CP III-Ganador Popular: El círculo-Al_bertini

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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Arwen_77
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CP III-Ganador Popular: El círculo-Al_bertini

Mensaje por Arwen_77 »

GANADOR POPULAR CONCURSO RELATOS PRIMAVERA 2008

EL CÍRCULO (ENSO) de Al_bertini

Comenzaba a amanecer, la luz entraba tenuemente por la pared de papel de su habitación que daba a los jardines. Kenzaburo Minamoto, joven samurái del grupo Shinsengumi, empezaba un nuevo día. El día en que quizá todo cobrase sentido en el camino de su vida. O no.
Decidido a comenzar esa jornada tan importante en su vida, se estiró sobre su lecho y se sentó. Como un pequeño ritual diario, estiró su cabello negro hacia atrás y lo recogió en una coleta, que cayó suavemente sobre la curvatura de su nuca. Con el pelo asentado y la frente despejada, Kenzaburo se incorporó dispuesto a vestirse.

Dos años antes de que estallase la Revolución Meiji, y con ella cayesen todos los samuráis y el poder feudal hasta entonces establecido en Japón, seis años antes de que el último Shōgun,Yoshinobu Tokugawa, tuviese que hacerse el seppuku –suicidio ritual – y su cabeza rodase por el patio del Palacio Imperial de Kyoto, empezaba un nuevo día de primavera en el templo zen de Ryōan-Ji.
En ese clima de progresivo enfrentamiento entre facciones favorables al Emperador Meiji y clanes leales al Shogunato, la rivalidad se trasladaba a otros ámbitos, como los dojos de Iaido y Kenjutsu, las escuelas del arte de la esgrima japonesa. El grupo Shinsengumi, favorable al Shogunato, utilizaba un estilo transgresor y completamente novedoso para la época, el Tenen Riashi Ryu. Por el contrario, el pro-imperialista clan Chosu empleaba una de las técnicas más antigua y tradicional, el Suio Ryu. Las diferencias variaban en la forma y el fondo, lo que unido a la tensión política, propició un duelo a muerte entre dos contendientes de ambos estilos. Un duelo que iba más allá de si éste o aquel realizaba un movimiento más efectivo con su espada, era una contienda directa entre el Shōgun y el Emperador.

El olor de los cerezos en flor penetraba en la habitación, y Kenzaburo sintió el irrefrenable deseo de salir a contemplarlos y disfrutar de la magia especial de ese momento. Se ajustó un sencillo kimono gris y recogió sus útiles de escritura, un pequeño rollo de papel, dos pinceles, y un bote de tinta negra. Corrió suavemente el shōji que daba acceso a los jardines, se calzó sus sandalias y volvió a cerrar lentamente la puerta.

Sólo por poder contemplar esta belleza, ha merecido la pena amanecer hoy, pensó el joven mientras bajaba las escaleras de piedra y se dirigía hacia los cerezos. No había más de seis cerezos, algo separados entre si, y con las ramas completamente blancas, como si hubiese nevado. Los monjes del templo los mimaban, como si fuesen los hijos que nunca habían tenido, e incluso todos los años organizaban la fiesta del cerezo en flor más famosa de Kyoto. Sin duda alguna, era un privilegio poder disfrutarlos en flor en un amanecer fresco como aquel.
Kenzaburo comenzó a dar vueltas en torno a ellos, admirando la belleza de sus flores, recogiendo algunos pétalos que habían caído al suelo y acariciándolos. Su suavidad le recordaba la piel de Dama Roykii, la dulce geisha con la que había estado dos noches antes. Esa mujer especial, de la que todos decían que dejaba huella en el alma con cada beso que daba, o que si tuvieran la posibilidad, harían su mujer. En cierta forma, ella misma era un cerezo en flor. La piel, blanca y suave como las flores, sus sonrisa, resplandeciente y luminosa, y por supuesto, captaba la atención de todo aquel que la miraba.






Buscó un lugar cómodo donde sentarse, junto a los cerezos, y desplegó sus útiles de escritura, dispuesto a inmortalizar en un haiku lo que sentía en ese momento.

