Entradas de un diario inexistente

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HERMANN
No puedo vivir sin este foro
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Entradas de un diario inexistente

Mensaje por HERMANN »

Dos días.

1.- Pido el día libre. Tengo lo que se dice, un bajón. Necesito pasar el día solo, haciendo mis cosas. Voy a la compra y salgo del centro comercial cargado de bolsas. Es una mañana espléndida de una primavera adelantada. Logro alcanzar las llaves del bolsillo con la punta de los dedos pero se me caen y suelto una maldición mirando al cielo pues tengo que soltar la compra en la acera. Veo una bandada de lo que deben ser patos o flamencos emigrando hacia su destino pero me llama la atención el que no vuelen en línea recta. Están formando círculos en un radio de unos quinientos metros. ¿Se habrán despistado como esos cetáceos que quedan varados en playas desconocidas? ¿Se sentirán amenazados por algo y no se deciden a continuar hacia su destino? Dan nueve, diez vueltas. La gente pasa a mi lado: me miran y miran adonde miro, luego se van. A mí me parece un espectáculo curioso y me quedo a ver en qué acaba la cosa. Del horizonte veo aparecer otra formación de aves. Las que están cerca de mi vertical se disponen en forma de cuña y emprenden el rumbo de las otras. Las veo alejarse a todas juntas, ahora sí, con determinación.


2.- Un peso molesto en la parte baja del vientre. Me estoy meando y me encuentro en la sala gigante de una estación de tren plagada de viajeros que van y vienen. Recorro pasillos buscando algún letrero que me anticipe el alivio pero todos son direcciones a ninguna parte que me interese. Entro en un comercio minúsculo y la dependienta, mayor, me mira con la esperanza de haber encontrado por fin un cliente. A pesar de todo me orienta con amabilidad: “al fondo del todo los encontrará usted”.
Ya no puedo más. Voy lo más rápido posible sin que parezca que huyo de algo o de alguien. Entro y una vaharada de olor caliente y húmedo me corta la respiración. Procuro no tocar a nada ni a nadie pero algo me dice que no podré levitar por el piso pegajoso. Hay un montón de tipos esperando en cada urinario y las cabinas de los cagaderos están con las puertas cerradas. Decido esperar y me concentro para poder soportarlo. Me agacho para ver si hay alguna vacía. Miro algunas caras y me asusto por dentro. Más si pienso que puedo asustar a alguien que también espera. Sobran pares de pies por debajo de alguna puerta. Por fin se abre una y orino. Observo que en el suelo, al lado de la taza, hay unos calzoncillos mezclados con meados y con restos de papeles sucios. Miro al frente, a la pared y hay, escrita muy clarita, una nota: “todo” y un número de móvil. Salgo asqueado y evito las miradas de los otros, como si sólo yo tuviera motivos para avergonzarme de ser un hombre, un ser humano.
Salgo hacia el Retiro y me espera justo donde hemos quedado: apoyada en la figura entrañable de Don Pío. Caminamos por las veredas perfumadas y en sombra mientras nos dirigimos al fabuloso tumulto de la feria.
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dualidad101217
Me estoy empezando a viciar
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Comentario a Hermann

Mensaje por dualidad101217 »

Aloja, Hermann

Ambos párrafos, o días, o historias, me ha parecido bien estructurados. En ambos, con habilidad indiscutible has impuesto el ritmo justo, y con descripciones que hacen que te sea sencillo, cómodo y natural visualizar en qué está el protagonista.

La formación de las aves del primer cuadro, y la de la nota en el segundo, le dan una cuota enigmática, que supongo queda en poder del lector poder resolverlo o no.

Me queda el sabor de un protagonista que ha podido ver, quizás por destellos, algo que los demás no. Sin embargo, es capaz de seguir con lo de siempre, como si nada hubiese pasado, tal cual los demás que lo rodean.

Supongo que me pierdo de algo al ignorar de qué se trata "Retiro" y "Don Pío". Se encierra un mensaje velado aquí?

Un abrazo, Hermann
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lucia
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Mensaje por lucia »

El Retiro es un parque madrileño muy conocido. Y don Pío es Pío Baroja ;)
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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nosin
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Mensaje por nosin »

jeje, no es consciente Hermann de que se le lee internacionalmente :lol:
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Fiorella
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Mensaje por Fiorella »

Tus historias son siempre geniales, Hermann! :P
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madison
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Mensaje por madison »

Sí está muy bien, pero yo seguiría ampliando ese diario no?
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Fiorella
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Mensaje por Fiorella »

Podría, sí! :D
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gaviero
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Mensaje por gaviero »

Va cayendo la noche y las aceras se ensombrecen, las luces no son capaces de acabar con la oscuridad de las sombras que se van adueñando de las calles estrechas. Paseamos por los aledaños de la calle Barquillo, territorio maldito para muchas gentes que se dicen de orden; el estomago chilla, da la alarma, hay hambre. Habrá que comer algo, miramos alrededor y descubrimos el Arabia, probemos los sabores africanos del norte, cus-cus, cordero tierno, dulces empalagosos, cubiertos de semillas de sesamo y de miel.

