La capitana de Kneppendorf (Novela de ciencia ficción)

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David Casas
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La capitana de Kneppendorf (Novela de ciencia ficción)

Mensaje por David Casas »

Hola,
Estoy escribiendo una novela de ciencia ficción y me gustaría dejar aquí los primeros capítulos para que los leáis y comentéis lo que os va pareciendo.
¡Saludos!

Érase una vez
Estaba anocheciendo en la hora estándar de la Base Siemens, pero afuera, en el cráter Tycho, empezaba el largo día lunar. El sol asomaba lentamente por entre los riscos de la pared del cráter y los todoterrenos presurizados lanzaban largas sombras sobre las puertas de acceso a los hangares. Varios niveles más abajo, vivían las familias de los trabajadores, protegidas de las radiaciones y los cambios bruscos de temperatura por varios metros de regolito y roca.

—¡Abuelo! ¡Cuéntanos un cuento!

Thomas Müller no podía negarse a la petición de sus nietas mellizas y cogiendo su libro preferido, un precioso ejemplar ilustrado, impreso en papel, verdadero papel, procedió a relatarles la fabulosa historia que tanto le encantaba a él de pequeño.

—Bien, Eva y Claudia, ¿habéis oído hablar de la historia de la capitana de Kneppendorf?
—No, ¿es un cuento nuevo? Dijo Eva.
—¡Léenoslo! Pidió Claudia.
—No es un cuento, es la historia real de la heroína local de Nueva Prusia, una mujer, que al igual que yo, nació allí pero que la vida le obligó a deambular por el sistema solar…

Mientras su hija Lilly preparaba la cena, Thomas procedió a leer la historia a sus nietas. El libro crujía al pasar las páginas y el papel y la tinta antiguos despedían un fascinante aroma que evocaba eras antiguas donde la tecnología no era omnipresente. Durante ese rato de lectura, la imaginación transportó de nuevo a Thomas a su hogar natal recordando los tiempos cuando era un niño pequeño que jugaba felizmente a la pelota en las calles de Kneppendorf.

De vuelta al hogar
Nueva Prusia era visible por la ventanilla de la nave de transporte, la Felicidad del espacio, un nombre curioso, aunque para una pasajera que volvía deportada a su hábitat natal, esta nave era todo lo contrario: un triste recordatorio de su fracaso en la vida.

—Tu hogar, Willa —comentó Jean, el agente que la custodiaba.
—El sitio donde nací —objetó Willa.

Willa tenía 39 años, pero aparentaba más de cuarenta. En los últimos tiempos no había llevado una vida ordenada y pasó hambre en las semanas previas a su detención. Siempre había sido delgada, pero ahora lo era mucho más. Numerosas arrugas salían en torno a sus ojos de color marrón y su pelo castaño claro mostraba numerosas canas en las sienes. Si hubiera tenido más dinero se lo habría tintado y se hubiera comprado ropa nueva. La que tenía estaba gastada y le quedaba holgada. Lo que llevaba puesta, un mono blanco, cortesía del centro de detención también le quedaba grande. Era alta, lo que hacía más pronunciada su delgadez, dando la impresión de que su cuerpo era solo brazos y piernas. Su pelo rizado y encrespado, no había sido peinado en varios días, lo cual no mejoraba el aspecto que exhibía Willa en la nave.

Mientras se la nave se acercaba a la cara circular del cilindro donde se ubicaba el puerto espacial, justo en el eje de rotación del para aterrizar mejor y no sufrir “pseudofuerzas” centrífugas laterales, Willa empezó a recordar datos de Nueva Prusia que se enseñaban en el colegio, mientras miraba las maniobras de aproximación por su ventanilla.

Nueva Prusia se había construido a partir de un asteroide metálico de hierro con trazas de níquel y otros elementos. Se había fundido el metal con ayuda de energía solar y se le había dado forma de cilindro hueco. Tenía un radio interno de 22 kilómetros y una altura interna de 150 kilómetros. El radio externo medía 25 kilómetros y la altura del exterior 156 kilómetros. Además, las paredes tenían un grosor de 3 kilómetros, incluidas las caras circulares que cerraban las paredes cilíndricas. Esto lo hacía a prueba de radiación y de meteoritos, además de proporcionar un elevado momento de inercia que hacía muy estable su rotación.

Para mantener una agradable aceleración centrífuga de 6.6 metros por segundo al cuadrado (algo más de dos tercios de la gravedad terrestre) en su superficie interna, el cilindro tenía que girar a 0.13 revoluciones por minuto. Aunque pareciera poco, debido a sus dimensiones cualquier punto de su superficie lateral exterior alcanzaba una velocidad lineal de 433 metros por segundo. Esto era aprovechado para lanzar cargas en transportes automáticos simplemente dejando de agarrar la nave situada en los hangares externos.

En su poco más de 20000 kilómetros cuadrados de superficie interna habitable, Nueva Prusia albergaba ríos, lagos, campos de cultivo, pequeños cerros y algunas montañas, entre los que se repartían las ciudades y pueblos que dependían del gobierno del Káiser. Aunque realmente era el canciller el que gobernaba y el parlamento el que hacía las leyes de este pequeño reino inspirado en la Prusia de finales del siglo XIX.

La nave atracó finalmente en el hangar y fue sujetada firmemente por pinzas hidráulicas. Willa recogió la mochila con todas sus pertenencias y se dirigió, acompañada por el agente policial a la esclusa de la nave. Tras atravesar un corto pasillo presurizado que hacía de cordón umbilical entre la nave y el hábitat, se dirigió a la ventanilla de admisión en la aduana.

—Buenos días, ¿su nombre y cargo?
—Jean Petit, agente de custodia del departamento de expulsados de la Federación Asteroidal Europea. Traigo a Wilhelmine Alina Vogel, con ciudadanía novoprusiana, expulsada por estar en situación irregular en nuestra federación. Sin visado de trabajo en vigor, tras ser localizada se ha procedido a su expulsión a su hábitat natal.
—Pase su holotab con la orden judicial por delante del escáner.

El agente procedió con el procedimiento novoprusiano. De repente una máquina empezó a chirriar y a emitir un papel con el formulario relleno. Este documento, con pegatinas holográficas, tintas coloridas que cambiaban de color según la posición y micrograbados fractales, fue impreso tres veces consecutivas.

—Bien, agente Jean Petit, ciudadana Wilhelmine Alina Vogel, firmen los tres ejemplares en el recuadro correspondiente. El de la izquierda es el de funcionario que custodia, el del centro es para el ciudadano transferido y el de la derecha es del funcionario receptor.

Empezó firmando el agente, siguió Willa, para finalmente acabar de estampar su firma el funcionario de aduanas. Para acabar, selló los tres ejemplares con un timbre de tinta multicolor y procedió a repartirlos.

—Aquí tiene, agente Jean Petit. El suyo, conciudadana, y el tercero que queda registrado en nuestro archivo.
—No lo necesito, su terminal ya ha registrado la entrega en la base de la Spacepol.
—Es obligatorio que lo recoja, según nuestras leyes. Sé que no lo necesitará en su mundo y que sus jefes no se lo pedirán, pero acabará descubriendo tarde o temprano que hay un mercado de coleccionismo para los formularios en papel de Nueva Prusia y entonces se arrepentirá de no haberlo cogido.

El agente guardó indeciso el documento en su bolsillo y volvió a la nave, a esperar allí la partida al asteroide principal de la FAE, prevista para dentro de dos horas y media. En cambio, Willa, se guardó el formulario con el desdeñoso gesto que solo un nativo novoprusiano mostraba ante estas molestias burocráticas.

“¡De vuelta a Nueva Prusia!” pensó. Emigró cuando era una adolescente, buscando una vida más excitante y llena de oportunidades que la aburrida rutina de Nueva Prusia no podía darle. Veinte años después volvía a su mundo natal, sin haber cumplido sus sueños, harta de trabajar por salarios de subsistencia y sin un porvenir a la vista. Willa siguió andando por el pasillo que iba desde la sala de aduanas a la zona de acceso al asteroide.

