El Jaguar (Prólogo)

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Kelthurzad11
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El Jaguar (Prólogo)

Mensaje por Kelthurzad11 »

Un par de dados giraron sobre la mesa, uniéndose a los otros cuatro que ya pintaban la sucia mesa donde los esclavistas se habían reunido. Las quejas de uno de los presentes revelaban que el resultado era poco propicio, y que probablemente perdería lo que sea que hubiese apostado esa noche.
Don sonrió para sus adentros, mientras seguía fumando su pipa sin inmutarse demasiado, alejado, en una de las esquinas del cuchitril que era su guarida. El lugar era sombrío en el mejor de los casos, apenas había una vela iluminando la estancia abandonada, sumiéndola en una penumbra que la mayoría habría encontrado incomoda. Sin embargo, Don estaba más que acostumbrado a esos ambientes. Su memoria paseo por las oscuras pocilgas que había visitado en sus años de mercenario, hace mucho tiempo atrás, lejos, en otro país, en otra vida. Definitivamente la casa abandonaba donde se encontraba ahora era un respiro de alivio, pero era un lugar singular sin dudas, un lugar, que por lo que Don podía intuir, había visto mejores épocas. La pintura descascarada, que aún quedaba en las mugrientas y agrietadas paredes revelaba que alguna vez había vivido en aquella casa alguien capaz de costearse tales lujos, algo muy extraño tan al sur, en esa tierra de nadie.
Un ruido seco y un suave golpeteo lo despertó de sus ensoñaciones, un hombre sucio y corpulento, en un arrebato de furia había tirado los dados al suelo, y uno de ellos había llegado a arrimarse a su pie. El resto de los reunidos reía por la mala fortuna del hombre, que venía repitiéndose desde hace semanas, por lo que el recordaba. El grupo era de lo mas variopinto, la mayoría era novarros, como el, pero había también una pareja de asfanos, el un soldado aguerrido, y ella una diestra arquera, y unos cuantos sureños, traídos tan lejos de sus costumbres y su honor por la desesperación y el hambre que la Gran Sequia había desatado, incluso había un nauri, un gigante musculoso y de tez oscura, pero afable y siempre dispuesto a las risas y las bromas. Era increíble pensar que tan solo hace un par de horas había masacrado a una media docena de hombres. Don había evaluado su técnica con detenimiento, era muy fuerte y muy feroz, pero era descuidado en el ataque, la típica receta para dejar un cadáver sin arrugas.
-Si sigues así, pronto te quedara solo la ropa, Kino- rio desde atrás uno de los toscos amigotes del perdedor, mientras se llevaba una bolsita, Don asumía llena de monedas, que usaría para satisfacer sus vicios- aunque, pensándolo bien, esa bufanda que llevas se me vería bien, ¿seguro que no quieres jugar otra ronda?
-Vete a la mierda- musito Kino, mientras tomaba sus cosas, que eran casi tan escasas como la dignidad que aún conservaba.
Don se agacho a recoger el dado, de mala gana, pues sentía sus extremidades tiesas por estar tanto tiempo quieto, los años le empezaban a pesar, después de todo.
-Eh, maestro espadachín, nos falta un jugador, ¿no te apuntas?- pregunto el regordete ganador de la noche, con una sonrisa de oreja a oreja- seguro que debes tener bastante que ganar, o que perder, ya que nunca juegas.
-No soy muy suertudo que digamos- respondió Don- además, la jefa me ordeno vigilar la mercancía hoy. Y dudo que una bolsita más de monedas, valga provocar su ira.
-Vamos hombre, que te he visto pelear, eres el doble de bueno que esa vieja haragana- dijo el hombre, mirándolo con codicia, pero lo pensó mejor y digo- bueno, tú te lo pierdes, ve a divertirte con nuestros invitados.
Don le lanzo el dado, antes de irse, y camino hacia el patio delantero de la gran casa, donde Kain y Shia, los asfanos, hacían vigilancia. O algo parecido, pues cuando se acercó, los vio arrimados en un abrazo íntimo. Don carraspeo, y con una mirada de reprimenda consiguió que los amantes se separaran, avergonzados, y volvieran a sus posiciones.
Don había llegado a aceptar su lugar de abuelo rezongón en ese grupo, era el más viejo de la banda, y aunque nadie lo reconociera de forma abierta, sabía que al menos tácitamente, ese montón de ladrones y asesinos lo respetaba. Incluso los asfanos, habían llegado a hacerlo, a pesar del odio amargo que les habían inculcado hacia los novarros desde la más tierna infancia. El mismo no sentía un gran afecto hacia los norteños, con su fama de viciosos, sectarios y haraganes, fama que había podido comprobar en casi su totalidad con el pasar de los años, pero sabía que en el lugar donde estaban y sobre todo teniendo en cuento su oficio, era necesario poder confiar el uno en el otro, mas allá de las revanchismos de sus padres y abuelos.
