Luna de sangre (Blanquita 2)

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kassiopea
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Luna de sangre (Blanquita 2)

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LUNA DE SANGRE (BLANQUITA 2)



Curioseando

Ruth apretaba los labios con fuerza mientras terminaba de pasar el cepillo sobre el suelo de madera. Había alcanzado el final del largo corredor, tan sólo le quedaba el gabinete. Lanzó una inquieta mirada hacia la puerta cerrada. La jovencita habría preferido fregar de nuevo los suelos de toda la casa antes que tener que entrar en aquella habitación. Corrían extraños rumores sobre lo que escondían esas cuatro paredes... Y, de entre todo el personal, le habían ordenado limpiar a ella, la más novata. Resopló. Siempre llovía sobre mojado... ¡qué asco!

Sumergió los paños y el cepillo dentro del cubo de agua jabonosa y se incorporó. Remetió unos mechones rebeldes debajo de la blanca cofia y, a continuación, se masajeó las doloridas rodillas. Aunque el verano asomaba, en esos instantes sintió que el frío la embargaba. Inspiró profundamente y cerró la mano sobre el pomo de la puerta. Debía cumplir con las tareas que le habían encomendado (le gustaran o no), o se quedaría sin cena. Los goznes chirriaron y Ruth avanzó, sosteniendo ante ella un quinqué. Contuvo el aliento. Se dilataron sus hermosas pupilas verdes. Arrugó la nariz, tratando de identificar el olor que impregnaba la estancia cerrada... parecía alcohol. Se sorprendió al escuchar el castañeteo de sus propios dientes.

Tres de las paredes del gabinete estaban cubiertas por baldas de madera. Infinidad de tarros, frascos, botellas y recipientes más grandes las ocupaban de arriba abajo. Junto a la puerta había una mesa, cubierta por extraños instrumentos cuya función Ruth no alcanzó a comprender. Sin embargo, sí reconoció tijeras y cuchillos de distintos tamaños. La joven sintió escalofríos y se alejó rápidamente de ellos. Con una especie de oscura fascinación, no obstante, se acercó a la estantería de su derecha.

Hizo crecer la llama de la lámpara y las sombras retrocedieron, produciendo caprichosos efectos ópticos sobre los objetos expuestos. La diestra de la joven tembló ligeramente cuando levantó el quinqué y la luz se derramó sobre una hilera de frascos. Ella, en un principio, no comprendió lo que estaba viendo... hasta que sus dilatadas y curiosas pupilas se posaron sobre un bote que contenía... ¡un par de ojos! No pudo acallar un grito de horror, pero siguió curioseando...

¡A eso se referían los que hablaban de que allí sucedían “cosas extrañas”! Pero todo aquello... ¿qué era? Era inconcebible para ella. Extraños amasijos de tejidos y vísceras flotando grotescamente en el líquido apestoso, pequeños animales irreconocibles, fetos con horribles malformaciones, miembros humanos seccionados: dedos, orejas, manos, pies... Y entonces lo descubrió: era un recipiente más grande que los demás. ¡En su interior flotaba una cabeza humana!

Ruth la observó, la fascinación fue mayor que la aprensión. Una redonda carita de niña de piel increíblemente blanca que... que le devolvió la mirada con aquellos ojos vacíos y muertos. El temblor de la luz de la lámpara sobre aquella imagen del horror dibujó un esbozo de sonrisa en esos pálidos labios de ultratumba... Los pensamientos racionales escaparon de la mente de Ruth, el miedo y la superstición reclamaron su atávico control. La joven recordó aquella historia que escuchó en las noches de invierno junto al fuego de la chimenea: la niña maldita que sembró el terror en un convento-orfanato cercano, ahora en ruinas... ¿acaso sería ella?

La cabeza seguía sonriendo, las comisuras de aquellos labios demenciales se estiraban más y más. Y los cabellos parecían crecer, aquella cabellera blanca y larga que flotaba como un abanico... Los cabellos flotaban y se retorcían en una danza hipnótica, frenética; flotaban y se retorcían para escapar de su tumba de cristal y...
¡Y pretendían alcanzarla!

Ruth retrocedió un paso con el corazón desbocado; no, aquello que creía haber visto no la conseguiría alcanzar. Y en aquel instante vertiginoso en el cual la joven se debatía entre superstición y realidad, una mano cubrió su boca, inmovilizándola desde atrás. Ruth se debatió con desespero, la lámpara cayó a sus pies, rompiéndose en añicos. Pero todos sus esfuerzos fueron inútiles: sintió un repentino dolor punzante en el cuello. Sus lágrimas mojaron aquella mano que la atenazaba.

