CP III:Ganador Jurado-Decis. Leonardo-Takeo

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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Arwen_77
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CP III:Ganador Jurado-Decis. Leonardo-Takeo

Mensaje por Arwen_77 »

GANADOR CONCURSO RELATOS PRIMAVERA 2008

LA DECISIÓN DE LEONARDO de Takeo

No le costaba trabajo levantarse de la cama, a la hora que fuera. No le producían ningún tipo de pereza las primeras labores matinales: ducharse, preparar su propio desayuno, introducir los libros de texto en la mochila y hacer el recorrido caminando hasta el colegio. Pero había algo que era superior a sus fuerzas: observarse en el espejo.
Cuando se cepillaba los dientes procuraba dirigir su mirada hacia el lavabo, hacia los azulejos que ya se sabía de memoria. Pero desde que su rostro había pasado a requerir el afeitado diario, enfrentarse a la realidad de su nariz se había vuelto un ejercicio doloroso.
Entonces rememoraba la crueldad que anida en los niños y cómo se metían con él logrando que muchas tardes regresase a su casa con las lágrimas apenas contenidas. Sabía que siempre eran momentos puntuales: cuando se aburrían o cuando necesitaban expulsar tensión acumulada. Otros momentos, sin embargo, transcurrían llenos de felicidad, juegos y risas. Leonardo había descubierto que no existía en el mundo ningún lugar en donde la gente no se comportara siempre bajo los mismos parámetros. En cualquier momento, en cualquier situación, sin saber por qué, de repente el fogonazo que lo deslumbraba se producía de forma implacable. Alguien señalaba su nariz y su mundo se derrumbaba.
Pensaba que, cuando pasaran los años y creciera, aquella maldad desaparecería y ya no tendría que soportar esas bromas pesadas, esas risas desaforadas mientras lo señalaban con el dedo. Pero cuando permanecía pegado al espejo, se daba cuenta de lo errado de su diagnóstico: siempre hay alguien alrededor dispuesto a sacar provecho de ciertas situaciones ajenas. Una situación, además, que él no podía evitar, ni corregir, ni solucionar. No podía hacer nada y esa impotencia le producía un odio terrible hacia esa parte de su cuerpo que le mostraba diferente a los demás.
Leonardo se veía reflejado en el espejo y se sentía triste pero sabía, también, que cuando no tenía delante aquél objeto despreciable, cuando sus amigos lo admitían tal como era, cuando podía compartir instantes de amistad, era el joven más feliz del barrio.
Pero no había previsto lo que el destino le deparaba. Creyendo que su cuota de sufrimiento ya había sido saldada con la sociedad, aflojó sus defensas. El bachillerato llegaba a su fin, el año siguiente ingresaría en la Universidad y todas las expectativas posibles se abrían ante sus ojos: nuevos amigos, chicas a las que cortejar, con las que salir a pasear. Probar el beso de dos labios que se encuentran en el espacio de un suspiro.
Empezó a centrarse en las sensaciones que recibía de su cuerpo, más allá de su nariz. Señales que le llegaban nítidas y plenas de sugerencias: había una revolución que recorría sus brazos, embotaba su nuca, nublaba su cerebro, pellizcaba su vientre, cosquilleaba la boca en busca de una sonrisa incontrolada. “Al menos ahora, hablamos a solas” escuchaba la canción en la radio y sonreía. Efectivamente, sonreía porque, de repente, se veía hablando con su cuerpo, se comunicaban en un lenguaje nuevo que le hacía descubrir sensaciones y deseos y podía soñar con un futuro que prefería descubrir a cada paso. Estaba ahí, apenas a unos metros, a unos días, al transcurrir de un verano que llegaba cálido y lleno de buenos presagios.