Don inhalo hondo y profundo, dejando que el helado frio de la noche sureña inundara sus pulmones, el aire en aquel lugar era tan puro, tan diferente a la atmosfera cargada que se respiraba en su tierra natal. Miro a su alrededor, a la estepa infinita, un llano perfecto en todas las direcciones, con un horizonte apenas distinguible en la oscuridad de la noche. Matas que no llegaban a más de la rodilla de uno eran lo único que rompía la planitud del paisaje. Don pensó lo rara que le era esa visión, lo ajena que la percibía, ese lugar hacia que se sintiera un intruso. Casi podía sentir como las matas le susurraban al oído, lo equivocado que estaba al estar allí. Cada fibra de su cuerpo le alentaba a darles la razón, sentía que en cualquier momento podría perder el control y salir corriendo y perderse en esa estepa inacabable.
Pero, como tantos otros días que ese sentimiento de rechazo lo invadía, Don, se contuvo, y no movió las piernas ni un centímetro. Volvió a respirar hondo, deseando que ese aire puro pudiese limpiar su vida, su honor manchado. Pero no lo haría, ya nada podría hacerlo.
Les dedico una última mirada sombría a los asfanos, que se mantenían firmes en su puesto, y ellos le dedicaron cada uno, una mirada igual de amigable. Partió hacia el galpón, que se hallaba a unos cuantos metros de la casa abandonada, recorrió la espesura hasta que encontró el edificio, que se alzaba destartalado. Don dedujo que en su época fue un establo para los dueños de esas tierras, pero hoy, apenas se mantenía en pie, con un techo de una inclinación alarmante, que parecía estar esperando a que los caprichos del clima propiciaran su caída.
Mul, el nauri y Zafiro, su jefa, charlaban animadamente sentados en las sillas que habían encontrado en el interior de la casa. El nauri estaba limpiando los restos del último pobre desgraciado que se había topado con su hacha, mientras contaba un chiste con una expresión jovial. La naturalidad con la que el gigante tomaba la muerte de sus víctimas, ponía incomodo a Don, el mismo había asesinado quizás a más personas, pero jamás había celebrado sus muertes, jamás lo había tomado como un entretenimiento, solo lo había hecho cuando su deber (o la necesidad de sobrevivir) se lo exigiese, que, parecía ser más a menudo con cada día que pasaba. La jefa rio ante la ocurrencia del hombre, antes de que ambos se percataran de su presencia.
-Maestro espadachín- Saludo el Nauri sin prestarle mucha atención- escuche que Kain había dicho algo de que harías guardia conmigo esta noche.
-Así es, Mul, toca vigilar la mercancía hoy- respondió Don, con cara de pocos amigos
-Casi dan ganas de que intenten escapar ¿no?, los dioses saben que me vendría bien un poco de ejercicio nocturno- dijo el nauri con una sonrisa que mostro sus agrietados dientes.
-Creo que te has ejercitado suficiente por hoy, grandulón- dijo Zafiro con una sonrisa- Don, vigílalo de cerca, no queremos que libere a alguno para satisfacer sus ansias de deporte, ya vamos atrasado con el envío, y si encima faltan cabezas para cuando se los entreguemos a Ramun, bueno, digamos que encontrare otras para poner en su lugar- agrego guiñándole un ojo.
La jefa se retiró, y Don ocupo su lugar en la silla, el gigante percibía que no le caía bien, y no intento suavizar la atmosfera con uno de sus chistes de carnicero.
-Puedes ir adentro a dormir si quieres, te despertare cuando sea tu turno-dijo Mul, con una una sonrisa aun pintada en los labios.
Don asintió, sintiendo el cansancio del día caer sobre él. Se levantó sin decir nada y entro en el establo abandonado. Una luz tenue iluminaba el lugar aún más mugriento y abandonado que el edificio principal, allí, los corrales que antes llenaban los caballos ahora eran llenados por otros animales, animales de dos patas.
Don intento pasar rápido sin hacer contacto visual con ninguno, mirarlos solo le recordaba su propia decadencia, ignoro las suplicas desesperadas de las madres y el llanto de los niños, ignoro las miradas de odio de los hombres, ignoro el olor y la inmundicia a la que reducían a esas pobres personas.
