No hay duda de que Bulgákov es otro de esos maestros del retrato humano que parece que abundaban en Rusia. Y este libro recoge distintas escenas que relatan tanto el Moscú soviético de los años de Stalin como las miserias comunes a todos los seres e, incluso, a ratos pareciese que retazos de autobiografía.
Salmo: escena teatral con el abandono y la soledad como trasfondo de la historia de amistad entre un niño de cuatro años y su vecino que trata de imbuirle algo de buenos modales. Tiene un toque que en España correspondería a ese periodo gris tras la Guerra Civil.
El fuego del jan: un palacio requisado por los sóviets y abierto al público, que con su desprecio hace llorar de nostalgia y rabia al viejo siervo que los acompaña en la visita por todo lo perdido y lo poco que se valora en el nuevo régimen. También es un toque de atención a los que creen que pueden cambiar las cosas y al final se dan cuenta de que solo queda un punto sin retorno.
Los cuatro retratos: diría que fina ironía contra la picaresca del burgués acomodado que en medio de la que está cayendo (Rusia, años 20) trata de salvar lo que tiene de las garras del partido de no ser porque la ironía es tan fuerte que arremete a la vez contra el burgués y contra el gobierno... con mucho éxito
El holandés errante:
diario de un pobre enfermo al que los médicos mandan de acá para allá como si de una patata caliente se tratase. O puede que sea un pobre loco
Un tipo abominable: estupendo el trabajo de la traductora, salvo por la rubia que se encontró al pasar por Mineralnie Voda. Supongo que hubiese quedado perfecto que el borracho pasase por Aqua Mineralnie para redondear a Jarábov, Medicamentov et al. ¿Intentarían los pacientes timar a Bulgákov de esa forma cuando ejercía?
El agua de la vida: vaya pueblo que no puede vivir sin vodka y vaya tendero avispado que lo aprovecha bien aprovechado.
Tratado sobre la vivienda: no me extraña que Stalin le prohibiese publicar. Los problemas de vivienda que cuentan hacen que los que tenemos ahora sean de risa. Si es que ya lo dice, después de volver de la cabina, se siente afortunado
Un día de nuestra vida: y, de paso, la de un cochero al que le gusta el vodka. La parte de la komsomol narra todas las mezquindades vecinales en cuatro líneas. Por cierto, lo de las gotas de valeriana debía ser un remedio común, ya que recuerdo haberlo leído también en Chéjov.
Una historia de diamantes: inocente cobrador de pueblo que intenta pasar por lo que no es cae por una mujer bonita