Provocación - Stanislaw Lem
Moderadores: magali, Ashling, caramela
Provocación - Stanislaw Lem
Provocación
Stanislaw Lem
(3ª edición)
Prólogo de David Torres
Traducción del polaco de
Joanna Bardzinska y Kasia Dubla
«EL PROYECTIL MÁS CERTERO JAMÁS LANZADO
CONTRA EL HORROR DEL HOLOCAUSTO.»
(del prólogo de David Torres)
Provocación, el primer libro del autor polaco Stanislaw Lem traducido al español en los últimos quince años, y parte fundamental de la obra magna de Lem, la Biblioteca del Siglo XXI, es una hazaña intelectual sin paralelo en la literatura contemporánea: la conjunción de la obra de Horst Aspernicus, un supuesto historiador alemán del Holocausto, y de un extravagante estudio que intenta recoger mediante precisas estadísticas todo lo que le sucede a la humanidad durante un único minuto.
Los trabajos de Aspernicus suponen no sólo un análisis radical del genocidio, sino un salto mortal sin red en los abismos de la naturaleza humana. Un minuto humano —el libro imaginario de Johnson & Johnson— arroja, debajo de su grotesco propósito y de sus delirantes tablas numéricas, una inquietante sombra sobre la sociedad del bienestar y del consumo. Dándole la vuelta al género de la reseña de libros imaginarios, esta vez en torno a uno de los mayores horrores del siglo XX, Lem enfrenta la literatura con la realidad y a los fantasmas vivos con los muertos.
Es éste un libro heterodoxo y afilado como un cuchillo que cuestiona de un tajo todas las convicciones sobre el Holocausto y el hombre contemporáneo.
Stanislaw Lem
Traducción de Joanna Bardzinska y Kasia Dubla
Horst Aspernicus:
Der Völkermord
I. Die Endlösung als Erlösung
II. Fremdkörper Tod
(Göttingen, 1980)
Como dijo alguien, está muy bien que esta historia del genocidio la escribiera un alemán porque cualquier otro autor se expondría a acusaciones de germanofobia. No creo que esto hubiera pasado. Para este antropólogo, el origen alemán de «la solución final de la cuestión judía» en el Tercer Reich constituye sólo la parte secundaria de un proceso que no se limita ni a los asesinos alemanes ni a las víctimas judías. Se han escrito ya muchas atrocidades sobre el hombre contemporáneo. No obstante, nuestro autor ha decidido acabar con ese hombre de una vez por todas, triturándolo hasta tal punto que no pueda volver a levantarse. Aspernicus, cuyo apellido se asocia con Copérnico, quería, como hizo su ilustre antecesor en la astronomía, iniciar una revolución en la antropología del mal. Al leer el resumen de los dos tomos de la obra, el lector mismo podrá decir si lo consiguió.
Siguiendo sus ambiciosos planes, el primer tomo se abre con el estudio de ciertos comportamientos observados en el mundo animal. El autor trata de los depredadores que matan por instinto, para vivir. Destaca que el depredador, especialmente si es grande, no mata por encima de sus necesidades y de las de su cortejo de comensales, ya que, como es sabido, todas las especies depredadoras tienen su cortejo, compuesto de animales más débiles que se alimentan de los restos de sus presas. Los animales no depredadores se vuelven agresivos sólo durante el período de celo. Sin embargo, son escasas las ocasiones en las que la lucha de los machos por una hembra acaba con la muerte del rival. Matar de una forma gratuita es poco frecuente entre los animales. Donde se observa con mayor frecuencia este comportamiento es entre los animales domesticados.
El caso del hombre es distinto. Según las crónicas, desde los tiempos más antiguos, los conflictos bélicos se convertían en matanzas masivas de los vencidos. Los motivos, en la mayoría de los casos, eran prácticos: al eliminar la progenie de los vencidos, el vencedor evitaba la futura venganza. En las culturas antiguas, las matanzas de este tipo no se ocultaban en modo alguno, eran incluso ostentosas: cestas llenas de miembros y genitales cortados formaban parte de las marchas triunfales de los vencedores como manifiesto de su victoria. Tampoco nadie en la antigüedad cuestionaba este derecho del vencedor. A los vencidos los mataban o los llevaban presos, según un cálculo de beneficios puramente material.
