CPXII - Una casa, una mujer y un sueño - Fernando Vidal

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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lucia
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CPXII - Una casa, una mujer y un sueño - Fernando Vidal

Mensaje por lucia »

UNA CASA, UNA MUJER Y UN SUEÑO

No había duda, era la misma casa. La vieja verja de hierro que, envuelta por la tumultuosa hiedra, protegía la casa del ajetreo exterior también era idéntica. Lo mismo ocurría con el jardín de lánguidos geranios y arbustos casi marchitos, la opaca pileta de mármol sedienta de agua y una pequeña estatua que quizá representara a Atenea, detalles todos que se podían contemplar a través de los gruesos barrotes de la puerta de la verja que no parecía tener ningún tipo de seguro. Lucas la empujó. Estaba abierta. Dio unos pasos al interior del jardín y contempló mejor la fachada gris de frío concreto. Aunque solo tenía dos plantas, era una casa grande, debía de tener amplias habitaciones y el techo alto. Todo le resultaba familiar, ¿cómo había podido pensar que no se trataba de la misma casa? Por un momento acarició la idea de acercarse más, llegar hasta el umbral y llamar a la puerta, pero el temor por cometer un despropósito fue más grande y desistió del proyecto. Dio media vuelta y volvió al exterior.
Había descubierto la casa por casualidad, en uno de sus acostumbrados paseos nocturnos. Cuando la vio por primera vez le había parecido extraño que una casa de apariencia tan señorial aún perdurara en medio de la ruidosa cuadra trece de la avenida Brasil. En esa ocasión se detuvo frente a la verja y espió por entre los barrotes para estudiar más de cerca las características de la fachada. Esta, aunque gris, se veía discretamente iluminada por la luz ámbar de la lámpara que colgaba encima de la puerta. Había cuatro ventanas que no eran ni muy grandes ni muy pequeñas, todas protegidas por cortinas, a excepción de una. A través de esta Lucas creyó incluso reconocer parte de una estantería con viejos libros. Le gustó el panorama que tenía ante sus ojos, deseó tener una casa así y no el pequeño y sofisticado departamento que habitaba con Elsa desde un par de años atrás. Esa noche, al regresar del paseo y después de superar por enésima vez el insípido ritual de cenar frente a la intrascendente telenovela que entretenía a su esposa, no quiso emplear la media hora que le quedaba antes de acostarse en desordenadas lecturas de sus libros de historia. En su lugar dejó pasar los minutos sumido en vagas ideas sobre su hallazgo hasta que se le cerraron los ojos.
Al principio nada era claro. Corría sin ningún objetivo como un demente, pasando por callejas lúgubres y amplias avenidas vacías. Por un momento sintió que se perdería, que nunca encontraría lo que sea que estaba buscando, cuando de pronto distinguió a lo lejos una silueta conocida: era la casa que había visitado. Se acercó a ella con curiosidad. No necesitó ni siquiera empujar la puerta de hierro de la verja. Estaba completamente abierta. Entró y sin detenerse a contemplar el jardín, llegó hasta la puerta principal e hizo lo que antes no se había atrevido: golpeó las aldabas.
Después de un instante sin respuesta, repitió los mismos golpes una vez más. Nada parecía moverse en el interior. Llegó a la conclusión de que permanecer esperando más tiempo sería vano y se dirigió de vuelta a la verja. Cuando se adentró nuevamente en las callejas oscuras sintió una profunda desazón. Entonces despertó.
En los días siguientes, los deberes laborales y las exhortaciones de Elsa para que la acompañara en sus compras de fin de mes dejaron el sueño en un segundo plano. De cuando en cuando lo recordaba pero no le daba más importancia que la que merece cualquier sueño común. Pasaba las mañanas aburrido, recibiendo nutridos informes de sus subordinados que debía revisar, sellar y firmar, y las tardes no le suponían ninguna mejoría pues se limitaba a seguir con resignación los pasos de su esposa que se escabullía entre las galerías de los centros comerciales, haciendo gala de una indecisión crónica en compras que Lucas consideraba inútiles.
En las noches, antes de la cena, salía a caminar sin rumbo por espacio de poco menos de una hora pero, sin habérselo propuesto expresamente, nunca llegaba hasta la cuadra trece de la avenida Brasil. No era que evitara llegar hasta esa cuadra, simplemente no se le ocurría. Tomaba otros caminos y llegaba a los pequeños parques de Jesús María, donde siempre podía encontrar bancas de madera vacías en las cuales se detenía a pensar en naderías y observaba sin ningún propósito a las eventuales parejas que se besaban en las cercanías.
