Yo empiezo con algunas de mi libro favorito EL JINETE DE BRONCE de Paullina Simmons
-Mientras estaba sentada a su lado, le dijo: «Lo único que quiero es que sientas mi espíritu a través de tu dolor. Estoy sentada aquí contigo y vuelco mi amor en ti, gota a gota, con la esperanza de que me oigas, con la esperanza de que levantes la cabeza y me vuelvas a sonreír. Shura, ¿puedes oírme? ¿Puedes sentir que estoy sentada a tu lado para hacerte saber que todavía estás vivo? ¿Puedes sentir mi mano sobre tu corazón, mi mano que te hace saber que creo en ti? Creo en tu vida eterna, creo en que vivirás, que sobrevivirás a todo esto y que te saldrán alas para volar sobre la muerte, y cuando vuelvas a abrir los ojos otra vez, estaré aquí, yo siempre estaré aquí, porque creo en ti y te quiero. Estoy aquí. Siénteme, Alexandr. Siénteme y vive». El vivió. -«Tatiana —susurró Alexandr—, tú no tendrás miedo del terror de la noche, ni de la flecha que vuela de día, ni de la pestilencia que camina en la oscuridad, ni de la destrucción del mediodía. Un millar caerán a tu lado y diez mil a tu mano derecha, pero no se acercará a ti.» -Allí estaba yo, viviendo una vida disoluta, y la guerra acababa de comenzar. Todo el cuartel era un desorden, la gente iba de aquí para allá, cerraba las cuentas, se llevaba el dinero, agotaba las existencias de comida en las tiendas, compraba el Gostini Dvor entero, se presentaba voluntaria al ejército, enviaba a sus hijos al campo. —Se interrumpió por un momento—. Y en medio de mi caos, ¡allí estabas tú! —afirmó, apasionado—. Tú estabas sentada sola en aquel banco: joven, rubia, adorable, y comías un helado con tanto abandono, con tanto placer, con un deleite tan místico que no podía creer lo que veían mis ojos. Como si no pasara nada más en el mundo en aquel domingo de verano. Te diré una cosa: si alguna vez en el futuro necesitas fuerzas y yo no estoy, no busques muy lejos. Tú, con tus sandalias rojas de tacón alto, con tu precioso vestido, comiendo tu helado antes de la guerra, antes de ir vete a saber dónde para buscar quién sabe qué, pero sin dudar ni un momento de que lo encontrarás. Por eso crucé la calle, Tatiana. Porque creí que lo encontrarías. Creí en ti. -Quizá después de todo no sea tan malo ser nazi. —Tatiana levantó el brazo derecho extendido—. Podemos saludar al Führer. Ahora saludamos al camarada Stalin, ¿no? — Levantó el brazo doblado—. No seremos libres. Seremos esclavos. Pero ¿y qué? Tendremos comida. Estaremos vivos. La vida libre es mejor, pero cualquier vida es mejor que estar muerto. ¿Tengo razón? —Tatiana esperó la respuesta del oficial. Al ver que él la miraba con ojos de asombro, añadió—: No podremos ir a otros países, pero tampoco podemos ahora. ¿Quién quiere ir a las chabolas del disoluto mundo libre occidental, donde la gente se mata por cincuenta..., ¿cómo es? ¿Céntimos? ¿No es eso lo que nos enseñan en las escuelas soviéticas? —Tatiana miró a Alexandr a los ojos—. Sabes, quizá prefiera morir delante del jinete de Bronce con una piedra en la mano, y dejar que algún otro disfrute de una vida libre con la que yo ni siquiera puedo soñar. |