Este era el disco que se había dedicado al transporte de cargas y de personas. Estaba orientado hacia el norte de la eclíptica del sistema solar, mientras que el disco en la parte sur era el que albergaba los sistemas de energía de fusión. El eje mayor del cilindro atravesaba perpendicularmente el plano de la eclíptica. Las instalaciones de la aduana estaban en la parte externa del disco norte. Para pasar al interior del hábitat, había que coger un ascensor, que lo que hacía era “dejarse caer” hacia la parte externa. Willa empezó a notar como la pseudogravedad obtenida por la fuerza centrífuga de la rotación empezaba a actuar, haciendo que su cuerpo “pesara” cada vez más. Una vez llegado al borde del disco, cogió el pequeño que atravesaba la gruesa pared de acero por un túnel no mucho más ancho que el propio tren. Finalmente, llegó a la estación de destino, ya dentro del cilindro.

Nueva Prusia era un hábitat realmente grande. El diámetro interno era de 44 kilómetros y aunque costaba ver directamente la cara opuesta del cilindro, porque la fuente de luz central molestaba cuando se mira a lo alto del cielo, sí se podía observar como a ambos lados la superficie del hábitat se iba curvando hacia arriba, como si fuera un valle inmenso. Ríos, campos, lagos y montañas se unían en una extraña ilusión óptica, formando un techo en lo alto del cielo. Willa casi se había olvidado de lo que era estar dentro de un espacio tan amplio, que incluso permitía la existencia de nubes en su atmósfera de varios kilómetros de espesor. La columna de plasma, fuente principal de iluminación de Nueva Prusia, se encendía por tramos en el centro mismo del cilindro. Por la mañana la mezcla de gases daba un tono púrpura rojizo, imitando el amanecer y empezaba a iluminar la pared sur del cilindro, a la altura de Chemnitz. El tramo de plasma se movía hacia el norte, de manera que al mediodía iluminaba verticalmente Berlín con una luz blanca muy parecida a la del mediodía solar terrestre. Al finalizar el día, el tramo de plasma se volvía de un tono rojo apagado con matices púrpuras al llegar a la altura de Greifswald, en la pared norte. El juego de tonos de luz y movimiento aparente sobre el cielo de Nueva Prusia, muy parecido al día terrestre, era algo único en este hábitat y del cual se sentían muy orgullosos los novoprusianos.

Al entrar en el cilindro, las leyes y costumbres de Nueva Prusia imponían que la tecnología se escondiera o se substituyera y todo era deliberadamente anacrónico, en un punto situado entre finales del siglo XIX y principios del XX. La misma estación estaba construida en ladrillo rojo, con tejado de pizarra negra y una torre con reloj analógico de agujas y mecanismo interno de relojería.

Una amable funcionaria, vestida con una larga falda verde, botines con medias oscuras y una casaca granate con camisa blanca de volantes en el cuello y las mangas, se acercó y le preguntó:
—¿Viene por turismo o negocios?
—En realidad soy de aquí —respondió Willa.
—Entonces conocerás nuestras costumbres —replicó desilusionada.
—Sí, pero no traigo ningún vestido de mujer novoprusiana, he estado mucho tiempo fuera…
—Bueno, te daré el pack básico de turista. Total, son gratuitos a cuenta del gobierno, pero me tienes que rellenar el formulario.
—De acuerdo.

Willa se disponía a rellenar el impreso, con papel de calco y tres copias, una para la funcionaria, otra para la Oficina de Turismo y otra para ella cuando la mujer le interrumpió.

—En “origen” no pongas que eres de aquí. Escribe el nombre del hábitat del que vengas.
—Entendido, ya casi he acabado.

Willa le entregó el formulario, recibiendo su copia sellada y una caja de láminas de contrachapado con su vestido y calzado básicos de novoprusiana en el interior.

—El cambiador, al fondo a la derecha.
—Gracias —respondió Willa.

Se dirigió a cambiarse la ropa. En el pequeño cubículo había un espejo de cuerpo entero donde, al desnudarse, vio cómo se le notaban las costillas, las clavículas y las caderas por su delgadez. “Tengo que intentar comer más”, se dijo a sí misma. El vestido, de lana y de un color marrón oscuro sin gracia ninguna, le quedaba también grande. Por suerte los botines eran de su número y con tacón bajo y plano, lo cual era de agradecer después de media vida usando zapatillas deportivas y sandalias.

Después de vestirse como una auténtica novoprusiana, se dirigió al mostrador donde se vendían los billetes de tren para las ciudades de dentro del cilindro. Observó los horarios escritos a mano en la pizarra y decidió coger el tren que salía dentro de media hora hacia Potsdam en el distrito imperial de Berlín. El tren, como no podía ser de otra manera en Nueva Prusia, funcionaba a vapor, aunque siempre era puntual, como todo en esta sociedad. Compró un billete de segunda clase para Potsdam por 2.50 NRM (Neue Reichmark). Había cambiado sus escasos ahorros en euros FAE por una cantidad menor de la siempre potente moneda de Nueva Prusia. La moneda de la FAE era inflacionaria, dinero fiat que se mantenía por la potencia de la economía de la Federación, que emitía deuda sin parar que era comprada por otros hábitats. Nueva Prusia en cambio, basaba su divisa en sus reservas de oro y platino del asteroide original combinada con una criptomoneda que estaba llegando a su límite asintótico de unidades obtenidas por minería de datos. Por eso los NRM eran la divisa refugio por excelencia en esta parte del sistema solar.

Willa se sentó en un banco que había en el andén número cuatro. Hacía un sol radiante (aunque el sol en Nueva Prusia era siempre un cilindro luminoso en el eje del hábitat) y el cielo despedía una luminosidad como la de un día de primavera al mediodía. Un reloj de agujas marcaba las 11:25 y quedaban veinticinco minutos para que saliera el tren. Estando al final del cilindro, en el lado norte, salían desde esta estación los trenes en dirección sur, al distrito imperial. La estación se encontraba en Greifswald, un pequeño pueblo que vivía de la agricultura y del turismo ya que estaba cerca del ascensor interno por el que subir a distancias más cercanas al eje apoyándose en el disco norte. A esas alturas, había una menor gravedad y estaba extendido el uso deportivo de parapentes y planeadores. Aunque por la ley novoprusiana tenían que tener un aspecto vintage, estaban hechos de las nanofibras más resistentes. La seguridad era un aspecto regulado férreamente por las leyes novoprusianas. Willa podía ver como desde las cavernas del disco norte, que era una inmensa pared de color marrón claro imitando la piedra, se lanzaban los planeadores y parapentes que daban vueltas esa mañana por el cielo. Mientras esperaba el tren decidió comprarse una manzana en un puesto de comida en la estación.

—¿Cuánto vale esa manzana?
—Las Golden, diez pfenning por unidad —respondió la tendera.
—¿Siguen valiendo lo mismo que hace veinte años? —exclamó sorprendida Willa.
—Por supuesto, solo las puse a cinco pfenning justo después de la guerra civil, porque en aquellos tiempos nadie compraba nada y no tenía otra manera de venderlas. ¿Dónde ha estado todos estos años?
—Es una larga historia. He vivido media vida en la FAE, hábitat siete.
—Dicen que allí hay crisis y paro y además van a devaluar otra vez sus euros.
—Sí, aunque no se vive mal mientras te gastes todo el sueldo y además pidas prestado a los bancos.
—¿La gente no ahorra? Deben de estar locos los habitantes de la Federación…
—Un poco sí, la verdad —contestó Willa con una sonrisa.

Volvió a su asiento y pegó un mordisco a la manzana. Los sabores y aromas de la fruta cultivada ecológicamente invadieron su boca y lanzó un suspiro de satisfacción. “Mein Gott. No hay nada como la fruta de aquí.” Pensó. Mientras Willa disfrutaba de su manzana sentada en un banco del andén, dos operarios de ferrocarriles rellenaban de los tanques de hidrógeno y oxígeno de la locomotora.

—¡Vaya con los diputados del Partido Liberal! Ni quieren apoyar al gobierno de los socialistas ni votar la moción de censura de los conservadores —exclamó uno de los operarios con gorra azul.
—¿Tú quieres que los conservadores se hagan con el gobierno? —preguntó el otro operario mientras desenchufaba la manguera de gas del oxígeno.
—¿Yo? ¡Qué va! Pero Friedrich III debería disolver ya la cámara y convocar nuevas elecciones. Es la única manera de que los socialistas elijan un candidato menos corrupto —replicó el de la gorra mientras conectaba la manguera de hidrógeno.
—Eso es verdad, yo he sido siempre muy socialista, pero si no fuera por un Káiser tan competente como el que tenemos, el gobierno estaría en manos de ladrones.
—Opino lo mismo, también voto a partidos de izquierda, pero sin el control de Friedrich III, estos que dicen que defienden a los obreros nos robarían a manos llenas —concluyó el de la gorra mientras revisaba el manómetro.

