El bujío de Santa Catalina 1 (Bordeando la realidad)

Espacio en el que encontrar los relatos de los foreros, y pistas para quien quiera publicar.

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jilguero
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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »


La noche en la que conocí a Carel


Autorretrato y jilguero.jpg

Desde que me habían permitido quitarme el antifaz, el leve resplandor de las luciérnagas me tenía hipnotizado. Dos lucecillas tenues y variegadas que, en medio de aquella penumbra de un morado casi vegetal, me habían atrapado la mirada. De espectros luminosos idénticos, aquellos farolillos pictóricos titilaban con ritmos desacompasados. Unos guiños luminosos diseñados en origen para guiar a los barcos en la noche y evitar que encallasen, pero que en la sala Solanum molongena habían conseguido que todos los ojos se vararan en los lienzos. Estaba allí formando parte del primer turno del puñado de afortunados con pase para asistir a un evento semiclandestino: la exposición anual de los cuadros de Santa Cata del Guadiana y Santa Lilaila de Éfeso, dos mártires tan singulares como desconocidas para el común de los mortales.

El silencio era ahora casi de tumba cerrada a cal y canto; durante el descenso, en cambio, los peldaños de la escalera habían crujido con su voz de cante jondo, de madera añeja, y los quejidos habían retumbado en las paredes de aquella especie de espelunca subterránea poniéndome los pelos como escarpias. Puede que solo fuera sugestión, pero hasta creí escuchar el turbio aleteo de un murciélago revoloteando por encima de nuestras cabezas. Cuando dieron la orden de destaparnos los ojos, ya estábamos todos abajo y se había hecho un silencio expectante. Solo estaban encendidas las luces del techo: un trío de lámparas con forma de berenjena, y cuya luz cárdena daba a la sala un cierto aire de fruto gigante de esa misma hortaliza. En el ambiente había un intenso olor a vinagre que, como pronto descubriría, emanaba del tentempié de berenjenas de Almagro que había a nuestra disposición sobre una mesa. Al principio me sentí desorientado y no sabía en qué dirección debía mirar. Pero enseguida divisé la luz pulsátil de las luciérnagas y eso hizo que me pudiera orientar de forma correcta. Me coloqué, pues, como el resto de los visitantes mirando hacia la pared en la que se hallaban los cuadros; y con la vista fija en los dos farolillos iluminados, crucé los dedos a la espera de que nuestro turno fuese el agraciado con el premio gordo de la noche; es decir, a la espera de ser los afortunados que presenciasen el apagón de la luciérnaga del lienzo de Santa Cata del Guadiana.

En un primer momento, solo veía los objetos del lienzo que se hallaban más próximos a las jaulas farolillo. Pero mis ojos se acomodaron pronto a estar en el corazón de aquella suerte de gigantesca berenjena y comencé a distinguir el resto del gatuperio de elementos iconográficos que el pintor había incluido en los cuadros. Cierto es que me los sabía de memoria y habría sido capaz de enumerarlos incluso estando a oscuras. Dos lienzos idénticos, salvo en los rostros de las figuras humanas que lógicamente era en cada caso el de la santa correspondiente. El de Santa Cata, sonriente y con aire de lectora atenta: un talante muy adecuado en la mártir de las letras por antonomasia; el de Santa Lilaila, en cambio, en una actitud mucho más disipada, como si se le hubiese ido el santo al cielo: algo lógico en una adalid de los iconoclastas. Las dos llevaban como tocado una vistosa corona de flores de berenjenas, y colgado del cuello un medallón de esmalte cuyo motivo era la silueta de una cucaracha. Y formando parte del teatral aderezo de los cuadros, además de las jaulas con la puerta abierta y el ejemplar de Luciola regia dentro, las reproducciones de los jilgueros pictóricos de Carel Fabritius y de Giovanni Battista Tiépolo; el de pintor flamenco con la peculiaridad de que, como elemento iconográfico, se encontraba libre de cadenas gracias al que se consideraba el primer milagro de Santa Cata.

