Título: Medianoche.Hola a todos. A modo de presentación en el foro, os cuelgo mi nuevo proyecto de novela política de ficción ambientada en un futuro no muy lejano.
Autor: Yo.
Género: Ciencia ficción política.
Sinopsis: Un gobierno opresor, un futuro decadente y un idealista que ha olvidado sus ideales. ¿Será capaz de recordarlos y enfrentarse al terror?
Personajes: Wayne Deckard y otros que irán apareciendo en el devenir de la historia.
Ambientación: en la futurística Ciudad-Estado de Medianoche.
Medianoche
A la memoria de Philip K. Dick y George Orwell.
Sin su obra nunca se me hubiese ocurrido escribir esta historia.
Prólogo
Wayne Deckard despertó de golpe. Le dolía la cabeza, tenía la lengua pastosa y un amargo sabor a vodka en la boca. A pesar de haberse convertido en algo habitual en los últimos meses, aún no estaba acostumbrado a la resaca de los lunes. Todavía adormilado por su repentino despertar, se incorporó con suavidad de la cama, se acarició la nuca y apoyó los pies en el suelo. La rosácea luz de la aurora se colaba por el ventanal sin persianas de su apartamento, incomodándole. Sintió la imperiosa necesidad de orinar.
- Clap, clap, clap.
Al salir del lavabo, Wayne vio que Billy le esperaba golpeando el cristal de la ventana. Lo miró y éste le hizo gestos para que la levantara. Bill era un joven repartidor de rasgos asiáticos, moreno de pelo y piel y peligrosamente delgado. Le abrió.
- Hola, señor Deckard, ¿qué tal está usted hoy?
- Eso no es asunto tuyo.
- Que brusco que es usted, señor Deckard. En fin, ¿lo de siempre?- preguntó el joven mientras sonreía dejando entrever una boca repleta de dientes podridos.
Aunque ya estaba acostumbrado, Wayne no podía evitar sentir una arcada cada vez que Billy sonreía. Contestó.
- Sí, Bill, lo de siempre.
Con una agilidad felina, el joven repartidor giró sobre su esquelético cuerpo y se puso a rebuscar en la parte trasera de su aeronave. No le llevó mucho tiempo encontrar lo que andaba buscando.
- Tome, señor Deckard, la edición de hoy de La Voz del Círculo y un par de rosquillas. Son dos dólares.
Wayne no contestó. Se limitó a coger el periódico y los dulces y a pagar al chico.
- Que tenga usted un buen día, señor Deckard.
Volvió a ignorarle y cerró la ventana. De nuevo solo, abrió la bolsa con las dos rosquillas, cogió una y comenzó a mordisquearla. Mientras disfrutaba del aceitoso regusto de ésta, volvió a la cama, se tumbó sobre ella y se puso a hojear el periódico. Nunca lo leía, odiaba demasiado al Círculo como para tragarse toda esa porquería propagandística; pero, a pesar de ello, le gustaba comprarlo, le servía para no perder la noción del tiempo. Leyó la fecha en voz baja.
- Seis de mayo de 1232, lunes.
Capítulo 1
Wayne Deckard era un hombre cercano a la cuarentena, alto, moreno y atlético. Tenía además un rasgo muy particular que le diferenciaba del resto de individuos de la ciudad, unos vidriosos ojos grises tan profundos como el brillo de una estrella solitaria. Antes de que el Círculo unificase toda la prensa de la Ciudad-Estado que era Medianoche, Deckard trabajaba como periodista para el diario La Luz de Medianoche. También había escrito algunos libros de cierto éxito, que tras la creación del Ministerio de Las Letras fueron censurados y retirados de la circulación como si nunca hubiesen existido. Por esta afición a las letras y a la literatura, uno de los mayores tesoros que Wayne guardaba en su pequeño apartamento era un libro de historia. De tapas duras ribeteadas con seda negra, la obra, de apenas cincuenta páginas, no poseía título alguno y en el lugar dónde debía aparecer el nombre del autor, únicamente figuraba una palabra: Destino.
