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El timbre sonó y todos los alumnos del nivel IL corrieron veloces a su clase. El catedrático Ciro, como cada tarde, les esperaba en la puerta. Cuando se cercioró de que todos los pupilos habían entrado en el aula, la cerró. Acto seguido, con paso firme, se encaminó hacia la tarima y se subió en ella.
—¡Buenas tardes, infantes lectores!
—¡Buenas tardes, catedrático Ciro! —contestaron todos los alumnos al unísono.
—Id tomando asiento y sacad vuestras sorbil de última generación.
Un año atrás, el emperador Ukiah I había prohibido el uso de los anticuos, alegando que iban en contra del medio ambiente, de tal manera que los súbditos del imperio no les quedaba más remedio que utilizar la marca recomendada por el Ministerio de Educación, que no era otra que la del emperador.
Tras comprobar que los infantes lectores prestaban atención, el catedrático Ciro expuso el tema que iban a tratar esa tarde:
—Hoy, queridos alumnos, hablaremos de la era luciana.
—¡Guay, mi madre me ha hablado mucho de ella! —exclamó Kassiopea, una de las alumnas más destacada del aula. A continuación, se giró hacia la clase y, con una gran sonrisa en su rostro, añadió —: Chicos, hoy nos lo vamos a pasar chachi.
—¡Joder, tía! —dijo Rat, que se encontraba justo detrás de ella—. ¿Tú siempre eres tan happy? Esta mañana en la clase de ruso dijiste lo mismo.
—¡Venga, Rat! No me dirás que las clases de ruso no son divertidas…
—¡Ahí le has dao, Kass! —chilló Gavalia desde el fondo de la clase—. Sobre todo cuando la señorita se pone roja y lanza su matrioska sin atino. —giró su cabeza hacia la derecha y, jocoso, añadió —: No es así, ¿gatito?
Toda la clase estalló en carcajadas, pues bien sabían que, en numerosas ocasiones, Elúltimo había protagonizado el lanzamiento de matrioska de la señorita Yelene; la pobre mujer, nunca atinaba cuando quería dar a Gavalia.
El gatito posó su pata en el extremo superior del pupitre, sacó sus afiladas uñas y la descendió a cámara lenta, de tal manera que provocó tal sonido que hizo estremecer a Gavalia.
—Ya nos veremos en el patio… ¡chucho! —le dijo.
Mientras, el catedrático Ciro había encendido la pantalla de la pizarra y, con elegantes aspavientos, iba llenándola de botones y datos.
Tras finalizar, se dio la vuelta y comenzó la lección.
—Bien, infantes lectores, comencemos. ¿Quién puede decirme cuándo comenzó la era luciana?
Kassiopea, Nínive e Iris levantaron sus manos, ansiosas por ser escogidas. Sin embargo, antes de que el catedrático Ciro pudiera elegir, se levantó Ororo.
—Profesor, yo lo sé.
Tolomew, Prófugo y Kharonte suspiraron al unísono mientras admiraban su esbelto cuerpo.
—Muy bien, Ororo. Cuenta a tus compañeros cómo comenzó la era luciana.
La más bella de las infantas lectoras comenzó a explicar la lección:
—Eee… En el caos cibernético existían cientos de géneros…
—No eran cientos, profesor. Eran sólo dieciséis —dijo Berlín, aferrando con fuerza su látigo mientras miraba de soslayo a su compañera.
Kassiopea, Nínive e Iris sonrieron ante aquella corrección. Detestaban sus aires de bella lectora con la que andaba en el patio del colegio.
—Bueno… Osea… Dieciséis —rectificó Ororo, mientras pensaba que ya tomaría medidas contra aquella pérfida lectora—. Las personas que vivían en ellos, sólo podían leer el género al que pertenecían. Eran super ignorantes, no como nosotros, ¿sabéis? Y Lucia, la bibliotecaria, se impuso en todos ellos y los unió creando la república. Y por eso ahora todo el mundo puede leer el género que quiera.
—Muy bien, Ororo. Puedes sentarte.
