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Buenas tardes mis queridos limeños y hermosas limeñas, les habla, como todos los días Patricio Osores. Hoy luce un día radiante, los pájaros surcan el cielo azul, el calor acaricia los tejados, las flores se mecen adorables bajo la suavecita brisa…y… ¡En breves momentos comenzará un nuevo capítulo de Alondra, la bella, pero antes unos minutos de publicidad!
Sí, atareada ama de casa ¡solo un cacito! ¡Uno no más! y el olor de los cocoteros inundará tu casa; el sabroso aroma de un jugoso coco recién abierto, el frescor, la suavidad más sensual, la blancura más sublime teñirá de nieve tu colada ¡Y qué envidia tendrán tus vecinas! ¡No lo dudes! deja a tu marido haciendo sus labores de bricolaje, a la madre con su delicado encaje de bolillos, a los niños realizando sus tareas escolares. ¡Y tú, tú acude ahora mismo a tu tienda más cercana para adquirir este milagro! Mas ahora no mi bella amiga, ahora toma asiento cómodamente, relájate y respira hondo, que ya se acerca el momento más ansiado del día. ¿Aceptará la madre los amores del hijo y de la descarriada Alondra? ¿Luchará Augusto por el amor de su vida contra la férrea negativa de la madre? En breves instantes.
Suena la melodiosa voz de Armando Manzanero, anunciando un noviazgo hermoso, recordándonos de qué color son los cerezos…
Termina la canción, da comienzo la sintonía de todos los días y entonces el eje del mundo se detiene quejumbroso por unos instantes, el trópico de cáncer y el de capricornio se saludan en silencio, los meridianos se piden perdón por los pisotones causados por la brusca detención del eje, y los satélites dejan de bailar y se sientan a esperar en una esquina.
Isabel, que ya dejó a los niños haciendo las tareas escolares y al marido entregado a los placeres del bricolaje, toma asiento mientras pela patatas sobre el regazo, que nunca se ha de perder el tiempo.
De pronto se escucha el sonido sordo de unos tacones. Un trueno retumba dentro de la radio, tal es su fragor que el aparato retumba y con él los graciosos caballitos de fino cristal de bohemia regalados por la madre de Isabel en un viaje a Venecia. Comienza a llover de una manera furiosa, los ventanales se cierran violentamente por la rabia del viento. Isabel presta atención, ahora la patata reposa lánguida en su regazo a medio desnudar.
¡La madre se acerca! viste de luto riguroso, magra en carnes, pálida y callada. Augusto sacando pecho le confiesa que se muere de amor por Alondra, la bella. La madre hace un simulacro de desmayo, se aflojan sus piernas al tiempo que se le desdibujan las comisuras de la boca y respira deprisa, emulando la muerte más cruel: aquella que sobreviene por la ofensa lacerante del hijo mimado, pero Augusto se mantiene firme en su actitud, seguro de sí mismo, enamorado. La patata semidesnuda cae al suelo cuando Isabel se levanta para aplaudir con algarabía. El marido le pregunta qué le pasa y ella le dice que nada.
No imagina ella que su amado Augusto, su principesco amor altanero de pasos firmes, seca en estos momentos las lágrimas de la madre, que no es una enjuta viuda enlutada de moño apretado y lustroso, sino un señor de estatura baja, barrigón, de voz aflautada y nariz enrojecida propia de los bebedores de vino barato. Los brillos de su chaleco indican una falta de jabón importante.
— ¡Madre, debe entender mi amor por Alondra! No sea de ese modo ¡Por dios! – Augusto administra, con aire distraído, aire fresco a su compañero de reparto con un cartón en el que se lee “letrina atascada, no evacuar”, mientras este da otro sorbito al vino sanador de los disgustos que dan los hijos.
— ¡Ay, hijo mío, déjame morir en paz! –tras este terrible lamento el gordo Amelio disimula un espeso eructo con la mano y se desabrocha el botón de su chaleco, la carne contenida hasta entonces se extiende buscando territorios nuevos. Después se agarra el corazón con las uñas en un gesto muy teatral mientras gime desconsolado entre hipos.
Apiadado de la madre que yace derrumbada por el dolor Augusto toma fervorosamente la mano del compañero y la besa con ardor reverencial. Huele esa piel hinchada a todas esas substancias que se incrustan entre las uñas cuando uno se rasca ciertas partes de su anatomía. Augusto tuerce el gesto asqueado.
—Madre si usted no aprueba nuestro amor, me mataré, se lo juro. —ahora nuestro depauperado protagonista se lleva el dorso de la mano a la frente, lánguidamente, y se arrodilla junto a la madre que le acaricia los cabellos con sus dedos de uñas negras.
—Ella no te conviene, pajarito mío. No pertenece a nuestro mundo. —la madre mira al vacio. La tarde se ha vestido de luto, los gatos callan, la lluvia no cesa—. Te hará infeliz.
—Madre, madre. –Augusto ahora llora desconsoladamente. El pecho ufano ya se desinfló. Ya se despegaron las plumas por el sudor del miedo. Ya…
—Tienes a una loca al otro lado de la línea –anuncia Alondra la bella, que hace las veces de telefonista—. Está muy enfadada, dice llamarse Isabel y dice que te romperá las piernas por faldero. Ten cuidado, recuerda lo que sucedió la última vez.
Augusto, desconsolado entre las faldas de la madre que sigue envuelta en hipos, rememora al amor de los relámpagos que se suceden ajenos a la tragedia, aquel día en que a la salida de la radio una octogenaria contrariada le asestó sendos bastonazos en la testa, aludiendo flaqueza de espíritu por parte de él. A los bastonazos le siguieron patadas en la espinilla y alguna colleja dolorosa.
La voz de terciopelo anuncia una nueva pausa y en esta ocasión le toca el turno a las maravillosas ventajas del cepillo engomado para frotar los cristales. ¿Sus cristales están sucios? No lo duden, acudan prestos a su tienda más cercana y adquiéranlo por un módico precio. La vida se verá diferente, los paisajes más nítidos, el cielo mucho más azul.
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También ha sido hilarante descubrir que tras el personaje de la madre hay el gordo Amelio... ¡y esas uñas con substancias incrustadas por rascarse ciertas partes! 
...no me digas que has dejado el tratamiento 
..Desde que dejaste la institución mental no hay quién te controle 
