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Vivir en medio del campo es lo que tiene: hay que defender el propio territorio del resto de las especies. Y justo eso, mantener nuestra madriguera libre de inquilinos no deseados, era lo que pretendía mi padre cuando montó aquella especie de circo romano bajos las tejas.
Vivíamos rodeados de toda clase de animales silvestres, además de los perros y su fauna acompañante. Pero tanto ellos ―los perros― como nosotros ―los niños― sabíamos que con las notas musicales ―Do, Re, Mi, Fa, Sol, La, Si― y con la nota discordante ―Violeta primero; Canela después― solo se jugaba y se compartían pulgas y garrapatas de puertas afuera.
Porque en el mundo de mi infancia, los límites entre el lugar seguro y reglado, que era nuestra guarida, y ese otro espacio más riesgoso, en el que anidaba la libertad, estaban perfectamente definidos. Y mi padre, el principal guardián de esa frontera, era quien establecía cuáles eran las excepciones que confirmaban la regla. Excepciones que, como aprendería una década después cursando Biología, no eran fruto de su capricho o de sus preferencias zoológicas, sino que respondían al principio de la denominada lucha biológica.
Así, pues, aunque yo no lo supiese aún, cuando mi padre permitía que las salamanquesas traspasaran esa frontera para convertirse en nuestras compañeras nocturnas de habitación, no hacia otra cosa que poner en práctica una versión doméstica del control biológico de esas molestas criaturas aladas que son los mosquitos. O cuando los ratones se pasaban de la raya en la cochera-taller y él soltaba en su interior una par de erizos, lo hacía en base a ese mismo principio biológico de defensa propia.
Y tal vez porque no era ninguna novedad, a nadie le extrañó que, una mañana, al comentar mi madre durante el desayuno que bajo el tejado debía haber ratas ya que la pasada noche las había escuchado correr por el techo, el pescador se limitase a responderle que ya pensaría en algún animal que pudiese plantarles cara. Ni tampoco nos extrañó que a la hora del almuerzo, cuando ya nosotros nos habíamos olvidados de las nuevas inquilinas del tejado, nos dijese que, si veíamos o escuchábamos a alguna culebra ―doce ojos ven más que dos y, si diez de ellos son de niños campando a sus anchas por el campo, mucho más― hiciésemos el favor de avisarle.
Desde luego no fui yo quien le avisó, pues recuerdo que mi sorpresa fue morrocotuda la tarde en que lo vi acercarse a la casa con una culebra bastarda enorme. Con una mano la tenía agarrada por la cola, mientras que la mayor parte del cuerpo se hallaba enroscada alrededor del palo que traía en la otra mano. Entró en la cochera y subió por la escalera a la azotea. Ni que decir tiene que los niños nos unimos rápidamente a la comitiva y comenzamos a interrogar a nuestro padre sobre el destino de semejante bicho. Se le veía orgulloso del ejemplar cazado y no dudó en explicarnos que aquella culebra bastarda iba a ser la encargada de terminar con las ratas del tejado.
Nos tenía bien aleccionados y todos sabíamos ya que la única serpiente venenosa de la que debíamos alejarnos era la víbora. Un serpiente mucho más pequeña y de cabeza más triangular y picuda que la que ahora él estaba introduciendo por un respiradero que había bajo la primera fila de tejas. Yo sabía, por tanto, que aquel no era un animal peligroso ―al menos para los humanos― y, sin embargo, cuando lo vi desaparecer haciendo eses bajo el tejado sentí un escalofrío.
Eran tiempos en los que aún nada sabía del insomnio y, en cuanto me acostaba, me quedaba frita hasta el día siguiente. Esa noche, en cambio, me fui a la cama obsesionada con la enorme culebra que teníamos sobre la cabeza y, en repetidas ocasiones, me despertó el ruido que hacían las ratas al moverse sobre el techo de escayola. Cada vez que abría los ojos en medio de la oscuridad, sentía la necesidad de encender la luz de la mesilla para asegurarme que las grietas del techo seguían siendo suficientemente pequeñas.
Aquella primera noche fue interminable y estuvo llena de pesadillas. En cuanto las ratas se desplazaban hacia otra zona de la casa, el sueño me vencía y entonces soñaba con una legión de ratas huyendo despavoridas de la culebra que mi propio padre había osado introducir bajo las tejas. De súbito, un trozo de la escayola del techo se desprendía y, por el agujero abierto, empezaban a despeñarse las ratas sobre mi cama; momento en el que me despertaba sobresaltada y volvía a sentir la necesidad de encender la luz e inspeccionar el tamaño de las grietas.