»La era luciana, queridos alumnos, se inicia tras la Gran Batalla, la cual nos libró de la gran injusticia que era leer sólo un género literario según el lugar de nacimiento. Lucía Abrelium, la bibliotecaria, junto a sus generales Sinkim, Wintermute y Barrikada, instaron a cientos de personas a la rebeldía. Tras el levantamiento, y en apenas unas semanas, todos los monarcas fueron marcapáginados, y sus cabezas rodaron ante el pueblo.
—¿Por eso se usaban marcapáginas en la era Luciana, profesor? —dijo Estrellita, una ferviente coleccionista de aquel señalador tan utilizado antes de la era tecnatíana.
—Así es, Estrella de Mar. Se utilizaba para conmemorar en nuestras lecturas el levantamiento.
—¡Ay! —gritó estrellita—. Profesor… ¡Dori me ha tirado de una de mis patas!
—No es verdad, profi.
—Sí que lo es. Me ha tirado de ella como siempre lo hace.
—¡Eso no es cierto! Está mintiendo. ¿Verdad, Topito? Él ha visto que yo no he sido.
—¿Ein? —dijo Topito, elevando la cabeza y entornando los ojos aún más de lo que ya los tenía.
—¡No mientas, Dori! Si Topituá es más cegato que una bombilla apagada.
—Yo nunca miento, plumilla. Si digo que Topi lo ha visto, es que lo ha visto. ¿Verdad, Topito?
—¿Ein?
—¿Lo ves? Si no se entera de nada.
—Vamos, pequeños infantes. Debéis atenderme. Y tú, Dori, ahora me vas a contar las bondades de la era luciana, así dejarás de molestar a tus compañeros.
—No es justo, profi. Si yo no he hecho nada.
—¡Dori! Ya sabes que la disciplina es importante para convertirse en un maduro lector. Sin la disciplina, señorita, sólo podrás leer género infantil. ¿Eso es lo que quieres?
—No estaría mal, siempre me han gustado los cuentos.
—¡Dori, ya basta! O te tendré que castigar. No querrás hacer una redacción de seis páginas de Word en arial 11 de cada libro de Harry Potter, ¿verdad, señorita?
—Uhm… ¿No podríamos negociarlo? Preferiría que fueran de Barbapapa.
—¡Ya está bien, Dori! ¡Te lo has buscado! Ve al fondo de la clase y recapacita sobre tu comportamiento mientras miras a la pared.
Antes de levantarse, Dori se inclinó hacia estrellita y le susurró: «Pelota».
—Bien, clase. Espero que no haya más interrupciones. No me gustaría castigar a nadie más.
»Una de las bondades de la era luciana fue la libertad lectora, que aún hoy continuamos teniendo.
»Lucía Abrelium unificó todos los géneros en la República Lectora Independiente y Autonómica, la RLIA, creando una red de estados autónomos. Cada uno de ellos moderados por sus generales y oficiales de confianza, quienes velaban por los intereses del género de cada estado. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurría en el caos cibernético, se permitió la libre circulación de personas y mercancías. Esto conllevo a que los ciudadanos de la república pudieran adquirir cualquier libro —así se llamaban a los anticuos, entonces— sin temor a ser detenidos, encarcelados y ajusticiados. Por esta razón, la educación mejoró, pues permitía a los infantes adquirir mayores conocimientos.
»Lucía Abrelium también fundó la LFE. En la Liga Febril de Escritores, dos veces al año, se debatían a duelo sus miembros. Los debates eran palpitantes. En cierta ocasión, hasta llegó a producirse un derramamiento de sangre. No obstante, eran necesarios, pues de aquellas disputas nacían ideas nuevas que se transmitían al resto de la comunidad.
»Algunas décadas después, los Estados Ociosos —esos que tanto os gustan a vosotros— firmaron un tratado con la república, que aún hoy sigue estando en vigor.
—Profesor, si Lucia era tan buena… ¿por qué la asesinaron? —preguntó David.
—Bien, infante. Te has adelantado a mis explicaciones.