Basándose en abundante documentación, Aspernicus demuestra cómo las reglas bélicas se fueron blindando con un número cada vez mayor de limitaciones; esto se ve claramente en los códigos caballerescos. Sin embargo, estas limitaciones no eran respetadas en las guerras civiles, porque el adversario interior superviviente era más peligroso que el enemigo exterior, lo cual explica por qué los católicos perseguían a los cátaros con más afán que a los sarracenos.
La paulatina ampliación de estas limitaciones llevó finalmente a acuerdos como el Convenio de la Haya. La cuestión básica era que la victoria en la guerra y la matanza de los vencidos debían permanecer separadas. Lo primero no podía bajo ninguna circunstancia traer consigo lo segundo. Esta disyunción iba a reflejar el progreso realizado en la ética de los conflictos bélicos. También han ocurrido actos de genocidio en los tiempos modernos, pero carecen del oportunismo y la ostentación de los antiguos. Aquí, Aspernicus pasa al estudio de los razonamientos que se han dado en los distintos siglos para justificar el genocidio.
En el mundo cristianizado, esos razonamientos pasaron a ser un hecho común. Hay que añadir que ni las expediciones de los conquistadores, ni las levas de esclavos africanos, ni, más antiguamente, la liberación de Tierra Santa o el desmembramiento de los imperios indios de América del Sur, fueron llevados a cabo con una abierta intención genocida, sino que se trataba de reclutar mano de obra, de convertir paganos, de la conquista de tierras de ultramar, y las matanzas de aborígenes significaban la superación de unos obstáculos en el camino. Sin embargo, en la cronología de los genocidios podemos detectar una caída del interés propio como componente motivador en relación al componente justificativo, esto es, un creciente predominio del provecho espiritual sobre el provecho material de los autores. Aspernicus señala la masacre de los armenios por los turcos, en la Primera Guerra Mundial, como precursora del genocidio nazi, puesto que adquirió en toda su plenitud las características de un genocidio moderno: a los turcos la carnicería no les proporcionó ningún beneficio significativo, y al mismo tiempo se falsearon sus motivos y se ocultó como se pudo ante el mundo. Según el autor, el genocidio tout court no es el estigma del siglo XX, sino la matanza con razonamientos totalmente falseados, enmascarada en la medida de lo posible tanto en su desarrollo como en sus resultados. Los beneficios materiales procedentes del saqueo de las víctimas eran más bien nulos o peor incluso, como en el caso de judíos y alemanes: en el balance del estado alemán, el judeocidio significó una pérdida material y cultural, lo cual fue demostrado, con amplia documentación, por autores alemanes después de la Segunda Guerra Mundial. Así pues, a lo largo de la historia se invirtió la situación original: el provecho, ya fuese económico o militar, de la práctica del genocidio pasó de real a imaginario, y eso fue lo que generó la necesidad de encontrar nuevas justificaciones para el asesinato. Si estas justificaciones hubieran adquirido la potencia de un argumento tajante, las masivas sentencias de muerte ejecutadas mediante estas justificaciones no tendrían que ocultarse ante el mundo. Sin embargo se ocultaban por doquier, así que, por lo visto, no eran lo bastante convincentes ni siquiera para los promotores del genocidio. Aspernicus considera esto un diagnóstico inquietante y, a la vez, según los hechos, indiscutible. Como indican los documentos conservados, el nazismo mantuvo en el proceso genocida una cierta gradación: a los pueblos diezmados y subyugados, como los eslavos, se les anunciaban algunas ejecuciones; en cambio, a los grupos que iban a ser totalmente eliminados, como los ju-díos o los gitanos, no se les avisaba de las ejecuciones en marcha. Cuanto más total era la matanza, más sombra la ocultaba.
Aspernicus examina este conjunto de fenómenos aplicando un método de incursiones sucesivas cuya intención es alcanzar las motivaciones más profundas del genocidio. Primero, muestra en el mapa de Europa un gradiente enfocado de Oeste a Este, desde el polo del encubrimiento hasta el de la claridad, o, en términos morales, desde el asesinato avergonzado hasta el desvergonzado. Lo que los alemanes hacían en la Europa occidental a escala local, en secreto, de modo esporádico y lentamente, lo emprendían en el Este a escala creciente, con brusquedad, de forma más evidente y cada vez con menos reparos, empezando por las fronteras del General Gouvernement, esto es, las tierras polacas anexionadas por los alemanes durante el tercer reparto de Polonia. Cuánto más al este, más claramente el genocidio pasaba a ser una normativa de aplicación inmediata: a menudo mataban a los judíos en sus casas, sin aislarlos en guetos ni trasladarlos a los campos de exterminio. El autor opina que esa disparidad demuestra la hipocresía de los genocidas, que se sentían incómodos para hacer en el Oeste lo que hacían en el Este, donde ya ni se preocupaban de guardar las apariencias.
