Un libro para los amantes de la (buena) literatura de terror
El género de terror nunca me ha cautivado, pese a que reconozco que, como en todos los géneros, es posible encontrar buena literatura. Sin embargo, no resulta fácil hallarla entre tanta maraña de obras ligeras protagonizadas por los más estrambóticos personajes, arquetipos del género que van desde fantasmas a vampiros, pasando por zombies o monstruos. No se sé si esa sobreabundancia de obras con poca o nula calidad literaria se da en mayor medida en este género que en otros. De alguna forma, comparto las opiniones sobre la literatura gótica vertidas, en el tono jocoso tan característico de César Aira, por el protagonista de Prins (si podemos considerar a este experimento literario una obra del género, sin duda, ésta sí es una buena novela gótica). Sin embargo, no niego que pueda ser simplemente un prejuicio mío sin fundamento alguno
.
En cualquier caso, Mandíbula, de la ecuatoriana Mónica Ojeda, corresponde a lo que yo definiría como buena literatura de terror. Con mi aversión al género (quizás llamarlo aversión sea exagerado
), os estaréis preguntando cómo llegué hasta ella: fue un regalo de una buena amiga. Entre mis máximas, las cuales mantengo a pesar de la tendencia actual a trivializar cualquier norma de costumbre, se encuentra la de leer siempre los libros que me regalan, sean cuales sean éstos (de igual manera, me alegra pensar que las personas a las que regalo libros hacen lo mismo
). Así que aquí me tenéis escribiendo esta pequeña reseña sobre la obra.
Mandíbula es una novela con una prosa muy cuidada, con la que la autora consigue crear una atmósfera absorbente, llena de metáforas y símiles de carácter surrealista, en la que el miedo es siempre el eterno protagonista. A pesar de tratarse de una obra de desarrollo no lineal que incluye registros tan diversos como cartas, relatos, decálogos o transcripciones de sesiones de psicoterapia, su lectura resulta fluida, captando en todo momento la atención del lector. Me sorprendieron gratamente algunos recursos literarios como obviar las intervenciones de uno de los interlocutores en una conversación (concretamente, me refiero a las del psicoterapeuta en las sesiones con Fernanda) sin tener como consecuencia, en ningún momento, el desconcierto del lector. Siempre me ha parecido la simplicidad un insulto a la inteligencia: desgraciadamente, algunos autores (no es el caso de Mónica Ojeda) presuponen a un lector al que es necesario coger de la mano como a un niño cuando se adentra en la obra.
Es la primera novela que leo de esta autora, pero, sin duda, ha sido todo un descubrimiento. Desde hace unos años estamos asistiendo a todo un surgimiento de jóvenes escritoras que irrumpen con una fuerza narrativa impresionante, con un estilo original y rompedor, y que escriben sin ningún tipo de complejos (en el contexto nacional, me vienen a la mente Cristina Morales y Andrea Abreu, que, aunque muy distintas, ambas son escritoras que hacen gala de mucha valentía y determinación). Respecto al otro lado del charco, Paula Corroto (El País) afirma rotundamente que “el otro boom lationamericano es femenino” en alusión al vivido entre los años 60 y 70 y protagonizado fundamentalmente por hombres. Mónica Ojeda pertenece, sin duda, a este movimiento; no en vano fue considerada en 2017 como uno de los 39 mejores escritores de ficción menores de 40 años.
La novela tiene como protagonistas a un grupo de adolescentes guayaquileñas fanáticas de las creepypasta (historias cortas de terror compartidas a través de Internet), entre las que indudablemente destacan Fernanda y Annelise, y a Clara, profesora de Lengua y Literatura del elitista colegio del Opus Dei al que asisten. Al parecer, el personaje de Annelise Van Isschot aparece en la primera novela de la autora, La desfiguración Silva (a la que pronto echaré mano). La ambientación tan lograda del colegio de élite es asombrosa, sobre todo teniendo en cuenta que el conocimiento de la autora sobre esta realidad es sólo a partir de terceros (por lo que he averiguado, tiene amigos que ejercen la docencia en este tipo de colegios).
Sin querer entrar mucho en la trama (para evitar cualquier atisbo de spoiler
), deciros que la novela comienza con Fernanda maniatada en una cabaña en medio de un bosque en la que convive con su secuestradora, que no es otra que su profesora de Lengua y Literatura. A partir de allí, se van dando pinceladas que explican los motivos que han llevado a Clara a cometer este acto, ahondando en distintas relaciones conflictivas y traumas (el terror es, sin duda, psicológico): la íntima y convulsa relación de amistad entre Fernanda y Annelise, las difíciles relaciones entre éstas y sus madres, la enfermiza relación entre Clara y su madre, los traumas infantiles de Fernanda, etc. Especialmente interesante me resultó la indagación que la novela hace sobre la necesidad de explorar los límites que tienen los adolescentes. Por otro lado, la estrecha relación que se establece entre la amistad y el despertar sexual de Fernanda y Annelise me recordó lo que he escuchado por boca de Andrea Abreu en más de una ocasión (una de las últimas, en un encuentro con sus lectores al que tuve oportunidad de asistir
): este tipo de iniciación sexual es mucho más habitual de lo que la gente cree.
En definitiva, una buena novela para cualquier amante de la buena literatura, sean o no entusiastas del género de terror.