jilguero escribió:Pd: en los últimos años del pescador, siempre andábamos atentos a ver quién avisaba a quién de la llegada de los vencejos. Casi siempre me ganaba (Sevilla) pero creo que porque tenía más tiempo para vigilar su llegada. Ver pasar los vencejos por la ventana fue uno los placeres que disfrutó casi hasta el final...
Creo que ya lo conté en algún rincón de este foro. O quizás no fue aquí y sí fue en algún correo electrónico, cuando me carteaba por correo electrónico. Aunque es posible que no fuese ni aquí ni allí y sólo lo haya imaginado.
Una de las diversiones de los estíos de mi infancia, cuando ya me aburría del resto de niños, era observar la naturaleza. Aunque en realidad... no era la naturaleza, en general, a la que observaba sino a los animales, en particular.
Me pasaba horas viendo el ir y venir de las hormigas. Aprendí que en el filtro del desaguadero de desborde de cierta piscina, raro el día que no había alguna rana muerta que, después de haber caído, o quizás lanzado voluntariamente, al agua en el frescor de la noche, había sucumbido a los efectos del cloro. Yo la recogía, la colocaba en las proximidades de un hormiguero y quedaba fascinado viendo como poco a poco iban descuartizando al animalillo y llevando los trocitos al interior del hormiguero. Quien dice una rana, dice alguna libélula que encontraba muerta después de estrellarse contra un inmenso ventanal que por allí había. El mismo ventanal en el que una mañana me encontré aturdido a un picapeixe (martín pescador) y al que estuve acariciando hasta que se vio con fuerzas suficientes para retomar el cuelo y seguir con sus correrías en el río que por allí transcurría.
Observador era también a la hora de la merienda, porque en ese momento nos estaba prohibido jugar hasta que no estaban trajinados bocadillo, chocolate y fruta. Unas veces me extasiaba contemplando el vuelo de una mariposa hasta que se perdía de mi vista. Otras veces me afanaba en buscar al verderolo (verderón) que trinaba entre las ramas de una inmensa nogueira (nogal) bajo cuya sombra merendábamos.
Pero mis favoritos, mientras me tomaba la bolsa de pipas, que en eso constituía el premio para los que habíamos merendado bien, eran las anduriñas (golondrinas) o los avións (aviones), que de aquella no sabía diferenciar a los unos de los otros. Cirrios (vencejos) no, porque en mi zona nunca abundaron.
Como a tu pescador en sus últimos años, a mí me fascinaba ver las cabriolas que describían en el aire, a muy baja altura, con las bocas abiertas engulliendo la abundancia de insectos voladores que a esa hora de atardecer salía de entre la floresta de los prados vecinos, y sus constantes idas a los nidos, donde media docena de bocas asomaba esperando su bocadillo.
Buena jornada.