La donación Fantasía-Terror

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Ralph Barby
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La donación Fantasía-Terror

Mensaje por Ralph Barby »

Este relato fue publicado en un pequeño fanzine en catalán que unos entusiastas de la Fantasía, Terror y Ci-Fi ponen al mercado con más entusiasmo que medios.
Cuelgo en esta Web de “Abrete Libros” la versión original en castellano que no ha sido publicada antes en lugar alguno.
Espero que lo disfrutéis.
Al amigo Caleb, un saludo amistoso y que sigas en la lucha.
Ralph Barby


LA DONACIÓN


Puta taquilla, este gasolinero no se fía ni de su puta madre, claro que en una carretera tan solitaria y a estas horas de la madrugada, yo mismo podría ser un atracador... Qué tontería. ¿Yo un atracador?
Javier esboza una sonrisa de suficiencia y sigue pensando, es un tipo satisfecho de sí mismo, se considera un triunfador urbanita. Soy un ejecutivo con dos carreras, un master y cobro un pastón al año por objetivos conseguidos.
—¿Cuánta quiere? ¾le pregunta el empleado de noche de la solitaria gasolinera que casi se disuelve en la oscura autovía.
¾¡Ah sí!¾ Por poco me despisto, se dice Javier¾. Cincuenta litros, tenga mi tarjeta.
¾Por favor, ¿podría mostrarme su DNI? —La petición del empleado, parapetado tras la pequeña taquilla con rejas, le hace gruñir para sí: “este capullo no se fía”. ¾Disculpe son las normas para todo el mundo ¾se justifica el hombre del surtidor.
¾Sí, sí, claro ¾acepta, le muestra la tarjeta de identidad y le sonríe. Algo molesto piensa: Esto de pagar antes de servirse... En fin... Hace frío, pero llevo un buen coche, ahora que la autovía está vacía, puedo ver cuánto le saco de velocidad.
Mecánicamente, introduce la manguera en la entrada del depósito, nota la vibración del paso del combustible por la manguera. Dentro del coche, Ariadna está absorta leyendo una novela gracias a la luz de lectura de mapas. Después de cerrar el depósito, Javier retorna a su asiento frente al volante y cierra la portezuela, escapando al helor de la madrugada.
El pitillo que acaba de encender parece relajarle, no le pregunta a la mujer si le molesta, ella también es fumadora habitual. Ariadna no le presta atención, Javier piensa “no se entera ni de que vamos a reemprender la marcha”.
¾Tendrás que dejar de leer, princesa.
Sin levantar los ojos de la página que está leyendo, ella pide:
¾Deja la luz encendida.
¾Por favor...¾objeta, expulsando una larga bocanada de humo¾. No es para tanto, sólo es una novelita de Lovecraft.
Le mira.
¾Sí, sí, una novela de Lovecraft, pero no sé de qué te quejas, si es tuya.
¾Sí, es mía y ya la he leído, por eso te digo que no es para tanto, un tema claustrofóbico como todos los suyos, trasmigración de espíritus y no sé que extraterrestres invasores surgidos de abismos infernales.
¾Sé bueno y déjame leer un poquito, está todo tan oscuro que no se ve nada y a ti ¿qué más te da? No te voy a molestar mientras conduces. ¾Le sonríe picarona, algo forzadamente. Javier es consciente de que no la tiene tan apasionada como unas semanas atrás. ¾Cuando lleguemos al hotel, verás como te compenso.
¾Como quieras, princesa ¾acepta, al tiempo que le da a la llave de contacto y el potente motor de alta gama ronronea suave pero avisando de sus poderes. Los faros azulados de xenón iluminan el asfalto, la gasolinera va quedando atrás.
La mujer sigue leyendo embelesada, pasando páginas, consumiendo los párrafos densos y crípticos de la novela. Javier ha puesto en marcha el MP-3, suena una música suave, no quiere molestar la lectura de Ariadna con estridencia alguna. El hombre piensa: Si quiere sustos, se los voy a dar, y más fuertes que los de la novela de Lovecraft. Sin embargo, le reconviene suave:
¾Está prohibido circular con la luz de mapas encendida... ¾Ni me ha oído, se dice. Ahora verá...
Huuuuum... Qué placer hundir el acelerador, ya he metido la sexta.
No hay viento en contra y el motor funciona perfectamente. Lleva las luces largas barriendo la autopista, los poderosos faros de xenón llegan muy lejos. No sabe si decirle a Ariadna que ya ruedan a doscientos por hora, el vehículo apenas vibra, no delata la velocidad a la que circulan. La oscuridad de la noche oculta los puntos de referencia. Veremos hasta donde llega la aguja del velocímetro, parece que puede subir hasta los doscientos sesenta, pero no me lo creo. Ahora sería divertido poner el CD de las Valkirias...
¾Ariadna, ya vamos a doscientos veinte.
¾Ten cuidado no nos demos la hostia.
Javier sigue con el soliloquio que nadie más que su mente puede oír. Ni ha apartado los ojos de la novela, como este “buga” va tan suave, no le deben de bailar las letras, lo que está claro es que se ha enganchado con Lovecraft. Bueno, como no quiere enterarse lo voy a poner a tope, a ver lo que da, nadie puede venirme por delante ¿y qué radar me va a cazar ahora? Soy muy bueno, muy bueno con el volante, podría pilotar un fórmula uno, seguro, claro que un coche de carreras no sería tan cómodo como éste, encajo de maravilla en el asiento, el respaldo me atrapa bien la espalda, la temperatura constante, música al volumen que me apetece, la mujer de mi mejor cliente... Que se joda, bueno ya se la devolveré... Hace siete años que están casados, pero el último año su cuerpo ha sido mío y no de ese jodido soplapoyas... claro que como ya le ha tomado gusto será otro el que ocupe mi sitio... ¡Eh! ¿Que es eso oscuro?
Pisa fuerte el freno, el ABS vibra y produce un ruido escalofriante. El chirriar de los neumáticos arranca un fuerte chillido de la garganta de Ariadna que por primera vez aparta sus ojos de la novela de terror. Las ruedas dejan de chirriar, patinan sobre la gran mancha de aceite o gasóleo que algún vehículo ha perdido en aquel tramo. “¡Dios, nos la vamos a pegar!”, piensa Javier. Los segundos se hacen eternos, Javier trata de controlar el vehículo, pero la máquina no obedece, no se agarra al asfalto por el líquido oleoso que lo impregna. Las poderosas luces de xenón barren la noche de un lado a otro como ojos de un mítico y legendario dragón que, herido de muerte, agita su cabeza mientras su garganta lanza rugidos que suenan como graznidos de gigantescos pájaros.
Javier sigue hundiendo con firmeza el freno. El ABS propaga toda su vibración por el cuerpo masculino mientras un ruido escalofriante escapa de las ruedas. De pronto, cuando ya todo parece inevitable, se interponen los grandes pilares de un puente de hormigón armado. El coche se detiene. Apenas a unos centímetros delante del morro del coche se yergue el gran pilar de hormigón que sostiene el viaducto que cruza la autovía por encima.
Javier suspira, se inclina sobre el volante.
¾Por los pelos ¾resopla sin mirar a Ariadna que se ha quedado con los ojos muy abiertos, casi saliéndosele de las órbitas, la novela de Lovecraft ha caído sobre su regazo. ¾Tranquila, no ha sido nada, por poco, pero al final he podido frenar a tiempo, hay una mancha de aceite y si nosotros nos hemos librado, puede que otros no tengan tanta suerte.
Pone la marcha atrás para alejarse del gran pilar del viaducto y luego, con suavidad, retorna al asfalto de la autovía. Javier piensa que Ariadna estará muy molesta por lo sucedido, pero si ella no le reprocha nada, lo mejor será no hacer comentarios. Aumenta el volumen de la música para tranquilizarse ambos, después de lo que ha estado a punto de ocurrir.
Javier va recobrando confianza, olvida lo que acaba de suceder, y casi acariciando con la suela del zapato el pedal del acelerador, poco a poco aumenta la presión hasta que divisa unas luces azules parpadeando frente a ellos.