Willa rio para sí misma al escuchar la conversación de los dos operarios. Para los estándares novoprusianos, que el canciller fuera un corrupto significaba que había llevado a dar un paseo en barco a su amante por el Großer Mügelsee y había cargado la factura del billete como gastos de representación. Ellos no sabían lo que era estar en un hábitat donde el presidente, en principio democráticamente elegido, tenía contactos con la mafia de las drogas sintéticas, la cual le financiaba las campañas y le ayudaban a comprar votos en los sectores deprimidos del muro del cilindro. Donde, además, su corrupta hermana dirigía el ministerio de economía y cada vez que se avecinaba una devaluación los primeros en enterarse eran los empresarios afines. Las comisiones ilegales cobradas en euros se convertían en NRM antes de que tuviera lugar la depreciación de la moneda. Tras vivir muchos años en FAE7, se había dado cuenta que era una república solo de nombre, donde al final siempre se hacía lo que querían las familias más ricas. Nueva Prusia tendría un Káiser que adquiría hereditariamente el título, pero al menos los políticos corruptos dimitían cuando eran descubiertos y se iban del cargo cargando con el oprobio y la vergüenza.

Willa se levantó del banco y fue a tirar el corazón de la manzana a una papelera. Miró la imponente locomotora hecha en acero y bronce. Posiblemente se fabricase antes de nacer ella, pero su sólida construcción la hacía prácticamente eterna. Es una pena que para mantener el estilo de vida de Nueva Prusia tuviera que quemar hidrógeno y oxígeno (no había carbón en el hábitat) para calentar una caldera y producir vapor que impulsaba los pistones del tren. Si esa misma combustión se hubiera realizado usando una turbina para que transmitiera el movimiento directamente, el proceso hubiera sido más eficiente y se hubiera podido obtener más potencia, pero las complejas leyes novoprusianas eran las que eran.

El tren estaba próximo a partir, los maquinistas pusieron en marcha el quemador de gases y la caldera fue cogiendo presión de vapor. Al marcar las 11:47 el revisor anunció: “¡Pasajeros al tren!”. A partir de ahí los pasajeros rezagados debían subir para que a las 11:50 el tren pusiera sus ruedas en movimiento puntualmente. Willa cogió su mochila y la caja de contrachapado, donde venía empaquetado el vestido novoprusiano para mujeres turistas, y se subió al tren. La caja le sería muy útil, porque tarde o temprano le llamarían la atención por usar una mochila hecha de fibras sintéticas y un guardia le acabaría poniendo una multa. Tenía pensado introducir sus cosas en la caja, que traía un asa para transportarla mejor, cuando tuviera algo más de tiempo e intimidad. Buscó su asiento, espartano, al estar en segunda clase, pero al menos estaba forrado con tela y tenía un relleno blando. La tercera clase era más económica, ya que los pasajeros se sentaban en bancos de madera, pero hacer casi cien kilómetros con un asiento tan duro le hubiera dejado el trasero hecho polvo.

Le había tocado al lado de la ventanilla y aprovechó para mirar el paisaje de este lado del cilindro que había visitado muy poco cuando vivía en Nueva Prusia de joven. Había interminables bosques, con arroyos y lagos, donde vivían animales salvajes: ciervos, zorros, jabalíes y muchas especies de pájaros. Debido a las dimensiones de Nueva Prusia, solo superadas por el Palacio Celestial número tres de la confederación china, dentro se había conseguido reproducir un ecosistema prácticamente autosuficiente y muy diverso. En ese momento, una señora mayor acababa de dejar su equipaje y se estaba sentando enfrente de Willa.

—¿Es la primera vez que visita Nueva Prusia? —Le preguntó la señora.
—En realidad nací aquí —contestó Willa.
—Perdone, es como lleva puesto…
—Sí, supongo que todas las turistas visten el mismo horrible modelo —comentó divertida— por cierto, me llamo Willa.
—Gisela, encantada de conocerla, Willa… ¿Wilhelmine?
—Sí —siguió riéndose Willa— odio ese nombre.
—Perdona que me meta donde no me importa, pero… si has viajado fuera ¿por qué no has conservado tus ropas? ¿Te perdieron el equipaje?
—No, llevo veinte años fuera y hace mucho tiempo que me deshice de las ropas con las que viajé, aunque las conservé una buena temporada. Por alguna extraña razón, a los hombres de fuera les atraen las mujeres con nuestros vestidos y lo aproveché durante un tiempo.
—¡Ja, ja, ja! Es que los vestidos novoprusianos realzan aún más nuestra belleza natural.
—Ja, ja. Tienes razón.
—¿Cómo es la vida fuera?
—Muy distinta. Al principio me encantaba y nunca hice planes para volver. Ahora me he visto obligada a regresar y pienso que esto no era tan horrible como creía cuando era joven. Pienso que subconscientemente deseaba vivir aquí de nuevo, pero no me había dado cuenta hasta que aterricé esta misma mañana.
—No hay ningún sitio como el hogar —sentenció Gisela.
—Creo que no… ¡mira un ciervo! —exclamó Willa.
—Sí, es precioso. ¿Hacía tiempo que no veías uno en libertad?
—Realmente hace veinte años que no veía un ciervo. En los otros hábitats los tienen en parques para animales, pero nunca he ido a visitar ninguno.
—Bueno, me voy a poner a hacer punto, que tengo una bufanda a medio hacer. Te dejo que sigas admirando el paisaje.
—Es hermoso volver a ver de nuevo nuestros bosques… —Willa dejo la frase en suspenso mientras se deleitaba con la fauna de los alrededores de Greifswald.

El tiempo empezó a cambiar rápidamente de un soleado mediodía a una lluviosa tarde. La atmósfera de Nueva Prusia y sus patrones meteorológicos eran increíblemente complejos y caóticos, debido a su gran tamaño y a la influencia de la rotación en los patrones de los vientos, los cuales estaban dominados por el efecto de Coriolis. Cuando las nubes de lluvia descargaban desde gran altura las gotas de agua caían con un movimiento lateral bastante pronunciado a contragiro debido también a este mismo efecto. Cerca de los polos, como en Greifswald, los enormes gradientes térmicos debidos a los intercambios de calor y humedad con las bases circulares del cilindro provocaban grandes tormentas en poco tiempo.

—Se avecina tormenta —dijo su vecina de asiento, haciendo una pausa en su pasatiempo de hacer punto.
—Sí, voy a cerrar la ventana —dijo Willa.

Enseguida el viento y el agua empezaron a azotar el tren desde ese lado, por lo que la decisión de Willa fue de lo más oportuna. En cambio, el otro lado del vagón estaba casi completamente seco. La tormenta debía de estar descargando desde una gran altura. Muchos habitantes de los hábitats exteriores consideraban un gran derroche la enorme atmósfera de Nueva Prusia, mucho más alta que la de la Tierra, pero los novoprusianos estaban muy contentos con esta, puesto que les daba un tiempo meteorológico muy cambiante y complejo, a diferencia de los demás hábitats.

A través de la fuerte lluvia, Willa veía el paisaje del noroeste del cilindro, era una zona de bosques y arroyos, muchos de ellos iban a desembocar al gran lago de la zona, el Müritzsee, en las proximidades del pueblo de Demmin. Las nubes de lluvia estaban instaladas en una capa atmosférica cilíndrica y le tapaban la visión del lado oeste, pese a que el horizonte subía mostrando los detalles de ese lado con una perspectiva cilíndrica. Sin embargo, a través de una zona sin nubes se podía ver la cordillera Rothaargebirge, la más importante del noroeste, y gran parte del lago. Para un terrestre hubiera sido muy chocante ver una gran masa de agua en una pared cilíndrica inclinada y que no se derramase, pero para los habitantes de Nueva Prusia y otros hábitats esa era una estampa normal a la que se habían acostumbrado.

Al llegar a Demmin, la señora que estaba sentada con Willa se bajó y en su lugar no se sentó nadie hasta llegar a Pasewalk, donde volvieron a hacer una breve parada y se subió un hombre joven que tenía aspecto de ser representante comercial o algo así.

