jilguero escribió:Para poder escucharlos piar en sus nidos tienes que andar contemplativo y tener la suerte de hallarte cerca de alguno. A mi me ha ocurrido estando tumbada en el campo (no sé si en tu tierra eso es viable o si la humedad lo impide).
En esto, a ti tampoco te falta ninguna razón. Te cuento una anécdota, pero antes, una puntualización: en Galicia, muchas veces, hace sol, e incluso, menos veces, mucho calor.
Como lo hacía un mediodía de agosto en tierras de Amoeiro (Ourense). Me había enfadado con mis primos y me fui a refunfuñar a una cabaña, hecha con ramas caídas de pinares por los rigores del invierno anterior, que verano tras verano reconstruíamos en un claro de un bosque. Me acosté sobre el lecho de fieitos (helechos) que acolchaban el interior de la cabaña, mascullando entre dientes contra ellos. Fue entonces que a través de esas ramas pude verla por primera vez. Hasta la fecha sólo había oído hablar de ella como un ave escurridiza, solitaria, tímida y muy discreta. Yo la veía pero ella no a mí, supongo que porque estaba inmóvil, alucinado y mi silueta humana se camuflaba en los claroscuros del interior de la cabaña. Fue la primera vez que vi una pega (así, a solas, recuerda, una urraca) marza (si le añadimos esta palabra ya nos referimos a un arrendajo)...

Tan pronto escardaba, sembraba o regaba en su jardín, como leía o escribía. Sólo usaba de una palabra para designar estas dos clases de trabajo: llamábalo jardinear.
Los miserables, de Victor Hugo