Entrevista a Cesar Antonio Molina

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lucia
Cruela de vil
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Entrevista a Cesar Antonio Molina

Mensaje por lucia »

Cesar Antonio Molina (A Coruña, 1952) es uno de los escritores más prolíficos de nuestras letras. Ha escrito novela, ensayos, crítica literaria y, sobretodo, poesía. Molina ha estado siempre ligado a la cultura, ha dirigido el suplemento Culturas y las más grandes instituciones culturales de nuestro país como es el Círculo de Bellas Artes, el Instituto Cervantes o el Ministerio de Cultura. Molina es un autor que ha viajado y reflexionado sobre la cultura y sus cambios permanentes. En Donde la eternidad envejece (Destino), su último libro que ahora nos presenta, dialoga con grandes intelectuales a través de sus obras y nos lleva por escenarios imborrables de nuestro mundo.


En su haber cuenta con una treintena de obras publicadas, ¿en qué momento surge su vocación por escribir?
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Mi primera vocación fue la de lector, fue una vocación muy temprana porque en mi casa teníamos una biblioteca de mi abuelo. Yo llegué a la escritura a través de la lectura. Probablemente nunca hubiera sido escritor si no hubiera sido primero un buen lector. La lectura ha sido desde hace mucho tiempo mi compañía, mi mejor compañía, mi mejor amigo y a través de ella he conocido a muchos amigos: amigos de otros tiempos y otras épocas y también amigos contemporáneos. La lectura ha sido el amigo más fiel, quien ha estado siempre, en cualquier época y circunstancia.
A partir de la lectura traté de experimentar si yo podría hacer algo parecido y así, poco a poco, ha ido apareciendo mi vocación. Sobretodo a través de la poesía que ha sido el principal género que he escrito. También la novela, los ensayos o la filosofía han sido fundamentales en mi formación. A través de la lectura he ido descubriendo a los autores que a mi me interesaban, de quienes me fui contagiando.
Comencé escribiendo poesía muy joven, de hecho mi primer libro de poemas se publicó a los 20 años estando todavía en la universidad. Mis primeros artículos en La Voz de Galicia ya eran literarios. En los suplementos de aquella época se publicaba poesía.
Al mismo tiempo, siempre he sido un gran lector de periódicos. Todo ese contagio te va llevando a completar todo el espectro de la literatura que es el leer, el escribir, el investigar, el ahondar en la búsqueda de tu tribu perdida que encuentras a través de esas obras literarias y de esos escritores con quien te identificas porque lo que lees es como si te estuvieran hablando a ti, como si tus preocupaciones fueran las suyas y encuentras un mundo que te lleva a través del tiempo. Yo siempre me he sentido muy bien leyendo, de la misma manera que con el cine, con la pintura, con la arquitectura,... uno va completando todo el mundo de la cultura y es cuando empiezan los celos entre la literatura, el cine, la música,... porque quieres compartir la vida con todos ellos, y ellos contigo: el día no es lo suficientemente largo. Nadie ha logrado ese invento maravilloso que sería que el día dure 48 o 72 horas. Para mí las artes han sido una compañía fundamental en mi vida y he podido estar en el mundo haciendo siempre lo que más me ha gustado.


Ahora usted es un escritor ampliamente conocido, ¿pero cómo fueron sus inicios? ¿fue difícil publicar?
La poesía es cómo una logia masónica con logias en muchos sitios. Hoy está internet, pero cuando yo era joven estaban las revistas de poesía, las publicaciones donde enviaba poemas intentando que aparecieran publicados o que alguien leyera algo y dijera que le había gustado hasta que te daba su dirección, le mandabas algún libro, te carteabas. De repente recibías una carta de Vicente Aleixandre o venías por Madrid con 18 o 19 años y lo llamabas pensando que ni siquiera se iba a poner al teléfono y no sólo cogía él el teléfono sino que te decía “pues mire usted, si puede, en dos horas le recibo en Velintonia” y allí te presentabas. Allí conocías a otra gente y esa logia se iba extendiendo. Conocí a otra gente de mi generación como Siles, Villena, Luis Alberto de Cuenca, Antonio Colinas, Guillermo Carnero, Vicente Molina Foix. A Brines, a Valente, Ángel Crespo, Caballero Bonald o a Antonio Gamoneda, que luego sería editor de uno de mis libros de poesía en la colección Provincia, que él dirigía en León.
Gamoneda publicó a muchos de mis contemporáneos, él era el director y el ojeador que nos animaba a publicar. Y a partir de ahí, cómo también me gustaba la crítica literaria en los periódicos me fui moviendo hasta que tuve la suerte de dirigir el suplemento Culturas en el periódico Diario 16. Y así todo se va conectando y te lleva de un sitio a otra hasta donde al final llegas.

En Donde la eternidad envejece hace usted un recorrido por el pensamiento de los grandes intelectuales y una reflexión de la memoria cultural. ¿En qué momento surge la idea de escribir este libro?
El libro tiene como eje fundamental la una meditación sobre el tiempo. Uno de los pilares de la cultura es la creación por parte del ser humano de elementos para tratar de detener el tiempo o, al menos, para poder permanecer más en el tiempo.
Físicamente es imposible, pero la capacidad creadora del ser humano, su capacidad artística, su capacidad intelectual e imaginativa sí que pueden vencer al tiempo con obras permanentes que puedan durar más allá de la propia existencia. El tiempo y las muestras de eternidad física las podemos ver todavía a lo largo del mundo. Esto no quiere decir que sean eternas, los Budas de Afganistán fueron eternos hasta que los volaron de un día para otro y esa eternidad desapareció.
Estoy hablando de una eternidad que nos permite que algo con lo que vivimos pertenezca, en algunos casos, a la antigüedad y, en otros, a nuestro propio plano contemporáneo. Son esas creaciones artísticas en las que podemos captar el momento de la eternidad detenida.
Muchos de mis contemporáneos son Séneca, Valéry o, mucho más cercanos como, Pasolini. Los siento contemporáneos porque los he leído, los he escuchado, he vistos sus películas y he podido dialogar con ellos. Estas son mis amistades y en este libro las saco a dialogar y a pasear conmigo por ruinas, rascacielos, palacios o hoteles. A veces es en Roma, otras en China, los paisajes van cambiando. En el fondo son estructuras móviles de los grandes decorados de la humanidad, como una gran película con grandes decorados que se han conservado. Lo que he reconstruido a través de la memoria, sobretodo como lector.