—Buenas tardes —saludó el hombre— me llamo Christian Volk. ¿Es su primera vez en Nueva Prusia?
A Willa ya le estaba empezando a hartar el malentendido, pero contestó educadamente. Christian tenía largas patillas y gran mostacho, típico de los varones en Nueva Prusia.
—Willa Vogel. Nací y me crie aquí. Vengo de un largo viaje.
—Perdone, es que como había visto…
—Sí, debe ser el que el gobierno solo regala un solo modelo de traje a las turistas que es el mismo que se le da a las novoprusianas que vuelven sin ninguno.
—¿Ha estado mucho tiempo fuera? —preguntó Christian.
—Veinte años.
—Impresionante, ni siquiera los diplomáticos pasan tanto tiempo fuera de servicio. Bueno, supongo que como el hogar no hay nada y al final se acaba regresando.
—Supongo que será eso —contestó Willa sonriendo y sin querer dar muchos detalles más de su vida.
—Es una pena que no sea turista, hubiera aprovechado para hacerle una venta.
—¿Qué vende usted? —preguntó Willa.
—Cámaras fotográficas. Con un carrete de regalo para que los turistas puedan tomar sus primeras fotos al llegar a Nueva Prusia. Tenemos una calidad decente a un precio asequible y muchos de ellos se las acaban llevando de recuerdo, junto con las fotos ya reveladas. Sin embargo, algunos las devuelven, por no cargar con equipaje extra, y tras limpiarlas y hacerles un leve mantenimiento, las volvemos a ofertar a un precio rebajado para el siguiente turista.
—Qué curioso. ¿Vienen muchos turistas a Nueva Prusia? Cuando yo era joven solo venían diplomáticos y empresarios con sus familias.
—Si ha estado fuera mucho tiempo no se habrá dado cuenta del auge que ha tenido el turismo estos últimos años. Muchas personas quieren visitar nuestra patria para descubrir un estilo de vida más sencillo en unas plácidas y relajantes vacaciones. Por supuesto el gobierno tiene un cupo, aunque lo incrementa ligeramente cada año, porque la demanda va en aumento y son turistas con poder adquisitivo alto que dejan mucho dinero a nuestras arcas.
—¿Tiene algún modelo de cámara aquí?
—Sí. Mi modelo más popular es la Voigtländer Bessel. Aquí tengo un ejemplar si quiere echarle un vistazo —comentó Christian al tiempo que abría su maletín para darle la cámara a Willa.
—Es un modelo muy bonito. Conocía otra Voigtländer, la…
—La Netterin, ¿no?
—Sí, esa.
—Un buen modelo, todavía en producción. Con sus lentes de gran calidad y su cuerpo ligero de aluminio sería una excelente elección para unas manos femeninas tan delicadas como las suyas.
—Por favor, me sonroja usted con su atrevimiento —las antiguas palabras volvieron a la mente de Willa inconscientemente, pese a que había recibido halagos más atrevidos y directos en los últimos años.
—Pero la Bessel sería también una buena cámara para usted. Económica y resistente le serviría para hacer sus primeras fotos a su regreso a Nueva Prusia. Además, dispongo de varios ejemplares aquí conmigo.
—¿Cuánto cuesta?
—Por ser usted, unos veinte NRM.
—Lo siento, es demasiado caro para mí. Estoy comenzando aquí de nuevo y ahora necesito todo el dinero disponible hasta que encuentre un nuevo trabajo.
—Podría firmarme un pagaré.
—Lo siento, no tengo domicilio todavía.
—Le dejaría una tarjeta con la dirección de mi oficina en Berlín y se podría pasar por allí a pagar cuando pudiese.
—No gracias, disculpe, voy a tomar el aire a la plataforma.

Willa empezaba a sospechar de las intenciones de Christian. Una mujer sola que acaba de llegar a Nueva Prusia y sin recursos era una tentación para un joven hombre de negocios que quisiera conseguir una amante de forma discreta. Lo que no sabía es que había vivido como una mujer del siglo XXIII fuera, en la FAE, y que este tipo de actitudes eran demasiado ingenuas y predecibles para ella. Mientras aspiraba el aire fresco y húmedo en la plataforma contaba los segundos hasta que se abriera la puerta del vagón. “Cuarenta y uno, cuarenta y dos…” En ese momento salió Christian.

—¿Disfrutando del aire puro de nuestra patria?
—Sí, dentro estaba un poco agobiada.
—Perdóneme, no quería molestarla, yo solo quería ser amable con una recién llegada. Si no le molesta que se lo diga, encuentro su belleza perturbadora.
—Por favor, no sea tan atrevido, podría ser mi hijo —le riñó Willa fingiendo escandalizarse.
—Lo siento, no sé qué me pasa. Tiene unos ojos tan preciosos, me quedaría mirándolos todo el día.
Christian se acercó hasta ponerse delante de ella en la estrecha plataforma y apenas unos centímetros separaban sus cuerpos. Willa aguantó la mirada de Christian, reconociendo que tenía unos ojos verdes preciosos.
—Caballero, me siento turbada ante tanta atención y halago. Siempre he sido una mujer de moral recta y decente. Por favor, pare, siento que mi corazón se va a desbocar. ¿Puede sentirlo usted?

A continuación, Willa cogió la mano de Christian y se la llevó a su pecho. Pudo sentir su turbación ante ese acto de intimidad. Por último, Willa echó ligeramente hacia atrás su cabeza y cerró sus ojos casi del todo. Contó mentalmente: “Uno, dos…”. No llegó a tres. Sintió los labios de Christian besando los suyos un momento. Luego él se separó, excusándose.

—Perdóneme señora Vogel, no sé qué me ha pasado…
—Perdóneme usted, señor Volk, siento haberme comportado de forma tan poco decorosa, pero hace tiempo que no me halagaba un auténtico caballero novoprusiano. Vuelvo dentro al vagón.
—Seguiré un rato más aquí en la plataforma tomando el aire fresco —comentó Christian fingiendo bochorno, pero claramente contento por el beso.

Willa se sentó en su asiento, tratando de contener la risa y pensando en lo fáciles que eran los hombres de Nueva Prusia. Cuando era joven era muy ingenua y aprendió todo lo que sabía al salir fuera. Miraba por la ventanilla los campos de cultivo cercanos a Oranienburg, cuando regresó Christian.

—¿Ha pensado bien lo de llevarse un modelo Bessel?
—Como le he comentado, no puedo pagarle nada ahora.
—Confío en que la pagará, tome, esta es mi tarjeta de visita. Vienen mi dirección y teléfono de Berlín.
—Me sentiría más cómoda extendiéndole un pagaré. No quiero que piense que estoy aceptando un regalo.
—Por supuesto y así tendrá un motivo justificado para volver a verme de nuevo y, quizás, cenar juntos alguna vez.
—Por favor, ¡que atrevimiento!
—¿Quizás una comida?
—Soy una mujer decente, recuerde. Accederé a comer juntos en un restaurante tras haber pagado la cámara.
—Por supuesto. Le hago entrega de un modelo nuevo, sin estrenar, de la Bessel con su correspondiente carrete de fotos.
—Muchas gracias. ¿Tiene papel y estilográfica?
—Sí, aquí en mi maletín. Tome.
Willa escribió: “Willa Vogel se compromete a pagar veinte NRM por una cámara Voigtländer Bessel a Christian Vogel en su oficina situada en la Frankfurter Allee, 24 en Berlín, Nueva Prusia, en el plazo máximo de un año, contando desde hoy, 7 de marzo de 2217”. Para finalizar, Willa añadió su firma al pagaré y se lo devolvió a Christian.
—Muchas gracias. Señora Vogel, espero que se pase pronto por mi oficina. Lo siento, pero estamos llegando a Oranienburg y tengo que ver a un cliente aquí. Que tenga un buen día.
—Señor Volk, ha sido un placer comprar esta cámara tan bonita. Espero poder verle pronto y saldar la deuda.
—Y comer juntos.
—Después de que haya pagado la cámara.
—Hasta pronto.
—Que tenga un buen día, hasta pronto.

En la última parte del viaje entre Oranieburg y Potsdam se sentó una familia, enfrente de Willa. Un matrimonio y un hijo pequeño. El niño le preguntó si era turista y pese a que los padres le regañaron, les contó su procedencia, riéndose por la espontaneidad del niño. Al llegar a Potsdam, Willa se bajó pronto, porque el tren seguía su recorrido hasta Dessau-Roßlau. Muchos viajeros se montaron en el tranvía eléctrico hacia Berlín, pero ella prefirió quedarse ya en Potsdam y buscar trabajo aquí, ya que se acordaba que había muchas sastrerías en la zona.