Penetra en ti
explosión de hermosura
se ve y se siente

Ríes y lloras
se alteran los sentidos
más que belleza


Satisfecho con el resultado, Kenzaburo sonrió y decidió ofrecérselo al kami – el alma inmortal – de su maestro, y se dirigió a un pequeño altar situado al final de un jardín seco. Al atravesar las piedras del jardín, se encontró con uno de los monjes, que volvía de limpiar el altar.

- Buenos días, Miyamoto-San – dijo amablemente el anciano, mientras hacía una leve reverencia a modo de saludo – observo que habéis empezado bien el día. Vengo de hablar con vuestro maestro, y dice que hoy veréis al dragón.
Viejo loco, ¿cómo demonios sabe lo del dragón?, pensó Kenzaburo, mientras devolvía el saludo y veía cómo se alejaba el monje.

El dragón serpiente, el círculo infinito, la perfección en el movimiento. La conjunción de su yo interior con la espada. La conexión del hara, el timón de cuerpo y alma que se situaba a la altura de la cadera, con la fuerza, con todo su ser. Ésa era la base de su escuela, el movimiento en círculos que partían del hara, la capacidad de encadenar movimientos salidos de su interior. Según su maestro, Toshizo Hijikata, la simbiosis de estos círculos con el ser se representaba como un dragón, símbolo de la fuerza y la elegancia. Algo que sólo algunos elegidos, como su maestro, conseguían ver. Un estado en el que él, después de cuatro años de estricta formación, no había conseguido entrar. Y precisamente ese día, él, que había sido elegido como campeón del Shinsengumi, iba a necesitar más que nunca, si pretendía vencer el combate.

Realizó la ofrenda al alma de su maestro, junto con una pequeña plegaria rogándole que el dragón brotase de su interior. Una vez realizadas las oraciones, volvió a su habitación para prepararse adecuadamente.
Todo estaba en su sitio. La noche anterior había colocado sus prendas de combate, con esmero y cuidado, a un lado de su colchón. Su viejo obi había sido doblado cariñosamente, manteniendo la vieja medida de un palmo entre vuelta y vuelta. El día que su maestro se lo había entregado solemnemente, como indicativo de su nuevo grado marcial, se reflejó en sus ojos.

El gran Hijikata le anudó el cinturón lentamente alrededor de su cintura, finalizándolo con un nudo en forma de flor. Después, le miró a los ojos y pronunció las palabras del juramento ancestral de los samuráis, que Kenzaburo habría de firmar después con su propia sangre:
“Eres servidor, alguien que camina en la senda del guerrero. No eres nada y puedes ser todo. Hoy firmas con tu sangre y tu vida, si fuese necesario, las normas que regirán en tu vida y te acompañarán siempre en tu do, tu camino interior.
Defenderás siempre la honradez y la justicia, no importa dónde y con quién. En tus acciones siempre estará presente el valor, y éste será heroico. Siempre tendrás que mostrar compasión hacia tus semejantes, sin olvidar el respeto, que será tu nueva sombra. El honor será la máxima en tu vida, será tu vida. Si lo pierdes, no te quedará nada. Los servidores siempre muestran lealtad, y como servidor que eres, la sinceridad siempre habrá de contar con toda tu lealtad, por encima de todo.
Vive de forma recta, con honor, y alcanzarás el fin del camino y la inmortalidad. Si incumplieses estos preceptos, sólo habrá una forma de recuperar tu honor, el seppuku. Y recuerda, eres servidor, no eres nada y puedes ser todo.”

¡Qué lejano parecía aquel momento! Apenas habían pasado 4 años desde entonces. “El tiempo, una sucesión de círculos sin principio ni fin”, solía repetir su maestro cada vez que hablaban del tiempo. Ahora su maestro estaba muerto, y él sería nombrado nuevo maestro de kenjutsu, en caso de sobrevivir al duelo.
Se vistió despacio, procurando que su kimono blanco estuviese liso y con las mangas holgadas, la hakama negra a la altura adecuada, y que el obi sujetase correctamente ambas prendas. Realizó varios movimientos por la habitación, comprobando su movilidad, y por último se sentó y levantó rápidamente, satisfecho por el resultado. La vestimenta se ajustaba perfectamente a su cuerpo delgado, que mantenía en forma con el duro ejercicio diario.