“Eran ganado”, nada más, se había intentado repetir una y otra vez desde que habían partido de Novarra, el ganado que era la única manera de llevar una vida digna de nuevo. Eran ganado, eran ganado, quizá si lo repitiese cada día, terminaría creyéndose sus propias mentiras, las mentiras que le dejaban dormir.
Pero Don no había sido criado por novarros y cada vez que se lo repetía, escuchaba la voz de su madre, recordaba sus sermones, las peligrosas palabras que decía sobre la esclavitud, sobre el poder de las familias. Las mismas palabras que fueron silenciadas en pos del bien común por los magistrados.
De repente alguien interrumpió sus pensamientos:
-Ey tú, espera, ven aquí, te conozco, por favor, espera- no fue el contenido de las palabras lo que detuvo el corazón de Don por un segundo, sino la voz conocida la que lo hizo.
Don se dio vuelta por instinto, y en efecto, si se conocían, había hablado muchas veces con ese hombre, el horrible tajo en la frente lo había desfigurado, pero su voz rasposa era inconfundible.
El hombre se sorprendió al verlo girarse, casi tanto como el mismo Don, y siguió hablando:
-Abel “el pio”, eras el campeón jurado de los Donter, yo…
-Silencio-grito Don, llevando su mano a la empuñadura de la espada, no quería escuchar una palabra más. Ese hombre era un curtidor, el mejor de Novarra quizá, había ido tantas veces a su tienda, con su antigua señora, para satisfacer su infinito deseo de pieles. Ese hombre vendía las más caras, incluso Don, que era indiferente a tales lujos, no podía evitar reconocer la perfección casi artística de las piezas que ese hombre creaba. Pero eso fue en otra vida, él ahora era un forajido, y el hombre, ganado.
Le dio una patada de advertencia al hombre, escucho sus costillas crujir con el impacto, y sus suplicas se convirtieron en jadeos inentendibles.
-Por favor… Por favor, piedad- gimió el hombre
“Quizá debería cortarle la garganta”- pensó. No podía correr el riesgo de que el resto de la banda descubriera su identidad. Miro los ojos llorosos del hombre, su rostro implorante, “es ganado” se repitió, “en cuanto le pusimos el collar dejo de ser una persona”, su muerte anónima se sumaría al resto de horribles cosas que había hecho para sobrevivir, después de haber caído en desgracia.
“Si…es solo una muerte, ni siquiera es una persona de verdad”, se dijo mientras desenvainaba la espada, el mismo había vivido casi toda su vida en Novarra, había visto esclavos todo el tiempo. Sabia como eran tratados por los amos, el al menos le daría una muerte rápida e indolora.
El hombre sollozaba en silencio, la espada ya estaba por completo fuera de la vaina, era un solo movimiento el que tenía que hacer. Su mano temblaba, sentía su respiración agitada, el resto de los esclavos los miraban, algunos lloraban, otros se abrazaban y se tapaban la vista, pero todos estaban en silencio.
Levanto el filo, y solo entonces, pudo ver con claridad, que debía hacer. Sin embargo, antes de poder hacer nada, el sonido tosco de la puerta del establo al abrirse le sorprendió. Solo paso un instante hasta que pudo ver a Mul, el gigante sudaba y por primera vez parecía haber perdido por completo ese aire de jovialidad:
-Han encontrado el campamento, Kain acaba de venir corriendo, estaba fuera de sí…tenemos que- balbuceo el gigante
-¿Son…?- Pregunto Don.
El endurecimiento en la expresión de Mul fue toda la respuesta que necesitaba, eran ellos, los habían encontrado.
-Tenemos que escapar Don, podemos aprovechar que estamos aquí, lejos del edificio principal, nos compraría algo de tiempo- el gigante estaba ya saliendo del establo. Había pánico en su voz, Don jamás lo había visto así, no parecía ser el hombre que siempre tenía una respuesta ingeniosa bajo el hombro.
-No podemos abandonar a los otros, ¿sabes algo más del ataque?, ¿a cuántos nos enfrentamos?- Pregunto Don, notando que la voz le temblaba
-Kain dijo que vio a media docena, pero podría haber más, no me pienso arriesgar, no con esta gente- dijo el gigante una vez afuera del establo, mirando con ansiedad la antigua casa.
-Nosotros somos más de veinte en total, no me importa lo que digan los rumores, no pienso tener a Zafiro pisándome los talones después de esto- dijo Don intentando sonar lo más seguro que pudo, lo cual resulto en un fracaso estrepitoso.