Antes de descender a la sala Solanum molongena, el guía nos había aconsejado prestar una atención especial al cuadro de Santa Cata, ya que sería en él donde tendría lugar el prodigio. Yo había decidido, sin embargo, darle a ambos lienzos un trato más parejo; y mientras esperaba a que la luciérnaga del de Santa Cata dejara de emitir luz, y que fuesen los jilgueros de ese cuadro los que se tornaran luminiscentes, mis ojos vigilaban el parpadeo de las dos jaulas por igual. Un leve carraspeo a mi espalada me recordó que no estaba solo. Me imaginé mentalmente al resto de visitantes y sonreí. Nos hallábamos bajo tierra, inmóviles y mirando todos en una misma dirección, como el ejército de soldados de terracota de Qin Shi Huang. A su manera, también ellas habían conseguido tener su propia mesnada de devotos militantes dispuestos a defender su causa contra viento y marea. De Santa Cata lo sabía casi todo, pues no en balde había estado releyendo su hagiografía justo antes de acudir al evento. Santa Lilaila, en cambio, continuaba siendo para mí una absoluta desconocida, de cuya vida solo conocía ciertos retazos con más pinta de leyenda que de otra cosa, lo que ponía su santidad en entredicho. Pero allí estaban aquellas pinturas gemelas apoyando la tesis de quienes afirmaban que tanto la mártir de las Letras y de las Ciencias como la mártir de los Iconoclastas eran las dos mónadas de una misma entidad; o dicho de otra forma, sugiriendo la posibilidad de que, al igual que en el resto de los mortales, también en el interior de los santos puedan coexistir una naturaleza seráfica con otra luciferina.

Y justo cuando me hallaba intentando encontrar una cierta ligazón entre la naturaleza angelical y diabólica de una y otra santa, y el diferente ritmo de los pulsos luminosos de sus luciérnagas, las sístoles y las diástoles luminosas del lienzo de Santa Cata se volvieron cada vez más trémulas. Como respuesta, la habitación se fue iluminando paulatinamente hasta que al cabo se hizo de día; a la par, el fuerte olor a vinagre se fue trocando en un aroma no menos intenso a trementina, que se mezclaba, a su vez, con las tufaradas de olor a cerveza y a ciénaga que entraban por la ventana abierta de par en par. En la estancia había dos desconocidos al lado de un caballete: el más joven, casi un adolescente, se hallaba pincel en mano; el otro, ya entrado en la treintena, sostenía la paleta. Se afanaban en dar los últimos retoques a un lienzo cuyo motivo central era una jaula de barrotes dorados y en cuyo interior había una luciérnaga. Su semejanza con las jaulas farolillo de los cuadros de Santa Cata y Santa Lilaila era evidente. Pero por si acaso alguien pudiese tener aún alguna duda sobre el parecido, el retoque que estaban haciendo los dos pintores en ese momento era precisamente para crear la impresión de que la puerta de la jaula estaba abierta.

Di por hecho que el más joven era un simple aprendiz, pues se limitaba a seguir los consejos del que yo supuse, y con razón, que era el maestro. Hablaban entre sí en una jerigonza extraña y, sin embargo, yo los entendía sin dificultad. Me llamó también la atención sus vestimentas anacrónicas ―muy acordes, por cierto, con el atuendo de las santas en sus respectivos lienzos―. Desde la parte de la estancia que quedaba fuera de mi campo de visión, habló una tercera persona. Tenía una agradable voz de barítono, aunque la emitía sin apenas modulación y el resultado era una suerte de monótona salmodia. De su discurso, deduje que tenía cierta tendencia a la lisonja: «Creo, Carel, que gracias a tus enseñanzas el joven Mattias es ya un maestro en ciernes; no hay nada más que ver el efecto trampantojo tan perfecto que está consiguiendo con el simple hecho de abrir la puerta de la jaula», salmodió el tercer hombre. El que respondía al nombre de Carel se alejó un poco del caballete y le dio la razón con un movimiento afirmativo de cabeza. Pero de inmediato se giró hacia el lado en el que me hallaba yo, amusgó los ojos y, tras suspirar satisfecho, interpeló al de la voz de barítono: «Mira, Simón, este otro trampantojo... ¡De él, sí que estoy orgulloso! Mi viejo maestro le habría puesto un fondo mucho más oscuro, pero esa claridad de la pared es esencial para resaltar la perspectiva y que quede así patente la mayor proximidad del pájaro. ¿No tienes la impresión de que anda ahuecando las alas porque está a punto de levantar el vuelo?».