Hasta que la casa regresó a su mente. Fue en la noche de un domingo. Elsa ya se había ido a la habitación y él se había quedado en la sala releyendo por enésima vez un tomo de la Gran Guerra. A pesar del esfuerzo por mantenerse despierto hasta terminar un capítulo, no pudo evitar cerrar los ojos y dormirse. Se encontró casi de inmediato con la casa de la avenida Brasil. Como en la ocasión anterior, la puerta de la verja estaba abierta y nadie vigilaba en los alrededores. Lucas merodeó en el jardín y dio algunos pasos en círculo, indeciso, pensando que no lograría nada y que lo mejor sería marcharse como la última vez, sin siquiera llamar a la puerta. Todavía estaba acariciando la idea de una discreta retirada cuando la puerta de la casa se abrió emitiendo un chirrido. Lucas se sobresaltó y se imaginó corriendo hacia la avenida antes de que alguien saliera de esa puerta, pero se quedó inmóvil, sin atinar a hacer nada.
Una mujer salió del interior de la casa. Parecía de unos treinta años y, en el rostro pálido, los finos rasgos de la nariz y los ojos grises le otorgaban una lánguida belleza. No llevaba maquillaje, no lo necesitaba. En opinión de Lucas, tal y como lucía en esos momentos, con el cabello castaño recogido, con una blusa oscura y una falda que alcanzaba los tobillos, se veía bien.
—Has llegado —dijo ella con timidez.
—¿He llegado? —atinó a preguntarse Lucas con sorpresa.
—Te he estado esperando. La otra vez te estuve observando desde mi habitación. Sabía que llegarías, pero no creí que fuese tan pronto.
Su voz, aunque suave y próxima al susurro, llegaba a los oídos de Lucas con total claridad.
—Pero no me abriste —respondió Lucas, como formulando un absurdo reproche.
—Lo sé. Y lo lamento. No creí que llegarías tan pronto, tal y como me lo decían mis sueños. Por eso tuve vergüenza y no te abrí. Fui una estúpida, lo siento.
Extendió una de sus manos hacia Lucas y este se aproximó. El simulacro de reproche se evaporó de inmediato. Tomó la mano ofrecida y notó que estaba fría.
—Estás fría —dijo torpemente.
—Solo las manos. He estado muy sola.
—Yo también lo siento. Debí venir antes.
—Entremos.
El diálogo era absurdo y Lucas lo sabía. Se estaba dejando llevar, contestaba sin razonar las respuestas, y sin embargo empezaba a sentir una extraña complacencia. Pensó que había estado buscando a aquella mujer por años. ¿Cómo no se había dado cuenta? Sus salidas sin rumbo, sus esperas sin aparente sentido en los pequeños parques, todas esas acciones inconexas respondían a una finalidad: quería encontrarla. A ella, solo a ella. Pero, ¿y Elsa? ¿Qué haría con Elsa? Lucas no lo tenía claro, pero ya buscaría un modo de librarse de su esposa. Ahora sabía que su lugar estaba con aquella mujer y en aquella casa.
Entraron al vestíbulo. A pesar de la penumbra reinante, la pobre iluminación de las lámparas dejaba entrever la belleza de los muebles, de las alfombras y de los cuadros que adornaban las paredes. Esa era la casa que él tanto había deseado.
—¿Por qué no enciendes todas las luces? —dijo adivinando la respuesta.
—Porque sé que a ti no te gusta eso.
Y era verdad. Incontables habían sido los días de incomodidad en ese departamento que había comprado, obligado por la insistencia de Elsa. Un departamento de paredes blanquísimas, con puertas también blancas y mobiliario minimalista y anguloso. Detestaba las amplias ventanas que permitían la entrada del sol durante la mayor parte del día y sobre todo aborrecía esa manía de Elsa por mantener las cortinas abiertas el mayor tiempo posible. “Eres un murciélago, te gusta la penumbra”, le reprochaba ella cada vez que regresaba de alguna reunión con sus amigas y lo encontraba leyendo algún libro en la sala con las cortinas completamente cerradas. “Eres un murciélago”, repetía hasta irritarlo. Pero Lucas callaba, cerraba el libro y dejaba que su mujer volviera a abrir las cortinas. Inútil habría sido discutir al respecto. Él sabía que la belleza de la luz de una lámpara en medio de la oscuridad era algo que Elsa jamás llegaría a valorar.