Mul dudo, miro Don, luego a la guarida, luego a la espesura, y por unos segundos que parecieron eternos no dijo nada, hasta que volvió a mirar a Don- Esta bien, pero si sobrevivimos los dos, espero que tengas preparada la cerveza más cara que puedas comprar, porque tendremos mucha sed una vez terminemos- recuperando, en parte su tono alegre de siempre.
Mul era un maldito, Don estaba seguro, pero le daba confianza tener a esa mole cubriendo su espalda mientras corrían hacia la guarida. Al acercarse pudo escuchar la refriega y los gritos, el sonido del combate. Siempre que lo oía podía sentir como su sangre ardía, Don había nacido para el combate, eso siempre lo supo, pero una parte de el sentía que iba a tener el combate de su vida. Cuando llego a la guarida, supo que era cierto.
La criatura estaba allí, parada, apoyada contra una pared sin apenas moverse, observando indiferente el resultado de su obra: 4 cuerpos estaban tendidos en el suelo, Shia aún vivía, pero tenía una herida en el pecho que manaba cada vez más sangre cuando respiraba, no se recuperaría de esa herida. Sin embargo no parecía notarla, solo tenía ojos para Kain, que yacía en el suelo con un semblante inexpresivo, la espada se había entrado desde su hombro, y había penetrado hasta la parte inferior de su cadera, donde se podía ver el orifico de salida como una rajadura en sus ropas.
Mul y Don, se quedaron quietos, sin mover un musculo, mientras veían a la mujer sollozar contra el rostro de su amante. La criatura, vestida de riguroso negro, con una armadura ligera ajustada al cuerpo, y una pintura en su rostro que recordaba a la figuro de un oso, se acercó con tranquilidad a Shia. Tenía un gran martillo y una espada corta, y acariciaba ambas como intentando decirse. Observo a su víctima como si mirase a un insecto que estuviese a punto de aplastar, y saco su martillo, Don intento gritar, intento correr hacia ella, pero sintió como el miedo lo invadía, y agarrotaba sus músculos, había entrado en batalla cientos de veces, pero esto, esta…gente, era diferente. Había escuchado los rumores, como todos los demás, pero no solo eso, él los había conocido, al menos a uno de ellos, en un baile, celebrado hace muchos años.
El Oso, levanto su martillo en alto, y de un solo movimiento saco a Shia de su miseria, el cráneo de la muchacha crujió de manera antinatural, y trocitos de hueso y sangre gelatinosa cubrieron el suelo. Un fluido blancuzco empezó a borbotear de su cabeza, llenando a Don de nauseas, la sola presencia del Oso convertía a un guerrero veterano como el en un recluta en su primera batalla. El Oso saco el martillo de la cabeza de Shia con un sonido espantoso, y miro a ambos esclavistas. No podían adivinarse las facciones del hombre detrás de su máscara, era muy corpulento, con un cuerpo ejercitado toda la vida. Poco importaban esos detalles, Don solo pensaba en una cosa: “Ese hombre, es un Hijo de la Noche, un servidor de Muerte”.
La criatura los miro con el rostro duro de su máscara, al tiempo que una voz salió detrás de ella.
-Han roto las leyes del sur, y deben pagar según la Ley de Hierro- su tono era grave, pero no parecía sobrenatural en absoluto- ¿Opondrán resistencia?
Antes de que Don pudiera siquiera pensar en una respuesta, Mul, hacha en mano, acorto la distancia entre él y el Oso, Don lo siguió todavía agarrotado y enfermo por lo que acababa de ver.
El Oso, se colocó en guardia y bloqueo el primer ataque del hacha de Mul con el mango del martillo, logrando empujar a Mul hacia atrás unos segundos, suficientes para que pudiera responder a la estocada de Don, esquivándola por unos centímetros, Don volvió a lazar otro tajo, pero el Oso volvió a esquivarlo con facilidad, a pesar de ser tan grande era muy ágil, aprovecho el que Don quedara fuera de posición por un instante para darle un puñetazo y hacerlo trastabillar hacia atrás.