Desde la calle me llegó un rumor de agua al ser hendida por la quilla de una barcaza y el chapoteo de unos remos; el olor a ciénaga se hizo mucho más intenso. Siempre fuera de mi vista, el que respondía al nombre de Simón comentó que esa mañana la ciudad estaba muy tranquila. Mucha gente había aprovechado el día festivo para acudir a la feria de Schiedam, si bien se apresuró a aclarar que en el puerto ocurría todo lo contrario: «Anoche atracaron en él los barcos de la Compañía y, cuando venía para acá, el muelle bullía como un hormiguero. Estaban descargando una nueva remesa de cerámica china y los minoristas del ramo se andaban peleando por hacerse con ella. La gente está loca comprando esas piezas a precios tan desorbitados… Aunque se rumorea que ese mercadeo tiene los días contados, pues ya hay en la ciudad tres o cuatro antiguas fábricas de cerveza que han abandonado el negocio cervecero para dedicarse a la fabricación de cerámica. Y dicen las malas lenguas que algunos maestros orfebres son ya capaces de imitar de maravilla la ornamentación china; y no acaba ahí la cosa, pues hay quienes afirman que, con las lentes nuevas que está fabricando Anton, en breve la porcelana de Delft le hará sombra a la auténtica cerámica Ming, y que lo hará con la ventaja añadida de tener precios mucho más bajos».

El rítmico chapoteo de los remos en el agua se fue haciendo cada vez más sonoro; tanto, que miré hacia la ventana convencido de que podría ver pasar la barcaza en cualquier momento. Pero el sonido cesó de golpe y fue la silueta del maestro la que ocupó el vano de la ventana. Intercambió algunas palabras con alguien que se hallaba en la calle y a continuación le requirió al joven discípulo que bajase a recoger el pedido de pigmentos. Una vez a sola con el hombre de la voz de barítono, el pintor le replicó que para él la apertura de una oficina de la Compañía de las Indias Orientales en la ciudad había sido una bendición: «Ahora tengo acceso al rojo cochinilla y al azul ultramar. Son carísimos, pero merecen la pena: sin ellos nunca habríamos podido conseguir esa luz de aurora boreal que sale de la jaula», afirmó mientras señalaba con la mano el cuadro que se hallaba en el caballete. Mostró entonces la paleta a su interlocutor y, señalando una pella de pintura roja, añadió: «Dicen que este rojo grana tan puro y tan vivo lo sacan de unos pequeños insectos parásitos de la tuna mejicana»; luego apuntó con el dedo índice hacia otra de las pellas y apuntilló: «Y este otro pigmento, de un azul tan intenso y tan brillante, lo obtienen de moler la piedra de lapislázuli que extraen de una minas que hay en el corazón de Asia. Lógico, pues, que tengan precios tan elevados».

El joven aprendiz regresó portando un pequeño capacho con una serie de saquitos de tela en su interior. El maestro los fue cogiendo uno a uno y los acarició con fruición. Luego abrió uno de ellos para inspeccionar su contenido y lanzó una exclamación mezcla de júbilo y de asombro. La curiosidad hizo que el hombre con voz de salmodia avanzase hacia donde estaba el maestro. Vi entonces la tonsura perfecta de su coronilla y comprendí el porqué de la monótona entonación de su voz. Pero fue un visto y no visto, pues antes de que el clérigo hubiera tenido tiempo de entrar entero en mi campo visual se produjo una detonación que sonó a fin del mundo. Tuve la impresión de que un gigante zarandeaba la casa; de súbito, el muro frontal del taller se desmoronó como si fuese un saco de arena que se hubiese desfondado. Quedó a la vista un canal lleno de agua turbia y revuelta por la reciente caída de cascotes. El derrumbe de la fachada había levantado una enorme polvareda en el taller y los ojos me picaban una barbaridad. Se escucharon unas toses y a continuación la voz del maestro gritando que el trampantojo del pájaro había que salvarlo. Lo vi, los brazos en alto, dirigiéndose hacia el lateral en el que me encontraba yo; pero hubo entonces un estrépito de maderas quebrándose y el techo se vino abajo. El taller había quedado reducido a un amasijo de escombros, tejas rotas y vigas astilladas. Aunque aún escuchara sus gemidos, ya no podía verlos. Del exterior llegaba una algarabía, mezcla de lloros, quejidos con sordina y gritos de dolor, que me erizó las plumas. Sentí miedo, mucho miedo; haciendo gala de mi habitual cobardía, intenté huir. No pude hacerlo, sin embargo, porque me hallaba encadenado. Pero el impulso me hizo caer de bruces, y al instante estaba inmerso en una penumbra polvorienta que me obligó a bajar los párpados…

