CK2- De aquellos polvos vienen estos barros - Berlín
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De aquellos polvos vienen estos barros
La tormenta arreciaba de manera enloquecida y allí, en mitad de aquel mar oscuro, parecía que “La Dolorosa” iba a ser devorada de un momento a otro. El capitán sujetaba el timón con rabia y apretaba los dientes encomendándose a Dios. No iba a ser él quien le dijera a sus hombres que el mar se los iba a tragar, porque un buen capitán no dice esas cosas para no preocupar a su tripulación, pero su viejo corazón de marino le decía que esa tormenta no era como las otras. Ya el agua entraba por todas partes y el barco navegaba casi de lado. ¡De esta no salimos, señor! gritó Joserc, el segundo de a bordo y hombre de confianza de Ismael, el capitán. No sea flojo de miras, hombre, claro que salimos. Solo está un poco más enfadada de lo normal, dijo el capitán.
Una ola enorme los lanzó casi por los aires y, al caer, la proa se hundió levantando una montaña de espuma blanca. De pronto se hizo un silencio extraño. ¿Qué ocurre? dijo Joserc, alarmado. Está recuperando fuerzas, dijo Ismael, sonriendo. El mar no hace esas cosas, señor. Se equivoca, amigo, mire. Ya viene.
El resto de la tripulación la vio venir desde el ojo del camarote. ¡Vamos a morir!, gritó Nieves, la enfermera, refugiándose entre los brazos de “el tigre”, que la recibió con sumo placer, pese a lo trágico de la situación. Este hombre era en realidad poeta, pero eso no lo sabía nadie, que no era un barco el lugar idóneo para ventilar ciertas fragilidades del alma. Cuando se enroló en “La dolorosa” dijo que era cocinero y que descuartizaba pollos como nadie. Se dejó crecer las patillas y se tatuó un ancla en ese brazo enclenque con el que escribía, a escondidas, esos sonetos torturados. Dijo que en tierra le llamaban “el tigre”, porque era una fiera con las mujeres.
La ola llegaba lenta. Muy lenta. Todos la miraban apretando los dientes. Alguien preguntó, desesperado, “¿qué coño le pasa a esa puta ola?”. Está recogiendo agua para hacerse más grande y aniquilarnos, dijo una voz con acento alemán. Todos se volvieron para ver quién había dicho semejante crueldad, que eso equivale a hablar de la horca en casa del ahorcado. La dueña de la frase desafortunada era una tipa extraña, que acariciaba con sus largas uñas a un gato negro dormido en su regazo. De hecho vamos a naufragar, vaticinó imperturbable. La mujer tenía los ojos del mismo color que el gato. Pero no os preocupéis. Papua Guinea está muy cerca, añadió. El mar nos arrastrará hasta sus costas y allí nos comerán los caníbales, rubricó ante un público que la miraba con expresión asesina. Un trueno enmarcó su profecía.
Y de pronto el mundo se volvió del revés.
Cuando el capitán recuperó el conocimiento lo primero que escuchó fue el dulce arpegio de una guitarra y pensó que ya había llegado al cielo. El sol estaba rabioso y muy alto. Calculó que debía ser mediodía. Las gaviotas, alegres, surcaban el aire y bailaban blancas en el cielo azul. La cabeza le dolía mucho y tenía un buen corte en la frente. A su lado vio cajas de madera flotando. Toda la mercancía echada a perder, pensó entristecido. Mi barco…, suspiró. Aquella nave era toda su vida. Había nacido en él y su madre le contó que había aprendido a andar con el balanceo del mar y que cuando desembarcaba caminaba exactamente de la misma manera. De ese balanceo le quedó un andar canalla que hacía que las mujeres se mordieran los labios al verlo venir con el petate a cuestas y el olor a sal.
Intentó ponerse en pie para buscar supervivientes, que es lo primero que debe hacer un capitán, pero no pudo porque estaba muy mareado. Su cocinero, allá en lo alto ahora entonaba un poema que decía así: “oh hermoso broche de plata que adornas el pecho de esta noche ingrata. Corre a colarte en el lecho de mi amada y derrámate sobre su vientre hambriento, para que no se olvide de mí y espere mi regreso incierto”.