Antes de poder volver al combate, Don vio que Mul volvía a la carga, y se enzarzaba en hachazos y martillazos con el Oso, Don estaba por asistir al gigante, cuando vio llegar corriendo desde el interior de la guarida a otro de los Hijos de la Noche, sus ropas negras estaban llenas de sangre, “¿a cuántos se han llevado ya?”. Esta criatura llevaba la misma pintura en el rostro, solo que la figura recordaba a un gran felino, un jaguar. El monstruo era mucho más menudo y delgado que el Oso. Se miraron por un segundo, midiéndose, tras el cual Don ataco a su adversario, sin piedad. Era joven, Don podía decirlo por su postura, y porque no era tan fuerte como su compañero, pero lo que no tenía en fuerza lo tenía en destreza y habilidad. Nunca había visto un espadachín tan rápido y diestro, a pesar de los cientos a los que se había enfrentado en el nombre de su señora. Intercambiaron estocadas por unos instantes que parecían horas, cada vez que Don parecía a punto de alcanzar a su objetivo este lo esquivaba o lo bloqueaba y volvía arremeter contra él. Las espadas danzaron mortalmente, iluminadas por las estrellas, componiendo una coreografía mortal. Don observo una abertura en la defensa de su enemigo cada vez que golpeaba a la izquierda, y aprovecho el defecto en la guardia, finto hacia la izquierda y golpeo al costado derecho desprotegido, el Jaguar emitió un quejido quedo, pero retomo la lucha tan ágil como siempre, para sorpresa de Don. Después de varias estocadas Don empezó a perder su impulso y energía, optando, a la fuerza, por una postura más defensiva, intentando luchar por su vida ante su incansable adversario, que no parecía perder ni la más mínima velocidad al seguir combatiendo, incluso cuando su herida estaba sangrando y manchando el suelo bajo sus pies. De repente el sonido de un crujido inundo la noche, haciendo que tanto el Jaguar como como Don giraran la cabeza un segundo. El martillo del oso se había partido en dos al bloquear otro hachazo de Mul, el gigante rio satisfecho y levanto su hacha para rematar a su objetivo. Pero el hacha nunca completo ese golpe. Rápido como un rayo, el Oso había soltado los restos de su martillo, echando mano de un pequeño cuchillo en su cinturón, rebanado la garganta de Mul, que soltó el hacha sin fuerza, e intento llevarse la mano instintivamente a la garganta para contener, en vano, la hemorragia. El gigante se desplomo gimoteando palabras sin sentido e inundo el patio de la casa con su sangre.
Don intento moverse hacia adelante, pero antes de que pudiera hacer nada, se encontró con el filo del Jaguar, solo sintió el frio en su interior, su cuerpo no parecía procesar lo que estaba sucediendo. Entonces lo vio, la espada atravesando su estómago. Solo se veía una parte del filo plateado, el resto estaba en su interior. Don intento hablar, gritar, pedir auxilio, pero sintió el calor de la sangre inundando su boca, la sintió derramarse por la comisura de sus labios. Una andanada de dolor lo inundo cuando el Jaguar arranco la espada de sus tripas, y cayo el suelo, sintiendo como la fuerza se escapaba de su cuerpo. La humedad de su sangre lo empapaba todo. Estaba perdiendo la consciencia, “no, debo permanecer despierto”.
-Bueno ese era el último-Dijo el oso.
-Un bastardo muy rápido- Acoto el jaguar, mientras traía del interior de la casa un saco de piel manchado de sangre.
Supongo que eso es lo que vinimos a buscar- dijo el Oso, sin delatar mucha expresión.
-Así es- y el Jaguar saco la cabeza cercenada de Zafiro, tomándola del pelo, tenía un rictus de horror impreso en el rostro - Hemos cumplido.
Los habían diezmado con facilidad, Don vio como los otros Hijos de la Noche se reunían en el patio arrastrando los cadáveres de sus compañeros, era casi seguro que los quemarían, como era costumbre en el sur, pero él no moriría sin llevarse a uno de los malditos al menos, intento alcanzar su espada, logro reunir fuerzas, para cerrar el puño alrededor de la empuñadora, pero una bota negra aplasto su mano, inundándolo de dolor. El Jaguar se había quitado su máscara, era un niño, no tendría veinte años aun, pero su rostro inexpresivo no era el de un niño, ni siquiera el de una persona.
Don sintió como las lágrimas le inundaban el rostro, tenía mucho frio, pero al menos ya no le dolía tanto la herida del estómago-
-Por favor…- Suplico Don, mirando al jaguar a los ojos.
Pero en los ojos del jaguar no había piedad, no había remordimientos, no había dudas. En los ojos del jaguar, solo había muerte.

Agradezco cualquier critica o sugerencia
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lucia
Cruela de vil
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Registrado: 26 Dic 2003 18:50

Re: El Jaguar (Prologo)

Mensaje por lucia »

La repetición de mesa en la primera línea da mala impresión de entrada. Y después de hablar en el primer párrafo de varios jugadores, en el segundo, sin transición, hablas de una habitación abandonada :shock:
Hay problemas de tildes y tiempos verbales por todas partes.

Por lo demás, imagino que tenías algo tipo Warhammer o videojuego en mente y por eso tampoco te has dedicado a darle mucho mas contexto que el del diálogo con el ex-curtidor.
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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