Llegó a la parte más importante: Recoger su katana. Ésta se apoyaba en un soporte de madera colocado en una esquina de la habitación, bajo el dibujo de una garza que daba la impresión de echar a volar en cualquier momento por el efecto de la luz. Ese dibujo era un regalo de su maestro, que decía que había sido pintado por el gran Mushashi Miyamoto, el espadachín más grande que jamás existió. “Para que el espíritu de Mushashi vele por tus armas, hijito”, se limitó a decirle el día que lo colgó encima del soporte.

La espada reposaba encima de otras dos, siendo la más larga y sobria de las tres. La funda era negra y brillante, con unos dragones grises grabados en ella. La empuñadura era redondeada, de un dorado suave y con la forma de un ying yang. El mango estaba entretejido con piel de tiburón, presentando cierto color grisáceo debido al desgaste. Pero esa katana tenía algo más, había pertenecido a su maestro. Antes de abandonar esta vida, le había ordenado que la guardase y la hiciese suya, pues algún día sería maestro y la necesitaría.
Otra tradición más que su maestro rompía, parecía que disfrutaba cambiando tradiciones. “La tradición es para aquellos que tienen miedo a cambiar, Kenzaburo”, le repetía continuamente, “hay que mantener lo bueno y desechar lo malo. Olvida que en el camino hay una meta. Todos los días, en todos los momentos, empiezas y acabas caminos, todos son el principio y el fin. El Camino no es si no muchos caminos, y tienes que vivir cada uno de ellos. No guardes nada para el final, pues no hay nada más que esto”.

Con el recuerdo de su maestro, Kenzaburo cogió la espada con sus dos manos y procedió a saludarla, levantándola por encima de su cabeza y realizando una reverencia. A continuación, se la ciñó a su lado izquierdo, y se sintió confortado con su peso.
Deslizó el shōji - la puerta de papel de su dormitorio - y salió hacia el pasillo. Apenas se escuchaba el roce de sus pasos, solamente el ligero sonido de otras puertas corriéndose. Al final del pasillo se encontraba la sala del té, donde se dispuso a tomar algo antes de partir. La sala era bastante amplia, con una iluminación mayor que las habitaciones, y de momento estaba vacía. Kenzaburo se sentó en unos pequeños cojines situados enfrente de una mesa, justo al lado de un pequeño fuego. Una tetera colgaba encima del fuego, que simplemente mantenía caliente el recipiente. La pared de enfrente a la mesa se movió despacio, dejando ver el kimono blanco de una joven que permanecía sentada sobre sus rodillas. Llevaba una bandeja con vasos en las manos, levantó la cabeza y sonrió tímidamente. Era Dama Roykii.

Se levantó y pasó al otro lado, cerrando con suavidad la pared, para posteriormente colocar un vaso enfrente de Kenzaburo y otro enfrente de ella. Cogió con cuidado la tetera, y sentándose en un cojín enfrente del samurái, procedió a servir té para ambos. Kenzaburo apreció la delicadez de sus movimientos, la forma que tenía de agacharse al sentarse, el suave maquillaje rosa que llevaba en la cara. Volvió a sonreír ese día, y pensó que tenía una razón más para salir victorioso del combate. Dama Roykii llevó la taza a sus labios, mientras sonreía al joven con los ojos.

- Primero los cerezos y luego tú, no puedo creer que tanta belleza sea posible
en tan poco tiempo – exclamó Kenzaburo mientras cogía el vaso.
- Me honras con tus palabras, pero eso que dices no es verdad – contestó Dama Roykii mientras sonreía y bajaba un poco la cabeza - ¿Cómo puedo osar compararme con los cerezos en flor?
- No me cansaré de decirte que eres la flor más bella de Kyoto, y, dado que quizá hoy abandone esta vida, te diré que te amo, y que mi último pensamiento hoy será para ti.
- Hoy no morirás, Kenzaburo. Esta noche volverás a verme, amado mío – susurró Dama Roykii, para después recoger las tazas en la bandeja, y marcharse por donde había venido.