Una leve presión en el hombro izquierdo me hizo abrir los ojos de nuevo. Mi cuerpo volvía a estar bañado por el morado casi vegetal de la sala Solanum melogena; y mis pituitarias, saturadas con el penetrante olor a vinagre que emanaba de las berenjenas embuchadas. El guía me musitó al oído que nuestro turno se había acabado, y me indicó amablemente la dirección de la salida. Miré por última vez los cuadros de las dos santas y, cada vez más confuso, comprobé que en ese momento los únicos puntos de luz continuaban siendo las luciérnagas. De acuerdo con las instrucciones recibidas, me coloqué el antifaz y me dejé guiar hacia exterior. El primer destacamento de la mesnada de devotos de Santa Cata y de Santa Eulalia se batía ya en retirada; lo peor era que yo lo hacía avergonzado por no saber si habíamos sido o no agraciados con el premio gordo de la noche. Subimos la escalera en fila india y los peldaños nos dijeron adiós con su cante jondo de madera añeja. Una vez en el exterior, el frescor de la madrugada y el intenso olor a mar me reconfortaron. Cuando me quité el antifaz, comprobé que de nuevo estaba en la plaza de Argüelles. Los del siguiente grupo, los antifaces en la frente, aguardaban congregados justo delante de la afamada Casa de las Cuatro Torres de Fragella. La luz de la farola más próxima me deslumbró y fui consciente de que tenía los ojos muy irritados. Busqué refugio en la cercana Alameda Apodaca; a esas horas de la madrugada, el jardín se hallaba a oscuras y los gigantescos ficus, traídos de Argentina por las monjitas siglo y medio antes, eran en ese momento dos inmensos manchones de un negro casi vegetal. Acodado en el pasamano de la balaustrada, traté de dejar la mente en blanco. Pero el mar se extendía ante mí con una negrura majestuosa, y no pude evitar que el parpadeo de las balizas luminosas de la bocana de la bahía me evocara lo vivido en el museo. Por un instante, me sentí en tierra de nadie y experimenté un placentero latigazo de vértigo pascaliano por hallarme allí, oliendo a mar, y no en el taller del pintor, oliendo a trementina y a agua estancada.

Hasta aquí el relato de lo vivido la noche que tuve el privilegio de estar en la exposición conjunta de los cuadros de Santa Cata y Santa Lilaila. Al principio no recordaba tantos detalles de lo ocurrido, pero en estos días me he esforzado en hacer memoria y poco a poco los he ido recordando. Han pasado ya dos semanas y, aunque haya logrado rellenar las lagunas de mis recuerdos, continúo estando tan confuso como lo estaba en aquella madrugada; confuso por no estar seguro de lo que me sucedió. Me digo que era la noche de un viernes y que, tras una dura semana de trabajo, debía estar muy cansado. Me hallaba, además, envuelto en aquella penumbra de berenjena madura y mirando como hipnotizado el titilar de las luciérnagas. La explicación más lógica es que me quedé dormido y que todo lo que me ocurrió luego forma parte de un sueño. Algo que le puede pasar a cualquiera y que no debería causarme extrañeza ni tampoco desasosiego. Pero no es el haberme quedado dormido ni el haber soñado lo que me crea inquietud y asombro, sino la naturaleza del propio sueño; es decir, haber soñado, ya esa noche, con algo ocurrido tres siglos antes pero de lo que solo he tenido conocimiento más tarde.

