Nº de páginas: 847 págs.
Encuadernación: Tapa blanda
Editoral: TURNER
Lengua: CASTELLANO
ISBN: 9788415832089
Interesantísimo libro de una gran escritora, espero leerlo el próximo año, a ver si alguien se apunta1914. De la paz a la guerra
Margaret MacMillan
Traducción de José Adrián Vitier. Turner, 2013. 864 pp. 39'90 e.
RICHARD ALDOUSE | Publicado el 29/11/2013 |
En cierta ocasión, el presidente Kennedy comentó que “en 1914, cuando la mayor parte del mundo estaba ya sumida en la guerra, el príncipe von Bülow, antiguo canciller alemán, preguntó al entonces jefe de gobierno, Bethmann-Hollweg: ¿Cómo ha sucedido todo esto?'. A lo que Bethmann-Hollweg respondió: ¡Si alguien lo supiese!'. Si algún día este planeta quedase arrasado por la guerra nuclear”, prosiguió Kennedy, “y los supervivientes de la devastación lograsen resistir al fuego, al emponzoñamiento, al caos y a la catástrofe, no querría que uno de ellos preguntase a otro: ¿Cómo ha sucedido todo esto?' para recibir la increíble respuesta: ¡Si alguien lo supiese!”.
La anécdota sobre la Primera Guerra Mundial procedía de la popular obra de Barbara Tuchman Los cañones de agosto, en la que exploraba los precedentes inmediatos y las primeras semanas de la contienda.
Si Tuchman fue una influencia para Kennedy y para la imaginación popular, un año antes Fritz Fischer se había convertido en la piedra de toque para los historiadores. Su controvertido ensayo Objetivos de Alemania en la Primera Guerra Mundial, publicado en inglés en 1967, acusaba a Alemania de haber empezado la guerra intencionadamente. Desde entonces todos los historiadores han participado en el juego de repartir culpas. Entre la investigación reciente, Max Hastings da la razón a Fischer al considerar responsable a Alemania; Sean McMeekin sostiene que la culpable fue Rusia; Niall Ferguson señala a Gran Bretaña; mientras que Christopher Clark presenta a una Europa que se adentra “sonámbula” en la guerra. Pese a todos estos audaces trabajos, la cuestión sigue sin resolver.
La magnitud del desastre que siguió a los acontecimientos de agosto de 1914 dificulta la labor del historiador. El conflicto se llevó 20 millones de vidas de militares y civiles y causó más de 21 millones de heridos. Para algunos países la carga fue mayor que para otros. Mientras que Gran Bretaña, Francia y Alemania perdieron entre un 2 y un 3% de sus poblaciones totales, la de Serbia quedó mermada en un escalofriante 15%.
Todo esto significa que cualquiera que escriba sobre 1914, en particular ahora que se aproxima el año del centenario, más vale que tenga nervios de acero. Margaret MacMillan, historiadora canadiense de la Universidad de Oxford, ya había abordado antes temas polémicos. Su excelente trabajo sobre la Conferencia de Paz de París, París, 1919, nos obliga a reflexionar sobre cuáles eran las posibilidades reales después de tanta muerte y tamaña conmoción. Ahora pasa de las consecuencias de la guerra a sus orígenes para inquirir “cómo en el verano de 1914 Europa llegó al punto en el que la guerra se convirtió en algo más verosímil que la paz”.
Uno de los puntos fuertes de 1914. De la paz a la guerra es la destreza con que MacMillan evoca el mundo de comienzos del siglo XX, cuando hacía 85 años que en Europa no se producía ningún conflicto bélico entre las grandes potencias. Como la autora señala, “en 1900 los europeos tenían buenas razones para sentir satisfacción por el pasado reciente y confianza en el futuro. Los 30 años transcurridos desde 1870” -cuando estalló la Guerra franco-prusiana - “habían traído consigo una explosión de la producción y la riqueza, y una transformación de la sociedad y del modo de vida de la gente”. Los alimentos eran mejores y más baratos; la higiene y la medicina habían experimentado avances espectaculares; la mayor rapidez de las comunicaciones, incluido el telégrafo público a buen precio, supuso un mayor contacto entre los europeos. “Considerando todo ese poder y toda esa prosperidad”, MacMillan pregunta, “¿por qué querría Europa echarlo todo a perder?”.
Su respuesta es que en último término la guerra se precipitó sobre los individuos que tomaban las decisiones clave. “Es fácil tirar la toalla y afirmar que la Gran Guerra era inevitable”, escribe en las primeras páginas; “pero es una idea peligrosa, sobre todo en una época como la nuestra, que en muchos aspectos se asemeja al mundo de los años anteriores a 1914”.
Los retratos que hace MacMillan de los hombres que llevaron a Europa a la guerra son soberbios. En un pasaje tragicómico describe el último encuentro entre los primos imperiales que gobernaban Alemania, Gran Bretaña y Rusia durante una boda real en Berlín en mayo de 1913. Al rey de Gran Bretaña, Jorge V, le resultaba imposible hablar con Nicolás II de Rusia sin que el káiser Guillermo II los espiase. Más tarde, Guillermo sermonea a Jorge acerca de las alianzas de Gran Bretaña con “una nación decadente como Francia y otra medio bárbara como Rusia”. El hecho de que el káiser creyese que había causado una impresión positiva al rey muestra lo equivocados que eran sus juicios.
1914. De la paz a la guerra relata con esmero los acontecimientos que condujeron al enfrentamiento. Sin embargo, en lo que se refiere a las causas, MacMillan se mueve más en la conjetura. “Pese a que han fascinado y seguirán fascinando a los historiadores y a los estudiosos de la política”, dice refiriéndose a los distintos debates, “quizá tengamos que aceptar que nunca habrá una respuesta definitiva, porque para cada argumentación existe una contraargumentación sólida”.
Aun así, la lógica de la argumentación de MacMillan es tal que incluso hoy, cuando nos guía día a día y hora a hora a través de las consecuencias del asesinato del archiduque Francisco Fernando el 28 de junio de 1914 en Sarajevo, estamos esperando que alguno de los políticos salte sobre la mecha encendida. El zar de Rusia implora a su primo y par en Alemania que contribuya a mantener la paz. El káiser y Bethmann-Hollweg se acobardan por un momento. Los húngaros, sin los cuales el Gobierno de Viena estaba atado de manos, ansían un acuerdo con Serbia. Mediante su escurridizo ministro de Asuntos Exteriores, sir Edward Grey, los británicos pretenden librarse de cumplir sus obligaciones con Francia y Rusia como miembros de la Triple Entente. Es difícil pensar que Europa no se encaminaba hacia el abismo.
¡Qué limitados parecen estos hombres de estado de 1914 comparados con sus predecesores! Personalidades como Bismarck, Witte y Salisbury no eran individuos prudentes, pero sí personajes con mucho más talento y criterio. En 1898, Lord Salisbury advertía de “la complicada y tenue línea que separa una concesión indebida de la precipitación que, más de una vez en la historia, ha sido la ruina de las naciones”.