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rubisco escribió:Con el cuadro de Sogad sólo se me ha ocurrido un relato erótico entre un profesor obeso de música y una vaca. Tendré que pensar algo mejor
rubisco escribió:Con el cuadro de Sogad sólo se me ha ocurrido un relato erótico entre un profesor obeso de música y una vaca. Tendré que pensar algo mejor
Yo me iba a animar jajajaja pero lo que se me ha ocurrido es aún peor que lo tuyo, Rubi.
Era tarea de los hermanos Juan y María arrear el ganado de la estancia en la mañana para que pastaran y recogerlos en la tarde hacia los corrales. Se movían en sus corcéles negros. Hacía unos días que tenían problemas con un semental recién llegado, que se apartaba del rebaño y los hacía desviarse para traerlo junto a los otros.
Ocurrió un día en que Juan se encontraba enfermo y María debió arrear sola el ganado. Observó que el semental corría hacia los establos, cabalgó al galope hasta llegar, bajo de un salto y entró al establo.
No estaba preparada para ver lo que había dentro. El semental se había transformado en un guapísimo príncipe, de bellísimo cabello dorado y grandes ojos azules, además sobre él volaban dulces angelitos. La miraba con una encantadora sonrisa y le decía susurrando —Ven hacia mí.
María caminó hacia el joven maravillada sin poder dejar de mirar sus ojos y cuando estuvo a su lado, él la tomó y recostó sobre los fardos de alfalfa. Entonces Maria pudo ver horrorizada que los angelitos se convertían en espantosos vampiros. No le dio tiempo a gritar.
Al otro día la encontraron blanca como el papel y con la cara desfigurada por el terror.
Herminio la miró, como cada mañana. Se sentía culpable por su comportamiento obsceno e impulsivo, y la vergüenza de recordar la monstruosidad que había cometido la noche anterior lo impulsó a seguir su camino, como si nunca hubiera ocurrido nada. Ese gesto nada inocente lo hizo martirizarse durante el resto del día. ¿Por qué demonios la había ignorado, sin más? Si creía que la huida tendría efectos curativos, si pensaba que retirando la mirada desaparecería el recuerdo de su atrocidad, acababa de demostrarse todo lo contrario. El efecto de su cobardía había sido devastador: ahora no podía quitarse de la cabeza aquellos ojos que parecían acusarlo de monstruo, de salvaje.
Se acostó y no paró de dar vueltas en la cama, hasta que se convenció de que no conseguiría dormir y pasó el resto de la noche mirando aquel techo oscuro mientras se lamentaba en silencio junto al hueco que una vez había ocupado su ya difunta Lucinia. Por algún extraño motivo la noche tuvo un efecto curativo. Al salir los primeros rayos del alba Herminio se levantó con ánimos renovados y dispuesto a enmendar su bárbaro comportamiento. Tomó una cesta de mimbre e introdujo allí enseres y las mejores viandas de su despensa. A continuación fue en su busca.
No la vio en los bordes del camino, donde acostumbraba a estar, sino que tuvo que caminar campo a través hasta dar con ella. Allí estaba, esbelta, observando los prados como si vigilara, cuando Herminio la alcanzó. Él se sentó. Ella prefirió quedarse en pie, viéndolo extender un mantel, posar una botella de su mejor vino y extraer pan, queso y otros ágapes.
―La otra noche me comporté como un animal. No sé qué me pasó. Supongo que tantos años sin mi mujer me han embrutecido. ―Titubeó por un instante y sorbió una lágrima que resbalaba por su mejilla―. Lo siento mucho.
Ella lo miró, resopló y volvió a otear el horizonte. Herminio no sabía si lo estaba rechazando o si estaba haciéndose de rogar, pero lo intentó una vez más:
―¿Me darías una oportunidad?
Apenas terminó de formular aquella pregunta se dio cuenta de que nunca debería haber vuelto por allí. La vaca, que hasta entonces se mostraba tranquila, bufó con rabia, lo miró y de un impulso lo embistió. Herminio sintió una punzada en el costado izquierdo, y cuando recobró la orientación vio que el animal tenía un cuerno lleno de sangre. De su sangre.
Consiguió arrastrarse hasta el camino y allí se dejó caer con la esperanza de que alguien pudiera auxiliarlo. Pudo aguantar la conciencia el tiempo justo para ver llegar al guardia civil del poblado. El agente observó las heridas fatales del campesino y maldijo a aquella vaca y su extraño poder seductor. Justo un instante antes de que el guardia mencionara la cifra de amantes asesinados por el bovino expiró el último aliento de Herminio. Saber que no había sido el único le hubiera dulcificado la agonía, pero la vaca había calculado demasiado bien la profundidad de su cornada. Y allí, en la distancia, observaba con disimulo y una leve sonrisa cómo levantaban el cadáver de su última víctima.
Megan escribió:Era tarea de los hermanos Juan y María arrear el ganado de la estancia en la mañana para que pastaran y recogerlos en la tarde hacia los corrales. Se movían en sus corcéles negros. Hacía unos días que tenían problemas con un semental recién llegado, que se apartaba del rebaño y los hacía desviarse para traerlo junto a los otros.
