Es complicado hacer una crítica sobre este libro, porque sé que diga lo que diga me voy a quedar corta.
Para empezar, creo que desde
Shantaram (y desde eso hace ya muchos meses), no ha habido libro que me haya hechizado de esta manera.
Gran novela, de una belleza inconmensurable, una humanidad arrolladora, una tristeza envolvente, aderezada con pasajes históricos reales que reflejan los cambios que se producen en el país y no sólo en la país, sino también en la familia de Aga Akbar.
He llorado con algunos pasajes, porque es imposible no querer a Aga Akbar, y no sentir su dolor como el tuyo mismo; nadie que lea este libro podrá dejar de querer a Akbar, y cuando lo haya terminado, ocupará un trocito de su corazón ya para siempre.
Papeles invertidos de padre-hijo, debido a la sordomudez de Akbar y al apoyo que le presta Ismail, que se convierte en su voz, y en mucho más que su voz, ya que es el encargado de hacerle entender y que él mismo sea capaz de hacerse entender por medio del lenguaje de signos. Incluso esos papeles invertidos, dejan de ser simbólicos para convertirse en reales, puesto que el niño es Akbar, e Ismail lo reprende, le intenta enseñar, etc.
Sin embargo, hay algo que Ismail no deja en este cambio de papeles: el egoísmo. Es capaz de arriesgar la vida de su padre por sus ideas.
Hay pasajes entrañables, como la amistad de Akbar, con Seyed (ciego) y Yafar (minusválido); "ver" cómo Akbar presume de su hijo diciendo que va a estudiar el sol y el aire, o cuando nace Cascabelito y para comprobar que no es sorda agita un cascabel delante de ella...
Pasajes tremendamente duros como cuando Ismail y él son fruto de las burlas y las agresiones de los críos del barrio por el incidente del baile y tras un encuentro con ellos Akbar llega a su casa con varios libros e Ismail se los tira, o la enfermedad de Akbar y el dolor que ha estado aguantando durante tanto tiempo...
Pasajes que despiertan la conmiseración, como cuando la primera esposa de Akbar muere (bueno, ya estaba muerta), o cuando la segunda le agrede gritándole que se muera...
Tine, que durante todo el libro se comporta de forma odiosa, al final, se redime un poco a mis ojos por la intención de reducir el dolor de su hijo y de su marido.
La historia política del país resulta descorazonadora.
Y el final... he llorado como una condenada, sin poderlo evitar.
Ayer me quedé un poco sorprendida con el final, a pesar de que me gustó esa especie de círculo cerrado, me sorprendió la serenidad con la que termina después del aluvión de emociones que provoca Abdolah con la historia de Cascabelito y la muerte de Akbar.
Y aunque me gusta mucho el hecho de que nunca se sabrá si la mataron o escapó, todavía estoy valorando si el final está a la altura del libro, porque sentí la sensación al terminarlo de que faltaba algo más, pero esto no sé muy bien si porque objetivamente es así, si es porque el final parece un poco seco o porque hubiera seguido leyendo esta historia durante cientos de páginas más. |
Es difícil intentar condensar todo lo que es este libro en un simple comentario, porque es casi inabarcable. Añadido a una historia maravillosa, el buen hacer de Abdolah, que es un excelente narrador, hacen de
El reflejo de las palabras uno de los mejores libros que he leído en mi vida.
El fondo de todo: la memoria con las palabras como reflejo.
Como curiosidad, en este libro, y en muchos otros sitios, se le atribuye este poema a Pieter Nicolaas van Eyck, sin embargo, en 1995 Herman Franke publicó un artículo en
Trouw, donde acusaba de plagio (de versiones más antiguas o del texto de Cocteau) a Eyck.
El jardinero y la muerte
«¡Alá me valga!
Estaba yo podando los rosales
y ha venido la Muerte a visitarme.
Bañado en sudor frío me he escapado
del gesto de amenaza que ha esbozado.
¡Pronto, señor, dadme vuestro alazán
y esta noche estaré ya en Ispahán!»
Y salió volando... Sin embargo, esta tarde
me he encontrado a la Muerte en el parque.
Esperaba a que yo hablase el primero:
«¿Por qué has amenazado al jardinero?»
Ha sonreído y me ha dicho: «No quería asustarlo;
ha sido un gesto de sorpresa al encontrarlo
aún aquí, afanado en su rosal,
cuando esta noche he de llevármelo en Ispahán.»