Al cerrarse la puerta, como si del final de un hechizo se tratase, reparó en que habían entrado a la sala otros miembros de la grupo. Muchos se acercaron a saludarle, deseándole toda clase de suerte y parabienes para el combate. “Confiamos en ti, hijo mío”, le dijo el anciano Vicecomandante Okita, sonriendo tanto que se le cerraban los ojos. Insistió en que le acompañase del brazo hacia la puerta, donde les esperaba Koji Katsura, el amigo de Kenzaburo que oficiaría de portaestandarte. “ay, hijo, si mi vista no estuviese tan deteriorada, te habría acompañado y me habría enfrentado a esos diablos Chosu”, se lamentaba Okita. Kenzaburo sonrió, acordándose de la maestría que había demostrado el viejo samurái hacía tres días en un entrenamiento de combate, derribando a tres contrincantes él solo.

A su paso por la sala, varios samuráis alzaron los vasos como símbolo de brindis en su honor y agacharon las cabezas. Bajo el porche de la puerta esperaba impaciente el Capitán Koji Katsura, jugueteando con el estandarte.

- Buenos días, Okita-San. ¿ Habéis decidido acompañarnos en este importante momento? – Saludó Koji, adoptando una postura más acorde con las circunstancias – Kenzaburo, vamos a llegar tarde.
- ¡Ah, estos jóvenes siempre tan impacientes! – exclamó Okita – No, no podré acompañaros, pero estaré cerca, por si tuviéramos que intervenir. Recuerda, joven Kenzaburo, puedes ganar con un solo movimiento, pero deberás actuar con rapidez. Ahí reside la clave del maestro. Y no te olvides del dragón...
- Gracias por vuestro consejo, Okita-San – contestó Kenzaburo, separándose de él. – Si hoy veo al dragón, entonces volveréis a verme.
- No te preocupes, hijo, tu maestro estará contigo.
- Disculpadme, pero tenemos que irnos, se nos hace tarde. – Bufó Koji, con evidente prisa, tirando del brazo de Kenzaburo.

Los dos jóvenes se dirigieron a uno de los patios cubiertos del templo, donde habían montado un estrado y un tatami para el duelo. A un lado, las banderas negras del clan Chosu, con sus representantes más importantes presentes. Al otro lado, los colores rojos de la grupo Shinsengumi, con el Comandante Isami Kondo a la cabeza y varios de los consejeros militares, en actitud seria y de concentración.


El campeón del rival, Takeshi Fujiwara, estaba presente, junto al general del clan Chosu. Era una cabeza más alto que Kenzaburo, y más ancho que éste. Decían que tenía una fuerza descomunal, capaz de cortar el tronco de un árbol con su espada. Con el cráneo afeitado y la pequeña coleta doblada sobre éste, recordaba a los viejos samuráis, clásicos como la escuela a la que pertenecía. En sus ojos podía observarse una mirada de odio hacia los colores rojos, y especialmente hacia Kenzaburo en cuanto lo vio entrar.

- Ahí está, no es tan grande como nos habían dicho. – dijo Koji – Recuerda las palabras de Okita-San, sé rápido y certero, hermano mío. Mañana quiero que seas nuestro nuevo maestro.
- No estoy seguro, Koji, llevo aquí cuatro años y todavía no he visto al dragón. Mi técnica es buena, mis círculos también, pero el dragón no aparece. Si no aparece hoy, no tendré oportunidad frente a ese carnicero.
- Vencerás, hermano, el senséi Hijikata siempre dijo que eras su mejor alumno. No creo que estuviese equivocado. Ahora ve y saluda al Comandante Kondo, y gana este combate por todos nosotros.

Kenzaburo se dirigió hacia el Comandante Kondo, arrodillándose ante él. El comandante puso las manos sobre sus hombros, se levantó y exclamó en voz alta: “Presento a Kenzaburo Minamoto, samurái del clan Minamoto, como campeón de la grupo Shinsengumi y defensor de la escuela Tenen Riashi Ryu. Que los dioses le acompañen en esta batalla y decidan si tiene que salir como vencedor”. De igual manera, el general del clan Chosu proclamó: “Presento a Takeshi Fujiwara, samurái campeón del clan Chosu, y defensor de la escuela Suio Ryu. Que los dioses le acompañen en esta batalla y decidan si tiene que salir como vencedor”.
Ambos contendientes se dirigieron al centro del tatami, con la katana en la mano derecha y el filo hacia abajo, indicando su hostilidad hacia el contrario. Procedieron a sentarse en seiza, a la manera tradicional japonesa, colocando sus espadas delante de ellos, e inclinándose durante unos segundos para saludar y honrar a su rival. A continuación, colocaron sus katanas en el lado izquierdo del obi y se miraron a la cara. El combate comenzaba.