Cuando despertó se sintió decepcionado. Era injusto que un sueño tan sentido, tan real, se desmoronara al igual que cualquier otro sueño intrascendente. Pero esa casa, ese jardín y esa verja existían. Estaban allá, en la cuadra trece de la avenida Brasil. ¿Por qué pues no iba a existir aquella mujer? Una idea lo acosó de pronto. Esa casa soñada no era la misma que la casa de la avenida. Eran muy parecidas, casi idénticas, no cabía duda, pero no eran las mismas. ¿Se habría fijado en todos los detalles? En el sueño, no había llegado a la casa recorriendo la avenida Brasil. Había caminado por otras calles, extraños caminos que se curvaban y parecían correr el riesgo de evaporarse de un momento a otro. Así no eran las calles de los alrededores de la casa real, todas rectas e indiferentes a los vehículos y transeúntes que las surcaban una y otra vez. “Tengo que saber”, se vio diciendo, “tengo que asegurarme, tengo que hacerlo”.
Esa misma tarde, después de desocuparse de sus obligaciones y no sin cierto temor, fue a despejar su duda. Aliviado, no le fue difícil confirmar que se trataba de la misma casa. Quedaba sin embargo un asunto pendiente: el que fuese la misma casa de sus sueños no confirmaba que aquella mujer viviera allí. Le fue inevitable rumiar en ese detalle en lo que quedaba del día.
En la cena Elsa lo notó especialmente distraído. A pesar de que ya no gozaba de las conversaciones con su mujer como en los primeros tiempos, siempre procuraba seguirle la corriente cuando contaba sus anécdotas del supermercado o de las reuniones con sus amigas, todas parecidas y predecibles.
—¿Te sucede algo? —preguntó ella al reparar en la mirada perdida de Lucas.
—No. Solo estoy cansado. Ya sabes, este trabajo cada vez me aburre más.
Elsa pareció olvidar enseguida la respuesta de su marido y esforzando una sonrisa, retornó a lo que en verdad le interesaba saber:
—¿Entonces sí te gusta lo que pedí para cenar? Es del nuevo chifa.
Lucas echó una mirada general al arroz chaufa que estaba comiendo y sentenció:
—Ah, sí. Está muy bueno. Disculpa, solo es cansancio.
El sueño de esa noche, tal y como él ya lo había presentido desde la cena, lo remitió nuevamente a la casa de la avenida Brasil. Merodeaba cerca de la verja, sin animarse a cruzarla. “¿Ella estará?”, se preguntaba angustiado, “¿estará allí?”. Y no se apartaba de los barrotes de hierro. Tenía miedo de entrar y no encontrarla. Tenía miedo de que solo se tratara de una fantasía. Había ido para despejar sus dudas y ahora solo quería mantenerlas sin resolver, en un intento por prolongar su esperanza.
—Ven, te estoy esperando.
Su cuerpo dio un respingo. Allí estaba ella, a su lado, con ese rostro melancólico de mirada gris que tanto le gustaba. Tal y como ocurrió en el primer encuentro, ella extendió su mano derecha hacia Lucas. Él la tomó con las dos suyas.
—Todavía tienes la mano fría.
—Ven, no me dejes sola de nuevo, por favor.
Se sintió culpable.
—Nunca he querido dejarte sola —apresuró a excusarse.
—Pero te fuiste —los ojos grises no se apartaban de él.
—Tenía miedo —confesó agachando la mirada.
—¿Miedo de qué?
Lucas esperó un momento y respondió con absoluta sinceridad:
—De que no existieras.
Ella tomó la otra mano de Lucas y la colocó en su mejilla. Lo miró con dulzura y él pudo palpar lo suave de su cutis pálido. Esa fue la respuesta a cualquier duda, ahora Lucas sabía que ella realmente existía.
No se dijeron más palabras. No fue necesario. Tomados de la mano, se dirigieron a la casa. En el umbral de la puerta se detuvieron por un breve instante y ella lo besó. Fue solo un roce de labios, escueto y pudoroso, pero bastó para que Lucas confirmara que deseaba estar a su lado por siempre.
Unas fuertes sacudidas desmoronaron la felicidad de Lucas. Era su mujer que lo miraba como un niño que merecía una reprimenda.
—Oye, levántate. Llegarás tarde a la oficina.
—¿Qué? ¿Qué?
—A la oficina. Se te hace tarde.
—Sí, ya voy —contestó con pesadez.
Ebrio de sueño, se dirigió al baño. Mientras se aseaba como un autómata, se esforzó por remitirse a los recuerdos del sueño y saborearlos una y otra vez. No quería que se le escaparan de la cabeza. “Los apuntaré. Apenas llegue a la oficina, los apuntaré y así no se me olvidarán”.
—Apúrate —escuchó a Elsa—. Tengo que ducharme.
Salió del baño y se cambió con rapidez. Dejó su casa sin probar bocado. No deseaba oír más a su mujer. Si se quedaba a desayunar con Elsa, se vería sometido a una nueva conversación intrascendente y era posible que olvidara algunos detalles del sueño. No quería olvidar ninguno.
