Cuando un hombre grita ¡asesino! a su padre durante el entierro, los hijos son incapaces de responder. Unos años después, y con el cáncer terminal, Carlos decide que ya es hora de averiguar si lo que gritaron es cierto. Y es a través de esta búsqueda que Quiroga nos hace ver la vida en un pueblo pequeño en el que el cacique hace y deshace a su antojo y la gente calla por tirar para adelante con sus vidas. El muro de silencio que todos tejen porque todos en su tiempo supieron qué pasó y porqué sucedieron muchos hechos, especialmente los que ocultaron motivos personales esos días revueltos.
El esquema de la investigación, después de haber leído
La casa del nazi, es similar, pero a diferencia de aquel, este entra mas de lleno en las personas y en la naturaleza agreste y el carácter de los que allí viven, con unas muy buenas descripciones de la zona de la ribera en la que vive Gumersindo y de Bouzuás y alguna de personas, como esta, que me encanta:
No habían transcurrido ni diez minutos, cuando reparamos en un hombrecillo con boina capada y camisa remangada, de andar despatarrado y bulto plantado en la espalda, viejo a más no poder y feo con ganas, tanto que si tuviera que apostar no lo dudaría, pues aquel espolón narigudo que gastaba, por lo demás lleno de granos y retorcido, le daba un aspecto tan monstruoso que metería miedo al más audaz en un día de sol. Y aunque debería completar el retrato, nada diré de las orejas, para no ofender.
Lo que contrasta bien con otras partes
-¡La puta que parió al malnacido ese! -bramó de inmediato-.¡De ese y de los de su calaña, oye, mejor no saber, que buena cruz han tenido los que se le han cruzao delante! ¡Vaya si la han tenido!
Porque otra cosa no, pero el estilo es versátil y cambia según lo pida lo que se narre.
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