El descubrimiento de un nuevo mundo
Willa, con sus diecinueve años recién cumplidos, llegó al hábitat cilíndrico número siete de la Federación Asteroidal Europea. Era un derecho de los jóvenes adultos de Nueva Prusia tener un billete de ida y otro de vuelta, gratis, desde Nueva Prusia hasta cualquier destino de la Confederación de Hábitats. Era una consecuencia de los tratados por formar parte de la Confederación y también una forma de que los jóvenes novoprusianos conocieran otras sociedades antes de incorporarse a los deberes de la edad adulta. Muy pocos usaban este derecho y la mayoría de ellos volvían a Nueva Prusia en uno o dos años.

Willa no quería ser una de las que volvieran, quería vivir fuera de Nueva Prusia para siempre. Estaba harta de la opresiva y anticuada sociedad en la que había nacido y quería vivir una vida más emocionante en una sociedad más moderna y liberal. Cuando la nave de pasajeros se acopló al muelle axial norte cogió su traje espacial, su casco y su pequeña maleta con todas sus pertenencias y se dirigió veloz hacia la salida. Aunque los pasajeros abandonaban la nave por conductos y esclusas presurizadas, era una norma imperante en todos los transportes llevar un traje de presión y el casco puesto, aunque el visor se podía dejar levantado, ya que con un rápido movimiento de la mano se podía cerrar, en caso de despresurización de la nave o el pasillo. Un efecto curioso que notó en su sentido del equilibrio, cuando la rotación del hábitat dotó de peso a su cuerpo, es que el efecto Coriolis era más acusado en FAE7 debido a su menor radio interno y su mayor rotación.

—Bienvenida al hábitat siete, está ahora bajo la autoridad de la Federación Asteroidal Europea. ¿Me permite su pasaporte?
—Por supuesto. Aquí tiene —contestó Willa, presentándole un precioso ejemplar en papel con bonitas ilustraciones.
—¡Ah!... Ya veo, de Nueva Prusia… ¡Liz! ¿Me puedes pasar el escáner para los novoprusianos?
La funcionaria de aduanas comprobó el anacrónico pasaporte con un escáner especial que le trajo su compañera y comprobó que todo estaba correcto.
—¿Su nombre completo es Wilhelmine Alina Vogel?
—Sí, así es —dijo Willa, tratando de ocultar su disgusto por tener que escuchar completos sus dos nombres, ya que prefería la forma corta que siempre había usado desde niña.
—Aquí tiene su pasaporte. Además, como joven novoprusiana, su gobierno reparte unas guías gratuitas para ayudarles en su adaptación a nuestra sociedad. Tome la suya.
—Muchas gracias. ¿Conoce algún hostal o albergue barato para hospedarse?
—En ese mostrador tiene publicidad y tarjetas de los hoteles de los alrededores. Aunque el Astronauta confederado creo que tiene fama de barato y bueno. Que tenga un día.
—Igualmente y gracias por la información —respondió Willa.

Willa se dirigió a una conocida cadena de oficinas de cambio famosa por sus bajas comisiones. Cuando cambió sus NRM de oro con su chip de criptomoneda en su interior no se podía creer que le dieran tantos euros FAE. Sus pequeños ahorros como operaria a tiempo parcial en una fábrica textil eran una pequeña fortuna aquí.

—¿Dan para mucho los 124000 euros que me ha entregado? —preguntó Willa asombrada.
—Ahora dan para varios meses de comida y alojamiento, pero con una inflación del 7% y una posible devaluación para el próximo trimestre yo no me haría muchas ilusiones. Póngase a trabajar pronto, que aquí no basta con el sueldo y hay que pedir prestado para llegar a final de mes. Lo cual me hace preguntarle lo siguiente: ¿desea un préstamo personal de 10000 euros a devolver en cómodas mensualidades?
—¿También presta dinero? —preguntó asombrada Willa.
—Sí, mi franquicia también ofrece financiación personal y me llevo una pequeña comisión por cada préstamo.
—Pero, si no tengo ni trabajo, ni casa…
—No pasa nada, sus 124000 euros constituyen una garantía y podemos poner como dirección provisional la del consulado. ¿Qué le parece?
—¿Por qué no? Hágame ese préstamo.
—Perfecto, ya se está integrando en nuestra cultura —dijo el oficinista guiñándole un ojo y sonriendo.

Willa acabó llegando al Astronauta confederado tras preguntar un par de veces a dos trabajadores de mantenimiento del hábitat tras su salida de la oficina de cambio. Todavía no había llegado a la parte abierta del hábitat y todos los establecimientos y comercios de este cilindro se encontraban dentro de los muros de la cáscara externa de este cilindro. Debido a esto, la diminuta habitación que le ofrecieron en el hostal no tenía ventanas, aunque sí un eficiente sistema de circulación de aire. La habitación disponía de cama individual, un armario sencillo, una mesa, una silla y un lavabo con espejo. Sobre la mesa había una pantalla táctil conectada a la red de datos de este hábitat. Dejó sus cosas sobre el suelo y se puso a buscar información en la red. Willa había hecho un curso intensivo en la embajada de Nueva Prusia para aprender competencias digitales para salir a vivir a otros hábitats.
Willa tecleó en el buscador:

ofertas alquiler habitación

Al instante empezó a ver un listado de numerosas ofertas donde se ofertaba una habitación en alquiler. Empezó a mirar aquellas en las que se ofrecía compartir piso con otras chicas.

Mandy abrió la puerta de su piso con una mano, mientras con la otra cargaba con una bolsa de tela con varios paquetes de comida.
—¡Hola! —exclamó Mandy esperando la respuesta de su compañera de piso.
—¡Hola Mandy! —Contestó la IA de su ordenador— te recuerdo que Veronique ya se mudó y su habitación está vacía.
—¡Es verdad! Me había olvidado que se fue ayer por la tarde. Ya me había acostumbrado a su presencia al volver a casa… ¿Alguna novedad con respecto al anuncio de la habitación?
—Han preguntado varias personas y las he filtrado por el criterio de chica joven y trabajadora que me indicaste. He seleccionado dos posibles candidatas, aunque necesito tu criterio para evaluar a una tercera que no sabía si descartar o no.
—¿Qué pasa con la tercera? —Preguntó Mandy.
—Bueno, no hay ni foto, ni vídeo de ella y se ha comunicado solo por texto. Es de fuera, de Nueva Prusia, lo cual es inusual.
—Sí, es verdad, los novoprusianos apenas salen de su enorme y decimonónico cilindro. ¿Qué dice el texto?
—Dice: “Soy una chica joven novoprusiana, con ganas de conocer la cultura y costumbres de FAE7. Soy responsable, limpia y sé hacer las tareas del hogar sin usar ningún dispositivo robótico”.
—¡Ja, ja, ja! ¿De verdad pone eso? Se cree que todos los faesietinos tenemos un mayordomo robot de diez millones de euros para que nos haga la comida y nos limpie la casa… Bueno, al menos en Nueva Prusia le habrán enseñado buenas costumbres. De acuerdo, concierta una cita con ella después de las dos primeras candidatas. Tengo curiosidad por conocerla.
—De acuerdo —respondió su IA.
—Oye, ¿vestirá ropa de Nueva Prusia?
—Posiblemente, ¿eso importa? —preguntó la IA.
—Coméntale que traiga a la entrevista sus documentos de identidad y su ropa novoprusiana. Dile que es para asegurarme de su procedencia.
—Perfecto, así se lo comunicaré.

Willa, acababa de ver dos habitaciones en alquiler esa misma tarde, pero sospechaba que los arrendatarios no se fiaban mucho de ella. Pudiera ser que las nuevas ropas de FAE7 que se había comprado no fueran las más adecuadas para dar una buena impresión en este tipo de entrevistas. En todo caso, le habían comentado que ya la llamarían en caso de que quisieran alquilarle la habitación. Revisó el portal de alquiler donde estaba concertando las entrevistas cuando vio una respuesta a un mensaje suyo:
“¿Puede venir mañana a las 16:30 a ver la habitación? En caso de que no pueda a esa hora, por favor responda indicando una hora alternativa. Importante: traiga sus documentos de identidad novoprusiana y vista ropa de su hábitat. Es importante que pueda verificar su procedencia.”
Willa se quedó sorprendida por esta respuesta tan curiosa. Por suerte, todavía no había tirado sus antiguas ropas, aunque se sentía bastante rara vistiéndolas aquí. Revisó el anuncio otra vez y vio que le interesaba mucho esta habitación. El piso parecía bien cuidado, la habitación era amplia y la compañera-arrendadora, Mandy, se veía una chica simpática.