Giró la cabeza y a lo lejos vio a la bella Ororo, que se lavaba los arañazos de los muslos con las faldas levantadas hasta la cintura. ¡Ah! ¡Hermosa y elástica pantera negra! Cuando se enroló en el barco dijo que venía de un pueblecito de Mississippi, lleno de campos de algodón, donde los trenes no llegaban casi nunca. De vez en cuando se la oía en el barco cantando un blues y si le preguntabas por la letra decía que hablaba del sudor y del esfuerzo, del sol en lo alto, del agua fresca en la sombra, de los niños sujetos a la espalda con pañuelos de colores y del rojo de los atardeceres sobre los campos blancos. Pero un día sintió que se ahogaba y comenzó a boquear y sólo se le ocurrió un lugar para calmar esa sed.
¡Ororo! No me puedo levantar, gritó el capitán. ¿Puedes venir a mi lado? Claro, dijo la mujer y se sentó junto a él. ¿Estás bien?, le preguntó ella acariciando la áspera mejilla del hombre. Sí, respondió Ismael. Cuando pensé que iba a morir apareció Dolores y me agarré a sus pechos de madera, luego el mar nos trajo a la orilla ¿De quién hablas?, dijo ella. Del mascarón de proa, respondió él ¡Ah!, dijo Ororo y rasgó un pedazo de sus faldas blancas para lavar las heridas de él, que eso es lo que hace cualquier buena samaritana.
¿Dónde están los demás?, preguntó Ismael. El tigre toca la guitarra y recita versos subido a un árbol, dijo ella. ¿Y eso por qué?, quiso saber él. Dice que ha visto la muerte de cerca y que ahora se va a dedicar sólo a la poesía. Y que no decapitará más pollos, explicó ella. ¡Ah!, dijo el capitán. ¿Y por qué está Joserc abrazado a una palmera?, siguió indagando el hombre, que como buen capitán que se precie debía saberlo todo. No lo sé, señor. Cuando desperté el balbuceaba que uno no puede fiarse de las mujeres. Ismael se rio y dijo que su segundo de a bordo tenía mucha razón.
¡Señor!, un grupo de hombres se dirige hacia aquí, vociferó de pronto “el tigre” ¿A qué distancia?, preguntó el capitán ¡Diez grados latitud norte!, gritó el vigía, dubitativo, que no era un tipo ducho en el tema de las distancias. Bueno, ¿y qué aspecto tienen? preguntó el capitán, ¿parecen amigables? No mucho, señor, dijo “el tigre”. Baje inmediatamente de ahí, que debemos estar preparados por si se disponen a atacar, dijo el capitán. No tenemos armas para defendernos, señor. Eso es cierto, entonces mejor corramos en dirección contraria, dijo el capitán tomando a la negra Ororo de la mano.
Pero no habían avanzado mucho cuando una turba de sujetos extraños, con lanzas y barriga prominente, se plantó ante ellos impidiéndoles el paso. Ni que decir tiene que los superaban en número y la mermada expedición nada tuvo que hacer frente a ellos.
A punta de lanza los llevaron hasta su poblado y allí el capitán pudo descubrir, con profunda alegría, que parte de su tripulación continuaba con vida. De pronto uno de aquellos negros se puso a gesticular y a gritar. Señalaba a un tipo enjuto, emplumado, y con los pelos aleonados. Es el jefe de la tribu, susurró bajito Joserc en el oído de su capitán. ¿Y cómo lo sabe usted? preguntó el capitán. Es el único que va con las vergüenzas al aire, dijo el segundo de a bordo. ¡Oh! Vaya, dijo el capitán fijándose en aquel péndulo negro, liberado y balanceante.
El jefe en cuestión levantó la mano y señaló a Ororo. Quiere que ella se acerque, susurró Joserc, dice que quiere comprobar la dureza de sus redondas posaderas. También aclara que no está enfadado con nosotros, pero que hace tiempo que no comen carne humana. Pocos barcos han llegado últimamente, informó Joserc, circunspecto. ¡Dios bendito! ¿Pero por qué cojones los entiende usted tan bien? Cuando se enroló dijo que era de Bilbao y que era vendedor de seguros. Y de Bilbao soy, señor.