En su origen, el programa de «la solución final de la cues-tión judía» escondía distintas variantes que presentaban diferentes grados de crueldad, aunque todas con idéntico final. Aspernicus sostiene, y con razón, que era factible la variante no sanguinaria, militar y económicamente más provechosa para el Tercer Reich: separación de sexos y aislamiento en guetos o campos. Si los alemanes, al escoger su conducta, no tomaron en consideración los factores éticos, deberían haber considerado al menos el factor de beneficio propio que sin duda implicaba esta variante, puesto que dejaría libres una gran parte de los trenes (los cuales trasladaban a los judíos de los guetos a los campos de exterminio) para necesidades militares, reduciendo el número de tropas dedicadas al exterminio (porque la vigilancia de los guetos exigiría menos fuerzas) y aliviando también la industria destinada a la producción de crematorios, trituradoras de huesos humanos, gas Zyklon y otros utensilios genocidas. Los judíos segregados se hubieran extinguido en cuarenta años, como mucho, teniendo en cuenta el ritmo al que desaparecía la gente de los guetos a causa del hambre, las enfermedades y el agotamiento causado por los trabajos forzados. El ritmo de este genocidio indirecto era conocido por la plana mayor del Endlösung a principios del año 1942, y cuando se optó por la decisión definitiva, la plana mayor podía contar aún con una victoria alemana. No había, pues, ningún factor a favor de la solución sanguinaria, aparte de la propia voluntad de matar.
http://www.funambulista.net/provocacion_intro.htm
Stanislaw Lem
(3ª edición)
Prólogo de David Torres
Traducción del polaco de
Joanna Bardzinska y Kasia Dubla
«EL PROYECTIL MÁS CERTERO JAMÁS LANZADO
CONTRA EL HORROR DEL HOLOCAUSTO.»
(del prólogo de David Torres)
Provocación, el primer libro del autor polaco Stanislaw Lem traducido al español en los últimos quince años, y parte fundamental de la obra magna de Lem, la Biblioteca del Siglo XXI, es una hazaña intelectual sin paralelo en la literatura contemporánea: la conjunción de la obra de Horst Aspernicus, un supuesto historiador alemán del Holocausto, y de un extravagante estudio que intenta recoger mediante precisas estadísticas todo lo que le sucede a la humanidad durante un único minuto.
Los trabajos de Aspernicus suponen no sólo un análisis radical del genocidio, sino un salto mortal sin red en los abismos de la naturaleza humana. Un minuto humano —el libro imaginario de Johnson & Johnson— arroja, debajo de su grotesco propósito y de sus delirantes tablas numéricas, una inquietante sombra sobre la sociedad del bienestar y del consumo. Dándole la vuelta al género de la reseña de libros imaginarios, esta vez en torno a uno de los mayores horrores del siglo XX, Lem enfrenta la literatura con la realidad y a los fantasmas vivos con los muertos.
Es éste un libro heterodoxo y afilado como un cuchillo que cuestiona de un tajo todas las convicciones sobre el Holocausto y el hombre contemporáneo.
Stanislaw Lem
Traducción de Joanna Bardzinska y Kasia Dubla
Horst Aspernicus:
Der Völkermord
I. Die Endlösung als Erlösung
II. Fremdkörper Tod
(Göttingen, 1980)
Como dijo alguien, está muy bien que esta historia del genocidio la escribiera un alemán porque cualquier otro autor se expondría a acusaciones de germanofobia. No creo que esto hubiera pasado. Para este antropólogo, el origen alemán de «la solución final de la cuestión judía» en el Tercer Reich constituye sólo la parte secundaria de un proceso que no se limita ni a los asesinos alemanes ni a las víctimas judías. Se han escrito ya muchas atrocidades sobre el hombre contemporáneo. No obstante, nuestro autor ha decidido acabar con ese hombre de una vez por todas, triturándolo hasta tal punto que no pueda volver a levantarse. Aspernicus, cuyo apellido se asocia con Copérnico, quería, como hizo su ilustre antecesor en la astronomía, iniciar una revolución en la antropología del mal. Al leer el resumen de los dos tomos de la obra, el lector mismo podrá decir si lo consiguió.