A Mandy le había gustado la primera chica a la que entrevistó. Era extrovertida, trabajaba de dependienta y tenía gustos musicales parecidos a los suyos. La segunda, una joven médica, era educada y tenía más recursos económicos, pero se la veía más sería y no había habido conexión emocional con ella. Por último, quedaba la cita con la chica novoprusiana, a la cual quería entrevistar solo por satisfacer su curiosidad. En ese momento sonó el timbre. Vio que eran las 16:28, se había adelantado un par de minutos, cosa rara en FAE7, donde la gente solía llegar siempre unos minutos tarde a todas las citas.
Cuando Mandy abrió la puerta tuvo que contener su admiración. Frente a ella estaba una chica joven vestida como salida de una novela histórica. Con falda larga, blusa con encajes en las mangas y sombrero de ala ancha, estaba claro que esta chica venía de Nueva Prusia.

—Adelante, soy Mandy —dijo en su inglés estándar con leve acento francés, típico de FAE7.
—Gracias, soy Willa —también en inglés estándar, aunque con acento alemán.
—Bueno, está claro que provienes de Nueva Prusia, pero, ¿puedo ver tu pasaporte?
—Por supuesto. También podría ser una chica de otro hábitat con ropa antigua.
—No creo, tu leve acento alemán te delata, junto con tu actitud y tu apariencia. No veo tatuajes visibles y solo llevas los dos pendientes clásicos de las orejas, sin ningún piercirng.
—Toma el pasaporte. ¿Los piercings son esos adornos metálicos que he visto en labios, cejas, orejas, etc.?
—Sí… ¡Guau! Es precioso —exclamó Mandy al ver el pasaporte—. ¿Quién hace estos dibujos tan bonitos de las páginas?
—Son diseños de la Oficina Imperial de Moneda y Timbre.
Mandy leyó la información del pasaporte novoprusiano con los datos de Willa: “Wilhelmine Alina Vogel, nacida el 21 de febrero de 2178 en Dresde, Nueva Prusia, hija de…”
—Te devuelvo el pasaporte, está claro que eres de Nueva Prusia.
—Gracias, ¿me enseñas el piso y la habitación?
—Por supuesto, acompáñame. También puedes quitarte el sombrero.

Willa dejó el sombrero sobre un mueble al lado de la puerta de entrada y siguió a Mandy a lo largo del piso. Era el más grande y bonito que había visto hasta ahora y la actitud de Mandy, simpática y abierta, le daba una buena impresión.

—Bueno, aquí está la cocina —describió Mandy— no tenemos servicio robótico por lo que tenemos que cocinar y limpiar nosotras mismas, pero está equipada con electrodomésticos nuevos. Este sería el cuarto de baño, es amplio, como puedes ver y suficiente para dos personas. Este es el salón, la holopantalla es mía, pero puedes usarla para ver cualquier película.
—Me ha sorprendido que las imágenes tengan relieve. Estaba acostumbrada a imágenes planas en el cine.
—¿Cine? ¿No tenéis prohibidas las tecnologías modernas?
—Bueno, un cine tipo Lumière, en blanco y negro y sin sonido. Aunque yo prefería el teatro, al menos puedo ver el color de las ropas de los actores y escucharlos cuando hablan.
—¡Ah!... Pero televisión en casa no tenéis, ¿verdad?
—No, solo tenemos libros para entretenernos y teléfono analógico para contarnos los chismes.
—¿Analógico?
—Sí, significa que la voz modula una corriente eléctrica que atraviesa el micrófono del que habla y esta modulación se transmite al altavoz del que escucha.
—Sigo sin entender…
—Quiero decir que podemos usar las tecnologías no digitales que había a principios del siglo XX en la Tierra y mejorarlas para nuestro uso. Tenemos ordenadores analógicos tipo Babbage para los cálculos importantes del Imperio. En algunas casas particulares también hay un tipo especial de telégrafo que acciona una máquina de escribir directamente para reproducir el texto recibido sin tener que leerlo en Morse.
—¡Guau! Hay tantas cosas que no sé de la tecnología del pasado…
—Bueno, al final se hace todo aburrido. Necesitaba un cambio, por eso me vine aquí. ¿Me enseñas la habitación?
—Sí, por supuesto, aquí está —dijo Mandy abriendo la puerta de la habitación.
—Es muy luminosa.
—Sí, da al exterior del bloque de viviendas y cómo puedes ver la cama es grande, de 140 cm de ancho. Dispone de armario de dos puertas, mesa, silla y butaca.
—Al final, ¿el alquiler mensual es de 12000 euros?
—Sí, incluyendo el coste de la electricidad, climatización y comunicaciones. Yo siempre doy el precio con todos los gastos asociados.
—Por ese dinero estoy interesada en alquilar la habitación.
—Muy bien, estoy enseñando el piso a más chicas, pero antes de tomar una decisión quiero conocer mejor a las candidatas. ¿Me acompañas al salón y tomamos un café mientras me cuentas más cosas de ti?
—De acuerdo.
—¿Cómo quieres el café?
—Solo con azúcar, gracias.
Mandy llevó dos tazas de café al salón y las dos chicas se sentaron en el sofá. Al principio Mandy empezó a beber el café en silencio mientras miraba a Willa hasta que fue ella quien se animó a hablar.
—¿Habías conocido antes a alguien de Nueva Prusia?
—La verdad es que no —reconoció Mandy—, soléis tener fama de quedaros en vuestro hábitat y no viajar mucho por el resto de la Confederación, si no te importa que te lo diga.
—No me importa, tienes razón. El gobierno anima a los jóvenes a que salgan fuera para que conozcan otras culturas, pero pocos se quedan. Mi prima Katja vivió ocho meses en FAE4 y se volvió enseguida porque prefería nuestro estilo de vida, más tranquilo y sencillo.
—¿Y tú que quieres hacer?
—Quiero quedarme, buscar un empleo e integrarme lo antes posible en FAE7. Si te soy sincera, estaba harta de las normas y la sociedad de Nueva Prusia. Quiero vivir libre en un hábitat moderno y avanzado, disfrutando de las nuevas tecnologías y una cultura más abierta.
—Interesante, yo pensaba que a todos los novoprusianos os gustaba vuestro hábitat.
—En mi caso no.
—Una cosa que me llama la atención es que apenas existen videos del interior de vuestro hábitat y las pocas fotos que he visto son en blanco y negro. ¿Tienes alguna foto de allí?
—Sí, por supuesto, tengo una en el bolso.
Willa empezó a buscar la foto mientras Mandy se acababa de beber su café que se estaba quedando frío. Sentía cada vez más curiosidad por esta joven rebelde que no quería volver a Nueva Prusia.
—Aquí tienes. Estaba con unas amigas haciendo un picnic en la orilla del Unteruckersee.
¬—Pero la foto es en color.
—Podemos usar tecnologías de principios del siglo XX que ya se hubieran inventado, aunque no se hubieran popularizado. De todas formas, la fotografía en blanco y negro es mucho más barata, por eso la usamos la mayoría de las veces.

Mandy se quedó mirando la foto en la que se veía a Willa en un traje de baño que le cubría el cuerpo entero desde las pantorrillas hasta los hombros, junto con otras tres amigas que vestían también el mismo tipo de bañador. La fotografía estaba enmarcada porque al basarse en la técnica del autocromo se trataba de una placa de vidrio con la emulsión fotográfica en su superficie. Detrás del cristal con la fotografía había otro vidrio esmerilado de color blanco que servía de soporte al marco.