Aunque hubo algunas otras noches de ratas corriendo sobre mi cabeza, a todo se acostumbra uno y también a aquello logré acostumbrarme. Si aquella especie de gladiadora logró al cabo zamparse a las ratas o si más bien estas decidieron marcharse por miedo a que se comiera a sus crías, nunca llegué a saberlo. Pero lo que sí sé es que las carrerillas de las ratas cesaron y que la vedette de aquella especie de circo romano, que mi padre había tenido a bien montar bajo las tejas, apareció un día zigzagueando entre las latas de aceite y de gasolina de la cochera y mi padre concluyó que eso era una prueba irrefutable de que arriba ya no tenía comida.
Canela.jpg
Canela, una nota discordante de nuestra escala musical perruna
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Última edición por jilguero el 05 Ene 2021 12:45, editado 3 veces en total.
Vivir en medio del campo es lo que tiene: hay que defender el propio territorio del resto de las especies. Y eso, mantener nuestra madriguera libre de inquilinos no deseados, era lo que pretendía mi padre cuando montó aquella especie de circo romano bajos las tejas...
Muero de ganas de leerlo. Porque por más que intento imaginar los contendientes del circo romano, creo que me va a sorprender.
"Cuando madures búscame, estaré en los columpios" Anónimo
Vivir en medio del campo es lo que tiene: hay que defender el propio territorio del resto de las especies. Y eso, mantener nuestra madriguera libre de inquilinos no deseados, era lo que pretendía mi padre cuando montó aquella especie de circo romano bajos las tejas...
Muero de ganas de leerlo. Porque por más que intento imaginar los contendientes del circo romano, creo que me va a sorprender.
No olvidéis que era una niña y que era/soy andaluza (nos divierte exagerar )
Tessia escribió:... creo que me va a sorprender...
Aben Razín escribió:Da igual, ¡te vamos a seguir!...
jilguero escribió:No olvidéis que era una niña y que era/soy andaluza (nos divierte exagerar...)
Nos hablará de leopardos, pitones, escorpiones,... tiburones... ¡ay, no, que los tiburones no viven bajo las tejas!
Recuento 2024 Ayer: Cañas al viento. Grazia Deledda
Grito nocturno. Borja González Hoy: Los asesinos del emperador. Santiago Posteguillo
Hoy es un buen día para morir. Colo
hexagono69 escribió: no quiero parecer el malo de la peli.
jilguero escribió:PD: Hexa, tranqui, el malo de la peli en este bujío creo que es el jilguerito .
Yo seré el guapo.
¡Qué me dices! ¿El de tu avatar es el guapo del bujío ?
Bueno, tampoco debería sorprenderme. Mis hermanos, cuando ven fotos de mis amistades, siempre me dicen: "Jilguero, está claro que no es por el físico por lo que eliges a tus amigos" .
jilguero escribió:Mis hermanos, cuando ven fotos de mis amistades, siempre me dicen: "Jilguero, está claro que no es por el físico por lo que eliges a tus amigos"...
¿Te llaman Jilguero en la familia?
Recuento 2024 Ayer: Cañas al viento. Grazia Deledda
Grito nocturno. Borja González Hoy: Los asesinos del emperador. Santiago Posteguillo
Hoy es un buen día para morir. Colo
jilguero escribió:Mis hermanos, cuando ven fotos de mis amistades, siempre me dicen: "Jilguero, está claro que no es por el físico por lo que eliges a tus amigos"...
jilguero escribió:No, no, me llaman por mi nombre...
Conformado.
Recuento 2024 Ayer: Cañas al viento. Grazia Deledda
Grito nocturno. Borja González Hoy: Los asesinos del emperador. Santiago Posteguillo
Hoy es un buen día para morir. Colo
hexagono69 escribió:Es verdad tienes razón los virus y las bacterias están en otra categoría.
Un noruego que anda de estancia por aquí, nos acaba de dar una charla sobre modelos tróficos marinos y, entre sus principales conclusiones, nos ha dicho que las bacterias no son estúpidas y que tienen sus estrategias para oponerse a la predación.
Al oírlo me he acordado de este mensaje de Usía y me he dicho que te tenía que avisar de que ni siquiera las bacterias son estúpidas . Por cierto, los virus, ¿no te parecen seres CIFI?
hexagono69 escribió:Es verdad tienes razón los virus y las bacterias están en otra categoría.
Un noruego que anda de estancia por aquí, nos acaba de dar una charla sobre modelos tróficos marinos y, entre sus principales conclusiones, nos ha dicho que las bacterias no son estúpidas y que tienen sus estrategias para oponerse a la predación.
Al oírlo me he acordado de este mensaje de Usía y me he dicho que te tenía que avisar de que ni siquiera las bacterias son estúpidas . Por cierto, los virus, ¿no te parecen seres CIFI?
Desgraciadamente los virus me parecen muy terrenales ya que los he tenido que sufrir in situ e in vivo.