¿Y a quién diablos le importa ahora de dónde sea el segundo de a bordo? gritó “el tigre”, yo necesito saber si estos sujetos nos van a cercenar los hígados. Sí, nos comerán a nosotros primero, dijo Joserc, a ellas tres las van a dejar macerar hasta mañana. ¿Tres?, preguntó el capitán. ¿Y quiénes son las otras dos?, quiso saber el capitán. La alemana loca y nuestra querida enfermera. Las van a macerar toda la noche en una sustancia compuesta de chocolate puro derretido.
De hecho ya han probado el brebaje con Shigella, Noramu, Iliria, y con nuestra preciosa Estrella, señor. El jefe dice que estaban muy sabrosas y que ese condimento les da un toque peculiar que realza y potencia su sabor a hembras. También queda Kasiopea, señor, pero a ella la quieren para otra cosa, dice el jefe Gavalia que sabe leer la ruta de los barcos en los huesos de los perros. La han nombrado bruja de la tribu y ahora va con taparrabos y lleva los pechos al aire. De hecho, señor, ella participará también en el festín. Puede ser, incluso, que se coma los testículos de usted ¡Vaya por dios! dijo el capitán, apesadumbrado.
¿Y a nosotros cómo van a guisarnos? Quiso saber “el tigre”, que se estaba empezando a poner de un color muy poco saludable. Lo vuestro será mucho menos romántico, dijo riendo la alemana, que los estaba escuchando. A vosotros os van a meter un palo por el culo que os saldrá por la boca y os darán vueltas hasta que estéis bien doraditos, dijo señalando un artilugio de madera. Los hombres se tocaron el culo y tragaron saliva.
Ni que decir tiene que cuando llegó ese momento chillaron como conejos, pues no es agradable la penetración en seco, sin el preámbulo de un beso tierno, una caricia o una palabra bonita. Un olor extraño se extendió por el aire. Pues no huele mal, dijo la alemana, que de todo sacaba algo bueno.
Por la noche toda la tribu había muerto. Fueron cayendo desvanecidos uno tras otro, tras roer con fruición el último huesecillo de su manjar. Un metacarpo, un escafoides, una falange. Luego la muerte.
¿Cómo ha podido ocurrir eso? preguntó Nieves. Se lo debemos a nuestro cocinero de a bordo, dijo Ororo. Le dijo al jefe Gavalia, a través de nuestro intérprete Joserc, que él era cocinero y que para sazonar la carne utilizaba unas sales especiales. Que si rociaba los cuerpos con ellas estarían mucho más sabrosos. Nos ha salvado la vida, chicas, dijo la negra Ororo. Descansen todos en paz, dijo la enfermera.
La alemana no dijo nada, que la vida es un soplo y eso todo el mundo lo sabe. Se dispuso a contemplar las estrellas, agradecida. De pronto suspiró y recogió sus cabellos negros, luego introdujo un dedo dentro de aquel mejunje y lo lamió muy despacio, saboreándolo. Es chocolate negro, dijo sonriendo, y extendió su pequeño dedo índice hacia Nieves. Prueba, dijo, tiene un punto amargo muy interesante. Y la enfermera lamió aquel líquido dulce y espeso del dedo de la mujer de los ojos verdes ¿Puedo probar yo? preguntó la negra hermosa, aproximando sus labios jugosos al dedo de la alemana. Claro, acércate, dijo ella, y colocó su dedito lleno de chocolate entre las bocas de ambas. Y así fue como se juntaron sus labios. Lo que ocurrió entre aquellas mujeres esa noche no debe saberse.
Sólo un topo curioso fue testigo de aquella escena de amor.
La tormenta arreciaba de manera enloquecida y allí, en mitad de aquel mar oscuro, parecía que “La Dolorosa” iba a ser devorada de un momento a otro. El capitán sujetaba el timón con rabia y apretaba los dientes encomendándose a Dios. No iba a ser él quien le dijera a sus hombres que el mar se los iba a tragar, porque un buen capitán no dice esas cosas para no preocupar a su tripulación, pero su viejo corazón de marino le decía que esa tormenta no era como las otras. Ya el agua entraba por todas partes y el barco navegaba casi de lado. ¡De esta no salimos, señor! gritó Joserc, el segundo de a bordo y hombre de confianza de Ismael, el capitán. No sea flojo de miras, hombre, claro que salimos. Solo está un poco más enfadada de lo normal, dijo el capitán.
