La torre
- al_bertini
- Vadertini
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La torre
Me acuerdo del día en que el abuelo inauguró su torre. Con ella comenzó la Exposición Universal de Paris, en 1889, y fue el trabajo con el que siempre soñó. El pobre estuvo nervioso y expectante todo el día, y no pudo descansar hasta la noche siguiente. Quizá era lo normal, había pasado los dos últimos años viviendo entre su estudio y el recinto de la Exposición, y además tuvo que aguantarnos muchas tardes a mis primos y a mí.
Aunque no estaba mucho tiempo en casa, cada dos días recibía la visita de sus nietos. Aquellos días terminábamos la escuela pronto, y siempre insistíamos a nuestros padres para que nos llevaran a ver al abuelo Gustave. Michel, el chófer de mi padre, solía recogernos a la salida del colegio, en Sant-Germain, muy cerca de la casa que compartíamos. Casi siempre nos traía unos bocadillos y un poco de chocolate, pues los tres nos pasábamos todo el trayecto saltando de un asiento a otro o insultando a los caballos por las ventanas.
La nana Charlotte se negaba a venir con nosotros, decía que los obreros y la gente que trabajaba en la Exposición le pedían en matrimonio “o cosas aún peores”. Nosotros en el fondo nos alegrábamos, ya que Michel no se empeñaba en seguirnos por cada sitio donde nos metíamos, o cada barrote al que nos subíamos. Además, no se lo contaba a nuestro padre.
Ese día, todas las autoridades y gente famosa de la época se reunieron a los pies de la torre. Hubo música, discursos largos, muchas palmadas en los hombros y aplausos, y el pobre abuelo sudó hasta decir basta. Cuando el Alcalde se acercó a cortar la cinta, mi abuelo hizo lo que pudo para darle la mano y quitarse la chistera sin que se le cayese. “¡Eiffel, ha hecho usted un trabajo magnífico!”, gritó el alcalde a todos los presentes. Mi abuelo apenas susurró “No ha sido nada”. Posiblemente fue mucho, porque le proporcionó muchas discusiones con la abuela el poco tiempo que pasó en casa. Pero cuando estaba en la obra, era otra persona.
Corría de un lado a otro, daba órdenes y perdía planos por donde pasaba. Esto no le gustaba, aquello estaba torcido…pero los obreros no protestaban. Le tenían respeto. Sabían que la ciudad tenía miedo de la torre, y si seguían las instrucciones de su jefe, quizá la construcción no se cayese. Apenas nos veía llegar, nos pedía un beso a cada uno. “Mi dama primero”, solía decir cuando me veía, y me dejaba tirarle un poco de la barba. Me encantaba hacerlo, sobre todo porque a mis primos no se lo permitía. Después nos advertía una y otra vez que no subiésemos a ningún sitio y que no manchásemos nuestra ropa, porque si no la abuela se enfadaría con él. Era muy difícil no mancharnos con tanta arena y grasa alrededor de esos hierros gigantes.
Algunos obreros nos subían a escondidas al segundo piso, entre los sacos y vigas que cargaban, cuando el abuelo se quedaba debajo del todo, o se reunía con sus ayudantes y sus planos. Arriba la ciudad era maravillosa. Veíamos nuestro colegio, el Panteón, Notre-Dame…a veces intentábamos adivinar dónde estaba nuestra casa. Los trabajadores nos ayudaban a buscarla, aunque creo que lo hacían para evitar nuestra caída.
En la inauguración, el abuelo no olvidó mencionar al herrero gascón que había caído cuatro meses antes desde la torre. Posiblemente fue el único momento en que se tranquilizó un poco, pues del resto de palabras que dijo sólo entendí “estimada ciudad” y “muchas gracias”. Y eso que no quise moverme de su lado en todo momento. Por la noche, cuando todo acabó, me dijo que ni el día de su boda estuvo tan nervioso.
Aún permaneció intranquilo varios años, pensando que su obra sería desmontada, como pidió Guy de Maupassant durante mucho tiempo. Sesenta años después, se convirtió en el monumento más visitado del mundo.
Aunque no estaba mucho tiempo en casa, cada dos días recibía la visita de sus nietos. Aquellos días terminábamos la escuela pronto, y siempre insistíamos a nuestros padres para que nos llevaran a ver al abuelo Gustave. Michel, el chófer de mi padre, solía recogernos a la salida del colegio, en Sant-Germain, muy cerca de la casa que compartíamos. Casi siempre nos traía unos bocadillos y un poco de chocolate, pues los tres nos pasábamos todo el trayecto saltando de un asiento a otro o insultando a los caballos por las ventanas.
