Kawabata, Yasunari. Mil grullas,
Buenos Aires: Emecé, 2005.
De la contraportada:
Después de haber leído La casa de las bellas durmientes y País de nieve, Mil grullas se ha convertido en mi favorito absoluto (iré por más).En la ciudad de Kamakura, una mujer que oculta una mancha en uno de sus pechos manipula los preciosos objetos de un rito que trasvasarán, como fantasmas, el peso del erotismo de una generación a otra. Así, un joven hereda las obsesiones amorosas de su padre, experto en la ceremonia del té. Mil grullas en vuelo aparecen a lo largo del relato como misterioso auspicio.
Yasunari Kawabata, uno de los mayores escritores japoneses del siglo XX, explora en esta novela la fuerza del deseo y el del remordimiento, y la sensualidad de la nostalgia. En esta bellísima historia, cada gesto posee un significado, y hasta el más leve roce o suspiro es capaz de iluminar vidas enteras, a veces en el preciso instante en que son destruidas.
Se trata de un libro intenso en el que -sin que las bellas y sutiles descripciones poéticas dejen de estar presentes-, se permite el paso a toda una historia llena de simbolismo. Incluso me mantuvo en cierto suspenso; en un interés por la trama inusitado (o al menos desconocido para mí en la narrativa de Kawabata).
La personalidad de Kikuji, el joven protagonista, se maneja en este libro de una manera impresionante y magistral, dejando salir los más recónditos sentimientos -maliciosos también- del ser humano. Esa característica -inseparable del erotismo inherente en la obra- que aparece constantemente rondando a Kikuji, podría resumirse en la siguiente frase:
- Una sensación de náusea y de suciedad, y una abrumadora fascinación surgieron simultáneamente.
Veneno y cierta perfidia sugeridos, intuiciones que se evaporan al querer interpretarlas, descripciones intangibles..., una milenaria ceremonia del té que lucha por permanecer en la modernidad (en unas jarras, teteras, tazas y costumbres maravillosamente descritas). Lo espiritual se hace presente también de manera palpable en la obra, ya que los muertos permanecen transparentes pero vívidos a través de objetos y de calidos o impetuosos recuerdos (siempre dentro de la imprescindible atmósfera tenue, etérea y poética del relato).
Me he quedado absolutamente enamorada de esta obra y su autor.
Saludos.