Ya en su trabajo, se encerró en su despacho y tomó una hoja en blanco. Con vehemencia, se puso a escribir todo lo recordaba del último sueño, no permitió que se le escapara el más mínimo detalle. Leyó su redacción varias veces y cuando se dio cuenta de que ya no olvidaría lo que había escrito sonrió satisfecho. Guardó la hoja en el primer cajón de su escritorio y solo entonces abrió la puerta de su oficina y preguntó por las tareas pendientes de sus subordinados.
A medida que pasaban las horas, la satisfacción de Lucas se fue diluyendo. ¿Debía contentarse solamente con haber asegurado el recuerdo de su sueño? No, no podía conformarse con tan poco. El sueño había sido tan real… ¿y cómo pudo saber ella su nombre? ¿Cómo pudo saber de sus indecisiones frente a la verja? ¡Y sus pedidos! “No me dejes sola”, le había dicho, “no me dejes sola de nuevo”.
“Ella existe, existe”, se vio murmurando.
Lucas sabía lo que tenía que hacer. No iba a esperar a la hora de salida. Salió de la oficina sin dar ninguna explicación, a pesar de advertir las miradas desconcertadas de algunos de sus subordinados, y corrió hacia la avenida Brasil. Las siete cuadras que lo separaban de su objetivo fueron rápidamente superadas y al poco tiempo Lucas ya se hallaba frente a la verja invadida por la hiedra. Se detuvo a dar un hondo respiro e inmediatamente entró al jardín. Por primera vez se sentía decidido, tocaría la puerta y esperaría a que la mujer le abriera. No se movería de allí hasta que ella lo recibiera y pudieran besarse como en el sueño. En esta ocasión nadie los interrumpiría, no habría que despertarse, Elsa no estaría allí para cortar ese feliz momento de manera abrupta con sus intrascendentes requerimientos. Lucas hizo sonar fuertemente las viejas aldabas.
No le llegó ninguna respuesta. Sacudió las aldabas otra vez.
Aún tuvo que esperar un momento más. Solo cuando se disponía a tomar las aldabas por tercera vez oyó unos pasos que se acercaban con lentitud. “A su mismo ritmo”, se dijo. Era ella quien se disponía a abrirle. Lucas sintió que una profunda sensación de alegría invadía su espíritu. Pronto la puerta se abriría y una nueva etapa comenzaría en su vida.
La puerta se abrió con pesadez, emitiendo un chirrido ya previsto, por lo que Lucas alzó los dos brazos en dirección a su amada esperando recibirla con un fuerte abrazo.
—¿Qué es lo que desea? —una voz ronca hirió los tímpanos de Lucas.
Lo que vio estuvo completamente fuera de sus expectativas. Un hombre cincuentón, gordo y con un repugnante uniforme de obrero lo miraba extrañado. Rápidamente, Lucas bajó los brazos.
—¿Busca a alguien? —inquirió la voz sin piedad
Lucas trató de responder algo, pero su estupefacción lo hizo incapaz de elaborar una excusa.
—Yo… buscaba… —balbuceó.
—Aquí no vive nadie. La casa está por ser remodelada —explicó el obrero implacable.
—Entonces… creo que me he equivocado. Disculpe.
Lucas le dio la espalda al obrero y regresó a la verja. Comenzó caminando pero creyó sentir la mirada de aquel individuo en su nuca y pronto se vio corriendo arrasando tres o cuatro geranios del jardín. Tuvo que hacer un esfuerzo para no llevarse de encuentro la estatua de Atenea que pareció pretender estorbarle la huída.
—Estúpido lastre —alcanzó a murmurar.
¡Qué imbécil había sido! Muerto de vergüenza, siguió corriendo sin detenerse. Había cometido un despropósito por dejarse guiar por esos sueños. ¿Cómo pudo creer que esa mujer existía en verdad? ¿Cómo pudo creer que alguien lo estaba esperando? ¡A él! ¡Precisamente a él!
“¡Imbécil! ¡Imbécil!”, se repetía. Presa de la agitación, y sin haberlo pensado expresamente, llegó hasta el edificio de la oficina. Consultó el reloj de su muñeca y vio que aún faltaba media hora para la salida. Decidió entrar. Al advertir su presencia, los empleados se limitaron a observarlo en silencio. Sin darles importancia, Lucas fue directamente hasta su despacho y se encerró. Sabía lo que tenía que hacer. Abrió el primer cajón de su escritorio, tomó el relato del sueño y acercándose a la papelera, lo rasgó una y otra vez hasta no dejar más que innumerables retazos minúsculos imposibles de leer. Los arrojó todos y se dejó caer en el sillón. Solo entonces creyó experimentar una suerte de abandonada calma.
Minutos más tarde, Lucas salía del edificio junto al resto de empleados como si nada hubiera pasado. Se dirigía a su casa, aparentando tranquilidad. Esa noche no saldría a caminar, tampoco releería sus libros de historia. Acompañaría a su mujer a ver la telenovela y se acostaría temprano.
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Berlín
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Re: CPXII - Una casa, una mujer y un sueño

