Encierro - Meditación de Thäis - Iliria
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Encierro - Meditación de Thäis - Iliria
MEDITACIÓN DE THAÏS
Jonás se sobresaltó. Durante un momento creyó que por la esquina asomaba el uniforme de un policía local. Pero no. Era un chándal oscuro con una franja fluorescente. Sólo cuando el sudoroso deportista, demasiado fatigado ya para seguir corriendo, pasó de largo – no sin mirar con curiosidad por unos segundos al asustado muchacho –, Jonás retomó su tarea.
¿Qué iba a hacer? ¿Pedir un permiso al ayuntamiento? Le pareció ridículo, y un abuso hacia él. Sólo iba a quedarse en la ciudad como mucho un día. Ya tenía el billete de tren para dirigirse a la capital, donde iba a presentarse para la prueba. Ahora sólo necesitaba unas cuantas monedas, lo justo para comer esa jornada. Con un par de menús en cualquier hamburguesería se conformaba. Pero para eso tenía que tocar.
La prueba. Se preguntaba si sería capaz de superarla. No demasiados años atrás la sola idea le hubiese causado risa. Claro que, también le habría parecido ridículo encontrarse en la situación en la que estaba ahora. Él. Jonás Márquez.
Una imagen le punzó la boca del estómago. “Si todavía te duele es porque no has alcanzado la humildad necesaria”. A menudo se preguntaba de dónde manaba esa sabiduría interior que a veces lo guiaba con tanta sensatez. No lo sabía, pero le proporcionaba serenidad. Algo que todavía necesitaba tanto.
Apoyó el violín entre su clavícula y su barbilla, y esgrimió el arco, en un gesto ya automático tras tocar horas y horas después de dos décadas, desde los cuatro años. Empujó con el pie el estuche abierto de su instrumento a la espera de alguna moneda y comenzó a tocar. ¿Qué tal algo suave para comenzar? Una pieza como Méditation de Thaïs. Mientras tocaba, dejó que su mente vagara en libertad. No podía hacer nada. El recuerdo se abrió paso en contra de su voluntad, lacerándolo. Pues bien. Eso daría más vida a la interpretación.
De nuevo le invadió la sensación de salir al escenario, frente a un gran auditorio. El recuerdo era sólo un espectro, pero que ya no existiera no significaba que hubiese perdido intensidad. Creyó que volvían a sudarle las manos, que una sensación de sequedad en la boca y de vértigo le llevarían a perder el conocimiento. Las luces del escenario le deslumbraron con un fogonazo. “Eso es por la dilatación de las pupilas”. Los aplausos martilleaban en su cabeza y le sentenciaban a no echarse atrás. Iba interpretar como solista el Concierto de Violín Nº3, de Mozart, con la prestigiosa Filarmónica Checa. A pesar los ensayos previos, en esos momentos tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no echarse a llorar. ¿Recordaría la partitura? En aquellos instantes, trató de dominar el pavor ante las lagunas. Líneas enteras del pentagrama vacías como una tenebrosa alambrada. Nunca antes le había pasado. En realidad sí, pero los fallos en la memoria habían sido sólo durante unos segundos, y los había superado en otras ocasiones en cuanto había comenzado un concierto. Pero aquella vez era distinto. Algo no iba bien. Hizo todo lo posible porque no se le notase la respiración acelerada, ni el rostro descompuesto. El director espero los segundos de cortesía para que el solista se acomodase y se concentrara. En ese momento Jonás advirtió el peso del silencio, un silencio opresivo como jamás había experimentado. Él mismo tuvo que carraspear para despejar el vacío sonoro, y entonces advirtió el gesto de extrañeza del director. La orquesta pareció removerse en sus asientos. “Dios mío, hay que comenzar ya”. Pero no se sentía preparado. A pesar de ello, afianzó el violín e hizo un gesto imperceptible al director para que diese comienzo. Quizá al escuchar la entrada, Jonás se recompusiera. Los deliciosos compases de violines y clarinetes le ayudaron a recuperar parte de su