»A pesar de que gracias a la era luciana se impuso la paz en toda la república, aún existían disputas internas. En muchos casos eran escaramuzas sin importancia. Hechos aislados. Los gobernadores de cada estado podían contenerlos sin ningún problema. No obstante, y a pesar de que en la LFE solía reinar el respeto mutuo más allá de los acalorados debates, llegó a producirse un derramamiento de sangre —como ya os lo he expuesto antes—, y no fue otro que el de Albatross, uno de los miembros más reconocidos de la LFE. Aquellas reyerta fue consecuencia directa del asesinato de Lucía Abrelium.
»Albatross, que se sentía humillado, urgió un plan junto antiguos miembros de la LFE para asesinarla. Tras uno de los debates sobre la literatura de humor, cuando nuestra amada Lucía descendía por la escalinata, la rodearon. A continuación, uno por uno, clavaron sin miramientos una pluma afilada en su pecho. Por último, Albatross, aferrándola entre sus brazos para que no cayera al suelo, le sestó el golpe de gracia. Se dice, aunque nunca se ha podido corroborar, que la bibliotecaria le miró a los ojos y le dijo: «¿Tú también, Albatross?».
—Guau, da más yuyu que Yuyu —dijo Nora
—¡Ey! ¿Ahora qué he hecho yo para que te metas conmigo? —preguntó Yuyu bastante indignada.
—Nada, guapa. Pero… llamándote Yuyu qué quieres —respondió Nora.
Las carcajadas explosionaron en el aula.
—Calma, alumnos —comenzó a decir el catedrático Ciro—. Aún queda mucha clase por delante y debemos hablar del triunlibrato.
—¿Qué es un triunlibrato? —preguntó Prófugo.
—¡Pero qué melón eres! —exclamó Ayrween.
—Sí, tan redondo como las asquerosas bolas de pelo que el gatito vomita —dijo Gavalia.
—¡Me quieres dejar en paz, chucho! —respondió Elúltimo.
—¡Qué bueno! —dijo Dori, que aún continuaba cara a la pared.
—¡Sois la leche, chicos! —afirmó Gisso, levantándose de su asiento y aplaudiendo.
—Sois super maleducados, ¿sabéis? —dijo Ororo.
—Ya habló «la super» — dijo Shigella.
Kassiopea, Nínive, Iris y Berlín la aplaudieron.
El catedrático Ciro encendió al instante una bocina exterminadora de alborotos de última generación y un ruido ensordecedor envolvió toda el aula. Acto seguido, los alumnos se aovillaron bajo sus pupitres.
—¡Silencio! —gritó el profesor.
—Eso, silencio —dijo Isma bastante enfadado—. No os entiendo. De verdad, no os entiendo. La clase es interesante y la estáis interrumpiendo constantemente.
El catedrático Ciro apagó la bocina y el silencio volvió a reinar en el aula.
—Espero que no haya una interrupción más. La próxima vez, dejaremos la clase teórica y realizaremos un examen que puntuará para vuestra nota final.
Los alumnos, con rostros circunspectos, se sentaron de nuevo y, posando sus manos sobre el pupitre y con la espalda erguida, miraron fijamente al profesor.
—Bien, infantes lectores. No pasa nada si alguno de vosotros no sabe que es el triunlibrato. Aquí estamos para aprender. Y no permitiré que agraviéis a un compañero por preguntar, pues quién no pregunta siempre será un iletrado.
»Bien, Prófugo, estate atento.
»Tras el asesinato de Lucía Abrelium, se reunieron en conclave todos los moderadores de la república… ¿Alguno sabría nombrar a todos los moderadores de la era luciana?
Kassiopea, rauda, levantó la mano.
El catedrático Ciro miró con severidad a sus alumnos.
—Vaya, estoy un poco decepcionado. Bien, Kassiopea, como eres la única que sabe la respuesta, ilustra a tus compañeros.
Kassiopea se levantó con humildad, nunca se había jactado de sus conocimientos de Historia.