Kenzaburo permaneció sentado, mientras su oponente se levantaba y comenzaba a desenvainar. Desde el suelo, le miró fijamente a los ojos. Algo comenzó a brotar de su interior, sintió como el hara comenzaba a gobernar el momento y dirigía su ser. Empezó a surgir el movimiento de su cadera, y entonces lo vio. El dragón, la gran serpiente verde y blanca que comenzaba a realizar el círculo. Era el enso, el gran círculo, todo comenzaba y terminaba en ese movimiento. Sus acciones, el camino recorrido hasta ese momento, el dojo y quien sabe si su vida.

El dragón seguía enroscando su cuerpo, mientras su cabeza se mantenía fija en el frente, con la mirada inyectada en fuego. Los ojos de Kenzaburo se perdieron en el vacío de la concentración, a la vez que se tornaban más fríos, con un punto que se diría terrorífico para el que los viese. El dragón miraba a través de él.Mientras, en su interior, el hara había iniciado el movimiento preciso, trababa la euforia y dirigía su espíritu. Su mano izquierda soltó de manera imperceptible la empuñadura de la katana, a la ver que la derecha extraía y daba voz a la hoja.
El dragón comenzó a realizar los círculos de forma más rápida, haciendo que la cadera de Kenzaburo lo hiciese ascender del suelo. Su cuerpo y su movimiento se tornaron uno con la espada, siendo difícil distinguir quién movía a quién.

Su oponente había desenvainado con cierta tensión, y estaba adoptando la postura clásica para realizar el corte y acabar con la vida de Kenzaburo. Los movimientos que veía le parecieron ridículos, lentos y fuera de lugar. Empezó a sentirse más seguro de sí mismo, y nunca tuvo más claro que sería el vencedor. Se acercó y procedió a descargar su espada en un movimiento, desde la cabeza.

En ese momento, Kenzaburo desenvainó rápidamente, de su lado izquierdo al derecho, tiñendo de rojo el kimono de Takeshi, a la vez que adelantaba su pie derecho. Un sonido cortó el aire, era la canción de su espada, que pedía sangre. Al llegar al final del círculo, procedió a encadenarlo con otro, cambiando la espada de dirección, esta vez de arriba hacia abajo, realizando un corte que le salpicó en la cara y en su blanco kimono. Con su brazo izquierdo sostuvo el derecho y acabó el círculo, con su cuerpo ladeado, mientras el dragón rugía con satisfacción y se alejaba de su ser. La mirada de Kenzaburo se tornó más cálida y se giró hacia su oponente.

La cabeza de Takeshi rodó por el suelo, donde a continuación cayó pesadamente su cuerpo, ensangrentado, para no volver a levantarse. Kenzaburo, con un golpe de muñeca seco y rápido, sacudió la sangre de su katana, que procedió a envainar. Había visto al dragón, lo había sentido como parte de su camino. Se levantó como nuevo maestro del Shinsengumi, el Senséi Miyamoto.



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Última edición por Arwen_77 el 30 Abr 2008 00:05, editado 1 vez en total.
:101: El trono maldito - Antonio Piñero y José Luis Corral

Recuento 2022
takeo
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Re: CP III: "El círculo (Enso)"

Mensaje por takeo »

Pasa a la primera página
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Desierto
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Mensaje por Desierto »

Muy bien escrito y con un ritmo muy adecuado a la filosofía nipona. Bien documentado.
Es el terreno resbaladizo de los sueños lo que convierte el dormir en un deporte de riesgo.
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1452
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Mensaje por 1452 »

Me parece un magnífico trabajo; consigue meterte dentro de la historia desde las primeras líneas.
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SHardin
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Ubicación: Lejos de ti...