Desde entonces, han sido días de hacer memoria y de búsqueda frenética de información. Que el sueño hubiera transcurrido en el taller de un pintor me llevó a reunir en primer lugar los datos biográficos de los pintores que habían formado parte de la vida de Santa Cata. Gracias a su hagiografía, sus identidades no eran ningún misterio; con la salvedad, cierto es, del autor de los dos cuadros expuestos la noche de marras en la sala Solanum melongena. Ni que decir tiene que he intentado averiguar su nombre, pero la cruda realidad es que a fecha de hoy los cuadros siguen siendo para mí de autor anónimo. Por suerte, con el paso de los días he ido saliendo del shock sufrido y, al hacerlo, he recordado cada vez más detalles de lo ocurrido. Entre ellos, uno tan revelador como que el nombre del pintor era Carel. Un detalle clave, puesto que fue recordarlo y concluir de inmediato que el taller visitado era el del pintor Carel Fabritius. Con posterioridad he indagado en su vida y he sabido de un suceso que guarda gran semejanza con los hechos que yo presencié. Me refiero a la detonación de un polvorín ocurrida el 12 de octubre de 1654 en la ciudad en la que vivía el pintor, y que ha pasado a la historia como El Trueno de Delft. La mañana de la explosión, Carel Fabritius se hallaba en su taller en compañía de un joven discípulo suyo, Mattias Spoors, y de su amigo Simon Decker, clérigo de profesión ―oficio que encaja de maravilla con la permanente entonación de salmodia de su voz―. La pólvora estaba almacenada en un antiguo convento, sito en una manzana próxima a donde vivía Carel, y la casa del pintor se derrumbó con su detonación. Los tres hombres quedaron sepultados bajo los escombros y murieron unas horas después.

Mientras escribo, continúa siendo un enigma cómo pude soñar con un suceso de siglos atrás antes de tener noticias de él. Eso no es óbice para que me sienta afortunado por partida doble. Y es que esa noche no solo conocí a Carel Fabritius, sino que pude contemplar también el trampantojo que estaba pintando la mañana de su muerte. Supongo que el lienzo de la luciérnaga enjaulada corrió la misma suerte que la gran mayoría de sus obras y desapareció bajo los escombros del taller. Cómo ha acabado formando parte de la iconografía de Santa Cata y de Santa Lilaila es algo que me intriga. Como también me intriga saber si aquella noche ―o aquella mañana, pues depende del lado del péndulo en el que nos situemos― estuve junto al canal de forma onírica; o si, por el contrario, estuve allí de verdad, por mediación de Santa Cata o bien porque una de las extrañas leyes de la Mimética me hiciera transmigrar. En todo caso, doy por hecho que este es uno de esos misterios que nunca lograré esclarecer. Pero que mi presencia fuera de una u otra índole es un hecho irrelevante, pues estoy convencido de que esa noche gocé del privilegio de conocer al pintor Carel Fabritius. Y esa certeza ya basta para llenar mi corazón de pájaro.

Nota del autor: este texto va dedicado de forma especial al comedor de palomitas, porque él tiene gran culpa de que la ciudad de Cádiz sea ahora un lugar mágico y de que Jilguero tenga tantos pájaros revoloteando en su cabeza :60:

Santa Cata y Santa Lilaila.jpg
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Tolomew Dewhust
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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por Tolomew Dewhust »

:palomitas:
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
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jilguero
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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

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Tolomew Dewhust escribió: :palomitas:
¡Hola, comedor de palomitas! :wink:
Lo primero una duda: ¿lo correcto es La noche que conocí a Carel, La noche en que conocí a Carel, o La noche en la que conocí a Carel?
Resulta que ahora que el pájaro me ha trinado su versión de los hechos y, al hacerlo, me ha permitido entender mejor su conducta del día siguiente (como su mudez inicial o el no querer quitarse el antifaz), en vez de haberme quedado tan a gusto me encuentro muerta de curiosidad. Pues ya me dirás tú cómo demonios el pintor de nombre esquivo, autor de los cuadros de ambas santas, supo de ese lienzo destruido de Carel, en el que aparecía la Luciola regia en el interior de su prisión que no era tal porque tenía la puerta abierta; es más, si la luz de esa luciérnaga era la que alumbraba a la Blatta mientras leía el Breviario del caos de Caraco, vete tú a saber si la cucaracha misántropa, cuya naturaleza transmigrante resulta cada vez más evidente, llegó a conocer a Carel o incluso si no era la intención del pintor que su aprendiz la incluyese también en el cuadro. Y ni que decir tiene que saber dónde demonios se haya ubicada la sala Solanum melongena me trae de cabeza. Según parece, no deber estar lejos de la Casa de las Cuatro Torres, donde vivió Fardelas justo en la época en que intentó, aunque sin éxito, hacer un intercambio de solsticios con el Gilardi antepasado de Eleanis.