Mensaje por Berlín »

Una casa, una mujer y un sueño.

Primero decir que tal vez deberías haber elegido otro título. Una casa, una mujer y un sueño. La verdad es que el título lo contiene todo y convierte tu trabajo en algo bastante previsible. No voy a decir que no me ha gustado, de hecho lo he leído del tirón y se me ha hecho bastante agradable, pese a imaginar el final. No importa, a veces lo que cuenta es el paisaje, no la meta. Un hombre insatisfecho, soñador, romántico. Una esposa tal vez superficial, o no, igual es que él solo se ha cansado de ella. Eso pasa. La llama se apaga. Luego esa otra mujer, que aparece muy poco, pero ya sabemos de la magia de los sueños. Al final la desilusión, el obrero gordo, la casa a punto de remodelarse, y la mujer de los sueños donde siempre estuvo: en los sueños de un hombre insatisfecho. Un hombre que decide dormir para encontrar lo que no encuentra despierto. En fin, la idea me gusta, y no me importa que sea previsible. Más cosas, he visto algún adjetivo que me chirría, como lo de la fachada de un frío concreto. Suena raro. En fin compi, primer relato que leo y lo dicho: previsible, pero agradable. No mucho más.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
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rubisco
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Re: CPXII - Una casa, una mujer y un sueño

Mensaje por rubisco »

Querido autor, querida autora.

Nos traes un relato muy bien escrito donde nos muestras la dicotomía entre sueño y realidad, de cómo las vivencias de uno pueden confundirnos hasta el punto de generar expectativas en el otro y de cuánto de importantes son los sueños para alejarnos de la fría y desganante rutina.

