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Mi vida se compone de múltiples enlaces. Desde que todo aquello sucedió no he parado de caminar. Sé que la gente me señala cuando paso por delante de sus casas. No puedo evitarlo, soy víctima de mi propia vida. ¿Huyo de algún lugar o camino en busca de mi destino?
Lo que hace años pareció ser algo para olvidar vuelve a mi vida para cambiar el rumbo de mis sonrisas. Los hombres a los que entregaré mi cuerpo ya no son los de hace dos semanas. Y yo, triste, como cualquier mujer solitaria, camino por la playa sintiendo el roce de las olas.
Mi nombre es Sandra, y no sé desde cuando soy así. Todo empezó hace dos veranos, cuando yo tenía diecinueve años. Me acababa de matricular en Derecho en la Comunidad de Madrid. Iba a compartir piso con una prima mía, y para poder adaptarme a la ciudad me mudé dos semanas antes de empezar las clases.
Mi prima, Juana, siempre fue una chica muy atenta, por lo que sé, y puedo asegurar, que ella no tuvo culpa de nada de lo que sucedió. Son cosas del destino. Encontrarnos en el momento más inoportuno con la situación menos recomendada. Pero trataré de nos desviarme del tema, ya que, como muestra de agradecimiento a que caminéis a mi lado, he de contar toda mi historia.
Fue en una calurosa noche de finales de agosto en la que, mientras escuchábamos música y preparábamos la cena, escuchamos tres golpes en la puerta. En realidad creímos oírlo. Juana bajó la música y caminó lentamente al pasillo, entrecerrando los ojos, como si al agudizar la vista lo hiciera también el oído. No volvió a sonar nada. La música volvió a sonar y los tres golpes se oyeron de nuevo. Seguras de que el sonido provenía de la puerta de entrada, las dos juntas nos encaminamos sin preocuparnos de la música. Encendimos las luces del pasillo y nos asomamos por la mirilla.
Al otro lado podía verse una señora con bata de andar por casa. Seguramente sería una vecina que quería decirnos algo. Seguramente que bajásemos la música. Juana fue la que abrió la puerta.
- Buenas noches, ¿qué deseaba? -preguntó ella.
- Sí, veréis... soy la vecina del cuarto izquierda. No sé si sabréis que horas son, pero tenéis puesta la música muy alta.
- Ah, sí. Es cierto. No sabe cuánto lo sentimos -respondió Juana con una educación y modestia prácticamente orientales, como si se tratase de una geisha complaciendo a su mejor cliente-. Enseguida bajamos el volumen -respondió ella inclinando la cabeza.
- Espero que así sea. No es que madruguemos, pero gente de mi edad necesita descansar lo suficiente.
- Lo entendemos. Disculpe las molestias.
- No pasa nada. Pasad buena noche -respondió la vecina dando media vuelta. Juana cerró la puerta a su paso.
- ¡Que pesada! -dijo ella una vez se hubo asegurado que no sería oída por la vecina-. ¿Qué te pasa, Sandra?
Se había dado cuenta. ¡Cómo no iba a hacerlo! Los ojos se me habían enrojecido, y me habían salido sarpullidos en los labios. ¿Por qué?
No puedo decirlo.
Es un secreto.
- Ah, "esto". No te preocupes. Me pasa de vez en cuando -respondí tratando de disimular. Me di la vuelta y regresé a la cocina.
- Nunca te había visto así. A ver, deja que te mire -respondió Juana apagando el reproductor de música y acercándose a mi. Yo no puse resistencia a nada de lo que ella quería-. Dios mio, lo tienes fatal. ¿Te untas algún tio de crema?
- No. Sólo necesito lavarlo con agua y jabón. Vuelvo en un minuto.
Caminé rápidamente al cuarto de baño y me miré en el espejo. Los labios estaban inchados, rodeados de heridas a punto de sangrar. Mis ojos estaban enrojecidos. Sé de sobra que no se irán con agua y jabón, pero algo tenía que decir. Desde los trece años ando con la misma historia, frente a mis amigas, frente a mi familia, frente a todo el mundo. Sólo yo sé la verdad de mi enfermedad. Sólo necesito calmar los nervios y tratar de no pensar más en ellos, en ella, en la vecina. ¿Cómo me han encontrado?