Siguiendo sus ambiciosos planes, el primer tomo se abre con el estudio de ciertos comportamientos observados en el mundo animal. El autor trata de los depredadores que matan por instinto, para vivir. Destaca que el depredador, especialmente si es grande, no mata por encima de sus necesidades y de las de su cortejo de comensales, ya que, como es sabido, todas las especies depredadoras tienen su cortejo, compuesto de animales más débiles que se alimentan de los restos de sus presas. Los animales no depredadores se vuelven agresivos sólo durante el período de celo. Sin embargo, son escasas las ocasiones en las que la lucha de los machos por una hembra acaba con la muerte del rival. Matar de una forma gratuita es poco frecuente entre los animales. Donde se observa con mayor frecuencia este comportamiento es entre los animales domesticados.
El caso del hombre es distinto. Según las crónicas, desde los tiempos más antiguos, los conflictos bélicos se convertían en matanzas masivas de los vencidos. Los motivos, en la mayoría de los casos, eran prácticos: al eliminar la progenie de los vencidos, el vencedor evitaba la futura venganza. En las culturas antiguas, las matanzas de este tipo no se ocultaban en modo alguno, eran incluso ostentosas: cestas llenas de miembros y genitales cortados formaban parte de las marchas triunfales de los vencedores como manifiesto de su victoria. Tampoco nadie en la antigüedad cuestionaba este derecho del vencedor. A los vencidos los mataban o los llevaban presos, según un cálculo de beneficios puramente material.
Basándose en abundante documentación, Aspernicus demuestra cómo las reglas bélicas se fueron blindando con un número cada vez mayor de limitaciones; esto se ve claramente en los códigos caballerescos. Sin embargo, estas limitaciones no eran respetadas en las guerras civiles, porque el adversario interior superviviente era más peligroso que el enemigo exterior, lo cual explica por qué los católicos perseguían a los cátaros con más afán que a los sarracenos.
La paulatina ampliación de estas limitaciones llevó finalmente a acuerdos como el Convenio de la Haya. La cuestión básica era que la victoria en la guerra y la matanza de los vencidos debían permanecer separadas. Lo primero no podía bajo ninguna circunstancia traer consigo lo segundo. Esta disyunción iba a reflejar el progreso realizado en la ética de los conflictos bélicos. También han ocurrido actos de genocidio en los tiempos modernos, pero carecen del oportunismo y la ostentación de los antiguos. Aquí, Aspernicus pasa al estudio de los razonamientos que se han dado en los distintos siglos para justificar el genocidio.
En el mundo cristianizado, esos razonamientos pasaron a ser un hecho común. Hay que añadir que ni las expediciones de los conquistadores, ni las levas de esclavos africanos, ni, más antiguamente, la liberación de Tierra Santa o el desmembramiento de los imperios indios de América del Sur, fueron llevados a cabo con una abierta intención genocida, sino que se trataba de reclutar mano de obra, de convertir paganos, de la conquista de tierras de ultramar, y las matanzas de aborígenes significaban la superación de unos obstáculos en el camino. Sin embargo, en la cronología de los genocidios podemos detectar una caída del interés propio como componente motivador en relación al componente justificativo, esto es, un creciente predominio del provecho espiritual sobre el provecho material de los autores. Aspernicus señala la masacre de los armenios por los turcos, en la Primera Guerra Mundial, como precursora del genocidio nazi, puesto que adquirió en toda su plenitud las características de un genocidio moderno: a los turcos la carnicería no les proporcionó ningún beneficio significativo, y al mismo tiempo se falsearon sus motivos y se ocultó como se pudo ante el mundo. Según el autor, el genocidio tout court no es el estigma del siglo XX, sino la matanza con razonamientos totalmente falseados, enmascarada en la medida de lo posible tanto en su desarrollo como en sus resultados. Los beneficios materiales procedentes del saqueo de las víctimas eran más bien nulos o peor incluso, como en el caso de judíos y alemanes: en el balance del estado alemán, el judeocidio significó una pérdida material y cultural, lo cual fue demostrado, con amplia documentación, por autores alemanes después de la Segunda Guerra Mundial. Así pues, a lo largo de la historia se invirtió la situación original: el provecho, ya fuese económico o militar, de la práctica del genocidio pasó de real a imaginario, y eso fue lo que generó la necesidad de encontrar nuevas justificaciones para el asesinato. Si estas justificaciones hubieran adquirido la potencia de un argumento tajante, las masivas sentencias de muerte ejecutadas mediante estas justificaciones no tendrían que ocultarse ante el mundo. Sin embargo se ocultaban por doquier, así que, por lo visto, no eran lo bastante convincentes ni siquiera para los promotores del genocidio. Aspernicus considera esto un diagnóstico inquietante y, a la vez, según los hechos, indiscutible. Como indican los documentos conservados, el nazismo mantuvo en el proceso genocida una cierta gradación: a los pueblos diezmados y subyugados, como los eslavos, se les anunciaban algunas ejecuciones; en cambio, a los grupos que iban a ser totalmente eliminados, como los ju-díos o los gitanos, no se les avisaba de las ejecuciones en marcha. Cuanto más total era la matanza, más sombra la ocultaba.