Mensaje por SHardin »

Leído. Coincido con Desierto. Contando lo que cuenta, se respira paz al leerlo.
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El Ekilibrio
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Mensaje por El Ekilibrio »

De este relato, que lo empecé a leer anoche y he terminado hoy, destaco las imágenes que me ha creado en la cabeza.
Ha conseguido transtimitirme toda la historia a través de imágenes y de manera excelente. Me ha llenado el cerebro de colores y cerezas que atrapé de sus seis cerezos. Me ha gustado mucho y muy bien logradas las descripciones.

Felicidades.
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Katia
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Registrado: 14 Dic 2007 21:20

Mensaje por Katia »

Muy bien de contenido y de forma. Muy cuidado, y con una previa documentación y dominio sobre el tema.

Excelente discurso sobre el código del honor :D

¡Ah, y no podía dejar de mencionar ese guiño a los haikus! :wink:

¡Me encanta! ¡Bravo! :eusa_clap:
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Naide
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Ubicación: Vía Láctea; que no está nada mal para no haber elegido.

Mensaje por Naide »

:eusa_clap: :eusa_clap: :eusa_clap:
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Felicity
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Mensaje por Felicity »

me ha gustado porque parece un cuento de estos japoneses. además el intercalado con los Haikus es acertado.
aunque es bonito. y transmite paz... cuando lo he acabado no se ha quedado la sensación de... darle vueltas. me ha faltado ese puntito. :)
Recuento 2024
Nos pasamos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante (Oscar Wilde)
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Nelly
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Mensaje por Nelly »

Me gusta mucho la escena de entrada de la Dama. Me gusta el ritmo.
Esta muy, muy bien documentado y la sucesión de hechos y descripciones esta tan bien cohesionada que te traslada al lugar y a la época.
¡¡Enhorabuena!! :eusa_clap: Que tiemble el autor de Shogun :D :D
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maverick
Me estoy empezando a viciar
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Bravissimo

Mensaje por maverick »

Sin intención de desmerecer las demás obras, esta me ha parecido extraordinaria... El ritmo, la acción, el desarrollo, los pequeños detalles, la cuidada presentación, la documentación (muy acertada Nelly), la exposición de nombres, descripción de personajes, la filosofía japonesa antigua, los valores japoneses... el fondo y la forma... para mí, no es un relato... es un precioso libro en miniatura... Creo que lo ha escrito un hombre, pero, en cualquier caso, hombre o mujer, hay un auténtico pedazo de artista en potencia... ¡bravo!¡bravissimo! :eusa_clap: :marie_bow:

Un saludo

Maverick


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Emma
La Gruñ
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Ubicación: En mi Gruñidera

Mensaje por Emma »

Siento discrepar de la aprobación generalizada, pero creo que es por una mera cuestión de gustos. El ritmo adecuado a la filosofía nipona que indica Desierto a mí me resulta excesivamente lento :roll: Y como no me llama mucho lo oriental, me ha resultado denso en nombres y términos propios de lo que cuenta.
Pero tiene imágenes muy bellas, los cerezos, el recuerdo de la Dama...que me han gustado mucho, y resulta muy curiosa la introducción del haiku en el texto.
Gracias.
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isabelita
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Ubicación: Éste tiene que ser mi año

Mensaje por isabelita »

Es unos de los relatos en que más se han cuidado los detalles
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ciro
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Mensaje por ciro »

Indiscutible el dominio de la tematica del escritor. Chapó. En contraposicion con el otro relato sobre Japón este deja entrever un gran dominio de la situacion y si que se ven el honor, la belleza, la lucha, lo perfecto, etc. Por ponerle un pero es mas un relato para escribir una novela que para llenar como relato propio, pero es pura envidia. :twisted:
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Amanita
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Mensaje por Amanita »

Una redacción muy cuidada, que transmite muchísimo, con descripciones muy buenas y un dominio del tema notable. Coindido con isabelita, de los que he leido hasta ahora me parece el más cuidado. Muy original el haiku intercalado. En la historia me he perdido un poco al principio, supongo que por desconocimiento, pero una vez que te haces a ella engancha. El ritmo es lento pero no cansa.
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