La música no estaba alta. No es ni siquiera de madrugada. Ella necesitaba que le abriésemos la puerta. Han conseguido entrar en la casa. Tienen un pie dentro. Tendré que ser cautelosa. Ahora no debo pensar más en ello. Ya pasará.
Los efectos desaparecieron y por fin pude regresar a la cocina.
- ¿Cómo estás? ¿Mejor? Me he asustado mucho, nunca te había visto así -dijo Juana verdaderamente preocupada.
- No te preocupes. No me pasa a menudo. Debe ser una reacción alérgica a algo... pero en serio, no te preocupes -respondí-. ¿Terminaste de cocinar?
- Sí, creo que los filetes de pollo se me han quemado un poco.
- Seguramente estén muy buenos. ¿Qué quieres de beber? -dije abriendo el frigorífico.
- Lo que quieras, un poco de zumo no estaría mal.
- Perfecto, voy a mirarlo... aquí lo tengo.
- Pues nada más, empecemos a cenar.
Juana volvió a encender la música y redujo el volumen, no por la vecina, si no para que pudieramos conversar de nuestras cosas.
Ella siempre ha sido una de mis mejores amigas, la prima con la que más confianza tengo. Pero sin embargo nunca fui capaz de contarle mi secreto.
Sucedió, como ya he dicho, con tan solo trece años. Lo podría haber dicho a un adulto, a mis padres, a cualquier persona. Me violaron.
Suena frío decirlo así, pero esa es la realidad. Me violaron y quedé embarazada. Sin embargo, nadie lo supo y nadie lo sabe por ahora. ¿Por qué? No tuve una relación sexual con un ser humano. Fue algo mucho más traumático, pero no me atreví a decir nada. Me habrían tildado de loca.
Era de noche y estaba yo en mi cama abrazada a un peluche de color azul. No recuerdo qué animal sería, pero era de color azul. No es que jugase todavía con muñecas a los trece años pero abrazarme a algo mientras dormía me hacía sentir segura. La cuestión es que era de noche, hacía mucho calor y la ventana del piso estaba abierta.
Alguien o algo se coló por la ventana. No le oí llegar, pero pude sentir como trató de sujetarme. Tuve una reacción involuntaria, en busca de mi propia salvación. Encendí la luz y pude ver fugazmente una figura horripilante. De tres metros de alto, de color verdoso, con ojos negros enormes. La boca parecía la de una rana, y su cuerpo estaba lleno de escamas. Fue poco tiempo el que tuve para mirarle, porque rápidamente se abalanzó sobre mi, y lo hizo. No repetiré otra vez la palabra maldita. Simplemente lo hizo.
Ya habíamos cenado, y tras haber visto un poco la televisión y haber fregado los platos nos hemos acostado. Juana dormía en la habitación de matrimonio, al final del pasillo. Yo en la habitación de invitados, al lado de la cocina, cerca de la puerta de entrada. No podía dormir. Sabía que la vecina había hecho algo cuando mi prima le abrió la puerta, pero no sé de qué se trataría.
Recordaba una y otra vez los sucesos que me pasaron con trece años. Seguramente los sarpullidos hayan regresado a mi piel, pero no me importa. Tengo el presentimiento de que toda mi vida ha sido planeada para todo esto. Haber sido fecundada por un ser de otro mundo, tener que gestar a esa criatura durante un tiempo casi infinito (al parecer los embarazos de otros mundos no duran nueve meses).
¿Que cómo sé que estoy embarazada? Me lo dijeron en sueños.
Apagué el monitor y me tumbé en la cama. Miré hacia la puerta varias veces antes de cerrar los ojos, aunque sé que si quisieran intentar algo lo conseguirían, como aquella noche de cuando tenía trece años.
De repente oí un ruido, como unos pasos que se acercaban. Me incorporé y agudicé el oído. Seguramente entrecerré los ojos al igual que mi prima hizo antes. A lo lejos, podía oír una voz, aunque tal vez venía de algún lugar lejano de mi mente.
- Tienes algo que es nuestro. Tienes que dárnoslo -decía una voz de anciana. Sonaba entrecortada.
