Un libro precioso. No sabría decir exactamente de qué se trata, si sobre una niña huérfana que come oscuridad, escucha a los pájaros y roba libros, un Pew que es muchos Pews, un Stevenson que no construía faros, un Darwin que da consejos a un hombre triste, un hombre que es dos hombres... O sobre el amor, sobre el mar, sobre historias de marineros o cómo se creó el universo.
O sobre todo eso. Da igual. La forma en la que Winterson narra esta historia es como escuchar una canción, o una historia que ya conocíamos porque alguien nos la contó hace años cuando éramos niños, o un nuevo cuento de hadas. Cada imagen que crea da ganas de conservarla de alguna forma: ponerla en un marco, llevarla en un collar, fosilizarla y llevarla en el bolsillo, guardarla en una botella y arrojarla al mar.
No sé si ya lo leyeron Murke y Fresa, pero seguro les encantaría.
Dejo algunas cosas que subrayé:
La oscuridad lo envolvía todo. Era la norma. La oscuridad adornaba mi ropa. Si me ponía un sombrero de pescador, el ala me dibujaba una sombra oscura en el rostro. Cuando me bañaba de pie en el pequeño cubículo galvanizado que Pew me había construido, me enjabonaba en la oscuridad. Si metía la mano en un cajón para buscar una cuchara, era oscuridad lo primero que palpaba. Si abría los armarios de la cocina para coger la caja de té Full Strength Samson, el agujero era tan negro como el mismísimo té. Teníamos que cepillar o apartar la oscuridad antes de poder sentarnos. La oscuridad se agazapaba en las sillas y colgaba de la escalera como una cortina. A veces adoptaba la forma de las cosas que deseábamos: una sartén, una cama, un libro. A veces veía a mi madre, oscura y silenciosa, cayendo hacia mí. La oscuridad era una presencia. Aprendí a ver en ella, aprendí a ver a través de ella y aprendí también a ver mi propia oscuridad.
¿Por qué Babel Dark no se casó con Molly?
Dudaba de ella. Jamás debes dudar de la persona a la que amas.
Pero puede que no te diga la verdad.
No importa. Dile tú la verdad.
¿Qué quieres decir?
No puedes ser la honradez de otra persona, pequeña, pero sí puedes ser tu propia honradez.
Entonces, ¿qué debería decir?
¿Cuándo?
Cuando ame a alguien.
Deberías decirlo.
Siempre que la veía, Babel estaba a punto de desmayarse. Sabía que se debía a la repentina afluencia de sangre a la cabeza y a que de pronto olvidaba respirar. Sabía que era un síntoma común como común era la causa, pero también sabía que, siempre que la veía, su cuerpo desecado y medio aletargado se lanzaba adelante, hacia el sol. Luz y calor. Molly era para él la luz y el calor, independientemente del mes del año. En diciembre y mayo, cuando llegaba el momento de marcharse, Babel llevaba consigo la luz durante un tiempo, aunque su fuente ya no estuviera. A medida que se alejaba de aquellos largos días de sol, apenas se percataba de que el reloj acortaba sus horas, de que anochecía antes, de que en algunas mañanas ya había escarcha. Molly era en él un disco brillante que lo dejaba ahíto de sol. Era circular, giraba con la luz, nacía del equinoccio. Era estación y movimiento, pero Babel jamás la había visto fría. En invierno, el fuego de Molly se sumergía desde la superficie hasta las profundidades y calentaba sus magníficas estancias como la leyenda del rey que guardaba el sol en su corazón. «Retenme a tu lado», decía Babel. Era casi una oración pero, como la mayoría de nosotros, rezaba por una cosa y ponía su vida rumbo a otro lugar.
No te arrepientas de tu vida, pequeña. Pasará muy pronto.
Hay gente que dice que las mejores historias no tienen palabras. No les criaron para ser fareros. Es cierto que las palabras se desvanecen y a menudo las cosas realmente importantes no se dicen. Las cosas importantes se aprenden en los rostros, en los gestos, no en nuestras lenguas encarceladas. Las cosas auténticas son demasiado pequeñas o demasiado grandes, o en cualquier caso nunca tienen el tamaño adecuado para encajar en el templo llamado lenguaje. Eso ya lo sé. Pero también sé otra cosa, porque me criaron para ser farera. Apaga el bullicio del día a día y al principio sentirás el alivio del silencio. Luego, muy quedo, tan quedo como la luz, regresa el significado. Las palabras son la parte del silencio que puede ser hablada.
