Eran esos ojos, los ojos que llevaba días buscando; estaban ahí, frente a él, mirándole. Al contemplarlos tan cercanos, no se atrevió a mover un músculo y se quedó donde estaba, mirando fijamente esos hermosos luceros celestes. Poco a poco su vista fue acostumbrándose a la oscuridad y apenas unos minutos después ya no eran sólo unos ojos lo que Wayne veía. Era ella, y estaba frente a él, desnuda, doblada sobre sus rodillas. Era realmente hermosa. Poco después, la misteriosa mujer se movió, se puso de pie y comenzó a acercarse a Wayne, que continuaba quieto, como si una fuerza invisible lo sujetase. La miró. Al pasar junto a la ventana la luz de luna la acarició con delicadeza, dejando intuir su pálida piel y sus delirantes curvas. Cuando llegó junto a Deckard, se puso de rodillas frente a él, le cogió las manos con las suyas, acercó sus labios a su oído y le susurró con una voz trémula:

- El sentimiento que buscas dentro de ti tiene un nombre que nunca más deberías olvidar, que nunca nadie debió de olvidar; se llama libertad.

Despertó. Lo hizo sobresaltado, envuelto en un sudor frío acompañado de un escalofrío que le subía por la espalda y se le clavaba en la nuca. Estaba en su apartamento, en su sillón; con la botella y el vaso, ya vacíos ambos, sobre el escritorio. Le costaba respirar y lo hacía con intensidad, expulsando el aire con una fuerza desmesurada.

- Un sueño, sólo ha sido un sueño; un maldito sueño- gruñó en voz alta.

Aturdido, se levantó y fue al baño. Acarició el grifo, que comenzó a expulsar agua tibia. Se lavó el rostro y se miró en el espejo. De tan cerca se le notaban las arrugas de la frente, las oscuras ojeras y las entradas en el pelo. Todavía le costaba respirar.

- ¿Me estaré volviendo loco?- pensó mientras cerraba el grifo y salía del baño.

Justo después, sonó la alarma, anunciando las cinco de la tarde. De inmediato, y olvidando el sueño que le atribulaba, se vistió con la camisa nueva, se ajustó la boina; se abrigó con una gabardina y se enroscó una bufanda al cuello. Tras ello, salió a la calle. Al contrario de lo que era habitual, el barrio de Los Ángeles lucía desértico. De fondo, sonando a través de los enormes altavoces repartidos a lo largo y ancho de Medianoche, se escuchaba una rítmica canción de tono épico que el Círculo había hecho suya desde el primer día; aunque a Wayne le sonaba de mucho antes de que el partido accediese al poder. Avanzó entre calles, callejuelas y avenidas hasta la Plaza del Ocho de Diciembre. Una vez allí, no le quedó sino asombrarse ante la multitud que encontró. Cientos de miles de personas se agrupaban en torno a un escenario decorado con multitud de motivos del Círculo: banderas negras con una circunferencia blanca en el centro e infinidad de rosas blancas, otro de sus símbolos más representativos, esparcidas por el suelo de la plataforma. En el medio de la misma habían colocado un atril. Asombrado ante la cantidad de gente reunida, Wayne comenzó a hacerse sitio entre el mar de camisolas azules y rojas; quería estar lo más cerca posible. Al final, escogió una zona céntrica. A su lado tres hombres de aspecto hosco miraban expectantes toda la parafernalia que ornamentaba el escenario.

- ¿No es emocionante que el Primero vaya a dar un discurso en persona?- le preguntó uno de ellos, el más grueso de los tres.

-Sí, sí que lo es- se limitó a contestar Wayne mientras esquivaba la mirada del hombre y sonreía con disimulo.