Una ola enorme los lanzó casi por los aires y, al caer, la proa se hundió levantando una montaña de espuma blanca. De pronto se hizo un silencio extraño. ¿Qué ocurre? dijo Joserc, alarmado. Está recuperando fuerzas, dijo Ismael, sonriendo. El mar no hace esas cosas, señor. Se equivoca, amigo, mire. Ya viene.
El resto de la tripulación la vio venir desde el ojo del camarote. ¡Vamos a morir!, gritó Nieves, la enfermera, refugiándose entre los brazos de “el tigre”, que la recibió con sumo placer, pese a lo trágico de la situación. Este hombre era en realidad poeta, pero eso no lo sabía nadie, que no era un barco el lugar idóneo para ventilar ciertas fragilidades del alma. Cuando se enroló en “La dolorosa” dijo que era cocinero y que descuartizaba pollos como nadie. Se dejó crecer las patillas y se tatuó un ancla en ese brazo enclenque con el que escribía, a escondidas, esos sonetos torturados. Dijo que en tierra le llamaban “el tigre”, porque era una fiera con las mujeres.
La ola llegaba lenta. Muy lenta. Todos la miraban apretando los dientes. Alguien preguntó, desesperado, “¿qué coño le pasa a esa puta ola?”. Está recogiendo agua para hacerse más grande y aniquilarnos, dijo una voz con acento alemán. Todos se volvieron para ver quién había dicho semejante crueldad, que eso equivale a hablar de la horca en casa del ahorcado. La dueña de la frase desafortunada era una tipa extraña, que acariciaba con sus largas uñas a un gato negro dormido en su regazo. De hecho vamos a naufragar, vaticinó imperturbable. La mujer tenía los ojos del mismo color que el gato. Pero no os preocupéis. Papua Guinea está muy cerca, añadió. El mar nos arrastrará hasta sus costas y allí nos comerán los caníbales, rubricó ante un público que la miraba con expresión asesina. Un trueno enmarcó su profecía.
Y de pronto el mundo se volvió del revés.
Cuando el capitán recuperó el conocimiento lo primero que escuchó fue el dulce arpegio de una guitarra y pensó que ya había llegado al cielo. El sol estaba rabioso y muy alto. Calculó que debía ser mediodía. Las gaviotas, alegres, surcaban el aire y bailaban blancas en el cielo azul. La cabeza le dolía mucho y tenía un buen corte en la frente. A su lado vio cajas de madera flotando. Toda la mercancía echada a perder, pensó entristecido. Mi barco…, suspiró. Aquella nave era toda su vida. Había nacido en él y su madre le contó que había aprendido a andar con el balanceo del mar y que cuando desembarcaba caminaba exactamente de la misma manera. De ese balanceo le quedó un andar canalla que hacía que las mujeres se mordieran los labios al verlo venir con el petate a cuestas y el olor a sal.
Intentó ponerse en pie para buscar supervivientes, que es lo primero que debe hacer un capitán, pero no pudo porque estaba muy mareado. Su cocinero, allá en lo alto ahora entonaba un poema que decía así: “oh hermoso broche de plata que adornas el pecho de esta noche ingrata. Corre a colarte en el lecho de mi amada y derrámate sobre su vientre hambriento, para que no se olvide de mí y espere mi regreso incierto”.
Giró la cabeza y a lo lejos vio a la bella Ororo, que se lavaba los arañazos de los muslos con las faldas levantadas hasta la cintura. ¡Ah! ¡Hermosa y elástica pantera negra! Cuando se enroló en el barco dijo que venía de un pueblecito de Mississippi, lleno de campos de algodón, donde los trenes no llegaban casi nunca. De vez en cuando se la oía en el barco cantando un blues y si le preguntabas por la letra decía que hablaba del sudor y del esfuerzo, del sol en lo alto, del agua fresca en la sombra, de los niños sujetos a la espalda con pañuelos de colores y del rojo de los atardeceres sobre los campos blancos. Pero un día sintió que se ahogaba y comenzó a boquear y sólo se le ocurrió un lugar para calmar esa sed.