Las fuerzas empezaron a fallarle. Una sensación de náusea y vértigo la embargó.
Después, la negrura más absoluta.

Bienvenida

Pocos días tras la desaparición de Ruth, otra joven llegó a la casa. Su cara era redonda como la de la luna llena; la piel nacarada, insólita en una campesina; los cabellos oscuros e indómitos como una noche de tormenta. Se presentó con timidez ante el ama de llaves, con la mirada huidiza pero con paso firme. Aseguró que podía ser capaz de desempeñar cualquier trabajo, por más duro que fuese... a pesar de su constitución delgada y delicada. “Las apariencias engañan”, comentó la joven.

-Cuando no cumplas debidamente con tus tareas te quedarás sin comer, jovencita -informó con voz de trueno el ama de llaves, la señora Bienvenida.
-Sí, señora.
-Tu jornada de trabajo empezará a las cinco de la mañana. Te presentarás ante mí correctamente vestida y aseada. Jamás admito excusas ni tolero impertinencias. Y, sobre todo, aborrezco la incompetencia –enarcó las pobladas cejas y la miró ceñuda- La última chica que contraté era una descarada, incluso se marchó sin decir nada... ¡Y dejó el cubo de agua sucia en mitad del pasillo!
-No, no... yo jamás haría algo así.
-Eso espero –gruñó- ¿Cómo te llamas, niña?
-Luna, señora.
-Luna... Dormirás en el establo. Ahora, sígueme.

Bienvenida hizo un gesto adusto con el brazo. Un dedo huesudo apuntó hacia una angosta escalera que descendía: era la que conducía a las dependencias del servicio. Los delgados labios de la mujer se fruncieron, dibujando una mueca funesta en el apergaminado rostro. En aquellos ojos pequeños y hundidos (como de roedor), brilló un momentáneo atisbo de emoción; ¿podría tratarse de desdén?, ¿de rabia que, tras años de ser contenida, amenazaba con desbordarse? O tal vez, simplemente, reflejara la existencia de un cansancio mayúsculo en el interior de aquella alma...

La mujer echó a andar, seguida de cerca por la joven harapienta. Las llaves que aquélla llevaba prendidas al cinto, sujetas por una larga cadenita, empezaron a balancearse con hipnotizadora cadencia. Un solitario rayo de sol cruzó en ese instante el vetusto vestíbulo y arrancó destellos plateados del manojo de llaves danzantes.

Luna sonrió, feliz cual niña que se sabe poseedora de un secreto.

Al alba

Trazos violetas empezaban a colorear el horizonte, alejando los tétricos jirones de la noche, cuando la encontré. Ella estaba tumbada de lado sobre unos montones de paja, entregada a un sueño profundo y lejano. Sus negros cabellos formaban un abanico alrededor de su pálida cara. Descansaba aovillada, como si de forma inconsciente intentara protegerse el cuerpo con las largas piernas. Mis ojos resiguieron los contornos sinuosos de aquellas piernas hasta llegar a la curvatura de la cadera. Luego ascendieron, centrando su atención en el rostro de la durmiente. Ella apoyaba la cabeza sobre su brazo izquierdo, lánguidamente; sus propios dedos rozaban los labios sonrosados y entreabiertos... Deseé acariciarla.

Tomé asiento a su lado y, con una brizna de paja, rocé su mejilla de nácar. Se removió un poco, suspiró, inspiró más profundamente; contemplé absorto el subir y el bajar de su pecho bajo las ropas andrajosas. Luego, sintiéndome más entusiasmado y atrevido, acaricié sus cabellos con mis propios dedos. Rocé apenas el delicado cuello con mis yemas, percibí su suavidad, la tibieza que emanaba de aquel cuerpo.

Pero entonces... los acontecimientos se precipitaron. La frágil joven que unos segundos antes había estado durmiendo tan plácidamente, ¡me amenazó con un cuchillo! Lo sacó de debajo de la paja, donde lo había estado ocultando. En un santiamén lo empuñó y lo alzó, apuntándome a la cara al mismo tiempo que dejaba escapar un gruñido salvaje. Había furia animal en su mirada.

-¿Quién eres tú? –preguntó, rugiendo cual bestia más que pronunciando palabras. Ése fue el primer momento en que pensé que parecía un animal acorralado.
-Tranquila... Yo trabajo aquí... Cuido de los caballos, ¿sabes? Me llamo Ángel.

Hice un ademán con el brazo, abarcando el establo y señalando los caballos que, en efecto, piafaban en un rincón del fondo, nerviosos. Ella, cuando vio mi movimiento, dio un paso atrás. Comprendí que, en realidad, estaba asustada; tan sobresaltada como, de hecho, yo mismo. Observé su rostro, ahora encantadoramente sonrosado a causa de la emoción. Distinguí hebras áureas de paja en su oscura cabellera alborotada.