concentración. Aunque sabía el momento preciso en que tenía que entrar, el gesto del director le recondujo. El violín que le habían cedido para el evento, un Stradivarius de 1730, era en todo insuperable. El mismo Jonás había comprobado lo bien engrasado del arco, y las clavijas y tensores estaban en perfecto estado. El prístino sonido pareció elevarse hacia el techo del auditorio para descender sobre el público como una bendición. Pero justo en ese momento, sucedió. No es que hubiese fallado una nota – eso era previsible hasta en los mejores –, sino que se quedó en blanco, incapaz de acometer el compás siguiente. Le invadió tal sensación de terror, que por unos instantes quedó paralizado, ante el murmullo del público, contemplando sin ver el suelo de madera del escenario. La orquesta había dejado de tocar, y el director lo miraba con la misma perplejidad con la que Jonás tenía fija la vista en el entarimado. El joven trató de balbucear una explicación, una disculpa, una súplica. Sólo logró entreabrir los labios, boquear como un pez fuera del agua, y retirarse de la escena a toda prisa. Sobre él cayó un mazazo, el del silencio del público. No iban a aplaudirle, por supuesto, pero tampoco le abuchearon. Era un mutismo respetuoso hacia Jonás, casi eximiéndolo, pero para él fue como una sentencia. Sus días como concertista estaban acabados.
Tardó un año en superar su angustia. La terapia había sido efectiva, pero a pesar de ello, Jonás no volvió a su actividad como solista. Era una responsabilidad para la que no se sentía preparado. Sin embargo, no quería renunciar a la música. Tenía que encontrar una solución intermedia. Y la solución se presentó.
En una ciudad cercana habían fundado una nueva orquesta sinfónica. Se habían convocado pruebas para diferentes plazas: violín, flauta, oboe, clarinete… todo un espectro instrumental por cubrir. Las pruebas serían duras, pero Jonás no había perdido la esperanza. Quizá en el grupo de segundos violines se sintiese más seguro, más integrado.
Quizá no volviese a sentirse solo en el escenario.
Jonás se sobresaltó. Durante un momento creyó que por la esquina asomaba el uniforme de un policía local. Pero no. Era un chándal oscuro con una franja fluorescente. Sólo cuando el sudoroso deportista, demasiado fatigado ya para seguir corriendo, pasó de largo – no sin mirar con curiosidad por unos segundos al asustado muchacho –, Jonás retomó su tarea.
¿Qué iba a hacer? ¿Pedir un permiso al ayuntamiento? Le pareció ridículo, y un abuso hacia él. Sólo iba a quedarse en la ciudad como mucho un día. Ya tenía el billete de tren para dirigirse a la capital, donde iba a presentarse para la prueba. Ahora sólo necesitaba unas cuantas monedas, lo justo para comer esa jornada. Con un par de menús en cualquier hamburguesería se conformaba. Pero para eso tenía que tocar.
La prueba. Se preguntaba si sería capaz de superarla. No demasiados años atrás la sola idea le hubiese causado risa. Claro que, también le habría parecido ridículo encontrarse en la situación en la que estaba ahora. Él. Jonás Márquez.
Una imagen le punzó la boca del estómago. “Si todavía te duele es porque no has alcanzado la humildad necesaria”. A menudo se preguntaba de dónde manaba esa sabiduría interior que a veces lo guiaba con tanta sensatez. No lo sabía, pero le proporcionaba serenidad. Algo que todavía necesitaba tanto.
Apoyó el violín entre su clavícula y su barbilla, y esgrimió el arco, en un gesto ya automático tras tocar horas y horas después de dos décadas, desde los cuatro años. Empujó con el pie el estuche abierto de su instrumento a la espera de alguna moneda y comenzó a tocar. ¿Qué tal algo suave para comenzar? Una pieza como Méditation de Thaïs. Mientras tocaba, dejó que su mente vagara en libertad. No podía hacer nada. El recuerdo se abrió paso en contra de su voluntad, lacerándolo. Pues bien. Eso daría más vida a la interpretación.
