Genial. Me ha encantado.
Una de las mejores obras de teatro que he leído últimamente.
De Molière sólo había leído antes, hace ya bastantes años,
Tartufo, que me dejó un recuerdo magnífico. A juzgar por lo poco que conozco, no me cabe ninguna duda de que es uno de los grandes, a la altura de Shakespeare o Lope. Qué finura tiene para urdir los enredos y para hablar de la vida. Qué intención encierran siempre las palabras de sus personajes. Comedia de costumbres en estado puro. Divertidísima, ácida, muy ingeniosa, lúcida. Una obra redonda. Todo es natural y todo encaja perfectamente. Qué capacidad tienen los personajes para engañarse los unos a los otros. Todos acaban mintiéndole a alguien en algún momento. Todos buscan su propio interés. El arte de la mentira y la estrategia para conseguir los fines propios, ya sea el amor o que no les roben el dinero. Harpagón es un personaje perfecto. El Euclión de Plauto esta detrás, pero Moliére lo eleva y construye con él escenas magníficas de gran comicidad. Plauto es, sin duda, otro de los grandes. La semejanzas con
Aulularia son muchas: la olla (arcón) con el oro escondida en el jardín, el banquete, los proyectos de boda, la avaricia obsesiva, la dote, el robo, etc. Lástima que no tengamos el final de
Aulularia.
Y, sobre todo, es teatro, escenario. Me ha parecido en este sentido muy moderno. Shakespeare y Lope resultan más literarios, más de texto. Molière es puro escenario. Qué bien planeadas las entradas y salidas de los personajes y cuántos movimientos en escena. Incluso dentro de un mismo escenario. Qué bien planeada la escena en que Maese Santiago habla alternativamente con Harpagón y Cleantes, situados cada uno en un extremo de la escena, para intentar resolver sus diferencias. Se nota que es actor y conoce el percal desde dentro.
Un tipo de comedia muy poco frecuente en España, donde el teatro siempre ha estado muy marcado por lo religioso o lo histórico o el tema del honor. Qué delicia encontrar una comedia como ésta en que no hay una sola referencia religiosa y los personajes no aparecen minimizados por esa dependencia del honor tradicional. El de Molière es un teatro mucho más libre. Lo más cercano que se me viene a la cabeza, aunque menos caústico y divertido, es Leandro Fernández de Moratín, un autor más moderno de lo que pudiera parecer e igual de atento a la crítica de costumbres.
Ahora, en cuanto encuentre el hueco y me ponga al día con lo atrasado, a leer
El enfermo imaginario, que también promete mucho.