Ya con la tripa llena, toca alimentar el espíritu, calmar las sensaciones. Andamos unos metros, paseos en la noche; las luces de un garito nos llaman la atención, el Bogui Jazz nos llama, música de saxos, pianos, voces rotas con un aire africano.

(seguir con el diario)
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HERMANN
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Mensaje por HERMANN »

Gracias a todos por los comentarios. Gaviero, no me tientes, que mira que me pongo. Y luego va a ser peor. El jueves pasado también paseé por Barquillo y también comí por allí cerca: qué bonito.
Un saludo.
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JANGEL
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Mensaje por JANGEL »

Amigo Hermann, gran amigo mío, yo también espero ansiosamente nuevas entradas de este diario inexistente. :wink:
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HERMANN
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Mensaje por HERMANN »

3. Demasiadas horas de oficina. Demasiadas horas corriendo. Noto que necesito un poco de ficción para contrarrestar tanta realidad, tanta sobrecarga. Salgo, ya tarde, a dar un paseo sin saber muy bien adónde ir. Paso por la puerta de un salón de belleza. También se dan masajes. Necesito que alguien me toque.
Pregunto. Me explican los bonos, las clases, los detalles y sin saber muy bien cómo me veo tras una masajista que viste como una enfermera. Se llama Olga. Me pregunta si he sido usuario de los servicios de esa casa: “no”, contesto. “¿Quiere usar sus calzoncillos o prefiere unos desechables?”. Digo: “Yo venía sólo a un masaje de espalda...”. Dudo un instante; luego añado: ” Prefiero los míos”. ¿Qué iba a contestar? “Bien. Desnúdese y cuando esté listo, pulsa este interruptor y vengo. Debe saber que la espalda está muy relacionada con los glúteos. Hay que trabajar todo”.
Me quedo sólo y compruebo que la sala del masaje no es más grande que tres cabinas de teléfonos unidas. Comienzo a sudar. Me quito la camisa, los pantalones y los calcetines. Yo no venía preparado para esto, pienso. Compruebo, con horror, que mis calzoncillos son los que pensaba utilizar por última vez. Todo el mundo se pone ropa interior por última vez alguna vez, ¿no?
Cuelgo la ropa en la percha y escondo los calcetines en lo más profundo de los zapatos. Luego, escondo los zapatos debajo del armarito de los ungüentos. Me tumbo en la camilla y compruebo que no llego a pulsar el interruptor. Sudo más. Me bajo, llamo al timbre y rápido me subo otra vez y me coloco la toalla encima de los calzoncillos, para que no se vean. Dudo por si no sería mejor quitármelos. No me da tiempo. Entra Olga y deja una luz suave. Pone música Chilout. Me dice sonriendo que me dé la vuelta, es decir, que me ponga bocabajo. Roto sobre mi eje logrando que la toalla mantenga su posición. Ella se echa un aceite y se frota fuerte las manos supongo que para calentarlas. Estoy muy tenso y ella me lo dice: “está usted muy tenso, relájese”. Olga sabe hacer su trabajo. Sus manos bailan sobre mi espalda con ritmo y con denuedo. Cuando sube por la columna se amontonan agradables escalofríos en la nuca. Claramente noto que va bajando hacia la cintura. Me preocupa. Cuando llega al borde de la toalla, enrolla ésta sobre mis calzoncillos de manera que ella no los ha podido ver. Un detalle por su parte. Me relajo más. Nunca me han masajeado los glúteos de una manera tan poco erótica. Pero me gusta. Luego comienza por las piernas. Me dice: “tiene usted las piernas con mucho músculo”. Yo le digo, sin dar mucha importancia; estúpidamente: “Claro, es que hago mucha bici. Y corro”. “¡Uy! ¡Es que vaya bolas!” dice. Cuando comienza sorpresivamente con los pies, noto que parte del tuétano de los huesos se me licuan un poco, a la manera de la sangre de san Pantaleón.
Cuando termina con los pies me da un golpecito en el gemelo. Ya casi estaba dormido. Me dice, ahora sí, que me de la vuelta. No puede ser, no puede ser que la tarde acabe de manera tan perfecta, pienso. Pero no. Olga me dice: “para terminar le voy a dar un pequeño masaje facial”. Sus manos son como dos hamster jugando por mi papada. Trabaja sobre mis sienes, coronilla y sobre todo por la nuca, lo que me hace sentir que voy encima de una ola. Estas cosas no debieran terminar nunca. Pero como todo, siempre llega el final. “Su masaje ha concluido. Gracias por venir”.