De nuevo le invadió la sensación de salir al escenario, frente a un gran auditorio. El recuerdo era sólo un espectro, pero que ya no existiera no significaba que hubiese perdido intensidad. Creyó que volvían a sudarle las manos, que una sensación de sequedad en la boca y de vértigo le llevarían a perder el conocimiento. Las luces del escenario le deslumbraron con un fogonazo. “Eso es por la dilatación de las pupilas”. Los aplausos martilleaban en su cabeza y le sentenciaban a no echarse atrás. Iba interpretar como solista el Concierto de Violín Nº3, de Mozart, con la prestigiosa Filarmónica Checa. A pesar los ensayos previos, en esos momentos tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no echarse a llorar. ¿Recordaría la partitura? En aquellos instantes, trató de dominar el pavor ante las lagunas. Líneas enteras del pentagrama vacías como una tenebrosa alambrada. Nunca antes le había pasado. En realidad sí, pero los fallos en la memoria habían sido sólo durante unos segundos, y los había superado en otras ocasiones en cuanto había comenzado un concierto. Pero aquella vez era distinto. Algo no iba bien. Hizo todo lo posible porque no se le notase la respiración acelerada, ni el rostro descompuesto. El director espero los segundos de cortesía para que el solista se acomodase y se concentrara. En ese momento Jonás advirtió el peso del silencio, un silencio opresivo como jamás había experimentado. Él mismo tuvo que carraspear para despejar el vacío sonoro, y entonces advirtió el gesto de extrañeza del director. La orquesta pareció removerse en sus asientos. “Dios mío, hay que comenzar ya”. Pero no se sentía preparado. A pesar de ello, afianzó el violín e hizo un gesto imperceptible al director para que diese comienzo. Quizá al escuchar la entrada, Jonás se recompusiera. Los deliciosos compases de violines y clarinetes le ayudaron a recuperar parte de su concentración. Aunque sabía el momento preciso en que tenía que entrar, el gesto del director le recondujo. El violín que le habían cedido para el evento, un Stradivarius de 1730, era en todo insuperable. El mismo Jonás había comprobado lo bien engrasado del arco, y las clavijas y tensores estaban en perfecto estado. El prístino sonido pareció elevarse hacia el techo del auditorio para descender sobre el público como una bendición. Pero justo en ese momento, sucedió. No es que hubiese fallado una nota – eso era previsible hasta en los mejores –, sino que se quedó en blanco, incapaz de acometer el compás siguiente. Le invadió tal sensación de terror, que por unos instantes quedó paralizado, ante el murmullo del público, contemplando sin ver el suelo de madera del escenario. La orquesta había dejado de tocar, y el director lo miraba con la misma perplejidad con la que Jonás tenía fija la vista en el entarimado. El joven trató de balbucear una explicación, una disculpa, una súplica. Sólo logró entreabrir los labios, boquear como un pez fuera del agua, y retirarse de la escena a toda prisa. Sobre él cayó un mazazo, el del silencio del público. No iban a aplaudirle, por supuesto, pero tampoco le abuchearon. Era un mutismo respetuoso hacia Jonás, casi eximiéndolo, pero para él fue como una sentencia. Sus días como concertista estaban acabados.
Tardó un año en superar su angustia. La terapia había sido efectiva, pero a pesar de ello, Jonás no volvió a su actividad como solista. Era una responsabilidad para la que no se sentía preparado. Sin embargo, no quería renunciar a la música. Tenía que encontrar una solución intermedia. Y la solución se presentó.