- Luz- gritó Wayne con su voz grave.
Con la orden, varias lámparas se encendieron al unísono, llenando la estancia de una claridad artificial. Cuando se acostumbró a ella, Deckard se acercó al escritorio y se sentó a leer en un acolchado sillón de piel. Aunque sabía que cualquier obra de contenido histórico estaba prohibida por el Círculo, Wayne leía cada noche Destino. Le gustaba, le entusiasmaba hacerlo. Incluso el hecho de saber que era un libro ilegal, comprado en uno de esos mercados clandestinos de los suburbios; y saber que si alguien lo encontrase leyéndolo podría mandarlo a la cárcel, hacía la experiencia aún más excitante. Gracias al libro, Wayne conocía el pasado de la humanidad y el por qué de su confinamiento en Medianoche. Lo empezó de nuevo.
“Todo comenzó en el año 2084 de la Segunda Era. Por aquél entonces el mundo se dividía en cinco continentes: África, Asia, Oceanía, Europa y América. Tras superar el peor conflicto bélico de todos los tiempos, La Guerra de Arena, los países y sociedades se reorganizaron en torno a una idea global de progreso, firmando tratados de paz, acuerdos de colaboración. Cargar con tanta sangre y tanta muerte hizo a los hombres reaccionar. Por desgracia, fue demasiado tarde”.
El primer párrafo siempre le hacía reflexionar. Miraba las desgastadas y amarillentas hojas de Destino, las acariciaba con las yemas de los dedos, su rugosa superficie desprendía un dulce regusto a historia. Antes de reiniciar la lectura, Deckard echó mano al cajón de su escritorio y sacó un vaso corto, una botella de vodka medio vacía y una cajetilla de cigarrillos. Se sirvió medio vaso y se encendió un pitillo. Bebió y le dio un par de caladas al tabaco, expulsando una rueda de humo casi perfecta. Después, continuó leyendo.
“Los efectos colaterales de la guerra fueron peores incluso que el propio conflicto. Si con las armas murieron más de quince millones de personas, el virus que éstas dejaron destruyó a la humanidad en sí misma. La Muerte Negra, producto de la radiación, se extendió como una plaga imparable, arrasándolo todo. Para cuando se encontró una cura, únicamente quedaban unos diez millones de personas en todo el planeta”.
Deckard hizo una nueva pausa, se sirvió otro vaso de vodka y apagó el consumido cigarro en el cenicero. La siguiente parte le apasionaba especialmente.
“Desesperados pero con la esperanza de empezar de nuevo, todos los supervivientes se dirigieron a Sudáfrica, a la antigua ciudad de Pretoria. Una vez allí, se establecieron y reconstruyeron buena parte de la misma; cambiando su viejo nombre por otro de marcado carácter simbólico: Medianoche. Desde ese momento se estableció un nuevo calendario, iniciando un nuevo periodo al que denominaron como Segunda Oportunidad de manera informal, y Tercera Era de forma oficial”.
- Ya han pasado más de mil años desde entonces- pensó Wayne mientras saboreaba un trago de vodka.
Decidió no leer más esa noche. Cerró el libro, lo guardó, pidió a la luz que se apagase y se acercó a la ventana; dejando que su vista se perdiese más allá de los cristales. En la calle reinaba el caos. Largas hileras de cochambrosos edificios de grisáceas fachadas se amontonaban unos contra otros, las paredes estaban llenas de pintadas con mensajes contrarios al Círculo, había prostitutas en las esquinas y vagabundos al lado de los contendores de basura. Pensó en los fundadores de Medianoche y sintió pena por ellos; seguro que ninguno de ellos creyó que su utópica ciudad se acabaría convirtiendo en un antro sucio y corrompido. Suspiró, dejó el vaso vacío apoyado en el marco de la ventana y se metió en la cama. Justo en ese instante, una aeronave de la patrulla de reconocimiento policial pasó junto a su ventana, como hacía cada noche. Si hubiese llegado sólo diez minutos antes, Deckard hubiese tenido un problema. Pero no lo hizo, y Wayne pudo dormir tranquilo.