Me deja solo y me visto. Cuando salgo a la calle la oscuridad se ha hecho dueña de las calles. Sé que voy a dormir esta vez bien. Profundamente. Aunque me prometo no contarle esto a nadie.
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eee
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Mensaje por eee »

hola hermann
leí los tres días
me han gustado
el ritmo regular
las salidas sutiles
la visión calmada
sosegada...
saludos :D
HERMANN
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Mensaje por HERMANN »

4.- a)Reunión con amigos y hermanos. Discusión acalorada sobre política, fútbol, libertad, estrellas, sobre el concepto del infinito, sobre los sentidos que nos engañan al contemplar un firmamento que ya, en gran medida, puede no existir. Sobre economía; incluso sobre economía doméstica. Sobre las enfermedades mentales.
Cuando acaba todo queda un sustrato agridulce. Un malestar enredado entre una tonelada de desperdicios. Algo debe estar mal en mis razonamientos porque, dentro de mí, profundamente, noto que llevaba razón en todo. Que la mía era la verdad más incuestionable.

b) ¿Qué sustancia hay más extraordinaria que unas gotas de semen? Una sustancia gelatinosa desbordante de gérmenes, de vida.


Gracias, eee. Y a los dueños de comentarios y lecturas.
Un saludo afectuoso.
HERMANN
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Mensaje por HERMANN »

5.- Hace fresco. Una mañana gris de verano, como una mañana perfecta de invierno: húmeda, tibia, llena de flores, con olor a tuyas recién cortadas. Quedamos para dar un paseo en bicicleta. Estamos animados ante la perspectiva del ejercicio pero a los quinientos metros, en una de esas bandas infernales que ponen los ayuntamientos para enriquecer a los talleres de amortiguación, mi rueda delantera se sale y quedo a merced de la fuerza tiránica de la gravedad. Pongo las manos pero no puedo evitar el latigazo del cuello y mi boca impacta contra el suelo como una sandía. Los otros paran asustados. Lo primero: comprobar que los dientes siguen en su sitio. Un sabor salado inunda la boca. No me quejo, puedo levantarme. Me siento en la acera para reponerme. Insisten en que vayamos al hospital. Mi boca es como una herida abierta por la que sale sangre en pequeños borbotones. Los labios se van hinchando y me da por pensar que me parezco al hombre elefante. No me hace gracia pensar en estar toda una mañana de domingo en urgencias pero accedo agradecido y nos encaminamos mientras llevo pegado en la boca un pañuelo.

En la sala de urgencias no hay tanta gente como me temía. Un joven está en una camilla. Está en silencio y apenas se mueve. Sólo de vez en cuando emite un suspiro lleno de angustia. Una anciana se queja sin que parezca importarle a nadie. No puedo dejar de mirar hacia una pareja de desahuciados. Él está en una silla de ruedas con un gotero. Es un esqueleto encorvado y en las últimas. A pesar de no tener mucha edad tiene el pelo canoso, la barba descuidada, la piel hundida. Su compañera no tiene mejor aspecto. A veces lo mira con los ojos entornados, como los de María ante la cruz de su hijo en tantas pinturas. No quiero prejuzgar pero creo que son dos heroinómanos que están viviendo, resignados, sus últimos días. Una mujer joven llora sin parar. Va vestida como si cualquier desgracia la hubiera pillado de fiesta. Lleva grandes gafas de sol y se limpia continuamente los ojos con clínex.
Después de cuatro horas y una exploración superficial nos encaminamos a casa. Antes el doctor insiste en escayolar el brazo izquierdo. Le digo que no es necesario pero el muy sieso ordena al enfermero: “¡hasta por encima del codo!” Reproduzco como una pitonisa las palabras de reproche que se pronunciarán apenas se abra la puerta: “¡¿qué ha pasado?!”, “¡como un crío!” y “¡lo sabía, lo sabía!”. El día se convierte así en un remedo de lo que es un domingo fallido. Me acuesto sin cenar. Pereza de imaginar mañana en el trabajo las explicaciones. Deseos de que pasen deprisa los próximos días.
De madrugada me levanto. Sé que no tengo nada roto, lo sé, me abro la escayola y la tiro a la basura: “¡A la mierda con el doctor!”
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lucia
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Mensaje por lucia »

Y la contractura, en el trabajo al día siguiente :P
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Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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