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DE MARIPOSILLAS Y UN CEREZO ENAMORADO
El palmero paseaba hacia ninguna parte, sus zapatillas brillaban con la sal pegada de su deambular por La Caleta, pero hoy era el campo el que lo llamaba. En la boquilla se sostenía en equilibrio una ramita de hierbabuena que chupeteaba distraído. Las manos iban a su libre albedrío, dibujando en el aire las notas de un estribillo al que ningún músico tendría la osadía de dar salida.
Era día de caza, así que se le había ocurrido buscar algo que le fuera útil para atrapar las esquivas ideas que pudieran revolotear a su alrededor, unas mariposillas que ya conocía bien. Así que sobre la nariz hoy le bailoteaban unas gafas de cristales de colores que, según su opinión, iban de fábula para ver de lejos, a esos sitios vedados para los sosos y aburridos. Cazar ideas es lo que tiene, hay que ir muy vivo, que se escapaban sin darte cuenta, y esta nueva visión parecía perfecta para lanzarles la red.
Se detuvo un momento y trató de abarcarlo todo en una sola mirada, mientras caminaba esto no era fácil, pues se concentraba en no pisar ninguna de las flores que se cruzaban en su camino. A un ojo inexperto aquél andorrear en zig zag, avanzando un paso y retrasándose dos, o saltando y bailando, desde la carretera al centro de aquel prado bien podría haberlo hecho algún comparsa bien entonao tras una noche de juerga. Pero no, nuestro palmero avanzaba sin prisa por aquél trecho mágico que le permitía no pisar florecilla alguna.
Atraídos por fin por una de esas mariposas escurridizas sus ojos quedaron prendados de un arbolillo que a lo lejos parecía saludarle. Decidido, el palmero reanudó su paseo por el camino de baldosas amarillas dispuestas por el suave aroma de los pétalos de colores. Cuando llegó a la vera del árbol se le quedó mirando descarado un buen rato e incluso le guiñó un ojo. Tras esperar pacientemente a que sus manos acabaran con su orquesta las mandó a acariciar la rugosa piel de madera. "¿Qué pasa tronco?" le lanzó con una risilla. Sus dedos juguetones tropezaron con un corazoncito tallado en la madera, ¡aquí está la mariposa!, vamos a ver de qué color le pintamos las alas.
Tras un par de vueltas admirando la buena planta de su nuevo compañero apoyó la espalda contra él y se dejó caer sentándose. Quizá era hora de meditar un poco, cerró los ojos y dejó que sus dedos dibujaran lo que quisieran en la tierra, entonces uno de ellos rozó algo. Cuando la mano se cerró sobre aquella cosilla sus párpados se abrieron curiosos, una cerecita roja como el primer rubor de una niñita de fresa recién horneada le devolvía una mirada apenada.
Ay, ¡aquí está el color de mi bichito alado! A tientas rebuscó hasta encontrar un cachito de raíz sobresaliendo del suelo y, dándole unos golpecitos cariñosos, le soltó "No llores nene, que te van a querer hasta el rabillo de las hojitas, ya verás".
Satisfecho con su presa se dijo que ahora sí, ahora era momento de reposar la idea y darle unas vueltas, de manera que con movimiento exagerado bostezó, se estiró y empezó a desatarse los cordones de las zapatillas, que los pinrreles también tenían derecho a disfrutar del aire fresco. De pronto el adornito de su calzado se le quedó mirando, eran un par de raquetitas de tenis entrecruzadas. Ay, ¡aquí hay otra mariposilla! Con una sonrisa burlona se recostó y antes de cerrar los ojos murmuró "Ya verás, ya".