¡Ororo! No me puedo levantar, gritó el capitán. ¿Puedes venir a mi lado? Claro, dijo la mujer y se sentó junto a él. ¿Estás bien?, le preguntó ella acariciando la áspera mejilla del hombre. Sí, respondió Ismael. Cuando pensé que iba a morir apareció Dolores y me agarré a sus pechos de madera, luego el mar nos trajo a la orilla ¿De quién hablas?, dijo ella. Del mascarón de proa, respondió él ¡Ah!, dijo Ororo y rasgó un pedazo de sus faldas blancas para lavar las heridas de él, que eso es lo que hace cualquier buena samaritana.
¿Dónde están los demás?, preguntó Ismael. El tigre toca la guitarra y recita versos subido a un árbol, dijo ella. ¿Y eso por qué?, quiso saber él. Dice que ha visto la muerte de cerca y que ahora se va a dedicar sólo a la poesía. Y que no decapitará más pollos, explicó ella. ¡Ah!, dijo el capitán. ¿Y por qué está Joserc abrazado a una palmera?, siguió indagando el hombre, que como buen capitán que se precie debía saberlo todo. No lo sé, señor. Cuando desperté el balbuceaba que uno no puede fiarse de las mujeres. Ismael se rio y dijo que su segundo de a bordo tenía mucha razón.
¡Señor!, un grupo de hombres se dirige hacia aquí, vociferó de pronto “el tigre” ¿A qué distancia?, preguntó el capitán ¡Diez grados latitud norte!, gritó el vigía, dubitativo, que no era un tipo ducho en el tema de las distancias. Bueno, ¿y qué aspecto tienen? preguntó el capitán, ¿parecen amigables? No mucho, señor, dijo “el tigre”. Baje inmediatamente de ahí, que debemos estar preparados por si se disponen a atacar, dijo el capitán. No tenemos armas para defendernos, señor. Eso es cierto, entonces mejor corramos en dirección contraria, dijo el capitán tomando a la negra Ororo de la mano.
Pero no habían avanzado mucho cuando una turba de sujetos extraños, con lanzas y barriga prominente, se plantó ante ellos impidiéndoles el paso. Ni que decir tiene que los superaban en número y la mermada expedición nada tuvo que hacer frente a ellos.
A punta de lanza los llevaron hasta su poblado y allí el capitán pudo descubrir, con profunda alegría, que parte de su tripulación continuaba con vida. De pronto uno de aquellos negros se puso a gesticular y a gritar. Señalaba a un tipo enjuto, emplumado, y con los pelos aleonados. Es el jefe de la tribu, susurró bajito Joserc en el oído de su capitán. ¿Y cómo lo sabe usted? preguntó el capitán. Es el único que va con las vergüenzas al aire, dijo el segundo de a bordo. ¡Oh! Vaya, dijo el capitán fijándose en aquel péndulo negro, liberado y balanceante.
El jefe en cuestión levantó la mano y señaló a Ororo. Quiere que ella se acerque, susurró Joserc, dice que quiere comprobar la dureza de sus redondas posaderas. También aclara que no está enfadado con nosotros, pero que hace tiempo que no comen carne humana. Pocos barcos han llegado últimamente, informó Joserc, circunspecto. ¡Dios bendito! ¿Pero por qué cojones los entiende usted tan bien? Cuando se enroló dijo que era de Bilbao y que era vendedor de seguros. Y de Bilbao soy, señor.
¿Y a quién diablos le importa ahora de dónde sea el segundo de a bordo? gritó “el tigre”, yo necesito saber si estos sujetos nos van a cercenar los hígados. Sí, nos comerán a nosotros primero, dijo Joserc, a ellas tres las van a dejar macerar hasta mañana. ¿Tres?, preguntó el capitán. ¿Y quiénes son las otras dos?, quiso saber el capitán. La alemana loca y nuestra querida enfermera. Las van a macerar toda la noche en una sustancia compuesta de chocolate puro derretido.
De hecho ya han probado el brebaje con Shigella, Noramu, Iliria, y con nuestra preciosa Estrella, señor. El jefe dice que estaban muy sabrosas y que ese condimento les da un toque peculiar que realza y potencia su sabor a hembras. También queda Kasiopea, señor, pero a ella la quieren para otra cosa, dice el jefe Gavalia que sabe leer la ruta de los barcos en los huesos de los perros. La han nombrado bruja de la tribu y ahora va con taparrabos y lleva los pechos al aire. De hecho, señor, ella participará también en el festín. Puede ser, incluso, que se coma los testículos de usted ¡Vaya por dios! dijo el capitán, apesadumbrado.