—Los colores y las formas se ven mejor si pones el cristal trasero delante de una lámpara —explicó Willa mientras subía la foto para que recibiese la luz del foco del salón.
—¡Guau! Los colores son fantásticos, muy saturados. Que cosa tan curiosa…
—Sí, es la única foto en color que tengo, excepto la del pasaporte, por eso la llevo conmigo.
—Te la devuelvo. Dime, ¿en qué quieres trabajar?
—Trabajé como operaria en una fábrica textil y tengo nociones de confección, así que supongo que en cualquier sastrería.
—¿Sastrería? Ja, ja… imposible, aquí no tenemos de eso. Aunque ahora que lo estoy pensando… espera un momento, ahora vuelvo.
Willa se quedó mirando el mobiliario del salón mientras esperaba a Mandy. El lugar estaba muy bien decorado y entraba mucha luz desde el parque que había enfrente del piso.
—Aquí estoy, te he apuntado un teléfono y un email en un trocito de papel, porque supongo que todavía no tendrás una holotab personal, ¿verdad?
—Todavía no he podido comprarme una.
—Llama o escribe a este contacto. Es Pierre, un amigo mío que tiene una oficina de diseño de moda y él si contrata a personas que cosen sus patrones a mano. Salvo la alta costura, el resto de la ropa se fabrica de manera robótica, lo siento, tu antiguo empleo no es muy útil aquí…
—Siempre puedo trabajar de camarera.
—Sí, pero se gana muy poco, ya lo verás. Llama a Pierre, a ver si tuviera una vacante.
—Muchas gracias por todo. Me tengo que ir. ¿Cuándo tomarás una decisión sobre el piso? —preguntó Willa.
—Mañana te daré una respuesta —contestó Mandy.
Mandy acompañó a Willa hasta la puerta y se despidieron de forma cordial. Al cerrar la puerta Mandy le preguntó a su IA:
—¿Qué te ha parecido? Por supuesto es de Nueva Prusia, pero, ¿has detectado alguna mentira?
—No, su tono de voz indicaba un poco de nerviosismo, compatible con encontrarse en un entorno extraño, pero sus gestos y entonación de voz mostraban una total sinceridad. Por cierto, muy bonito el autocromo que te ha mostrado. He tenido que hacer una consulta al servidor central de FAE7 para saber lo que era.
—¿Autocromo?
—Sí, la fotografía en el cristal.
—Ah, sí. ¿Qué te ha parecido? ¿Le alquilamos la habitación a ella o Brigitte, la chica de esta mañana?
—Es una decisión difícil. Willa va a necesitar mucha comprensión y ayuda por encontrarse en un mundo extraño. Te conozco y sé que te gusta ayudar a las personas, piénsate si quieres asumir también esa responsabilidad.
—¿No sientes un poco de curiosidad por ella y la extraña sociedad de la que proviene?
—Estoy programado para sentir curiosidad.
—Bueno, estoy viendo que me tocará consultarlo con la almohada, puesto que tú no eres de gran ayuda. Me paso por la tienda un rato. Pide una pizza para dentro de una hora.
—De acuerdo, ¿de tomate y mozzarella?
—Sí, esa misma. Hasta luego —se despidió Mandy de la IA mientras cerraba la puerta.

Willa pudo ir a visitar un par de habitaciones más ese día. Una de ellas era increíblemente diminuta y le pedían 5000 euros al mes por ella. Ninguna de las dos le gustó. A la mañana siguiente, después de comprar su primera holotab, consultó la aplicación informática, donde había un mensaje nuevo:
“Willa, soy Mandy. Te alquilo la habitación, te puedes venir a vivir hoy mismo si no has encontrado ya otra cosa. Acuérdate de traer el dinero de la primera mensualidad y una cantidad equivalente para la fianza.”
La cara de Willa cambió al instante a una expresión de gran satisfacción y alegría. “¡Bien!”, pensó. Mandy era la posible compañera que mejor le había caído y la habitación la que más le había gustado de todas las que había visto. Recogió sus ropas y escasas pertenencias de la habitación del Astronauta confederado y procedió a saldar su cuenta en recepción. Al rato salía del hostal y ponía rumbo a los niveles superiores, donde estaba el bloque de pisos de Mandy. Lo bueno de esta zona del cilindro FAE7 era que estaba en un espacio abierto, lleno de parques y lagos, con una atmósfera libre hasta el eje de rotación. Otras zonas del hábitat, sin embargo, aprovechaban ese espacio útil con una serie niveles con techos y suelos concéntricos donde se situaban los tanques hidropónicos, los comercios, universidades, fábricas y algunas zonas residenciales más baratas, precisamente por no tener tanta amplitud de vistas.

Mandy oyó el timbre y pensó “debe de ser Willa”. En una pantalla de la cocina seleccionó la cámara de la puerta y vio que, efectivamente, era Willa. Fue corriendo a abrirle.
—¡Hola! Pasa, ya estás en tu casa. Estás muy distinta con esa ropa de FAE7.
—¿Me queda bien? —Preguntó Willa.
—Bueno… yo no hubiera combinado esos colores ni prendas. Te tengo que asesorar un poco sobre moda, aunque en principio aquí todo el mundo viste como quiere, en la práctica si no quieres que te identifiquen con un determinado grupo social, político, étnico o cultural debes tener cuidado al elegir lo que te pones.
—¡Ah! No lo sabía. En Nueva Prusia la moda es más uniforme y cambia poco con los años. Siempre sabíamos que ponernos. Si tienes un rato libre me gustaría que me acompañaras a elegir nueva ropa.
—¡Por supuesto! Pero ahora lo primero es que pongas las cosas en tu habitación, mires a ver si necesitas comprar algo, la comida, etc. ¿Has traído el dinero?
—Sí, el primer mes y la fianza.
—Bien, voy a extenderte un recibo. Voy a buscar una pegatina con mi holograma fiscal.
—¿Holograma fiscal? —preguntó Willa abriendo mucho los ojos.
—Sí, es una cosa… para los impuestos… ya sabes —empezó a balbucear Mandy.

En ese momento Mandy se dio cuenta del consejo de su IA. Ella daba por supuesto muchas cosas del día a día que para Willa eran completamente extrañas, iba a tener que ser su guía por mucho tiempo. Por suerte para Mandy, Willa ponía mucha atención en aprender e intentar integrarse lo antes posible. Era bastante espabilada en ese aspecto. Willa pagó el dinero del alquiler a Mandy y recibió su recibo con holograma, se metió en su cuarto a ordenar sus cosas y no salió hasta la hora de cenar.

—¿Quieres cenar pizza? —Preguntó Mandy.
—Sí, ¿por qué no? —Contestó Willa—. Por cierto, ¿qué es la pizza?
—Algo muy rico, ya verás, confía en mi —le dijo Mandy guiñándole un ojo.
Al rato llamó el repartidor y aunque Willa quiso pagar su parte, Mandy no le dejó.
—Espérate a cobrar tu primer sueldo y luego me invitas. Aquí el dinero se va rápido —le aconsejó Mandy.
—De acuerdo, pero te invitaré la próxima vez. Seguro que ya estaré trabajando para entonces —dijo firmemente Willa.
Abrieron los cartones y dejaron que las humeantes pizzas se enfriaran un poco antes de empezar a comerlas.
—¡Umm! Está riquísima —Exclamó Willa.
—Claro que sí. Además, en Paolo’s usan ingredientes de primera calidad junto con un tratamiento artesano de la masa.
—¿Es queso fundido lo que tiene por encima? —preguntó Willa.
—Sí, ¿no usáis el queso fundido en vuestros platos? —le preguntó a su vez Mandy.
—No conozco recetas que usen el queso fundido en la gastronomía de Nueva Prusia, pero mi padre solía aprovechar las ascuas que quedaban tras asar un cochinillo metiendo una rebanada de pan con un trozo de Gruyere encima para que se derritiera.
—¿Qué son las ascuas? ¿Y un cochinillo? —preguntó Mandy.
—Bueno, las ascuas son los trozos oscuros y rojizos que quedan cuando la leña se ha quemado dentro de un horno u hogar.
—¿Leña? ¿Te refieres a quemar madera? ¿No está prohibido?
—No, tenemos muchos bosques y siempre sobra madera y como la atmósfera es tan grande y tenemos tanta superficie apenas se nota el olor a humo, bueno, excepto en los pueblos a la hora de comer y cuando nos calentamos —aclaró Willa.
—Ya veo, ¿y el cochinillo?
—Pues ya sabes, el cerdo cuando es pequeñito… además está muy rico cocinado al horno.
—¿Te refieres al animal? ¿Os coméis los animales? —preguntó lívida Mandy.
En ese momento Willa observó cómo Mandy se levantaba rápidamente del sofá y se fue derecha al cuarto de baño. Aunque la puerta estaba cerrada escuchó algo parecido a una tos y al poco oyó el ruido del agua del wáter. Willa se estaba preguntado “¿Qué habré dicho?” “¿Qué le habrá pasado?”, sin encontrar explicación. Al poco tiempo, Mandy salió muy seria del cuarto de baño.
—Willa, te tengo que hablar muy seriamente sobre la comida aquí en FAE7. No quiero que cometas el mismo error con personas que no conozcas.
—Bien, explícame que he hecho mal.
—Aquí toda la comida o es de origen vegetal o se trata de bancos de células que son criados para obtener proteínas cárnicas o de pescado. Verás filetes de ternera o de merluza en los supermercados, pero no se han obtenido de ningún animal, sino que son procesados en fábricas a partir de células criadas en tanques —explicó Mandy.
—Ya veo, no coméis animales que hayan sido sacrificados —observó tristemente Willa.
—Exacto, además la mayoría de las personas tienen una opinión política muy firme sobre esto y algunos activistas organizan protestas de vez en cuando en las embajadas de las principales potencias terrestres porque allí se siguen comiendo a los animales.
—¿Ocurre lo mismo en la mayoría de los hábitats? —preguntó Willa.
—En los que tienen una cultura occidental, sí. Casi todos los de la FAE, aunque hay excepciones, claro. En FAE9, el más pequeño de todos, viven sobre todo españoles, portugueses e italianos. Allí crían cerdos y curan su propio jamón. Fuera de la FAE, pues los hábitats construidos por naciones musulmanas son muy dados al cordero, y en los asiáticos comen de todo. He escuchado que en Sol Naciente 2 tienen un pequeño mar con clima ártico para poder consumir pescado y ballenas.
—No había caído en eso. Pensaba que todos los hábitats criaban animales —comentó Willa.
—Sí se crían, pero aquí no se comen, solo se visitan.
—Mandy, perdona, pero no lo sabía… ¿Has…?
—Sí. Y es una pena porque la pizza estaba riquísima y se me ha quitado el hambre.
—Lo siento. Si no te importa, ¿me puedo comer estos trozos? Está riquísima…
Mandy se bebió un vaso de agua con gas y miró los trozos de pizza con aire pensativo.
—No sé… Es que son de Paolo’s… Tranquila Willa, he ido muchas veces de fiesta, bebiendo un montón y he hecho pausas parecidas, pero con el estómago vacío de nuevo he sido capaz de continuar con la fiesta. Pásame ese trozo de tomate con mozzarella y albahaca.
—Aquí tienes —dijo Willa— me alegro que hayas recuperado el color en tu cara.
—Gracias. Puedo seguir sin problemas. Pero, por favor, no me menciones hoy más la gastronomía novoprusiana.
—Sin problema. No más platos de Nueva Prusia —comentó Willa sonriendo.
—Por cierto, Willa, te quería comentar que como pensaba que no ibas a tener tiempo de llamar a Pierre lo he hecho yo por ti. Quiere verte pasado mañana.
—¿De verdad? ¡Muchísimas gracias! Pero no tengo nada decente que ponerme y seguro que él es un diseñador de gran prestigio… ¿Me acompañarás a comprarme algo bonito?
—Willa, estás hablando con la persona indicada. Mañana iremos de tiendas a pulirnos nuestras tarjetas de crédito.
—¿Pulirnos qué? —preguntó con asombro Willa.
—Tu confía en mi —contestó Mandy con expresión traviesa.