Hablando de tildes Y que sepas que ni en solo ni en mas las suelo poner.
Megan escribió:Era tarea de los hermanos Juan y María arrear el ganado de la estancia en la mañana para que pastaran y recogerlos en la tarde hacia los corrales. Se movían en sus corceles negros. Hacía unos días que tenían problemas con un semental recién llegado, que se apartaba del rebaño y los hacía desviarse para traerlo junto a los otros.
lucia escribió:Hablando de tildes Y que sepas que ni en solo ni en mas las suelo poner.
Noto una incongruencia en estos dos mensajes, en el primero dice paso a decirles que los leo y en el segundo no sólo lee, hace un comentario
Conclusión: no era que sólo (con tilde) nos iba a leer, también iba a comentar con esa malicia que le sale por los poros
Y acá estoy. Yo tampoco había advertido que era la quinta, ni que los últimos seremos los primeros...
Propongo este cuadro de John William Waterhouse (Roma, 6 de abril de 1849-Londres, 10 de febrero de 1917) un pintor británico, considerado simbolista. El óleo se titula "Ariadna", y refiere al episodio en que Teseo, después de matar al Minotauro con ayuda de Ariadna, en su viaje de regreso a Atenas, la abandona en Naxos.
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Última edición por Paraná el 10 Abr 2017 05:36, editado 2 veces en total.
Los empalagados oídos de la bestia repasan una vez más el repertorio infame. Los aguza para regodearse con los gritos, los estertores, los gemidos apenas audibles alternándose con ese silencio que atruena más que todos los sonidos. Pero tarde o temprano, el éxito continuo embota los sentidos y vuelve obtuso al más astuto. Cuando el silencio se vuelve definitivo, la bestia resopla satisfecha y se duerme a pezuña suelta.
Es el momento para el otro, para el que está decidido a la victoria. Se enfoca. Remueve los cuerpos lacerados que lo cubren. Estos restos sanguinolentos, ahora inertes, han servido para cubrirlo y así poder fingir la propia muerte. Para sus planes nunca hubo otra alternativa ni dilema alguno: ellos debían morir para que él viva. No siente más emoción que el de la inminencia ni les dedica más pensamiento que ése. Extrae sigilosamente la espada de entre los pliegues de la túnica, se yergue y se desplaza elástico, como los tigres que ha vislumbrado en las jaulas áureas de palacio durante el banquete propiciatorio. La misma luz amarilla parece encenderse también en sus pupilas, cuando se acerca al monstruo dormido. Lo contempla sólo unos segundos para asegurarse de la eficacia del lance, levanta el bronce, inspira, y lo baja con la determinación de los héroes. La bestia abre los ojos, se despierta atónita, y comprende en el repentino fulgor de una fracción de un segundo, que está contemplando los amarillos ojos de la muerte. Y vuelve a dormirse, esta vez para siempre, con un filo clavado en el testuz.
Teseo hincha los pulmones con avidez y ríe; ríe hasta el vómito, hasta agotar el temblor que le ha provocado el esfuerzo. Luego busca por los corredores hasta hallar la punta del hilo; lo saca de debajo de la piedra con que ha prevenido su pérdida, y lo sigue paso a paso hasta salir a la noche estrellada. Ariadna lo espera entre los olivos que la luna enciende como ramos de estrellas azules. Cuando lo ve, corre hacia él y lo abraza: es hora de cobrar su recompensa. La pequeña Fedra los contempla con ojos vidriosos; está temblando, aunque no puede determinar si es por el miedo o por el frío húmedo del relente. O por algo más; algo nuevo que todavía no comprende y que se parece extrañamente al rencor. O a la envidia. Es tan joven que no lo reconoce.
Bajo el suave viento oceánico, corren los tres entre matas y olivares. Alcanzan el puerto, donde está fondeada la nave. Trepan velozmente, ayudados por la tripulación. El capitán pregunta por los otros; Teseo niega con un gesto y el otro comprende. La nave parte, elude las rocas cercanas y enfrenta el mar abierto. Todo sucede en el más absoluto silencio. Pronto el plenilunio dibuja la silueta de un islote; una orden escueta los acerca a sus playas y atracan ayudados por la brisa apacible. Horas después, cuando la aurora se anuncia con su pregón escarlata, zarpan nuevamente, dejando Naxos a su espalda, rumbo a la patria cercana. Hay un pasajero menos; pero la orden ha sido nuevamente perentoria. Fedra, apoyada en la borda, sonríe.
Después vendrá la leyenda y la fama correrá con pies alados por los siglos de los siglos. Se hablará de la increíble hazaña, del regreso indemne de todos los jóvenes enviados para ofrenda de la bestia y salvados por el valor generoso del héroe; de la pobre Ariadna, trágicamente extraviada en la tormenta.
Última edición por Paraná el 10 Abr 2017 18:34, editado 1 vez en total.