En la orilla (relato)
En la orilla (relato)
El piano de cola exhala un efluvio de notas en el rincón sombrío de la sala. Es negro, de cuerpo satinado. Cuando la luz incide sobre él, lo salpica de albura. Sus blancas teclas se suceden, una tras otra, sistemáticas y milimetradas. Como una dentadura utópica. A su lado, el atril se limita a sostener en alto sus brazos vacíos.
El negro instrumento yergue una música que trasluce el silencio y trepida en mi vientre. En cada pausa que se toma la fluyente melodía, el silencio asoma, y suena como si me revolvieran el alma con una laya.
Los sonidos, por supuesto, no se esculpen solos. Una silueta, sentada sobre un taburete, es la que imbuye el piano de energía. Y la propia energía, y la voz que en ella nace, parece quedarse en el aire y arrastrarse, de aquí para allá, sacudiendo ferozmente sus yugos de forma presurosa antes de languidecer y extinguirse. Parece que cada nota sea una alegoría a la vida: tremebunda y volátil. Como un relámpago vagamente íntimo.
El caudal avanza irrefrenable, como un magma lento y obstinado. Y su espuela... Unos dedos finos, más bien largos y gráciles, muy conocidos. Tiemblan tenuemente, tal vez por la empatía con el instrumento. Pero es un temblor certero. Parece como si las manos cobraran vida propia y fuesen, en pos de la música, consciencias —o inconsciencias— individuales.
De pronto me tropiezo. Ni sé como lo hago, porque estaba quieta y el tropiezo es algo que suele ir ligado al avance o al retroceso, pero en fin, que caigo al suelo y, en el trayecto, me llevo conmigo a una lámpara de pie que tengo a mano. Las dos tocamos fondo con estrépito. Y el golpe se escurre por alguna intermitencia de la música. La marea de notas cesa, como un engranaje que se atasca, y la ausencia de sonidos se vuelve acuciante.
—¡Vaya! Mi fila del pentagrama debía de estar recién fregada... —trato de bromear.
No dice nada. Busco algo para amansar al silencio que me agosta.
—¿Improvisabas?
El viento instiga el largo y pesado quebranto de los postigos del gran ventanal de madera. La lluvia arranca y nos sume en su canto.
El reloj de pared desgrana el tiempo con lentitud.
—Creo que saldré a dar una vuelta bajo el paraguas.
—La música es como el agua. Es atmósfera y, a su vez, interior. Piel y hueso. Es como el agua porque envuelve y abraza, como lo hace el agua cuando en ella te zambulles. Y es un abrazo íntegro —él habla, y su voz es desacompasada, se titubea a cada palabra como un gusano ensartado en un anzuelo.
—Sí, es como el agua. A decir verdad, son semejantes incluso en cualidades higiénicas. Claro que es metafórico. La música, no te va a quitar las manchas de helado, por ejemplo. Aunque esas creo que tampoco con agua sola se quitan.
Me ignora. El engranaje vuelve a rotar sobre su eje, con normalidad. Y yo respiro aliviada. Me doy prisa en salir, cierro la puerta sin ruido. Cuando está cerrada por completo, la música se suspende. Truena un disparo y un ruido sordo le sucede. Con la sangre hecha escarcha y el corazón castañeando, abro la puerta y le descubro de pie, frente al piano desplomado. A su alrededor, la sangre rueda. Él me mira, mira como le miro, con qué desprecio.
—Un suicidio a destiempo puede provocar muchas muertes— y me dispara en el corazón. El disparo es lo último que oigo antes de desvanecerme. Eso y una preciosa melodía que parece manar de mi herida, como si mi sangre se hubiese vuelto música. La distingo al acto: Nocturno, de Chopin. Y tan nocturno, pienso. Nunca más la luz del día anidará en mis ojos.
Y en la última muralla de consciencia que todavía sostengo, me digo: "A veces el amor se vuelve instrumento; y el instrumento, amor."
El negro instrumento yergue una música que trasluce el silencio y trepida en mi vientre. En cada pausa que se toma la fluyente melodía, el silencio asoma, y suena como si me revolvieran el alma con una laya.
Los sonidos, por supuesto, no se esculpen solos. Una silueta, sentada sobre un taburete, es la que imbuye el piano de energía. Y la propia energía, y la voz que en ella nace, parece quedarse en el aire y arrastrarse, de aquí para allá, sacudiendo ferozmente sus yugos de forma presurosa antes de languidecer y extinguirse. Parece que cada nota sea una alegoría a la vida: tremebunda y volátil. Como un relámpago vagamente íntimo.