Como he dicho, el relato está muy bien escrito. Conoces la importancia de la palabra en la comunicación y haces un uso adecuado de ella para transmitir lo que quieres transmitir. Eso ayuda mucho, sobre todo cuando lo acompañas con descripciones sobrias y ajustadas a lo necesario.

La narración es inmersiva. Mientras leía insultaba a Lucas por no decidirse a ir a la casa y conformarse con soñar otra vez.

Respecto al estilo, hay algunas frases que reformaría para facilitar la lectura, pero eso ya depende de mi gusto personal, que puede no coincidir con el tuyo. También veo repeticiones, y esto sí que aconsejo revisarlo para no abrumar al lector. Un ejemplo:
El autor o la autora escribió:Tomó la mano ofrecida y notó que estaba fría.
—Estás fría —dijo torpemente.
—Solo las manos. He estado muy sola.
Una de las dos fría sobra. Te propongo dos alternativas:

Tomó la mano ofrecida.
—Estás fría —dijo torpemente.
—Solo las manos. He estado muy sola.


Tomó la mano ofrecida, notó que estaba fría y se lo hizo saber torpemente/con torpeza.
—Solo las manos. He estado muy sola.


Por último, reconozco que el final me dejó un poco chof. Me esperaba que no apareciera la chica (temí que fuera una mujer mayor o un anciano armado con una escopeta), pero no esperaba que Lucas destruyera el papel (y, con ello, todo ese mundo que lo sacaría de su letargo), condenándose a morir en vida sumido en la rutina tan desagradable que nos contaste.

Aunque, mirándolo de otra forma, es cierto que cuando nos evadimos de la realidad perdiéndonos en sueños, el despertar es duro y deprimente. ¡Menuda dosis de realidad, autor o autora!

Intentaré darte puntos, porque creo que te los mereces. Con permiso, por supuesto, del resto de relatos.

Gracias por compartirlo.
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lucia
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Re: CPXII - Una casa, una mujer y un sueño

Mensaje por lucia »

Concreto es como llaman en Sudamérica al hormigón :lista:
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prófugo
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Re: CPXII - Una casa, una mujer y un sueño

Mensaje por prófugo »

lucia escribió:Concreto es como llaman en Sudamérica al hormigón :lista:
Lo confirmo :D

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noramu
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Re: CPXII - Una casa, una mujer y un sueño

Mensaje por noramu »

Que lo toman de "concrete" en inglés.
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Dama Luna
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Re: CPXII - Una casa, una mujer y un sueño

Mensaje por Dama Luna »

En este relato veo mejor fondo que forma.

La tercera frase, por ejemplo: hay que coger aire de vez en cuando. Una coma de vez en cuando no solo no molesta, sino que se agradece. Luego, tengo un problema con la prosa demasiado recargada. Que nadie se me ofenda, pero cuando no se maneja con soltura, es mejor aparcara y optar por un estilo más natural. Porque si no, el resultado se va haciendo bola; acabas por perder el sentido de lo que se lee. Y ya no eso, sino el sentido de lo que se escribe.

"
después de superar por enésima vez el insípido ritual de cenar frente a la intrascendente telenovela que entretenía a su esposa"
, por ejemplo; son frases poco naturales que molestan, no hay equilibrio entre lo que dice y cómo lo dice. Para decir que le aburría ver la telenovela no es necesario usar un lenguaje tan inflado, despista la atención y no resulta por ello más hermoso.

Lo mismo en "
se limitaba a seguir con resignación los pasos de su esposa que se escabullía entre las galerías de los centros comerciales, haciendo gala de una indecisión crónica en compras que Lucas consideraba inútiles."


El exceso de adverbios en -mente tampoco es elegante.

La aparición de la mujer misteriosa da un vigor inesperado a la historia, pero creo que el autor desaprovecha la baza de lo paranormal; todo resulta ser un sueño, y el final, que podía haber hecho remontar la historia, acaba por desinflarla totalmente. Por cierto, que la segunda parte está narrada con más agilidad.