Me fui de la biblioteca con un nudo en el estómago y me dediqué a vagar como un ser poseído. Luego encontré el libro en una librería, pero después de haber leído solo una página más vino la dependienta y me dijo que tenía que comprarlo o dejarlo. Me había prometido que no compraría nada, salvo la comida que necesitaba, hasta que descubriera dónde estaba Pew. Así que le dije a la dependienta: —No tengo dinero para comprarlo y no quiero dejarlo aquí. Pero me encanta. No pareció inmutarse. Vivimos en un mundo en que «o lo compras o lo dejas». El amor no cuenta.
Eso es lo que tienen las bibliotecarias: les encanta decirte que un libro está agotado, que está prestado, que se ha perdido o que ni siquiera ha sido escrito todavía.
El psiquiatra asintió y me aconsejó que fuera a verle una vez por semana para someterme a observación, como si fuera un nuevo planeta. Cosa que, en cierto sentido, era verdad.
En cuanto a mí, estoy fragmentado por la fuerza de olas enormes. Soy el cristal de colores de la vidriera de una iglesia destrozada hace tiempo. Encuentro fragmentos de mí por doquier y me corto al cogerlos.
En Tristán el mundo se encoge hasta quedar reducido a un barco, una cama, una linterna, un filtro de amor, una herida. El mundo está contenido en una palabra: Isolda.
¿Dónde comenzó el amor? ¿Qué ser humano miró a otro y vio en su rostro los bosques y el mar? ¿Hubo acaso un día en que, exhausto y agotado, trayendo comida a casa, con los brazos llenos de cortes y cicatrices, viste flores amarillas y, sin saber lo que hacías, las cogiste porque te quiero?
En los fósiles que dan fe de nuestra existencia no hay rastro alguno del amor. No lo encontraréis atrapado en la corteza de la tierra, a la espera de ser descubierto. Los largos huesos de nuestros antepasados no muestran nada de sus corazones. Su última comida a veces se conserva en la turba o en el hielo, pero sus emociones y pensamientos han desaparecido.
El cuerpo humano sigue siendo la medida de todas las cosas. Es esta la escala que mejor conocemos. Este ridículo metro ochenta ciñe el globo y todo cuanto contiene. Hablamos de pulgadas, de pies, de palmos, porque es eso lo que conocemos. Conocemos el mundo por y a través de nuestro cuerpo. Este es nuestro laboratorio. No podemos experimentar sin él. También es nuestro hogar. El único que realmente poseemos. Nuestro hogar está donde está el corazón.
—¿Recuerdas a mi visitante?
Hubo una gran humareda, como la de una locomotora, antes de que Pew hablara.
—¿A Stevenson? Oh, sí, subió y bajó del faro sin toser una sola vez, y eso que dicen que sus pulmones tienen más agujeros que una red de pescar bacalao.
—Ha publicado su libro. Lo he recibido hoy.
Dark se lo tendió a Pew, que palpó la piel labrada y las letras grabadas en la cubierta. El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde.
—¿Trata del cuidado de los faros?
—Sí, en cierto modo, si cuidar de la luz es algo que todos debemos hacer.
¿De qué tienes miedo?, me pregunté, porque el miedo está en el fondo de todo, incluso el amor a menudo descansa en el miedo. ¿De qué tienes miedo si, hagas lo que hagas, morirás?
Soy medio civeta, medio gato ratonero. ¿Qué hacer sobre lo salvaje y lo doméstico? El corazón salvaje que quiere ser libre y el corazón doméstico que quiere volver a casa. Quiero que me abracen. No quiero que te acerques demasiado. Quiero que me levantes en tu mano y me lleves a casa durante la noche. No quiero decirte dónde estoy. Quiero tener un lugar entre las rocas donde nadie pueda encontrarme. Quiero estar contigo.
No pienso en el amor como en la respuesta o la solución. Pienso en el amor como en una fuerza de la naturaleza, poderosa como el sol, igual de necesaria, de impersonal, de gigantesca, de imposible, tan devastadora como generadora de calor, tan culpable de las sequías como dadora de vida. Y que, cuando se extingue, el planeta muere. Mi pequeña órbita de vida gira en torno al amor. No me atrevo a acercarme más. No soy un místico en busca de la comunión final. No salgo sin mi protector solar. Me protejo.
Sé que las cosas auténticas de la vida, las cosas que recuerdo, las cosas que hago girar en las manos, no son casas, cuentas bancarias, premios ni ascensos. Lo que recuerdo es el amor, todo el amor, el amor por este camino de tierra, por este amanecer, por un día junto al río, por el desconocido que conocí en un café. Incluso por mí misma, que es lo que más cuesta amar, porque el amor y el egoísmo no son lo mismo. Es fácil ser egoísta. Es duro amar al ser humano que soy.
Sonreíste, te pusiste en pie y saliste a la luz del sol. Quizá fuera la luz en tu rostro, pero creí reconocerte, haberte visto en algún lugar muy abajo, en algún lugar del fondo del mar. Algún lugar en mí.