—Ehm… Los moderadores en la era luciana son: Ashlia, Felitia, Rolandeo, Nievea, Fresae, Sergiochoa, Natura, Líania, Ginebra, Spotea… Ehm… Julia, Imatia, Suelinia, Lifenia, Runitana, Eyreo, Runitana, Hypathia, Pseudiano, Madiseo y… y… ¡Ardenia!
—Muy bien, Kassipea. Era una pregunta difícil y la has sabido responder.
Kassiopea se sentó hinchada de orgullo.
El catedrático Ciro continuó con la lección:
—Aquel conclave, por miedo a que todo el poder recayera sobre una misma persona, optaron por formar un triumlibrato. Un gobierno presidido por tres personas…
»¿Alguien sabe que tres moderadores formaron el triunlibrato?
—Julia Cesar, Lifenia Craso y Eyreo Magno —dijo Kassiopea sin levantar antes la mano.
—Muy bien, Kassiopea. No obstante, debes levantar la mano la próxima vez, pues un infante lector debe permitir a sus compañeros tener la oportunidad de responder.
—Profesor, ¿por qué fueron ajusticiadas? —dijo Joserc.
El catedrático Ciro le miró fijamente. La clase no iba de la era tecnatíana, que apenas había comenzado un año atrás. Además, debía medir sus palabras, pues sus explicaciones llegarían con toda seguridad a oído de los padres y podría ocasionarle graves inconvenientes. De tal manera que, a pesar de que iba en contra de sus creencias, explicó los inicios de la era tecnatíana según las directrices impuestas por el Ministerio de Educación del Imperio.
—Bien, Joserc, A pesar de que la clase era sobre la era luciana, responderé a tu pregunta. No obstante, el catedrático Raoul os hablará más extensamente de ella el mes que viene.
»Durante el triunlibrato, la empresa Ukipresim s.a. lanzó al mercado la sorbil 2000. Los defensores de los anticuos elevaron su voz y exigieron al triunlibrato la defensa de los productos de papel ante las nuevas tegnologías. Por ello, Julia Cesar, Lifenia Craso y Eyreo Magno establecieron leyes recicladoras alegando que, de esa manera, se podía preservar los anticuos. Sin embargo, era una gran falacia del triunlibrato, pues aún se seguía publicando anticuos y, por tanto, se seguía talando nuestros bosques. Por ello, los tecnatíanos, liderados por Ukiah Apresim, nuestro gran y amado emperador, y nuestros amados generales Verditia, Orr y Pulpeya, se alzaron contra aquel gobierno corrupto. Y, a pesar de su condición de pacifistas, tuvieron que marcapáginar a las tres farsantes recicladoras, exponiendo sus cuerpos empalados frente al parlamento imperial. No tuvieron más remedio, el pueblo lo exigió así.
—¡Mi padre dice que eso es mentira!, que ellas no hicieron nada malo —dijo Jilguero.
—¡El mentiroso es tu padre! —dijo Verditia Junior.
—Mis padres dicen que Ukiah I es un mogón pinchao en un palo.
—¡Ahí le has dao, Gisso! Todo eso una cagada —respondió Gavalia.
—Ya está el chucho diciendo estupideces —dijo el gatito.
—Yo lo he leído en mi sorbil y si está escrito es porque es verdad —afirmó Kassiopea.
—No todo lo escrito es verdad. Osea, la escritura muchas veces es una farsa —dijo Ororo.
Iris, Berlín y Nínive se miraron y, acto seguido, se lanzaron contra Ororo, aferrándola por sus largos y bellos cabellos, mientras le gritaban:
—¡Vas a retirar lo que has dicho!
—La escritura es lo más importante del mundo.
—Te vas a enterar por quitarme a Tolo.
El catedrático Ciro les miraba extasiado, como quién ve un robot leyendo un anticuo, y sólo podía pensar en que aquella discusión le iba a acarrear graves inconvenientes.
Sí, graves, muy graves.
Eclipse, Jo Nesbo
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. Empiezo a ver un patrón... ¡que alguien me lo explique! 
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Sólo por esta tontería te tengo que querer. 
, envidiosas 