¾Un control de policía ¾levanta levemente el pie del acelerador¾. Esta vez no me cazan.
Ve que le hacen señales luminosas para que pase al arcén y se detenga. Puede ver dos vehículos policiales con sus luces encendidas parpadeando en la noche con destellos muy visibles a distancia. Javier observa a los dos agentes que se acercan a la ventanilla de la portezuela que él libera del cristal pulsando el botón correspondiente.
¾¿Qué ocurre, agente, algún accidente?
El policía le saluda llevándose levemente la mano a la visera de la gorra.
¾Buenas noches, haga el favor de apearse.
¾¿Apearme? Sólo he bebido una copa para la cena, no hay problemas.
¾Por favor, salga ¾insiste el agente.
Javier obedece resignado. A su lado, Ariadna no dice nada. El agente le ordena con voz suave pero firme al tiempo, dispuesto a no dejarse convencer:
¾ Pónganse de espaldas y las manos atrás.
Reticente Javier inquiere:
¾¿Qué pasa, agente, que prueba me van a hacer? Le juro que no llevo drogas.
Sin que pueda evitarlo, unas esposas de acero se cierran en torno a sus muñecas dejándolo sujeto y vulnerable.
¾¿Qué hace, por qué me detiene? Yo no he hecho nada, no iba a mucha velocidad, tengo mis derechos, ¿de qué se me acusa?
Es empujado hacia uno de los vehículos policiales. Un agente abre la portezuela y lo empujan hacia el interior evitando con una mano que se golpee la cabeza. En situación incómoda, Javier trata de ver a través de los cristales que están protegidos por tela metálica.
¾¡Oigan...! Mi compañera, tengo que llevarla, no se puede quedar sola en el coche.
¾No se preocupe por ella ¾replica el agente que lo ha esposado y metido en el coche policial y que ahora se sienta al lado del conductor. En tono más bajo le dice confidencialmente a su compañero que ya está dándole a la llave de contacto para poner el motor en marcha¾: Ya tenemos el pardillo que buscábamos.
Javier, a través del cristal y la rejilla de la luneta posterior, ve alejarse las luces de xenón de su potente coche de alta gana que se ha quedado quieto con Ariadna en su interior.
Muy nervioso, trata de averiguar lo que sucede, pero los agentes no parecen dispuestos a darle información, son dos coches policiales que ruedan veloces por la autovía hasta que salen de ella adentrándose en una estrecha y solitaria carretera comarcal.
Reducen la velocidad, pero siguen su marcha adentrándose más y más en una oscuridad que los faros halógenos tratan de deshacer. El trayecto comienza a ser más largo de lo que en un principio ha supuesto Javier, la noche se le hace más siniestra. ¿Adónde le llevan?, se pregunta cuando por los botes que da el vehículo deduce que han salido de la estrecha carretera para introducirse por una pista vecinal sin asfaltar.
¾Eh! ¿adónde vamos, adónde me llevan?
¾Tranquilo, ya estamos llegando¾ responde el agente que en todo momento se ha dirigido a él.
Al fin, los coches se detienen, le abren la portezuela y hacen salir a Javier. Nota el frío en su rostro como una súbita bofetada. Los faros de los coches iluminan unas ruinas, algo que parece una ermita o una pequeña edificación fortificada, medio destruida.
¾Camina ¾ordenan mientras le empujan.
¾¿Qué es esto, dónde estamos?
¾Pronto lo verás ¾ le dicen ¾. Vamos abajo a la cripta.
Javier más que inquieto, asustado, en medio de la noche fría, esposado y rodeado por los cuatro agentes, trata de negarse.
¾No, no voy ahí abajo, nada de criptas. ¿Quiénes sois, a qué jugáis conmigo? ¾De pronto, siente que todos los pelos de su cuerpo se le erizan de miedo, su vista pasa de un rostro a otro de los cuatro hombres uniformados y cae en la cuenta de que los cuatro rostros son iguales, como cuatro gemelos monocigóticos que le sonríen al tiempo, malignamente. Espoleado por el pánico y en una acción absurda por las escasas posibilidades de éxito que tiene, echa a correr hacia la oscuridad de la noche, hacia la nada.