Suerte! :D
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Escritoradesueños
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Re: CPXII - Una casa, una mujer y un sueño

Mensaje por Escritoradesueños »

Joder, joder, joder...¡Este relato me ha mantenido pegada a la pantalla, absorta, pendiente, enganchada, para....¿ese final?! Puaaafff, no me ha gustado nada el final, pero nada de nada.
Este relato podría haber tenido más enjundia, con la casa y la dama, ya que se utilizaba también el mundo onírico, hubiese quedado de lujo un relato más redondo.
Al final ¿La casa es la de sus sueños? Porque lo que es la mujer, se ve que no...y por lo que le dice un obrero sale huyendo como alma que lleva el diablo.
Me hubiese encantado que lehubiese abierto la puerta una anciana o un niño, hijo de esa mujer, que estuviese quizás fallecida. ¡Quizás algo más típico, pero con más enjundia!
El relato me ha mantenido muy enganchada y por eso ya tiene lo suyo, pero con el final desbarata toda la historia, que se me queda en: Un hombre que tiene varios sueños con la casa que a veces ve en sus paseos y punto ¡Un rollo!
Lo que podría haber sido grandioso se queda en sueños, que alomejor es algo grandioso y el vivirá ignorándolo el resto de su vida, pero no creo que sea la realidad.
Parece que el autor nos dice: ¡No sueñes tanto y despierta a la rutinaria realidad, porque eso es lo que existe! Sé libre viviendo en la realidad y no de sueños.
Alguna falta he creido ver, sobretodo a la hora de poner coma en algún lugar, pero como yo tampoco soy muy buena en eso, no lo voy a señalar, no vaya a ser que meta la pata.
Me ha gustado mucho lo bien documentado que está el autor sobre la Avenida Brasil, pues sabe sus barrios y hasta los bancos que hay por allí ( ¿o se los ha inventado?)
El caso es que podrías haberme ganado completa y rendida y me he escapado como el prota de tu relato, así de rápido, que casi me llevo la Atenea, los geranios y mi desencantamiento por medio.
De todos modos, suerte, autor.
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Re: CPXII - Una casa, una mujer y un sueño

Mensaje por Escritoradesueños »

Edito para decir que este comentario iba para la oruga roja esa...La leche ¿Dónde tendré la cabeza?
Disculpa autor. El primer comentario va para tu relato. ;)
Última edición por Escritoradesueños el 23 Abr 2017 02:14, editado 1 vez en total.
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Mario Cavara
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Re: CPXII - Una casa, una mujer y un sueño

Mensaje por Mario Cavara »

Me parece un relato bastante logrado y, como tal, me ha gustado mucho. El diálogo es el justo para no deslucir la narración. Las frases están en general bien hilvanadas, huyendo con elegancia del modo telegrama. Quizá sea demasiado largo y adolezca de algunas que otras aliteraciones y de pocas figuras retóricas con las que exornar el lenguaje, pero en general está bastante bien, incluso muy bien diría. Felicidades.
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Paraná
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Re: CPXII - Una casa, una mujer y un sueño

Mensaje por Paraná »

No hay dudas de que el/la autor/a tiene oficio en narrar, aunque me parece que eliminando lo superfluo o repetitivo, habría ganado en "pegada". Por lo demás, pintaba para una historia con más misterio; la resolución final del prota, aunque realista, le ha quitado empuje para mi gusto.
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prófugo
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Re: CPXII - Una casa, una mujer y un sueño

Mensaje por prófugo »

Estimado autor:

Me ha encantado lo bien que escribes. Leerte ha sido un placer..como si estuviera leyendo a Vargas Llosa o a otro escritor sudamericano prolijo en un lenguaje rico, muy detallista, con esmeradas descripciones y todo muy bien llevado.

La historia no es que sea la mejor que haya leído en este concurso pero si me ha mantenido atado hasta el final, queriendo saber que pasaría entre este hombre soñador, esa mujer pálida y fría..como también con Elsa, su mujer.