Como cada año, sus padres no podían disfrutar del verano. El trabajo les requería, debían quedarse a atender a los turistas que permitían hacer buenas cajas cada día, que les ayudaba a pasar el resto del año. Era algo asumido, una forma de organizarse para disfrutar a finales de septiembre de su merecido período de descanso anual. Y Leonardo haría lo que más le gustaba: pasaría dos meses en la casa de sus tíos en el pueblo. Allí disfrutaba de horas de corretear, de montar en bicicleta con la pandilla, de jugar al fútbol o al frontón en las paredes de la Iglesia, en la plaza del pueblo, en donde también se celebraban las fiestas y todo eran fuegos de artificio y música y dejar dormir la noche entre charlas y ensoñaciones. Subirse a los coches de choque, disparar en las casetas de tiro al blanco de donde llevarse un peluche para su tía.
Sus tíos, como cada año, lo recibieron con una gran fiesta: su comida favorita: Caldo de verduras, costillas de cordero con patatas y tarta de avellanas. Plácido y Luisa esperaban con impaciencia cada año a la época estival porque la presencia de su sobrino Leonardo confería a cada rincón de su casa un aspecto especial, les despertaba del sueño del resto del año, la casa cobraba vida.
Plácido era el médico del pueblo y Luisa recibía a sus vecinas en el salón, en invierno, y en la terraza posterior, cuando el tiempo lo permitía, para hacerles la manicura y la pedicura. Leonardo se había hartado de ver los pies de cada una de ellas mientras leía sentado en su silla de anea. Cuando bajaban al río a bañarse, jugaba a adivinar a quién correspondía cada pie que pasaba a su lado. Aunque no siempre acertaba.


Todo transcurría como tantas veces: las luces del día animaban a los gorriones; el sonido del pueblo latía en cada esquina; bajo el sol brillaban las sombras de los paseantes; y la quietud se enseñoreaba del tiempo y el espacio confiriendo a cada momento del día su propia esencia.
Bajaron todos al río, amigos y amigas en grupos que se conformaban automáticamente por edades, con los bañadores y las camisetas, las chanclas, y, sobre los hombros, como una bufanda veraniega, la toalla. En el agua todo era chapoteo, lanzarse en cabezadas desde la roca, o a culadas recogiendo con sus manos las rodillas. Bucear rastreando peces escurridizos, rozar las piernas de las chicas que reían chismes que solo ellas conocían. Emerger sobre la superficie expulsando gotas en todas direcciones al hacer mover la cabeza como los perros tras la ducha. Era el placer del río, en donde toda la existencia perdía su valor para quedar restringida a un espacio, un tiempo, un instante que no merecía que se resquebrajara.
Allí estaba Lucía, sonrisa y gafas. A veces adivinaba Leonardo que Lucía le miraba para apartar, en seguida, la vista hacia otra niña. También había percibido que nadaba cerca de él cuando él se tumbaba boca arriba haciendo el muerto, con los brazos extendidos, queriendo rozarla, aunque sólo fuera el codo. Sabía que le miraba aprovechando que cerraba los ojos ante la fuerza del sol que caía en picado, y el corazón le latía formando un maremoto en el río quieto y de corriente continua. Escribía en su mente su rostro, imaginaba sus labios entreabiertos esperando sus labios sedientos, los de él enroscados en susurros en los de ella. Fue entonces cuando sintió la mano de Lucía pegada a su mano y el simple peso del pensamiento hizo que se hundiera en las aguas del río, que engullía su cuerpo mientras intentaba mantenerlo a flote a base de pataleos y braceos desesperados.
Le escuchó decir, que te ahogas Leonardo, y cómo le asía con fuerza de la mano para subirlo de nuevo a la superficie. Apoyó sus pies con fuerza sobre las piedras del fondo del río y tiró de ella que, desprevenida, cayó sobre él para perderse los dos en el remolino de agua mientras todos reían la escena.
No fue consciente Leonardo de cómo transcurrieron los siguientes minutos, sólo supo que poco después estaba con Lucía en el altozano desde donde se divisaba la espesura del bosque, los recovecos del río, el pueblo allá, a lo lejos, con los pies colgando del pequeño altillo que servía de trono desde el que se dominaba el imperio. Apuraban la merienda de membrillo con queso y pan y un batido de vainilla que les endulzaba la tarde. Ni siquiera podía pensar que jamás se había imaginado encontrase en aquella situación. Lucía y él con un trozo de membrillo que nunca le había sabido tan dulce. Hablaban y callaban superados por el momento, queriendo saber qué podían hacer, qué era lo que les estaba permitido y qué lo que el otro esperaba de él, de ella.
Dejó que sus dedos buscaran los de Lucía, que mantenía su mano apoyada en la hierba, esperando una respuesta que le confirmara que el camino que estaba siguiendo era el adecuado. Los encontró, los acarició con suavidad y, tras un breve movimiento de ella, sus dedos se entrelazaron, se recolocaron sobre el verde y entonces sus hombros se apoyaron mutuamente. Había llegado el momento: tenía que besarla, sentir por primera vez algo que solo en su imaginación había anidado: un beso debía ser el instante que marcaba que dos personas formaban algo complejo, completo, único.
Se giró para encontrarse cara a cara con Lucía. Ella sonrió, él se acercó con lentitud, su nariz larga y disparatada chocó contra la nariz respingona y breve de Lucía, luego contra sus gafas, se puso nervioso y a ella le dio un ataque de risa: ¡hombre, que me vas a romper las gafas con esa narizota! Se le escapó sin querer. Pero ya lo había dicho. Y Leonardo echó a correr sin parar hasta el pueblo.