En una ciudad cercana habían fundado una nueva orquesta sinfónica. Se habían convocado pruebas para diferentes plazas: violín, flauta, oboe, clarinete… todo un espectro instrumental por cubrir. Las pruebas serían duras, pero Jonás no había perdido la esperanza. Quizá en el grupo de segundos violines se sintiese más seguro, más integrado.
Quizá no volviese a sentirse solo en el escenario.
Re: Encierro - Meditación de Thäis
Una versión original de la típica historia de persona que pierde su trabajo y tiene que empezar de cero. En este caso por culpa del miedo escénico. ¡Qué p**ada para un músico!
No está entre mis favoritos de momento, pero me ha gustado cómo se transmite la angustia del protagonista, creo que transmitir sensaciones es algo muy difícil y este relato lo ha conseguido.
Posdata: viva los músicos callejeros que saben que hay vida más allá del Canon de Pachelbel y la Primavera de Vivaldi.
No está entre mis favoritos de momento, pero me ha gustado cómo se transmite la angustia del protagonista, creo que transmitir sensaciones es algo muy difícil y este relato lo ha conseguido.
Posdata: viva los músicos callejeros que saben que hay vida más allá del Canon de Pachelbel y la Primavera de Vivaldi.
1, 2... 1, 2... probando...
Re: Encierro - Meditación de Thäis
Oohh... Pues a mí me ha gustado mucho. Sobre todo la historia sobre el pánico escénico y la mente en blanco. Creo que está muy bien contado. Quizá me falle un poquito el final con eso de los segundos violines, no sé por qué. Quizá porque esperaba que la lección de vida o la segunda oportunidad fuera más acorde con sus aptitudes. Pero la vida no es justa, así que ese final también está bien.
Enhorabuena.
Enhorabuena.
Siempre contra el viento
Re: Encierro - Meditación de Thäis
Mi prima y mi sobrina son violinistas... así que medio entiendo. Solo medio entiendo lo que le ocurre.
Qué horrible el miedo a la soledad, escénica o no. Qué terrible el miedo por no confiar en nosotros.
Y sí, cuántas vueltas da la vida.
Gracias, autor.
Qué horrible el miedo a la soledad, escénica o no. Qué terrible el miedo por no confiar en nosotros.
Y sí, cuántas vueltas da la vida.
Gracias, autor.
Re: Encierro - Meditación de Thäis
Una historia muy buena, me ha gustado mucho, muy bien escrita y con sensibilidad
Si no la has visto te recomiendo el anime "Shigatsu wa kimi no uso", seguramente te gustará
Si no la has visto te recomiendo el anime "Shigatsu wa kimi no uso", seguramente te gustará
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)
- Mister_Sogad
- Tigretón
- Mensajes: 3601
- Registrado: 20 Dic 2009 10:04
- Ubicación: Perdido en mis pensamientos
Re: Encierro - Meditación de Thäis
Qué curioso relato, me ha gustado, pero he sufrido algo de confusión en cuanto acomete la explicación sobre su fracaso como solista, y me he sentido confuso seguramente por una tonteria mía, y es simplemente que, aunque desde el comienzo se hablara de recuerdo, a mí me ha resultado difícil situarlo como el pasado del joven, ¿por qué?, por lo de joven, quizá es que yo entienda poco de música, pero me ha desconcertado que con su edad ya hubiera fracasado como solista (en menudo escenario, menudo acompañamiento y con menudo instrumento en las manos), y esté a las puertas de probar como segundo violín. Por lo demás, qué bien relatadas están las sensaciones y miedos del músico, mi enhorabuena autor/a por tan buen trabajo.