La nana Charlotte se negaba a venir con nosotros, decía que los obreros y la gente que trabajaba en la Exposición le pedían en matrimonio “o cosas aún peores”. Nosotros en el fondo nos alegrábamos, ya que Michel no se empeñaba en seguirnos por cada sitio donde nos metíamos, o cada barrote al que nos subíamos. Además, no se lo contaba a nuestro padre.
Ese día, todas las autoridades y gente famosa de la época se reunieron a los pies de la torre. Hubo música, discursos largos, muchas palmadas en los hombros y aplausos, y el pobre abuelo sudó hasta decir basta. Cuando el Alcalde se acercó a cortar la cinta, mi abuelo hizo lo que pudo para darle la mano y quitarse la chistera sin que se le cayese. “¡Eiffel, ha hecho usted un trabajo magnífico!”, gritó el alcalde a todos los presentes. Mi abuelo apenas susurró “No ha sido nada”. Posiblemente fue mucho, porque le proporcionó muchas discusiones con la abuela el poco tiempo que pasó en casa. Pero cuando estaba en la obra, era otra persona.
Corría de un lado a otro, daba órdenes y perdía planos por donde pasaba. Esto no le gustaba, aquello estaba torcido…pero los obreros no protestaban. Le tenían respeto. Sabían que la ciudad tenía miedo de la torre, y si seguían las instrucciones de su jefe, quizá la construcción no se cayese. Apenas nos veía llegar, nos pedía un beso a cada uno. “Mi dama primero”, solía decir cuando me veía, y me dejaba tirarle un poco de la barba. Me encantaba hacerlo, sobre todo porque a mis primos no se lo permitía. Después nos advertía una y otra vez que no subiésemos a ningún sitio y que no manchásemos nuestra ropa, porque si no la abuela se enfadaría con él. Era muy difícil no mancharnos con tanta arena y grasa alrededor de esos hierros gigantes.
Algunos obreros nos subían a escondidas al segundo piso, entre los sacos y vigas que cargaban, cuando el abuelo se quedaba debajo del todo, o se reunía con sus ayudantes y sus planos. Arriba la ciudad era maravillosa. Veíamos nuestro colegio, el Panteón, Notre-Dame…a veces intentábamos adivinar dónde estaba nuestra casa. Los trabajadores nos ayudaban a buscarla, aunque creo que lo hacían para evitar nuestra caída.
En la inauguración, el abuelo no olvidó mencionar al herrero gascón que había caído cuatro meses antes desde la torre. Posiblemente fue el único momento en que se tranquilizó un poco, pues del resto de palabras que dijo sólo entendí “estimada ciudad” y “muchas gracias”. Y eso que no quise moverme de su lado en todo momento. Por la noche, cuando todo acabó, me dijo que ni el día de su boda estuvo tan nervioso.
Aún permaneció intranquilo varios años, pensando que su obra sería desmontada, como pidió Guy de Maupassant durante mucho tiempo. Sesenta años después, se convirtió en el monumento más visitado del mundo.
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- al_bertini
- Vadertini
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Me ha gustado. Es un texto suave, terso, entrañable
Hay alguna parte que me ha resultado curiosa porque ejemplifica algo que suele ocurrirle a los escritores y que creo que no está del todo bien resuelto siempre y puede resultar confundible:
"Casi siempre nos traía unos bocadillos y un poco de chocolate, pues los tres nos pasábamos todo el trayecto saltando de un asiento a otro o insultando a los caballos por las ventanas."
En realidad no lo es tanto, pero ilustra un ejemplo que es el de dar ciertas afirmaciones por supuestas, y que suele pasar mucho en los textos de poca longitud, que buscan contar una historia en poco tiempo. En realidad no hay una causa/efecto por la cual se pueda leer objetivamente que les llevaba los bocadillos y el chocolate para que no lo hicieran, pero el dar por supuesto este entendimiento nos hace ver que realmente tampoco es lo que el texto dice. Siempre hay que dar cosas por supuestas cuando escribimos, pero la relación causa/efecto creo que no siempre debe de ser una de ellas. De manera objetiva, se podría entender que el tipo llevaba los bocadillos porque ellos saltaban, no para que dejaran de hacerlo, o porque quisiera calmarles. Se da por supuesto en cierta medida, pero en otros niveles, quizá con mayor extensión de texto o con un una proyección mayor de los personajes, puede distorsionar ciertas imágenes de ellos.
No se si se me ha entendido bien... Pero bueno, es igual no me hagas mucho caso de todas maneras
Hay otra frases que quiero destacar.