En fin, que me hallo en un vivir sin vivir en mí en esta plácida mañana de domingo en que la vida se me antoja un enjambre de preguntas en busca de respuesta :loco:. O dicho de otra forma, ese hilo de Ariadna que se desenrolla mientras fluye el agua y los cormoranes agitan las alas
[media]https://www.youtube.com/watch?v=ins5_QsQOxk[/media]
PD: Cata, mientras que visitar a Carel ha sido un gustazo, darle forma a Velquesí está siendo un martirio chino :dragon:


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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por Tolomew Dewhust »

jilguero escribió: ¡Hola, comedor de palomitas! :wink:
Lo primero una duda: ¿lo correcto es La noche que conocí a Carel, La noche en que conocí a Carel, o La noche en la que conocí a Carel
Cuando solo había dos opciones era más fácil, :cunao:. Yo me quedaría con la tercera propuesta, :wink:.
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Tolomew Dewhust escribió:
jilguero escribió: ¡Hola, comedor de palomitas! :wink:
Lo primero una duda: ¿lo correcto es La noche que conocí a Carel, La noche en que conocí a Carel, o La noche en la que conocí a Carel
Cuando solo había dos opciones era más fácil, :cunao:. Yo me quedaría con la tercera propuesta, :wink:.
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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por Edgardo Benitez »

jilguero escribió:
Tolomew Dewhust escribió:
jilguero escribió: ¡Hola, comedor de palomitas! :wink:
Lo primero una duda: ¿lo correcto es La noche que conocí a Carel, La noche en que conocí a Carel, o La noche en la que conocí a Carel
Cuando solo había dos opciones era más fácil, :cunao:. Yo me quedaría con la tercera propuesta, :wink:.
Hecho
Y yo también con la tercera opción, aunque me gusten las tres y todo el texto. Brillante como esas luciérnagas que opacan la luz de los ojos.
¡Hay vida antes de la muerte!
Ninguna de tus neuronas sabe quién eres… ni les importa.
Pero si te pego en el centro, será por filosofía.
Pero por poesía, serás mi centro.
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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por Gretogarbo »

Si no te parece mal, jilguero, utilizo este lugar para contestar al comentario que dejaste en el hilo de Don Juan.
jilguero escribió:... pese a tu talante indolente,...
Yo creo que no soy nada indolente. De hecho, me revienta mucho perder el tiempo sin hacer nada. Otra cosa es que los demás consideréis que lo que hago sea una pérdida de tiempo, que puede serlo, pero a mí no me lo parece y me complace mucho todo aquello que hago como forma de ocio.
jilguero escribió:... eres demasiado formal para andar gastando el tiempo en escribir pamplinas.
Escribir pamplinas no es un gasto de tiempo si se hace bien, o quizás debería decir si se hace como me agrada a mí al leerlas. Ése es el caso de alguno de vosotros, pero no el mío. Es por ello que no se me ocurrirá jamás martirizar a nadie ejerciendo de escritor. Todo lo que por mi parte pueda aproximarse aquí a un ejercicio literario no es más que un intento de conversación o intercambio de pareceres.
jilguero escribió:... ya vives de fooma literaria.
No sé en qué consiste eso y no sé para qué sirve. Quizá no tenga ninguna utilidad vivir de forma literaria pero a mí me ha gustado y me lo he tomado como un cumplido. Aunque sea un engreído, no me importa y te doy las gracias por el símil.
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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Edgardo Benitez escribió: Y yo también con la tercera opción, aunque me gusten las tres y todo el texto. Brillante como esas luciérnagas que opacan la luz de los ojos.
Me alegro que coincidiais, pues si no menudo dilema :cunao:.
Gracias por leerte el texto. Es un tanto reiterativo en la descripción de los cuadros pero he intentado que tenga un cierto sentido por sí solo, que sea un chorreón más de aceite en la mayonesa de Santa Cata, pero que no por eso carezca totalmente de sentido :wink:.
Catulo ya habrá proscrito las luciérnagas y las santas, como antes proscribió los geranios y tantas otras cosas :meparto:

Edgardo, ¿participas en el concurso de otoño :roll:? Ando ya un tanto ajena pero a los textos de algunos no les quiero perder la pista :D.