¿Y a nosotros cómo van a guisarnos? Quiso saber “el tigre”, que se estaba empezando a poner de un color muy poco saludable. Lo vuestro será mucho menos romántico, dijo riendo la alemana, que los estaba escuchando. A vosotros os van a meter un palo por el culo que os saldrá por la boca y os darán vueltas hasta que estéis bien doraditos, dijo señalando un artilugio de madera. Los hombres se tocaron el culo y tragaron saliva.
Ni que decir tiene que cuando llegó ese momento chillaron como conejos, pues no es agradable la penetración en seco, sin el preámbulo de un beso tierno, una caricia o una palabra bonita. Un olor extraño se extendió por el aire. Pues no huele mal, dijo la alemana, que de todo sacaba algo bueno.
Por la noche toda la tribu había muerto. Fueron cayendo desvanecidos uno tras otro, tras roer con fruición el último huesecillo de su manjar. Un metacarpo, un escafoides, una falange. Luego la muerte.
¿Cómo ha podido ocurrir eso? preguntó Nieves. Se lo debemos a nuestro cocinero de a bordo, dijo Ororo. Le dijo al jefe Gavalia, a través de nuestro intérprete Joserc, que él era cocinero y que para sazonar la carne utilizaba unas sales especiales. Que si rociaba los cuerpos con ellas estarían mucho más sabrosos. Nos ha salvado la vida, chicas, dijo la negra Ororo. Descansen todos en paz, dijo la enfermera.
La alemana no dijo nada, que la vida es un soplo y eso todo el mundo lo sabe. Se dispuso a contemplar las estrellas, agradecida. De pronto suspiró y recogió sus cabellos negros, luego introdujo un dedo dentro de aquel mejunje y lo lamió muy despacio, saboreándolo. Es chocolate negro, dijo sonriendo, y extendió su pequeño dedo índice hacia Nieves. Prueba, dijo, tiene un punto amargo muy interesante. Y la enfermera lamió aquel líquido dulce y espeso del dedo de la mujer de los ojos verdes ¿Puedo probar yo? preguntó la negra hermosa, aproximando sus labios jugosos al dedo de la alemana. Claro, acércate, dijo ella, y colocó su dedito lleno de chocolate entre las bocas de ambas. Y así fue como se juntaron sus labios. Lo que ocurrió entre aquellas mujeres esa noche no debe saberse.
Sólo un topo curioso fue testigo de aquella escena de amor.
- joserc
- GANADOR del IV Concurso de relatos
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Re: CK2- De aquellos polvos vienen estos barros
Vaya por dios. Mueren todos los hombres de forma horrible y se salva el trío de las Azores.
Cuanto odio.
Cuanto odio.
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Re: CK2- De aquellos polvos vienen estos barros
Este relato es mio. Fue una mala idea y me salgo del concurso.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
Re: CK2- De aquellos polvos vienen estos barros
Berlín escribió:Este relato es mio. Fue una mala idea y me salgo del concurso.
Berlín...¿Qué ha pasado? ¿Por qué todo esto?
Espero que no haya sido nada grave y que solo un calentón pasajero ( a saber por qué) te motivara a semejante cosa
Re: CK2- De aquellos polvos vienen estos barros
Tranqui, profu. Hay una palabra, un concepto, que debo volverme a repasar, que creo que lo tengo algo olvidado. Da igual. No vais a entender nada porque son cosas mias.prófugo escribió:Berlín escribió:Este relato es mio. Fue una mala idea y me salgo del concurso.
Berlín...¿Qué ha pasado? ¿Por qué todo esto?
Espero que no haya sido nada grave y que solo un calentón pasajero ( a saber por qué) te motivara a semejante cosa
Esa palabra es RESPETO.
Seguid con el concurso. Lo siento.
Última edición por Berlín el 22 Feb 2016 07:28, editado 1 vez en total.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
Re: CK2- De aquellos polvos vienen estos barros
Tampoco es para tanto. De hecho creía que matar kekos era un requisito indispensable para estos relatos. A mí también se me han comido y no pasa nada.