Uno de los extraños y clónicos agentes le hace la zancadilla y cae al suelo sin poder mitigar el golpe con sus manos que siguen esposadas a su espalda. El dolor en el rostro se le hace insoportable, pero este dolor solo es el preludio de una horrorosa sinfonía que jamás hubiera deseado oír. Los cuatro agentes, armados con sendas porras de cuarenta centímetros, comienzan a golpearle sin piedad. Los porrazos dados con profesionalidad de verdugos experimentados golpean dolorosamente sus rodillas, sus codos, sus hombros. Las porras buscan sus huesos y cada golpe parece multiplicarse, son como descargas de miles de voltios. Javier más que gritar aúlla de dolor y suplica piedad.
Cesan los golpes y uno de los agentes, a Javier le da lo mismo cuál sea, pues los cuatro tienen el mismo rostro, silabea:
¾Te hemos cazado, hijo de puta, sabemos que ibas a doscientos cincuenta cuando la velocidad máxima permitida es de ciento veinte, corrías a más del doble, te hemos cazado. Creías que te ibas de rositas, pero ahora verás la putada que te vamos a hacer.
Lo cogen por las axilas arrastrando sus pies, ya que después de la brutal y despiadada paliza, Javier es incapaz de caminar. El rastro de los tacones de sus zapatos queda visible en la tierra. Es descendido e introducido en la tétrica cripta. A Javier le parece un lugar muy siniestro, no puede oler el hedor a humedad y a cadáver porque de su nariz ya rota mana sangre.
¾¡Vamos, mírala! ¾le ordenan.
Javier, que de no ser sostenido por dos de aquellos agentes se derrumbaría, obedece y mira hacia el túmulo de piedra que parece cubrir una tumba. Sobre el gran prisma de granito, descubre a un ser que le horripila, un ser que le produce una fuerte arcada de repulsión. No puede retroceder porque está casi sostenido en el aire por dos de aquellos malditos agentes.
La momia es repugnante, gran cantidad de viejos y amarillentos vendajes envuelven su cuerpo, pero no su rostro que queda al descubierto, con la boca entreabierta, las cuencas de sus ojos vacías.
¾¿Qué es esto, qué significa todo esto? ¿Que queréis de mí? ¾suplica más que pregunta con voz apenas inteligible por la sangre que escapa de sus fosas nasales y los labios partidos e hinchados por tantos porrazos recibidos. Busca una respuesta en los rostros cuatri-gemelos de los agentes y entonces, algo se ilumina en su mente. Sí, reconoce aquellas caras, es decir, cree reconocerlas, aunque en el brutal aturdimiento en que se halla no encuentra la respuesta exacta que su angustia reclama, pero aquel rostro, aquellos cuatro rostros iguales son muy, muy importantes en su memoria.
¾Míratela bien ¾le insisten¾, tiene un cuerpo, pero perdió su espíritu, le hace falta un espíritu que le dé vida y hemos decidido que seas tú el donante.
¾¿Donante? ¾Mira a unos y a otros tratando de recordar dónde ha visto aquel rostro multiplicado por cuatro¾. ¿Donante de espíritu, es que estáis locos?
¾No, no estamos locos ¾todos se ríen de él¾. Te hemos traído aquí para que dones tu espíritu a esta momia, te vas a quedar dentro de este cuerpo para siempre.
¾¡Eso es como una maldición! ¾protesta Javier; de entre sus labios tumefactos brota una espumilla sanguinolenta.
¾Lo vas entendiendo, pero vas a tener un problema añadido ¾le dicen casi burlonamente¾. La momia no tiene ojos, tú tienes ojos, es decir, tu espíritu tiene ojos, pero como la momia no los tiene, no podrás ver, serás una momia ciega.
¾Esto es una locura, ¿verdad? Una broma, una maldita broma.
¾No, no es ninguna broma, es tu destino, para eso te hemos traído a esta cripta olvidada en el tiempo. Esta momia esperaba tu donación.