Pasó toda la noche arrellanado sobre la cama utilizando la sábana para esconderse. Cubriendo su rostro avergonzado, odiado, insoportable. Masticando una vez más unas sensaciones que no alcanzaba a controlar. Era como si fuera consciente del peso de la nariz, como si ese apéndice no fuera insensible como los brazos o los pies, o la espalda, partes del cuerpo que nunca existen, de los que no somos conscientes que forman parte de un todo. Su nariz pesaba, tenía entidad y, lo que era peor: era visible.
A cada momento de hundimiento total le seguía otro de arrebato luchador: tenía que solucionar aquel problema. No podía permitir que su vida se ciñera a una ínfima parte de su cuerpo y que esa parte derrotara a todo lo que él representaba: sueños, ilusiones, deseos. Se merecía vivir una vida sin el espanto como visitante asiduo.
La decisión de Leonardo fue como una luz que iluminaba toda su vida futura. Salió de su habitación, bajó las escaleras, abandonó la casa de sus tíos, entró en el cobertizo anexo y cogió la bicicleta. Pedaleó por las calles del pueblo subiendo, no sin esfuerzo, la calle Real. Al llegar arriba, se detuvo. Dio media vuelta y se quedó observando la calle, el campanario de la Iglesia, las dos torres del Ayuntamiento y pensó que no debía pensar en nada.
Puso un pie sobre un pedal, con el otro pegó un pequeño impulso contra los adoquines del suelo y la bicicleta comenzó a deslizarse por la cuesta, cogiendo cada vez más velocidad, sintiendo ese vértigo que tantas veces ya había experimentado con sus amigos, indiferentes al peligro, disfrutando de ese cosquilleo que iba a estallarles en cualquier parte del cuerpo, y sin importarles el enfado de los vecinos. Pero esta vez la sensación que le dominaba no era de vértigo, sino de confianza, decisión, futuro. Cuando llegó cerca de la farola empezó a frenar brevemente, a impulsos, para que disminuyera la velocidad. Al final, con un frenazo seco de la rueda delantera, salió disparado por encima del vehículo para empotrarse en la farola con la cara pero, sobre todo, con la nariz.
Los vecinos, aterrorizados ante el golpe, avisaron al médico del pueblo. Plácido lo trasladó enseguida a su clínica. Leonardo estaba medio inconsciente, sangraba abundantemente por la nariz y se quejada de los golpes por todo el cuerpo. Posiblemente se había roto algo. Mientras Luisa llamaba por teléfono a una ambulancia para que lo trasladara al hospital de la ciudad, Plácido le cosió los destrozos de la nariz. Había que cerrar aquella herida antes que nada.