No le volvió a molestar. Un poco antes de la hora convenida una aeronave blindada aterrizó en el enorme escenario montado para la ocasión. De su interior emergieron varios guardaespaldas y el Primero. Su imagen le produjo a Wayne una gran desilusión, convencido como estaba de la apariencia casi divina de éste. El gobernante no sobrepasaba el metro setenta de estatura, era tremendamente delgado y no demasiado agraciado; además le faltaba pelo y el traje no le ajustaba bien. Ante la expectación general, el máximo mandatario de Medianoche tomó su sitio en el atril y comenzó su intervención, flanqueado por un séquito de guardaespaldas.

- Mis queridos compatriotas –al instante realizó una pausa y miró al horizonte, solemne-. Es un orgullo estar hoy aquí junto a todos vosotros, fieles y leales hombres y mujeres de Medianoche. -Su voz era grave, ligeramente ronca-. Medianoche, la ciudad utópica, tú ciudad –añadió señalando al público-, mi ciudad; sí, queridos compatriotas, nuestra ciudad se muere consumida por el más letal de los venenos.

Un murmullo generalizado de sorpresa por el tema tratado se mezcló con el discurso del Primero, que apoyó las manos con firmeza en el atril, levantó la barbilla y fijó la mirada en el cielo; como si estuviese esperando ayuda divina.

- Un veneno que ha llegado hasta el Círculo, emponzoñando su estructura con falsedad, mentiras y traición. Queridos compatriotas, les hablo de corrupción. Una peste, una enfermedad que conviene atajar ahora que aún estamos a tiempo –chasqueó los dedos-. No podemos consentir que por la sangre de Medianoche transcurra un peligroso deseo de libertad.

Libertad. Escuchar otra vez la misma palabra le produjo a Wayne un pinchazo en el pecho. No podía recordar su significado y, sin embargo, era la segunda vez que la escuchaba en un mismo día. Y esta vez era el Primero el que la había pronunciado.

- Por eso –el gobernante dio un grito-, el Círculo no puede quedarse de brazos cruzados ante esta situación.

En ese momento, dos guardaespaldas, que sujetaban a un hombre esposado y encapuchado, se colocaron en la mitad del escenario. Con brusquedad, pusieron al individuo de rodillas y se retiraron detrás del Primero, que se acercó hasta el misterioso sujeto.

- Compatriotas, hoy nos hemos reunido aquí para dar ejemplo; hoy morirá un hombre y lo hará delante de vuestros ojos.

Con un limpio y rápido movimiento, el Primero retiró la capucha al prisionero, dejando al descubierto su rostro. Era James Walcott, más comúnmente conocido con el sobrenombre del Tercero. Wayne lo reconoció al instante, había visto su foto cientos de veces en La Voz del Círculo. Su tupida cabellera rubia, sus cansados ojos y su fino bigote ondulado eran inconfundibles. No fue el único en reconocer al mandatario, pues una exclamación general acompañó a la retirada del capuchón.

- Este señor, al que supongo todos conoceréis, ha estado engañándonos, ha estado engañándoos –rápidamente, el Primero se giró con brusquedad y se quedó señalando a la multitud-. Hemos descubierto que lleva meses conspirando contra nuestro gobierno, aliándose con rebeldes que sólo buscan desestabilizar Medianoche; desgraciados que únicamente quieren hacer que vuestra vida sea miserable. ¿Os lo imagináis? Una ciudad sin orden, sin control policial; un lugar donde reinase el caos, la violencia, el hambre y las enfermedades.

Varios gritos de repulsa hacia el Tercero y un ruidoso abucheo escaparon del gentío.

- Sí, mis queridos compatriotas, eso es lo que este señor y su camarilla de asesinos buscaban conseguir para nuestra ciudad. ¡Pero no! No les va a ser posible, porque los cogeremos y, hoy mismo, su cabecilla, aquí presente, morirá frente a todos vosotros. ¡Por Medianoche! ¡Por el Círculo!