Re: Encierro - Meditación de Thäis
Por lo que pone tiene 24 años cuando cuenta la historia y el suceso tuvo lugar a los 20, teniendo en cuenta que hay auténticos genios con el violín no sería nada extraño que hubiera debutado como solista incluso mucho antes
Un par de ejemplos: Elena Mikhailova a los 7 años ya salía al escenario a tocar como solista con la Orquesta de Cámara Filarmónica de Bakú
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Aubree Oliverson con 12 ya tocaba también como solista
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Un par de ejemplos: Elena Mikhailova a los 7 años ya salía al escenario a tocar como solista con la Orquesta de Cámara Filarmónica de Bakú
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Aubree Oliverson con 12 ya tocaba también como solista
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"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)
Re: Encierro - Meditación de Thäis
Pues si hablamos del más grande (Mozart, pos claro) ni te cuento a qué edad!!!
- Mister_Sogad
- Tigretón
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- Ubicación: Perdido en mis pensamientos
Re: Encierro - Meditación de Thäis
Ah, bueno ya digo que yo de esto sé poco. Eso sí, lo de un Stradivarius en manos de alguien que hasta el momento no había sido solista (si lo he entendido bien, claro) sigue sin encajarme, a no ser que tuviera detrás un poderoso mecenas.
O quizá es que estoy siendo quisquilloso.
O quizá es que estoy siendo quisquilloso.
Re: Encierro - Meditación de Thäis
El Stradivarius no es de él: es propiedad de la Filarmónica Checa. Y eso sí es posible. Hay instrumentos que sí se prestan (el del arpa, por ejemplo, no suele llevar su arpa; ni el del piano; ni el de la tuba; ni...).
- Mister_Sogad
- Tigretón
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- Registrado: 20 Dic 2009 10:04
- Ubicación: Perdido en mis pensamientos
Re: Encierro - Meditación de Thäis
Lo sé Pulp, por eso soy quisquilloso, creo que los Stradivarius poseen nombre propio de lo pocos y raros que son, y que pertenecen o bien a familias privadas o a organizaciones privadas, de modo que un Stradivarius se presta a un/a gran violinista para que lo toque como debe hacerse. Veo raro que un instrumente de esta clase se preste para el inicio de un violinista como solista, por muy genio que sea, a no ser que tenga un poderoso mecenas.
- Tolomew Dewhust
- Foroadicto
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- Registrado: 16 Ago 2013 11:23
Re: Encierro - Meditación de Thäis
Sin ir más lejos, yo mi flauta no se la presto a cualquiera...
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
Re: Encierro - Meditación de Thäis
Pero es que no se lo prestan para que se lo lleve a casa: se lo dejan durante la actuación (y ensayo, claro).
(Te entiendo con lo de quisquilloso... bonito palabro!)
(Te entiendo con lo de quisquilloso... bonito palabro!)
- Mister_Sogad
- Tigretón
- Mensajes: 3601
- Registrado: 20 Dic 2009 10:04
- Ubicación: Perdido en mis pensamientos
Re: Encierro - Meditación de Thäis
Tolomew Dewhust escribió:Sin ir más lejos, yo mi flauta no se la presto a cualquiera...
Bonito pero a veces se me ciñe a la mente que es un horror, por lo que pido disculpas al autor/a si me paso de listo.Pulp escribió:Pero es que no se lo prestan para que se lo lleve a casa: se lo dejan durante la actuación (y ensayo, claro).
(Te entiendo con lo de quisquilloso... bonito palabro!)
Ya sé que no es para llevárselo, pero verás, yo entiendo este tipo de objetos como algo tan valioso y a la vez capaz de adherirse con tal facilidad al fanatismo que no puedo separar la idea de que siempre se querrá escuchar en manos del genio más virtuoso establecido, y nótese que aquí el "acento" lo pongo en establecido, alguien que ha demostrado su virtuosismo en más de una ocasión, en este caso, como solista.
Si al final me merezco una colleja, adelante.
Re: Encierro - Meditación de Thäis
Pero es que el protagonista a lo mejor era un solista consagrado que de la noche a la mañana se ha bloqueado (no un principiante con miedo escénico por tener poca experiencia). O al menos así lo he entendido yo.
1, 2... 1, 2... probando...