Permaneció unos días ingresado y, cuando se recuperó, Leonardo volvió a casa de sus padres que aún se estaban reponiendo del susto. Tenía miedo a enfrentarse otra vez al espejo, al recuerdo de su frustrado beso con Lucía. Pero también tenía una ilusión escondida muy dentro del corazón, o quizá en el habitáculo en donde la imaginación esconde sus mejores armas. Sin poder detener la atracción del espejo se dirigió al baño, cerró los ojos y se puso enfrente de la imagen que tenía que ver ya. Abrió los ojos y entonces descubrió que, no sólo su nariz ahora era monstruosa, sino que se le había quedado cara de tonto.

28-02-08
02-03-08
Última edición por Arwen_77 el 29 Abr 2008 23:57, editado 5 veces en total.
:101: El trono maldito - Antonio Piñero y José Luis Corral

Recuento 2022
takeo
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Re: CP III: "La decisión de Leonardo"

Mensaje por takeo »

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1452
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Mensaje por 1452 »

Se me han empañado los ojos leyendo este relato.
Me gusta sobre todo, porque están tan bien descritas las situaciones que no puedes evitar verte inmersa en ellas.
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Naide
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Ubicación: Vía Láctea; que no está nada mal para no haber elegido.

Mensaje por Naide »

Gran trabajo.
Final inesperado.
Me ha gustado.
:wink:
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Desierto
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Mensaje por Desierto »

Conmovedor a la vez que sabe arrancarte una sonrisa al final. Muy bueno.
Es el terreno resbaladizo de los sueños lo que convierte el dormir en un deporte de riesgo.
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El Ekilibrio
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Mensaje por El Ekilibrio »

Espléndido, delicioso y excelentemente bien escrito desde mi punto de vista.
La última frase no me la esperaba; pero si pienso en el sentido que le da, convierte el relato en una fábula más que en un cuento.

¡Bravo!
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al_bertini
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Mensaje por al_bertini »

:shock: Así me he quedado al leer la última frase. Muy bonito, bien escrito y evocador de la infancia :)
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marga
Lector voraz
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Mensaje por marga »

Me ha resultado ameno , te dejas llevar y consigues que uno sienta empatia con el personaje, reitero lo de última frase, da mucho juego. :lol:
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Milo
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Mensaje por Milo »

Me ha gustado mucho, la última frase es inesperada :D
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SHardin
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Mensaje por SHardin »

Leído. Yo la última frase me la esperaba, me ha gustado sobre todo la anécdota de los pies (raro que es uno).
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Fley
GANADOR del III Concurso de relatos
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Registrado: 20 Dic 2007 14:36

Mensaje por Fley »

Este es un relato delicioso. Directo al top 3 de mis favoritos (parezco Fernandisco). Está muy bien escrito, derrocha ternura y se nota el saber hacer del autor. Bravo!
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Emma
La Gruñ
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Ubicación: En mi Gruñidera

Mensaje por Emma »

Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa... :lol:

Me ha gustado mucho la narración y ha logrado en mí una total empatía con el pobre Leonardo describiendo sus sensaciones. Curioso el final.

Gracias.
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Katia
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Mensajes: 6460
Registrado: 14 Dic 2007 21:20

Mensaje por Katia »

Bien, se le podría haber sacado más jugo al complejo físico, y al problema de la gente. Pero bien, bien
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Gabi
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Registrado: 16 Feb 2008 21:27

Mensaje por Gabi »

Me parece un relato muy tierno y aleccionador. Felicidades al autor!
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isabelita
No tengo vida social
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Registrado: 30 Ago 2007 23:01
Ubicación: Éste tiene que ser mi año

Mensaje por isabelita »

Relato perfectamente escrito y que nos hace ver una realidad que no debería ser así, pero que lo es: la crueldad que tenemos con los demás ante algún defecto físico. Este relato muestra claramente hasta qué extremos puede llevarnos la desesperación.
Me ha gustado mucho. El final: buenísimo
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