Aspernicus examina este conjunto de fenómenos aplicando un método de incursiones sucesivas cuya intención es alcanzar las motivaciones más profundas del genocidio. Primero, muestra en el mapa de Europa un gradiente enfocado de Oeste a Este, desde el polo del encubrimiento hasta el de la claridad, o, en términos morales, desde el asesinato avergonzado hasta el desvergonzado. Lo que los alemanes hacían en la Europa occidental a escala local, en secreto, de modo esporádico y lentamente, lo emprendían en el Este a escala creciente, con brusquedad, de forma más evidente y cada vez con menos reparos, empezando por las fronteras del General Gouvernement, esto es, las tierras polacas anexionadas por los alemanes durante el tercer reparto de Polonia. Cuánto más al este, más claramente el genocidio pasaba a ser una normativa de aplicación inmediata: a menudo mataban a los judíos en sus casas, sin aislarlos en guetos ni trasladarlos a los campos de exterminio. El autor opina que esa disparidad demuestra la hipocresía de los genocidas, que se sentían incómodos para hacer en el Oeste lo que hacían en el Este, donde ya ni se preocupaban de guardar las apariencias.
En su origen, el programa de «la solución final de la cues-tión judía» escondía distintas variantes que presentaban diferentes grados de crueldad, aunque todas con idéntico final. Aspernicus sostiene, y con razón, que era factible la variante no sanguinaria, militar y económicamente más provechosa para el Tercer Reich: separación de sexos y aislamiento en guetos o campos. Si los alemanes, al escoger su conducta, no tomaron en consideración los factores éticos, deberían haber considerado al menos el factor de beneficio propio que sin duda implicaba esta variante, puesto que dejaría libres una gran parte de los trenes (los cuales trasladaban a los judíos de los guetos a los campos de exterminio) para necesidades militares, reduciendo el número de tropas dedicadas al exterminio (porque la vigilancia de los guetos exigiría menos fuerzas) y aliviando también la industria destinada a la producción de crematorios, trituradoras de huesos humanos, gas Zyklon y otros utensilios genocidas. Los judíos segregados se hubieran extinguido en cuarenta años, como mucho, teniendo en cuenta el ritmo al que desaparecía la gente de los guetos a causa del hambre, las enfermedades y el agotamiento causado por los trabajos forzados. El ritmo de este genocidio indirecto era conocido por la plana mayor del Endlösung a principios del año 1942, y cuando se optó por la decisión definitiva, la plana mayor podía contar aún con una victoria alemana. No había, pues, ningún factor a favor de la solución sanguinaria, aparte de la propia voluntad de matar.
http://www.funambulista.net/provocacion_intro.htm
- fresa_charly
- Vivo aquí
- Mensajes: 11953
- Registrado: 14 Ago 2007 19:44
- Ubicación: Sentada ante el ordenador
Gran frase... No conocía este libro de Lem, pero ya está en mi lista de pendientes y además de los prioritarios[i]Stanislaw Lem[/i] escribió: El libro sólo puede deprimir a los que todavía se hacen ilusiones sobre la naturaleza humana (pág. 153)
¿Te apuntas a nuestro MC trimestral sobre FEMINISMO?
Voy a recorrer el mundo con la literatura. Puedes ver mi viaje en el BLOG Un país, un libro
Voy a recorrer el mundo con la literatura. Puedes ver mi viaje en el BLOG Un país, un libro
- Ferdydurke
- Lector voraz
- Mensajes: 180
- Registrado: 04 Jul 2007 14:20
- Ubicación: Buenos Aires