El caudal avanza irrefrenable, como un magma lento y obstinado. Y su espuela... Unos dedos finos, más bien largos y gráciles, muy conocidos. Tiemblan tenuemente, tal vez por la empatía con el instrumento. Pero es un temblor certero. Parece como si las manos cobraran vida propia y fuesen, en pos de la música, consciencias —o inconsciencias— individuales.
De pronto me tropiezo. Ni sé como lo hago, porque estaba quieta y el tropiezo es algo que suele ir ligado al avance o al retroceso, pero en fin, que caigo al suelo y, en el trayecto, me llevo conmigo a una lámpara de pie que tengo a mano. Las dos tocamos fondo con estrépito. Y el golpe se escurre por alguna intermitencia de la música. La marea de notas cesa, como un engranaje que se atasca, y la ausencia de sonidos se vuelve acuciante.
—¡Vaya! Mi fila del pentagrama debía de estar recién fregada... —trato de bromear.
No dice nada. Busco algo para amansar al silencio que me agosta.
—¿Improvisabas?
El viento instiga el largo y pesado quebranto de los postigos del gran ventanal de madera. La lluvia arranca y nos sume en su canto.
El reloj de pared desgrana el tiempo con lentitud.
—Creo que saldré a dar una vuelta bajo el paraguas.
—La música es como el agua. Es atmósfera y, a su vez, interior. Piel y hueso. Es como el agua porque envuelve y abraza, como lo hace el agua cuando en ella te zambulles. Y es un abrazo íntegro —él habla, y su voz es desacompasada, se titubea a cada palabra como un gusano ensartado en un anzuelo.
—Sí, es como el agua. A decir verdad, son semejantes incluso en cualidades higiénicas. Claro que es metafórico. La música, no te va a quitar las manchas de helado, por ejemplo. Aunque esas creo que tampoco con agua sola se quitan.
Me ignora. El engranaje vuelve a rotar sobre su eje, con normalidad. Y yo respiro aliviada. Me doy prisa en salir, cierro la puerta sin ruido. Cuando está cerrada por completo, la música se suspende. Truena un disparo y un ruido sordo le sucede. Con la sangre hecha escarcha y el corazón castañeando, abro la puerta y le descubro de pie, frente al piano desplomado. A su alrededor, la sangre rueda. Él me mira, mira como le miro, con qué desprecio.
—Un suicidio a destiempo puede provocar muchas muertes— y me dispara en el corazón. El disparo es lo último que oigo antes de desvanecerme. Eso y una preciosa melodía que parece manar de mi herida, como si mi sangre se hubiese vuelto música. La distingo al acto: Nocturno, de Chopin. Y tan nocturno, pienso. Nunca más la luz del día anidará en mis ojos.
Y en la última muralla de consciencia que todavía sostengo, me digo: "A veces el amor se vuelve instrumento; y el instrumento, amor."
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Re: En la orilla (Relato)
Me ha gustado, pero más el principio y el desarrollo que el desenlace, no sé, éste me parece muy disruptivo, pero el resto del texto me ha parecido precioso, embriagador, pura poesía hecha prosa
Suena como una melodía
Suena como una melodía
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Re: En la orilla (Relato)
Me ha gustado mucho, hay sentimientos entrelazados y una armonía muy especial, a pesar del final
Re: En la orilla (Relato)
Debo ser rara, porque a mí el final es lo que mas me ha gustado El resto me ha parecido mas deslavazado y solo vemos realmente lo que pasa por la cabeza del otro cuando se abre la puerta al final.
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- Shaila
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Re: En la orilla (Relato)
Pues no creo que seas rara Lucia a mi también me ha gustado el final, realmente no te lo esperas. Me ha gustado por como entrelaza la música con la muerte y el amor....
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Re: En la orilla (Relato)
Jaja realmente esto no iba para relato, iba a ser una mera descripción de un músico tocando su instrumento. Pero no sé que hice que la cosa se torció y se convirtió en esto. De todas formas, sin buscarlo, el texto entero se convirtió en una excusa para ilustrar la última frase con fuerza.
Es un gusto compartir aquí y que me leáis
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Re: En la orilla (Relato)
Efimero escribió:Jaja realmente esto no iba para relato, iba a ser una mera descripción de un músico tocando su instrumento. Pero no sé que hice que la cosa se torció y se convirtió en esto. De todas formas, sin buscarlo, el texto entero se convirtió en una excusa para ilustrar la última frase con fuerza.
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