El final confieso que no me gustó del todo..digamos que esperaba que sus sueños se hicieran realidad..pero tú quisiste ese y así se queda.:cunao:

Un fuerte abrazo..siento una envidia sana por lo bien que escribes. Gracias por compartir tu criatura con nosotros :60:

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Ororo
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Re: CPXII - Una casa, una mujer y un sueño

Mensaje por Ororo »

Elsa o el demonio

Este relato comienza de forma muy pausada. Frases largas (separadas, por cierto, sólo por comas –echo en falta ; y .-) que dan vueltas y vueltas, lo cual ralentiza la lectura hasta el punto de desear que se avance o que se acabe. Más adelante, va cogiendo algo de ritmo hasta el final, cuando Lucas va a la casa. Ahí sí que se siente el nerviosismo del personaje.

Por otro lado, el argumento podría estar bien si hubiera avanzado algo más. Vale, está clara la historia que quieres contar: un matrimonio aburrido y los sueños de él por salir de él y encontrar otra mujer. Pero gran parte del texto da vueltas y vueltas a la casa, la casa del sueño, la casa real y otra vez a dormir para soñar con la casa.
El diálogo entre la mujer del sueño y me parece que no tiene sentido. Podrían haberse dicho cosas muy interesantes.
Me ha gustado cuando por fin ha ido y se ha encontrado lo que se ha encontrado. ¡Qué buen golpe! Y también me encanta el final desesperanzador. ¿Qué te pensabas, pimpollo? ¿Que un sueño te salvaría la vida? Cúrratelo y plántate, que no es sólo Elsa la que tiene la culpa. Gracias por ese final bofetón, autor.

Y, luego, los personajes: él es el bueno y ella la mala. Vamos, que te has quedado a gusto: conversación intrascendente, dando reprimendas, anécdotas de supermercado, predecible y, lo peor, metiendo prisas en el cuarto de baño.

Me parece que podrías haber descrito la rutinaria vida marital a través de miradas, gestos, silencios…, en lugar de soltar esas evidencias que llevan a Elsa a ser peor que Satán.

PD. La palabra “verja” aparece 11 veces, pero te lo perdono por haber incluido la estatua de Atenea.
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Tolomew Dewhust
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Re: CPXII - Una casa, una mujer y un sueño

Mensaje por Tolomew Dewhust »

Chichén Itzá, veintinueve de febrero de un año bisiesto


Querida Larús,

... hoy he recibido tu carta.


Igual tendríamos que ir pensando en tomarnos un tiempo, :roll:.

La historia no rompe en ningún momento: un tipo con una vida anodina y algunas películas en la azotea. Hasta ahí, bien. Luego, hay que dar un salto, dar un quiebro, traer un alienígena... lo que sea.

En un primer momento apunta a misterio, luego a fantasmas y, al final, ni lo uno ni lo otro.

En cuanto a la redacción, no estoy tan de acuerdo con que esté redondo. Sobre todo se percibe en la primera mitad una manera de narrar no demasiado natural... sin contar las veces que se describe una casa o a un personaje -donde está justificado- hay demasiados epítetos acompañando al nombre: vieja verja, tumultuosa hiedra, lánguidos geranios, opaca pileta, pequeña estatua, gruesos barrotes, fachada gris, ruidosa cuadra, viejos libros, sofisticado departamento, insípido ritual, intranscendente telenovela, desordenadas lecturas, vagas ideas, callejas lúgubres y amplias avenidas vacías, callejas oscuras, profunda desazón, nutridos informes, pequeños parques, eventuales parejas, discreta retirada, rostro pálido, finos rasgos, lánguida belleza, absurdo reproche, extraña complacencia, acciones inconexas, pobre iluminación, amplias ventanas, extraños caminos, cutis pálido, conversación intrascendente, hondo respiro, feliz momento, intrascendentes requerimientos, profunda sensación...
:dragon:

No hace falta ponerle un apellido a cada sustantivo, :60:.

Otra cosa, hay pocas verjas en el texto. Yo hubiera puesto más, eso sí, alternando la "j" y la "g".



Siempre tuyo, T.D.
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
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rubisco
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Re: CPXII - Una casa, una mujer y un sueño

Mensaje por rubisco »

Tolomew Dewhust escribió:
Otra cosa, hay pocas verjas en el texto. Yo hubiera puesto más, eso sí, alternando la "j" y la "g".
:meparto: :meparto: :meparto:
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