Se calló justo después. Los ciudadanos estaban cada vez más exaltados y clamaban venganza, aunque muchos de ellos no supieran exactamente por qué; pues la mayoría desconocía que significaban palabras como libertad o rebeldes. Deckard tampoco estaba seguro de su significado, pero las había visto escritas en Destino, el libro prohibido que con tanto cuidado guardaba en su apartamento. Ante el estupor general, el Primero llamó a uno de sus secuaces, que le entregó un revólver plateado. Lo cargo y apuntó directamente a James, que lo miraba a los ojos, casi sin pestañear; como si quisiera demostrar que no le tenía miedo. Su imagen, plantado de rodillas pero firme, con una medio sonrisa en los labios y un extraño brillo en los ojos; estremeció a Wayne.

- Muere, traidor, muere. ¡Por Medianoche!

Lo siguiente que se escuchó fue un estruendo cortando el horizonte.

Justo antes de morir, el Tercero giró la cabeza y se encaró con la muchedumbre; fijando la mirada en Wayne. Y entonces ocurrió, o al menos, Wayne creyó que sucedió. En ese último segundo que separa la vida de la muerte, James le guiñó un ojo, y lo hizo con un semblante de serenidad; como el que sabe que su muerte no es en vano. El antiguo periodista, al contemplar el gesto, notó como se le agarrotaban los músculos. Había miles de personas en la plaza, pero no tenía ni un atisbo de duda de que ese guiño iba dirigido a él.
Última edición por Medianoche el 20 Feb 2010 14:22, editado 2 veces en total.
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Mensaje por Medianoche »

Actualización con parte del capítulo cuarto.
berlin escribió:Leida la primera parte, medianoche, y he de decirte que me ha recordado a una obra que leí hace mucho, 1984, de Orwell.
Pinta bien, sigo leyendo ¿ok?

Edito, que me acabo de percatar de que esta obra es ,juntamente con otras ,en las que te has motivado para escribir este relato, perdón. Soy muy despistada, sorry.
Tu misma te has dado cuenta. Muchas gracias por pasarte, leer y comentar :wink:
La ambientación sigue siendo muy buena. Poco a poco vás desvelando detalles de "Medianoche" (de qué modo se vive, se viste, se trabaja.... ) Pienso que el decorado y el modo de desvelar el pasado "histórico" del lugar están muy logrados.
Es poco, sin embargo, lo que se sabe del protagonista, aparte de que estuvo casado. Tampoco se aprecia muy bien (aunque quizá es pronto para ello) el motor argumental de la historia. El primer indicio de que algo puede empezar a ocurrir viene cuando el protagonista decide que quiere asistir al discurso del "Primero"
Veremos que va sucediendo. :D
Un saludo!!
Lo que he intentado en esta obra es ir enganchanco poco a poco al lector, que tenga ganas de saber más sobre Deckard, sobre Medianoche, sobre el Primero, sobre el pasado de la humanidad... y por tus comentarios, me alegra saber que lo estoy consiguiendo.

Por supuesto, van a ir sucediendo cosas. Pues además de filosofía y política, hay acción, amor, traiciones... muchas cositas, pero despacito que no hay prisa.

Muchas gracias por pasarte, leer y comentar Tharem.

Un saludo a los dos :wink:
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Re: Medianoche

Mensaje por lucia »

Hubiese estado bien que no pusieses las referencias al principio y nos hubieses dejado elucubrar :twisted:
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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Re: Medianoche

Mensaje por Medianoche »

lucia escribió:Hubiese estado bien que no pusieses las referencias al principio y nos hubieses dejado elucubrar :twisted:
Siempre he sido muy "majo" con los lectores y me ha gustado avisarles sobre lo que van a encontrar. Aún así, por suerte o por desgracia, creo que aquí se me ve mucho el plumero :mrgreen:

Muchas gracias, Lucia, por pasarte, por leer y comentar.

Un saludo :wink:
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Re: Medianoche

Mensaje por lucia »

Sí, pero es que yo estoy pensando en que a Deckard le tienden una trampa como en 1984 :noooo:
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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