Una historia cualquiera...

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1452
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Una historia cualquiera...

Mensaje por 1452 »

Alfredo era un tipo de cuarenta años, estatura normal, peso acorde a ella y un rostro de lo más corriente. Pertenecía a ese grupo de personas que son casi invisibles al no tener ningún rasgo distintivo inclinado hacia la belleza o por el contrario a la fealdad.
Había pasada su vida, yendo de casa al trabajo y del trabajo a casa, no tenía amigos, ni conocidos y mucho menos confidentes, no había nada que contar.
Cobraba un sueldo mísero que apenas le daba para pagar el alquiler y mantenerse sin llegar a caer en la inanición, aunque alguna vez estuvo al borde de ella en los últimos años.
En sus apenas treinta metros cuadrados de hogar, se desarrollaba la mayor parte de su existencia: cocinaba poco, comía de latas y precocinados, que las verduras y el pescado estaban muy caros, decía, leía todo aquello que podía rescatar de la pobre biblioteca del pueblo y veía a menudo, cine americano de los años treinta; para poco más daban sus días o para poco más se le ocurría utilizarlos.
Había noches en las que soñaba despierto que una mujer desconocida llegaba al pueblo y se enamoraba de él, pero al instante siguiente se decía que por mucho que el milagro se diera y aquella mujer desconocida de sus sueños lúcidos llegara a aquel rincón del mundo, no sería precisamente de él de quien se enamoraría sino de Ernesto, su compañero de trabajo; alto, atlético, ojos verdes, tez morena, manos grandes y un rostro tan atractivo, que parecía mentira que no hubiera probado suerte como modelo en la capital.
Alfredo no acertaba a explicárselo, pensaba todo lo que él hubiera hecho con su vida de haber nacido con aquel físico espectacular que no dejaba a nadie indiferente.
Tampoco le había preguntado nunca a Ernesto la razón de su permanencia en aquel lugar en el que ni siquiera había nacido, así como lo había hecho él, porque no cruzaba apenas palabra con los demás profesores, además no debían de tener nada en común; Ernesto era profesor de educación física, Alfredo de ciencias sociales. Uno educaba el cuerpo, el otro la mente…


Alfredo, aquel martes de septiembre, después de hablar con su hermana decidió seguir su consejo y callar, tal como hasta ahora lo había hecho.
Marta, después de llorar desconsoladamente y de dejar apartada su profunda repulsión acerca de lo que su hermano le había confesado, echó mano del amor que sentía por él y le recomendó encarecidamente que callara hasta su muerte aquello que le estaba atormentando, pues el martirio no sería menor al ser pública su causa, sino muy al contrario, aquello tan solo significaría ponerle clavos a la cruz, que ahora portaba y que siempre tendría que seguir arrastrando.

Él jamás podría confesar su amor y Ernesto jamás sabría que aún siendo una persona corriente, con una vida simple, era desde hacía mucho tiempo, el centro del universo de otra persona.




Pero hubo un día que lo cambió todo: Ernesto presentó su dimisión. Esto no le había sorprendido demasiado, lo que le tenía acongojado era el pinchazo que había sentido en el pecho al enterarse de la noticia. Dos días después, había partido a la capital y no supieron más de él, ni siquiera su familia, tan solo su hermana Marta iba a visitarlo muy de vez en cuando.

Alfredo estaba inquieto, no dormía por las noches ni comía apenas, se sentía extrañamente triste y melancólico sin saber porqué. Hasta que un día, tuvo que dejar de engañarse y enfrentarse a lo que sentía sin tapujos: estaba enamorado de Ernesto. No sabía desde cuando ni importaba, lo único que ahora era importante era la manera de limpiar su alma de aquellos pensamientos que la envilecían, así que fue a confesarse con don Santiago; sabía que un cura no era el más indicado para ayudarlo en aquella situación, pero al menos tendría que mantener la boca cerrada sobre lo que le contara, que era más de lo que podría decirse de cualquier otra persona.

Avergonzado y titubeante, empezó a contar su historia frente a aquella ventanilla enrejada esperando a cada instante que don Santiago se levantara de improviso y lo sacara arrastras de la casa del Señor, pero no ocurrió nada parecido. Cuando terminó de exponer lo que le venía torturando, don Santiago solo le dijo:

-Si hay algo que Dios no perdonaría, sería que por una simple cuestión humana, como son lo prejuicios, algo tan hermoso se perdiera.

Alfredo se quedo atónito ante aquellas palabras, que eran las últimas que esperaba escuchar en boca de un sacerdote, pero a pesar del júbilo interior que sintió por un segundo, tras este, fue consciente de que el primero que tenía prejuicios hacia sus propios sentimientos era el mismo.

Así que lo que hubiera podido ser una bella historia de amor, no pasó de ser…una historia cualquiera.
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lucia
Cruela de vil
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Mensaje por lucia »

La última frase es la de la derrota, la de no solo reconocer los prejuicios propios sino la cobardía por no atreverse a superarlos. Si la historia hubiese acabado una frase antes hubiese sido una historia con una moraleja diferente.

Ay que ver lo que puede cambiar una historia en apenas un par de frases ¿no?
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Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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1452
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Mensaje por 1452 »

En efecto, Lucía, al igual que una vida puede cambiar en un par de minutos una historia puede dar un vuelco en un par de frases.
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Fiorella
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Mensaje por Fiorella »

Es preciosa 1452, la imposiblilidad de ser, de actuar, de sentir..de vivir! que se haya, nada menos, que en uno mismo..
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JANGEL
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Mensaje por JANGEL »

Me ha gustado mucho. Un poco triste el final, como apuntaba Lucía, por la conclusión final que se extrae, pero hasta ahí, una bonita historia como el narrador mismo afirma. Aunque, si me lo permites, hubiera venido bien añadir un párrafo más entre la introducción y el momento en que empieza a vislumbrarse lo que siente Alfredo, para prolongar lo necesario el desarrollo de la historia.
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1452
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Mensaje por 1452 »

Fiorella, gracias.
Cierto todo lo que apuntas, pero es que tristemente, creo que en muchas más ocasiones de las que nadie confiesa, son las personas mismas quienes se "prohiben" la felicidad por diversas y variadas razones:desde los prejuicios propios a los ajenos, el miedo, la inseguridad, la posición social, etc.

Jangel, es verdad lo que dices, acerca de un párrafo más en ese punto, es como que demasiado precipitado, ¿verdad? Incluso yo, ahora leyéndola con unos cuantos días de distancia desde que la esccribí, le hubiera añadido un breve intercambio de palabras entre los dos en el momento de la despedida. Nada demasiado emocional, si no más bien algo un poco seco, pero con un pequeño mensaje sutil e incluso inconsciente, por parte de Alfredo, para que sirva de antesala al resto de la historia.

Nada, poquito a poquito iré aprendiendo :wink:

Gracias a todos, esos ánimos, acompañados además de los preciados consejos y observaciones, valen oro.
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Fiorella
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Mensaje por Fiorella »

Transmites mucho y escribes bien. Lo demás ya vendrá. :P
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