Dicho esto, cada uno tiene todo el derecho del mundo de mandar y retirar su criatura cuando quiera, faltaría más.
Dicho esto, cada uno tiene todo el derecho del mundo de mandar y retirar su criatura cuando quiera, faltaría más.
1, 2... 1, 2... probando...
- kassiopea
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Re: CK2- De aquellos polvos vienen estos barros
Qué pena, Berlín!!!!!!!!
Pero mujer, que matar kekos no es faltar el respeto a nadie! Si es parte de la diversión de los kekos
Gracias por participar y un abrazo muy apretado, guapa. Ya pasaré a comentar el relato más adelante
Pero mujer, que matar kekos no es faltar el respeto a nadie! Si es parte de la diversión de los kekos
Gracias por participar y un abrazo muy apretado, guapa. Ya pasaré a comentar el relato más adelante
- Iliria
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Re: CK2- De aquellos polvos vienen estos barros
Encuentro que en lo formal la historia está muy bien escrita, Berlín. No entiendo muy bien aún la dinámica de los kekos; por lo que veo es un momento para permitirse ciertas licencias, y en todas las historias unos kekos salen mejor parados que otros...
Sigo leyendo alguno más
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Si tienes un jardín y una biblioteca, tienes todo lo que necesitas - Cicerón
-¿Y con wi-fi?
-Mejor.
-¿Y con wi-fi?
-Mejor.
- Han O. Nhimuss
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Re: CK2- De aquellos polvos vienen estos barros
Hola señor buenas tardes. Mi nombre es Han, yo también soy narrativo (no tan creativo como usted, que ha prestado varias historias de seguidas). Le invito a leer mi diario que me presto a compartir.
De esta entendí de un barco que sufraga y se hunde boca del revés. Y una enfermera que grita, y un mono desnudo, un gato, un topo y un tigre. Y me recordó a una canción que cantamos a los niños aquí en Normandía que dice parecido así: estando el cocodrilo y el orangután, dos pequeñas serpientes y el águila real...
Muy lindo y sentido, y apetitoso el final compartiendo una taza de chocolate... si acaso les faltó encargar unos churros, pero se ve se que los churros se los habían comido ya antes los caníbales esos...
De esta entendí de un barco que sufraga y se hunde boca del revés. Y una enfermera que grita, y un mono desnudo, un gato, un topo y un tigre. Y me recordó a una canción que cantamos a los niños aquí en Normandía que dice parecido así: estando el cocodrilo y el orangután, dos pequeñas serpientes y el águila real...
Muy lindo y sentido, y apetitoso el final compartiendo una taza de chocolate... si acaso les faltó encargar unos churros, pero se ve se que los churros se los habían comido ya antes los caníbales esos...
Disculpe mi castellano, soy de Normandía. |
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Re: CK2- De aquellos polvos vienen estos barros
Anonimus, no se de dónde carajo sales, pero a este señor que soy yo, le acabas de alegrar la tarde. Bienvenido seas.Han O. Nhimuss escribió:Hola señor buenas tardes. Mi nombre es Han, yo también soy narrativo (no tan creativo como usted, que ha prestado varias historias de seguidas). Le invito a leer mi diario que me presto a compartir.
De esta entendí de un barco que sufraga y se hunde boca del revés. Y una enfermera que grita, y un mono desnudo, un gato, un topo y un tigre. Y me recordó a una canción que cantamos a los niños aquí en Normandía que dice parecido así: estando el cocodrilo y el orangután, dos pequeñas serpientes y el águila real...
Muy lindo y sentido, y apetitoso el final compartiendo una taza de chocolate... si acaso les faltó encargar unos churros, pero se ve se que los churros se los habían comido ya antes los caníbales esos...
Disculpe mi castellano, soy de Normandía.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
- Han O. Nhimuss
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- Registrado: 21 Feb 2016 11:21
- Ubicación: Normandía capital
Re: CK2- De aquellos polvos vienen estos barros
Un placer, señor, discúlpeme que me equivoque si mi castellano es reverado. Pensé que era de Prófugo pues es quien figura como prestador de esta historia.
La volveré a leer en cuanto lea a los demás, reina de corazones.
La volveré a leer en cuanto lea a los demás, reina de corazones.