"Apenas nos veía llegar, nos pedía un beso a cada uno. “Mi dama primero”, solía decir cuando me veía, y me dejaba tirarle un poco de la barba."
Estas son las perlas a las que me refiero cuando digo que tienes lo que hay que tener para narrar. Esta simple expresión, sin desmerecer el resto del texto, es literatura en estado puro.
Hay alguna parte que me ha resultado curiosa porque ejemplifica algo que suele ocurrirle a los escritores y que creo que no está del todo bien resuelto siempre y puede resultar confundible:
"Casi siempre nos traía unos bocadillos y un poco de chocolate, pues los tres nos pasábamos todo el trayecto saltando de un asiento a otro o insultando a los caballos por las ventanas."
En realidad no lo es tanto, pero ilustra un ejemplo que es el de dar ciertas afirmaciones por supuestas, y que suele pasar mucho en los textos de poca longitud, que buscan contar una historia en poco tiempo. En realidad no hay una causa/efecto por la cual se pueda leer objetivamente que les llevaba los bocadillos y el chocolate para que no lo hicieran, pero el dar por supuesto este entendimiento nos hace ver que realmente tampoco es lo que el texto dice. Siempre hay que dar cosas por supuestas cuando escribimos, pero la relación causa/efecto creo que no siempre debe de ser una de ellas. De manera objetiva, se podría entender que el tipo llevaba los bocadillos porque ellos saltaban, no para que dejaran de hacerlo, o porque quisiera calmarles. Se da por supuesto en cierta medida, pero en otros niveles, quizá con mayor extensión de texto o con un una proyección mayor de los personajes, puede distorsionar ciertas imágenes de ellos.
No se si se me ha entendido bien... Pero bueno, es igual no me hagas mucho caso de todas maneras
Hay otra frases que quiero destacar.
"Apenas nos veía llegar, nos pedía un beso a cada uno. “Mi dama primero”, solía decir cuando me veía, y me dejaba tirarle un poco de la barba."
Estas son las perlas a las que me refiero cuando digo que tienes lo que hay que tener para narrar. Esta simple expresión, sin desmerecer el resto del texto, es literatura en estado puro.
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- al_bertini
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Ay, Fley, te he entendido demasiado bien...es algo que quería evitar en la historia, en otros momentos lo he conseguido, pero aquí se me ha escapado. Quizá una afirmación del propio conductor, o un "parecía que nos los traía para..." lo arreglaría. Le voy a dar unas vueltas. Muy buena observación, muchas gracias amigo
SHardin, muchísimas gracias, me alegro de tenerte de lector fiel Es curioso lo de otro hombre ocupado, no se me había ocurrido relacionarlo con el otro relato
SHardin, muchísimas gracias, me alegro de tenerte de lector fiel Es curioso lo de otro hombre ocupado, no se me había ocurrido relacionarlo con el otro relato
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La historia me ha gustado.
También debo decir que lo veo como si fuese un poco experimental porque no me cuadra tanto con otras historias que has contado.
También debo decir que lo veo como si fuese un poco experimental porque no me cuadra tanto con otras historias que has contado.
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- al_bertini
- Vadertini
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Solo ha faltado la banda sonora con Louis Armstrong
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De cruela te pasas un pelo y sin explicación. es uno0 de los mejores relatos que he leído en este foro. El único punto flojo es lo del chocolate, que puede solucionarse con mucha facilidad. Hay detalles como la extrema timidez de Eiffel que le dan al relato una fiabilidad muy grande y una sensación de verosimilitud. Me gusta y no encuentro fallos valederos, ¡enhorabuena! Saludos. Ricardolucia escribió:Solo ha faltado la banda sonora con Louis Armstrong
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Ese comentario iba para el de Ese mundo maravilloso
https://www.abretelibro.com/foro/viewtopic.php?t=27858
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Je,je... ya tenemos a nuestra "Virginia" de los Foreros, el favorito de Risto Lampugnani...Ricardo Lampugnani escribió:De cruela te pasas un pelo y sin explicación. es uno0 de los mejores relatos que he leído en este foro. El único punto flojo es lo del chocolate, que puede solucionarse con mucha facilidad. Hay detalles como la extrema timidez de Eiffel que le dan al relato una fiabilidad muy grande y una sensación de verosimilitud. Me gusta y no encuentro fallos valederos, ¡enhorabuena! Saludos. Ricardolucia escribió:Solo ha faltado la banda sonora con Louis Armstrong
Que conste que a mi también me gustó el relato de Al, como comenté anteriormente