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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Gretogarbo escribió:Si no te parece mal, jilguero, utilizo este lugar para contestar al comentario que dejaste en el hilo de Don Juan.
Es lo suyo, que aquí no molestamos a nadie, o eso espero :faga1:.
Gretogarbo escribió:Yo creo que no soy nada indolente. De hecho, me revienta mucho perder el tiempo sin hacer nada. Otra cosa es que los demás consideréis que lo que hago sea una pérdida de tiempo, que puede serlo, pero a mí no me lo parece y me complace mucho todo aquello que hago como forma de ocio.
Nunca he pensado que seas indolente ni he querido decir eso. He dicho "talante indolente" hablando de Gretogarbo (la flor azul dios sabrá :roll:), porque esa es la sensación que me llega, muy acorde con ese rostro bello e imperturbable que tienes como avatar. Al decir talante indolente he querido dar a entender ese regodeo placentero con el que da la sensación que hace las cosas, insisto, Greto :wink:. En cuanto a lo que es pérdida o no de tiempo, no seré yo quien te lo diga cuando defiendo los callejones que no llevan a ninguna parte, las ramas que no fructifican o los castillos de arena cuyo destino es que los derrumbe el mar. Porque sin esas cosas, que se supone no son productivas, la vida acabaría siendo de una pesadez insoportable, pues posiblemente lo insoportable no es la levedad del ser sino su transcendencia :689:
Gretogarbo escribió:Escribir pamplinas no es un gasto de tiempo si se hace bien, o quizás debería decir si se hace como me agrada a mí al leerlas. Ése es el caso de alguno de vosotros, pero no el mío. Es por ello que no se me ocurrirá jamás martirizar a nadie ejerciendo de escritor. Todo lo que por mi parte pueda aproximarse aquí a un ejercicio literario no es más que un intento de conversación o intercambio de pareceres.
Bueno, yo diría que escribir no es sinónimo de ser escritor, y escribir pamplinas te diría que tiene más de juego que de otra cosa, que es una forma más de comunicarnos con los demás y con uno mismo. Una excusa/máscara que facilita decir lo que posiblemente no diríamos de otra forma. Por eso, lo que dices al final que haces tú, se parece mucho a lo que hacemos algunos otros, que enredamos con las palabras como vía de comunicación con la gente :074: y con nuestros propios fantasmas :007: .

jilguero escribió:No sé en qué consiste eso y no sé para qué sirve. Quizá no tenga ninguna utilidad vivir de forma literaria pero a mí me ha gustado y me lo he tomado como un cumplido. Aunque sea un engreído, no me importa y te doy las gracias por el símil.
Sí, tómatelo como un cumplido, pues lo considero una suerte, un dar un pasito más allá que el mero escribir pamplinas. A ver si me explico de forma que se me entienda... :roll:

Esa visión de la vida de "Greto" como literaria se me vino a la cabeza a raíz de ciertas ideas expresadas por Umbral:
Tuve nuevamente esa nostalgia falsa, literaria, de una vida más elemental y sencilla que nunca podría ser mi vida, porque entonces no habría sido yo.
[...]
El intelectual, frente a la vida, suele reaccionar mediante la cultura, pero no siempre por pedantería, sino porque, hombre de biblioteca, carece de reacciones vitales y esta carencia viene a llenarla su acervo cultural. Es una reacción de segundo grado, una falsa reacción: una cobardía.

Pues bien, cambiaría "cobardía" por "salida" y, aunque no creo que los que nos movemos por este foro seamos intelectuales (habrá excepciones, sin duda, pero habas contadas), sí creo que nuestra visión de la vida está contaminada por la literatura; para bien, creo yo, pero no deja de ser una contaminación. Y eso nos lleva a veces a mirar a nuestro alrededor y sentir una nostalgia, posiblemente falsa, como dice Umbral, de una vida más sencilla y pegada a lo elemental (en el caso de Greto y Jilguero a la naturaleza, pero hay otras posibilidades, cuestión de gustos). Y esos sentimientos tienen mucho de literarios, de estar viviendo a caballo entre la realidad pura y dura y la imagen literaria que el lector se acaba haciendo de la vida y de uno mismo. Porque ser lector no solo entretiene y divierte sino que transforma. Y si uno siente esa nostalgia de la vida más "elemental" y no la canaliza mediante la acción posiblemente sienta más necesidad de escribir pamplinas. Un ejemplo bujiano con Greto y Jilguero para no mentar a nadie más: Greto probablemente algún día cultive berenjenas en un bancal de su recuncho, que es un paso más allá que crear con palabras un bujío en el corazón de un berenjenal; ¿qué necesidad, pues, tiene él de escribir una pamplina como las que escribe Jilguero? :roll:

¿Entiendes ahora, Greto, en que sentido digo que vives de forma literaria? :60:

PD: estoy viendo a Calleja con una pareja de mayores galleguiños que son la monda :cunao:


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Edgardo Benitez
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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por Edgardo Benitez »

jilguero escribió:
Edgardo Benitez escribió: Y yo también con la tercera opción, aunque me gusten las tres y todo el texto. Brillante como esas luciérnagas que opacan la luz de los ojos.
Me alegro que coincidiais, pues si no menudo dilema :cunao:.
Gracias por leerte el texto. Es un tanto reiterativo en la descripción de los cuadros pero he intentado que tenga un cierto sentido por sí solo, que sea un chorreón más de aceite en la mayonesa de Santa Cata, pero que no por eso carezca totalmente de sentido :wink:.
Catulo ya habrá proscrito las luciérnagas y las santas, como antes proscribió los geranios y tantas otras cosas :meparto:

Edgardo, ¿participas en el concurso de otoño :roll:? Ando ya un tanto ajena pero a los textos de algunos no les quiero perder la pista :D.
Sí mi Señora, allí estaré. Gracias por tu atención.
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Ninguna de tus neuronas sabe quién eres… ni les importa.
Pero si te pego en el centro, será por filosofía.
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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Por cierto, se me ha olvidado comentar que en la sierra los nidos de los aviones de debajo de los aleros ya estaban vacíos, mientras que sobre los tejados había ya colleras de estorninos. A mi regreso he caído en la cuenta de que aquí, en la ciudad, ya se han ido los vencejos. Suelo notar más su llegada que su marcha, supongo que porque es más fácil notar sus gritos cuando llegan que la ausencia de estos cuando se van :roll:.



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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por Gretogarbo »

jilguero escribió:Por cierto, se me ha olvidado comentar que en la sierra los nidos de los aviones de debajo de los aleros ya estaban vacíos, mientras que sobre los tejados había ya colleras de estorninos.
Estoy contestando a tu mensaje de un poco más arriba, jilguero, pero aprovecho este inciso tuyo para decir algo que tiene relación con esto antes de que se me olvide. Este sábado, camino de una comida familiar, me llamó la atención, al acceder a una autovía, la presencia de dos aviones evolucionando a escasa altura. El acceso a esa carretera se realiza sobre un viaducto en cuyos bajos anida una colonia muy abundante de aviones, pero me llamó mucho la atención que por lo menos dos ejemplares todavía sobrevolasen por allí. Es relativamente frecuente que conduzca por ahí, sobre todo los fines de semana, así que estaré atento en los próximos días.

Respecto a los estorninos, y creo que ya lo dije en algún lugar de este foro, ya hace aproximadamente un mes que los veo abandonar sus refugios nocturnos para dispersarse por el campo cuando yo regreso de mi café (con leche, templado y sin azúcar, por favor) con prensa (ésta ya me lo sirvo yo, gracias)
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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por hexagono69 »

Hola Jilgue posastete ya de tus recientes vuelos otoñales. :hola:
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jilguero
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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

hexagono69 escribió:Hola Jilgue posastete ya de tus recientes vuelos otoñales. :hola:
¡Qué favorecido se te ve, Hexa, con ese nuevo tocado!
He visto que es de la sexta hija de Nefertiti (o eso se dice en la red), en cuyo templo tuve la fortuna de estar antes de que tiroteasen a los turistas como a conejos. Y me hablaron de que el arquitecto era también su amante, y ahora me surge la duda de si ese rostro amable que luces hoy será el de un vástago (el masculino de nuestra lengua lo sigo considerando incluyente y así lo revindico) putativo de la afamada reina egipcia :roll:.


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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por hexagono69 »

¿A ver,a ver te refieres a Haseputh o a Nefertititi consorte real del divino por Aton, el gran Akenathon hijo del sol.?

Como madre putativa, nunca he sabido lo que significa esta palabreja; ya sabes que los Faraones se casaban entre hermanos, entre padres e hijas y entre todos.

Sin duda sera el de una vastaga pero quizá el polvillo arenoso del desierto haya borrado ya su carne trémula dejándonos solo esta magnifica figurita.

Seguro también, por supuesto que no es esto lo que me preguntabas pero es que ando empanao de mente.

Edito los antiguos egipcios de clase alta,llevaban la cabeza afeitada y peluca tanto ellos como ellas.
Voy a ponerme con el ultimo capitulo conocido de la Saga-fuga de la Cata-santa. :shock:
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