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Re: CK2- De aquellos polvos vienen estos barros
Hola Han O. Nhimuss
Bienvenido a este apartado del foro. Quizá te sorprenda los argumentos de los relatos marcados como (Re: CK2), es un experimento raro que estamos haciendo. Se trata de un concurso de relatos de andar por casa donde los protagonistas son los mismos foreros que solemos participar regularmente por aquí. Te lo digo para que no pienses que nos hemos vuelto locos
Sobre tu relato bruja.
Que me perdonen los afectados, si es que hay algo que perdonar, a mi me ha parecido muy divertido, y en especial, la parte que supongo te hizo reflexionar. No sé chica, si alguien no quiere aparecer solo tiene que decirlo a sabiendas de lo que se está cociendo ¿No crees? Yo pienso votarte igual participes o no, ea!
Bienvenido a este apartado del foro. Quizá te sorprenda los argumentos de los relatos marcados como (Re: CK2), es un experimento raro que estamos haciendo. Se trata de un concurso de relatos de andar por casa donde los protagonistas son los mismos foreros que solemos participar regularmente por aquí. Te lo digo para que no pienses que nos hemos vuelto locos
Sobre tu relato bruja.
Que me perdonen los afectados, si es que hay algo que perdonar, a mi me ha parecido muy divertido, y en especial, la parte que supongo te hizo reflexionar. No sé chica, si alguien no quiere aparecer solo tiene que decirlo a sabiendas de lo que se está cociendo ¿No crees? Yo pienso votarte igual participes o no, ea!
--- Pareces atribulado!!
--- No entiendo... tan sólo me estoy cagando.
--- Corre raudo, pues...
--- ¡Por los dioses! ¡¡¡Necesito un diccionario!!!
--- No entiendo... tan sólo me estoy cagando.
--- Corre raudo, pues...
--- ¡Por los dioses! ¡¡¡Necesito un diccionario!!!
Re: CK2- De aquellos polvos vienen estos barros
A ti te parece divertido porque sales con el pendulo al aire y encima le has tocado el culo a Ororo, esposo abandonador.Gavalia escribió:Hola Han O. Nhimuss
Bienvenido a este apartado del foro. Quizá te sorprenda los argumentos de los relatos marcados como (Re: CK2), es un experimento raro que estamos haciendo. Se trata de un concurso de relatos de andar por casa donde los protagonistas son los mismos foreros que solemos participar regularmente por aquí. Te lo digo para que no pienses que nos hemos vuelto locos
Sobre tu relato bruja.
Que me perdonen los afectados, si es que hay algo que perdonar, a mi me ha parecido muy divertido, y en especial, la parte que supongo te hizo reflexionar. No sé chica, si alguien no quiere aparecer solo tiene que decirlo a sabiendas de lo que se está cociendo ¿No crees? Yo pienso votarte igual participes o no, ea!
Bah, soy un bicho malo. Hoy alguien a quien respeto y admiro me ha dicho por privado que estoy como una cabra. Y es cierto.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
Re: CK2- De aquellos polvos vienen estos barros
Pues yo me lo he pasado estupendamente leyéndote.
Y de verdad, que si alguien te dice algo sobre un relatos de kekos por privado, por mucho respeto que te inspire, es para encerrarlo.
Y de verdad, que si alguien te dice algo sobre un relatos de kekos por privado, por mucho respeto que te inspire, es para encerrarlo.
Siempre contra el viento
Re: CK2- De aquellos polvos vienen estos barros
A ver, que luego las cosas se enredan. Lo he retirado porque se lo he dejado leer a alquien ajeno al foro y me ha dicho que puede parecer una falta de respeto. Luego, cuando lo he retirado, alguien a quien aprecio me ha dicho que estoy como una regadera, supongo que por haberlo retirado.Nínive escribió:Pues yo me lo he pasado estupendamente leyéndote.
Y de verdad, que si alguien te dice algo sobre un relatos de kekos por privado, por mucho respeto que te inspire, es para encerrarlo.
Vosotros no tenéis nada que ver. Nadie de aquí se ha ofendido. Lo aclaro para que no hayan malentendidos.
Lo que ocurre es que mi humor es muy negro y me da que tengo que tener más cuidado con lo que escribo.
Y por favor, no le deis más vueltas al tema.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...