Entre aterrorizado e incrédulo, Javier mira aquellos rostros que está seguro conocer, pero no consigue recordar a qué hombre pertenecen. Lo sujetan por brazos y piernas, los dolores son intensísimos, debe tener varios huesos rotos. Lo levantan y ya en el aire, lo sitúan sobre la momia, queda suspendido a apenas un palmo de ella. Le aterran las cuencas vacías de sus ojos, su boca entreabierta que parece sonreírle, esperando, esperando. El pánico le convulsiona. Desearía escapar y no puede, su cuerpo no obedece. De entre sus labios, de manera incontrolable, comienza a fluir algo que parece una gelatina blanquinosa manchada de sangre: Es ectoplasma, y va escapando de su cuerpo para pasar a la boca ávida de la momia que succiona hambrienta aquella materia que Javier sabe que es él mismo, su propio espíritu que abandona su cuerpo para ser devorado por la momia que en la soledad de la cripta le ha estado aguardando durante siglos, quizás milenios.
Javier ansía gritar, pero por su boca no escapan sonidos, sólo su espíritu que la momia devora con deleite, poco a poco. El grito desgarrador por el pavor que siente, sólo se esparce dentro de su mente, salta, crepita de una neurona a otra. Nadie puede evitar, impedir la tenebrosa donación. Javier siente como algo dentro de él se desprende, como si fueran las vísceras, y luego sale de su cuerpo.
Las últimas moléculas de ectoplasma fluyen de su boca tumefacta y sanguinolenta y terminan por desaparecer dentro de la succionante boca de la momia. El cuerpo ha quedado vacío de espíritu, ya no es nada. El horror de su macabro destino le hace sumirse en las tinieblas de la inconsciencia.
No veo nada, piensa, incapaz de pronunciar palabra alguna. Ya vi que no tenía ojos, soy una momia sin ojos, mi espíritu está atrapado, soy su prisionero. Qué mal respiro, cuantos dolores me torturan y nada puedo hacer por evitarlos. Oigo voces, siempre oigo voces, no sé quienes son...
¾Hola, Javier.
Me habla un hombre, no sé quién es, y no puedo responderle, mi voz no sale de mi garganta, no le veo, no tengo ojos, es una maldición aterradora.
¾Me han dicho que no puedes ver, pero es posible que me oigas, ¿sabes quién soy?
En la mente del espíritu de Javier aparecen los rostros de los policías que le han llevado a la cripta, cuatro rostros iguales, pero es un solo hombre el que le habla.
¾He llevado siete rosas a Ariadna, le he dejado seis en su tumba, la séptima te la traigo a ti, es tuya.
¿Qué dice? Se ha callado, ¿se habrá ido? ¿Cuánto tiempo es la eternidad?

FIN


CUENTO DE FANTASÍA-TERROR
original de Ralph Barby- 13-11-2007
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lucia
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Mensaje por lucia »

Muchas gracias por la primicia :D A ver si saco tiempo esta noche para leerlo.
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lucia
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Mensaje por lucia »

Lo saqué :)

Menudo gilipollas es Javier. Le está bien empleado que le atrape la policía... aunque parecen luego los extraterrestres que decías.

:lol: Y de nuevo, final marca dela casa, dejando mas preguntas abiertas que las que responde: ¿Quiénes son los policías clónicos? ¿El que le habla al final es el marido de Ariadna?
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Ralph Barby
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Mensaje por Ralph Barby »

Lucía, no me has defraudado... pero no voy aclararte tus dudas, por el momento. Los finales no pueden explicarse, sería como desvelar los secretos de los magos, acuérdate de "Viaje al Horror".
Besotes.
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lucia
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Mensaje por lucia »

Todavía lo tengo pendiente, con tanto viaje por ahí :oops:
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