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Amancio se decantó por el género de terror y del suspense después de que su cabeza y su cordura cerraran por quiebra absoluta. Hace tan sólo un millón de años no era así. Escribía novelitas para chicas, llenas de almibarados y aterciopelados besos que cubrían sus páginas una tras otra; conversaciones en tanga y sujetador en las duchas del instituto y corazones golpeados por la incertidumbre y la pasión llenaban su imaginación día tras día.
Pero todo esto cambió cuando se trasladó a vivir al centro de la ciudad.
Los vecinos colindantes con su techo eran de etnia gitana, ¡y eran muchos! Amancio no se consideraba nada racista, por supuesto, como casi la mayoría de la gente, si hiciéramos una encuesta todos daríamos negativo en racismo.
Fue testigo ocular de la mudanza de sus vecinos. Llegaron en tropel, y como los caballos de Atila destrozaron todo a su paso. Subieron todo tipo de muebles enormes por las angostas escaleras, cubriendo con caprichosos desconchones las paredes recién pintadas. Se trajeron a la cabra, a la abuela, y a los periquitos. El ejército invasor también disponía de varios instrumentos musicales, como una guitarra española y varios timbales, panderetas y algunos instrumentos desconocidos por él.
¡Imposible escribir de esta forma! El Camarón de la Isla y sus destrozadas camisas le arrancaban de sus sueños en los que danzaba desnudo con ninfas cubiertas tan sólo con un velo delicadamente fino, semejante al ala de una mariposa. De pechos de leche y azúcar, de pubis virginales y labios enternecedores. Sonaban al fondo los cristalinos cantos de un rio, cuando….
¡Patapummm ¡ Las ocho de la mañana.
-¡Niñoooo! Sujeta a la cabra que se está comiendo “er sujetaoo de la aguelaaa”…-el patriarca amonestaba al niño, mientras la música del dios de la Isla sonaba a unos decibelios inapropiados para el oído de un ser que duerme.
-¡Moooonstruooos! ¡Salvajes y degenerados productos de la evolución humana!- gritaba enloquecido un Amancio con las órbitas oculares desencajadas y las venas a punto de estallar.
A partir de estos hechos Amancio comenzó un nuevo ciclo. Ya no pensaba en pléyades ni en riachuelos, no más armiños blancos, que optan por la muerte antes de perder su pureza ante un rio de barro, no más reinas ni dragones, no más hilos de Ariadna, el martillo del dios del trueno quedaba enterrado en los suelos del castillo de Valhalla. Odín quedó relegado en un cajón. Los pechos de azúcar fueron sustituidos por crímenes perfectos, las alas de mariposas por sierras mecánicas, el canto romántico del rio, por alaridos de tormento que agrietaban las costuras de la noche.
Sus ojos adoptaron un color extraño, rojizo y morado, la comisura de su boca babeaba a veces sin darse cuenta, y se frotaba constantemente las manos. Su cuerpo entero comenzó a transformarse; abandonó sus duchas diarias; guardó su portátil y se compró “ropa adecuada para el crimen”, un machete que envidiaría John Rambo, y bolsas de basura industriales con capacidad ilimitada.
Planeó calculada y astutamente una cacería que duró exactamente tres meses, ni un día más ni un día menos. Un trabajo fino y bien hilado, digno de los maestros más exigentes, ni un rastro, ni un detalle sin justificar.
A la cabra se la comió, por supuesto.
Finalmente todo volvió a la tranquilidad, el piso superior volvió a estar en venta, y Amancio rescató su portátil. Las ninfas ya no volvieron a bailar desnudas por los jardines del castillo, en su lugar se alzaron mansiones con miles de ojos en la penumbra, pasillos enlutados con cuadros de familia y aullidos en las colmenas. Cuchillos carniceros brillaron a la luz de la luna y la sangré salpicó la vera del rio.
*dedicado con todo mi cariño a mi amiga Micaela, gitana guapa, cariñosa y gran amante de Camarón de la Isla, para desgracia mia
qué bien se te da esto
. Esa historia del escritor que se va desquiciando y pasa de la novela rosa a negra, y de ahí, al asesinato. 
Genial.
mis respetos a tu señora madre, ¿se arregla con una canción del maestro?