A lo largo de la obra usted enlaza diferentes relatos que le han sucedido en diferentes épocas, ¿escribió los relatos en cada viaje?
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Este libro es el quinto tomo de la serie “Memorias de ficción”, un conjunto de libros que sólo he podido escribir cuando, en los umbrales de haber vivido medio siglo, un día miré atrás y vi que el camino que había andado era mucho más largo que el que me quedaba. Y uno piensa ¿qué hice? ¿qué leí? ¿dónde estuve? ¿cómo actué? Me di cuenta de que podía desescombrar todo eso que había ido acumulando y decidí narrarlo: no mi vida, sino la vida de lo que había visto, de lo que había escuchado, de lo que había leído.
A partir de aquél momento encontré muchas notas que había escrito y sin saber por qué. Cómo haber grabado un gran documental sin argumento hasta que un día decidí ponerme a montarlo. De ahí han salido cinco tomos y escribir también ayuda a seguir el camino, a sabiendas de que el horizonte cada vez es más cercano, pero ayuda a caminar. Partiendo de cierta realidad le dí una presencia activa a la imaginación. Espero seguir completando estos tomos, porque trabajo no me falta. En el fondo me he dado cuenta de que era contar el espíritu de un tiempo y de una época, los maestros que he tenido como Ovidio, Confesiones de san Agustín o las Confesiones de Russeau, las Memorias de ultratumba de Chateaubriand o el Libro del desasosiego de Pessoa. También fueron escritos en circunstancias complicadas, en cambios de época. Y yo, sin sentirme san Agustín, porque no soy santo, ni Pessoa, porque no soy un genio cómo él, ni un aristócrata como Chateaubriand o Montaigne.
Estamos en una gran crisis, no sólo económica, sino una crisis profundamente grave que afecta al propio entendimiento del futuro por el ser humano que periódicamente se va produciendo. Aquí la literatura puede ayudar a relatar lo que vivimos.


¿En qué medida considera que el hecho de haber ocupado relevantes cargos institucionales ha influido en su concepción de la memoria cultural?
Yo siempre he sido el mismo, nunca he cambiado. Yo llevé todo mi currículum al cargo, que me dio muchas cosas. Yo ya era alguien antes y he seguido el mismo después. Los cargos me han dado la oportunidad de servir a mi país y luchar por su imagen en el mundo. Lo hice con las mismas armas que he tenido siempre. Soy una persona de la cultura, llegaba a ser ministro de mi mismo. Hay personas que llegan al cargo sin tener ninguna preparación, ese no era mi caso. Ser ministro me ha dado la oportunidad de observar observar la apertura del mundos, de nuevos conocimientos, de saberes que luego me han ayudado, pero que no me han cambiado radicalmente..

Haciendo referencia a Boltanski, en el libro usted dice que “el siglo XX fue el de la cultura de masas y también el de la muerte de masas”. Hoy le pregunto ¿en este siglo hacia dónde vamos? ¿hacia dónde va la cultura?
En todas las épocas de cambio y transformación, como en todas las revoluciones, no se sabe hacia donde se va y, a veces, sabiéndolo se va hacia otra sitio distinto. Por ello a veces es mejor no saberlo. Lo importante es ser conscientes de que vamos hacia otro sitio. Y esa conciencia ya es más que suficiente.
Respecto a la cultura en el siglo XXI están cambiando los soportes y las maneras de entender la realidad también cambian. Tenemos que defender el conocimiento, porque leer es igual hacerlo en un ordenador que en un papel. El conocimiento ha sido fundamental y lo tiene que seguir siendo. Con las nuevas tecnologías cambiarán los géneros y aparecerán nuevos, como pasó con la imprenta. La imprenta inventó nuevas manifestaciones de transmitir el saber y creo que eso pasará también. Quizá no en esta década ni en la siguiente, pero estamos en una época de cambio y vamos camino de estar en “los cambios no de cultura sino de civilización”, como dijo McLuhan sobre la televisión. Ya ese camino de cambio comenzó con los medios audiovisuales en el siglo pasado y ahora estamos en la parte final de ese cambio. Yo espero que sea un paso adelante, a pesar de que a veces el ser humano a utilizado su saber en la mala dirección.
Para mí, recorrerme el mundo y encontrar una primera edición de Carlos Fuentes, o Octavio Paz o Borges en las librerías de viejo de la calle Donceles de Ciudad de México era una satisfacción de tal calibre que a día de hoy, con internet, es incomparable, porque no hace falta viajar. Es entendible que así lo sea.
Ese cambio es inevitable y hay que estar con él, no es como lo que decía Lampedusa de que “todo cambie para que siga igual”. Esta vez no es lo mismo: las cosas van a cambiar para que las cosas sean distintas, pero yo confío y espero que sean para mejor.

Autor: Víctor Pons Cueves
17 de mayo de 2012, Hotel de las Letras, Madrid
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corinne
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Re: Entrevista a Cesar Antonio Molina

Mensaje por corinne »

Muchas gracias por la entrevista!! :eusa_clap: :eusa_clap:
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