Quise gritar pero me tapé la boca con la mano. Las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos. ¿No podía ser que me estaba volviéndo loca? Eso habría sido mucho mejor, me habría visto liberada de haber sido fecundada por un misterioso ser de color verde.
- No puedes hacer nada por evitarlo. Aunque grites no servirá de nada, y si sirviera, sólo sería para que tu querida prima muriese -amenazó la voz, más cerca que antes-. Déjame entrar. Estoy en el pasillo.
No pude evitarlo. Grité. Con todas mis fuerzas. Medio Madrid se despertaría gracias a mis gritos, pero yo sólo deseaba que Juana me oyera.
- ¡Inútil! ¿Qué has hecho? -grito la voz en mis oídos.
Sin querer oírla corrí hacia la puerta y salí al pasillo. Mi prima Juana salía corriendo desde su habitación.
- ¿Qué sucede? ¿Que pasa? -preguntaba ella nerviosa.
No pude decirla nada. La luz de su habitación sirvió para que yo pudiera ver con suma perfección el espeluznante espectáculo. La oscuridad se cirnió sobre ella. Mil garras se hicieron con su piel, cientos de colmillos terminaron con su vida. Yo grité, lloré, caí al suelo. Pero no podía quedarme allí. Todo aquello era culpa mía, o quizá no. Tal vez todo tenía que suceder así. El destino es así de misterioso.
Salí corriendo de la casa, pero a mis espaldas podía seguir oyendo la voz de la anciana.
- ¡Idiota! Sólo queremos al bebé. A ti no te habría pasado nada. ¡Absolutamente nada! -gritaba enfadada.
Yo corrí a la calle horrorizada. Me crucé con personas que se preocuparon por mi, pero yo les empujé. Otras personas me tomaron por loca. No les culpo por ello. Yo también lo habría hecho.
Desde aquél día huyo del mundo, pero es difícil hacerlo cuando se está dentro de él. Prefiero no tener amigos o familia. Me gustaría ser una completa desconocida.
Miro a mis espaldas y puedo ver mi sombra persiguiéndome. En otras ocasiones creo verla riéndose de mi. A veces se apiada de mi. La mayoría de las veces sueña con huír.
No puedo detenerme. Camino desde hace varios días y he llegado al mar. Camino lentamente, con la vista mirando al suelo, a lugar dónde pondré mi siguiente paso. Las olas borran las huellas que voy dejando. Desearía que las marcas de mi cuerpo desaparecieran así de fácil. Desearía poder volver el tiempo atrás, borrar de la historia el momento en el que mi prima fue descuartizada por la oscuridad.
Desde que huí de su casa no he dormido. Al salir de aquel edificio llevaba mi teléfono móvil en el bolsillo, pero opté por tirarlo en la primera papelera que encontré. La gente empezaría a llamarme y no sabría qué decir.
“Fui violada hace casi siete años por una especie de demonio y ahora vienen a buscar al bebé que llevo en el vientre”.
Como dije al principio de mis palabras, mi vida se compone de múltiples enlaces. Como la de todos los demás. Mis padres se unieron. Yo viví unida a mi madre en su vientre. Me he unido a varios chicos a lo largo de mi vida. Un demonio se unió a mi. Juana vivió unida a mi. Yo vivo unida al pequeño demonio que llevo en mi interior.
Toco mi tripa y creo sentir una patadita. No ha crecido nada desde entonces, pero sé que lo llevo en mi interior.
Miro atrás otra vez y comprendo que el destino existe, que todo lo que ha sucedido a lo largo de mi vida ha servido para hacerme llegar aquí, frente a este mar que me ve caminar, huír de la oscuridad, de mi pasado. Es este el lugar donde debo estar. Sonrío.
¿Y por qué no hacer caso de las palabras de la oscuridad, de la anciana con voz entrecortada? Ella me aseguró que lo que quería era mi bebé, que a mi no me sucedería nada. Podría hacerles caso y olvidarme del tema.
Pero no les voy a hacer caso. Haré como todas las madres. Cuidaré de mi bebé aunque venga de un auténtico demonio.
Él se merece un mundo mejor, junto al mar y a las estrellas.
Siempre junto a mi.
