LA RESPUESTA DE GERTRUDIS
Margaret Atwood
Segundo relato del miniclub de agosto. Es del año 1994 y está tomado de la recopilación Asesinato en la oscuridad. Comentarios, como siempre: a partir del viernes 10 de agosto, aquí, en este hilo
La gran Atwood satiriza aquí una escena del Hamlet de Shakespeare que, para las personas de cultura anglosajona, es tan conocida como puede serlo para nosotros la de don Quijote batallando contra los molinos de viento. Por eso me permito incluir a continuación un comentario muy esclarecedor que he encontrado en la red, y que he resumido un poquito y he traducido a mi manera; perdonadme los fallos. Lo pongo en spoiler por si alguien prefiere leer el relato primero sin interferencias.
(Fuente de la ilustración: http://www.lib.rochester.edu/IN/RBSCP/B ... ES/109.jpg
Fuente del comentario que se incluye a continuación: http://www.scientificoatripalda.it/voci ... peare.html)
"La escritora posmoderna canadiense Margaret Atwood reelabora aquí la famosa "escena del tocador" de Hamlet, con un objetivo preciso: llenar los silencios del texto de Shakesperare y dar a la reina Gertrudis una voz fuerte y altamente transgresora, presentándola como figura que vive, en realidad, en los márgenes del texto canónico. En el texto de Atwood no hay verdadero diálogo entre madre e hijo; sólo se oye la voz de Gertrudis. Esta “nueva” Gertrudis hace una serie de intervenciones separadas por pausas, que podemos definir como un intercambio, parte del cual se ha quedado fuera: esas partes omitidas serían las palabras que Hamlet pronuncia en la obra de Shakespeare. Con ello se consigue un doble objetivo: por una parte, las pausas en el texto de Atwood envían constantemente al lector a la obra de Shakespeare; por otra, las palabras de Gertrudis suenan como un abierto desafío y como una respuesta a las acusaciones de su hijo, pero también, y con mayor importancia, devuelven el equilibrio a la situación de absoluto predominio del punto de vista de Hamlet, tal y como aparece en la tragedia de Shakespeare. En el texto de Shakespeare, Hamlet acaba de matar a Polonio, que se ocultaba tras un tapiz en el gabinete de su madre, creyendo que era Claudio. Entonces se dirige así a la reina Gertrudis: “Mirad este retrato, y aquel otro: la imagen misma de los dos hermanos. Ved cuánta gracia había en esta cara: los rizos de Hiperión, frente de Júpiter, mirada imperiosa como la de Marte, y la actitud de Mercurio, el heraldo, en pie sobre una colina bañada por el sol; una apostura y belleza tales, que todos los dioses parecían haber dejado su sello en él para mostrar al mundo un hombre de verdad: tal era vuestro marido. Mirad ahora al siguiente. Ahí tenéis a un marido, que, como la espiga con tizón, aniquila a su hermano en la plenitud de su vida. ¿Tenéis ojos? ¿Cómo pudisteis abandonar las delicias de tan hermosa colina, para revolcaros en el fango de esa hondonada? ¡Ja! ¿Tenéis ojos? No lo llaméis amor; a vuestra edad, el ardor de la sangre ya se ha aplacado, y ésta obedece humildemente a la razón. ¿Y qué clase de razón aconsejaría pasar de este, a este otro? Sentido tenéis, sin duda, pues no carecéis de afectos, pero debe estar embotado, pues ni la propia locura se engañaría así (...) (...)¡Y todo eso, para vivir en el pútrido sudor de un lecho grasiento, envilecida en corrupción, prodigando caricias de amor en una pocilga inmunda! (...)" La reescritura que hace Atwood comienza criticando el mismo nombre de su hijo, por inapropiado. La raíz de este nombre, “ham”, significa “jamón”: por esta razón, los demás niños se reían de él y hacían chistes. Llama egoísta a su marido muerto, porque él sólo quería perpetuar su nombre, mientras que ella hubiera preferido llamar a su hijo Jorge, como el santo patrón de Inglaterra. Con estas primeras observaciones Gertrudis comienza a justificarse, hablando de su vida de casada. Durante las acusaciones de su hijo parece agitada; sin embargo, le contesta: “No me estoy retorciendo las manos; me estoy secando las uñas.” Esto es un mentís jocoso a la intención declarada de Hamlet de “retorcerle el corazón” a su madre (Acto III, Escena IV, II, 34-35). Puede parecer que se desentiende de los problemas de su hijo, pero en realidad Atwood está reescribiendo el comportamiento de Gertrudis como el de una persona adulta, una madre, que se limita a mostrar firmeza ante la situación. El pasaje siguiente toca un tema muy personal: “Cariño, por favor, deja de jugar con mi espejo. Es el tercero que me rompes.” En la obra de Shakespeare, Hamlet obliga a su madre a mirarse en el espejo y a ver su yo más secreto reflejado en él, para que se sienta avergonzada de sí misma. Aquí, en cambio, percibimos que el hijo ha invadido la esfera privada de la madre, como una especie de intruso, y ella se reafirma en su derecho a la intimidad. Según Jardine, el tocador (donde esta escena tiene lugar) era el único espacio doméstico donde la mujer de comienzos de la Edad Moderna ejercía un control total. A continuación Gertrudis retrocede hacia la primera de las acusaciones que le hace su hijo, cuando la obliga a contemplar los retratos de su primer y de su segundo marido. Y, paso a paso, va descomponiendo la percepción que Hamlet tiene de lo que fue el matrimonio de sus padres; admite que su primer esposo era muy atractivo, pero al mismo tiempo se reafirma en su derecho de elegir a un hombre que a “ella” le guste y le satisfaga, sea cual sea la opinión de su hijo. Y sigue toda una serie de comentarios humorísticos, pero muy amargos, que por una parte hacen bajar definitivamente del pedestal al “pobre príncipe melancólico”, y por otra son una defensa apasionada de la sensualidad de la mujer y de su derecho a una vida sexual plena. Finaliza el texto con una confesión de culpabilidad, que hemos de entender no como fruto de un remordimiento de conciencia, sino como una asunción de hechos: ella es culpable de haber provocado la muerte de su primer marido, un hombre incapaz de escucharla y de responder a sus necesidades, un hombre que ignoró y despreció la sexualidad de su esposa. Es, en fin, una especie de asesinato freudiano; y esa es la responsabilidad que Gertrudis reclama para sí." |