Los primeros meses de Willa en FAE7 fueron como vivir en un sueño. Con Mandy a su lado para guiarla, aprendió todo lo necesario para pasar por una chica joven más del hábitat. Moda, cultura, relaciones sociales, todo eso lo absorbió Willa como una esponja. Como el trabajo en la oficina de diseño de Pierre no llegaba para cubrir todos sus gastos, cogía otros trabajos por horas en el almacén de un supermercado o como camarera los fines de semana. Otras veces pedía préstamos y los iba devolviendo en cómodas mensualidades, ya que la inflación y las devaluaciones favorecían que las personas del hábitat usaran estas fórmulas de financiación para su tren de vida. Así iba pasando el tiempo y poco a poco se fue olvidando de su vida anterior en Nueva Prusia.
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Re: La capitana de Kneppendorf (novela de ciencia ficción)

Mensaje por magali »

La iré leyendo y opinando :hola:
Tardaré un poquito porque tengo otras cosas entre manos, pero en cuanto termine.
Gracias por compartir :D
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lucia
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Re: La capitana de Kneppendorf (novela de ciencia ficción)

Mensaje por lucia »

Ya he leído lo que has puesto y me ha recordado al de 2312 de Kim Stanley Robinson por la descripción de los hábitats que haces. En cuanto a la historia, la parte del abuelo, cuéntame una historia hubiese exigido una narración menos lenta, por lo que tal vez sería conveniente eliminarla o modificarla.

También despista que hables de la capitana de Kneppendorf y saltes a la vida en FAE7 de Willa antes de volver a Nueva Prusia.
Nuestra editorial: www.osapolar.es

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Re: La capitana de Kneppendorf (novela de ciencia ficción)

Mensaje por David Casas »

lucia escribió:Ya he leído lo que has puesto y me ha recordado al de 2312 de Kim Stanley Robinson por la descripción de los hábitats que haces. En cuanto a la historia, la parte del abuelo, cuéntame una historia hubiese exigido una narración menos lenta, por lo que tal vez sería conveniente eliminarla o modificarla.

También despista que hables de la capitana de Kneppendorf y saltes a la vida en FAE7 de Willa antes de volver a Nueva Prusia.
Gracias por leer el avance :)

Bueno, la pequeña introducción del principio, es como para introducir un poco la historia como si fuese un cuento que se ha transmitido al acervo popular. Ya no vuelvo a hablar más del abuelo en el resto de la novela. Aunque esta parte no me gustaba mucho como quedaba y la he cambiado un poco, añadiendo algunos detalles más, que pongo abajo.

Empecé a escribir la novela sin haber leído 2312 (después si la leí), aunque si conocía Cita con Rama de Clarke.

Con respecto a los saltos temporales, es verdad que puede parecer lioso, pero quiero que tenga esta estructura la novela. Alternando capítulos del presente con capítulos del pasado. En los del presente se deja entrever que Willa ha cometido muchos errores en su vida y en los del pasado se van explicando cuales son esos errores. Es decir suelto un poco de información en los del presente y luego los desarrollo en los del pasado. Es como si fueran dos relatos entremezclados.

Al final, el desenlace del pasado llega un poco antes del desenlace del presente, que es con el que acabo la novela. Pero solo he escrito la mitad de la novela, más o menos. Llevo 10 capítulos y 44000 palabras. De los capítulos finales y el desenlace solo tengo hecho el esquema de lo que va a suceder.

Érase una vez

Estaba anocheciendo en la hora estándar de la Base Siemens, pero afuera, en el cráter Tycho, empezaba el largo día lunar. El sol asomaba lentamente por entre los riscos de la pared del cráter y los todoterrenos presurizados lanzaban largas sombras sobre las puertas de acceso a los hangares. Varios niveles más abajo, vivían las familias de los trabajadores, protegidas de las radiaciones y los cambios bruscos de temperatura por varios metros de regolito y roca.
Thomas Müller acababa de llegar a la base minera, desde el espaciopuerto, montado en un tren de levitación magnética. Su hija Lilly lo esperaba en la estación, acompañada de sus hijas que nada más ver al abuelo, corrieron a abrazarlo. Tras los emotivos saludos y abrazos después de una larga temporada sin verse, los cuatro se dirigieron al apartamento de la familia.
—Papá, puedes dejar tus cosas en el cuarto de invitados y descansa un poco. Disfruta de tus nietas mientras preparo algo de cenar —sugirió amablemente Lilly.
—¡Abuelo! ¡Cuéntanos un cuento! —Pidieron entusiasmadas las niñas.
Thomas no podía negarse a la petición de sus nietas mellizas y, cogiendo su libro preferido, un precioso ejemplar ilustrado e impreso en auténtico papel de celulosa procedente de árboles de su hábitat natal, procedió a relatarles la fabulosa historia que tanto le encantaba a él de pequeño.
—Bien, Eva y Claudia, ¿habéis oído hablar de la historia de la capitana de Kneppendorf?
—No, ¿es un cuento nuevo? —Dijo Eva.
—¡Léenoslo! —Pidió Claudia.
—No es un cuento, es la historia real de la heroína local de Nueva Prusia, una mujer, que al igual que yo, nació allí pero que la vida le obligó a deambular por el sistema solar…
Mientras su hija Lilly calentaba unas salchichas bratwurst y preparaba puré de patatas, Thomas procedió a leer la historia a sus nietas. El libro crujía al pasar las páginas y el papel y la tinta antiguos despedían un fascinante aroma que evocaba eras antiguas donde la tecnología no era omnipresente. Durante ese rato de lectura, la imaginación transportó de nuevo a Thomas a su hogar natal recordando los tiempos cuando era un niño pequeño que jugaba felizmente a la pelota en las calles de Kneppendorf.
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