-Yo... Sólo quería despertarte. Ya son las cinco –balbuceé- Supuse que eras la chica nueva y, bueno... Mejor no dormirse el primer día –me esforcé en componer una sonrisa- No pretendí molestar...
-Pues lo has hecho. ¡No deberías ir por ahí metiendo mano a las desconocidas mientras duermen! –exclamó, enfurruñada, pero apartó el puñal de mi cara.
-Lo siento. No volverá a suceder...

Suspiré, francamente aliviado. Sin embargo, y al mismo tiempo, también me sentí excitado. Jamás conocí a una chica tan desconcertante... Ella permaneció inmóvil durante unos segundos más, mirándome fija, retadoramente. Esos segundos se alargaron hasta parecer horas. Luego, sin previo aviso, pestañeó, su expresión se llenó de súbita determinación. Recogió el pequeño hatillo que conformaban sus pertenencias, se lo echó sobre el hombro e, ignorándome ya por completo, salió como una exhalación. Contemplé su silueta hasta que alcanzó el arroyo. Más allá de la arboleda el cielo comenzó a inflamarse. Las aguas dejaron de ser negras.
En ningún momento ella miró hacia atrás.

Un extraño y perturbador pensamiento cruzó por mi mente: “Esta chica no ha llegado aquí por casualidad... Sabe muy bien lo que se hace, sabe muy bien lo que quiere. ¿Qué se propondrá?”

Nubarrones

A media mañana, cuando el sol asomaba al fin entre las oscuras nubes que amenazaban el firmamento, dos figuras cruzaron el jardín delantero. La mujer más joven se apoyaba en la de más edad, que la sujetaba con delicadeza rodeándole el talle. Una suave brisa hizo ondear la pelirroja cabellera de la joven, llamada Violeta. También aletearon los extremos del pañuelo de seda con el que se cubría los ojos. Había perdido la visión a causa de una caída mientras practicaba su afición favorita: montar a caballo. Bienvenida, el ama de llaves, la atendía desde ese aciago día como si se tratase de su propia hija... la hija que nunca tuvo.

-Si tu padre se entera de que desobedeces sus órdenes... Y yo, además, ¡te ayudo a hacerlo! ¡Ay, señor!
-¡Pero es absurdo que me obligue a permanecer en cama! ¡Estoy ciega, no inválida!
-Vamos, niña... No debes hablar así de tu padre. Sabes cuánto te quiere... ¡Te adora! Se preocupa mucho por ti, simplemente.
-Sí, Tita, pero...
-Sabes que no deberías llamarme Tita.
-¡Si ahora no nos oye nadie! Venga, ¿a quién puede importarle cómo te llame? ¿Y qué mal hay en ello?
-No es lo correcto.
-¡Tonterías! Sabes que apenas recuerdo a mi auténtica madre, yo era tan pequeña cuando murió... ¡Y padre me llevó a ese horrible orfanato! Tita, ¡hubiera estado mucho mejor contigo!
-Sssshh... ¡Ay, señor!

Al escuchar el tono censurador de su interlocutora, Violeta soltó una risita. Aquella risa genuina fue como un bálsamo para Bienvenida. ¿Cómo podría negarle algo a aquella pobre criatura? Era la niña de sus ojos, bien se merecía todo su apoyo.

Se dirigieron hacia los establos, pasando de camino ante el lavadero, donde unas criadas se afanaban restregando a conciencia la colada. Un par de ojos vigilaron muy atentamente los pasos de Violeta y Bienvenida; no dejaron de observar a ambas hasta que, tras cruzar el gran portón de la cuadra, se hubieron alejado de su vista.

Poco después, Violeta montaba de nuevo a su yegua favorita tras varios meses de encierro y abstinencia. Mientras, Bienvenida no dejaba de restregarse las manos, nerviosa, y Ángel caminaba, protector, junto a la chica y a su dócil montura... Un grito de horror llegó desde el arroyo, truncando la paz del momento. Un presentimiento funesto embargó a todos aquellos que lo oyeron. Muchos corrieron hacia el lugar...

Una de las lavanderas había encontrado los restos de un cuerpo sobre los blancos cantos rodados que sembraban la orilla del torrente. Aquel cuerpo de mujer estaba desnudo y horriblemente desfigurado, pero todos coincidieron, por un curioso lunar en forma de mariposa, en que debía de tratarse de la desaparecida Ruth.

Cuando le dieron la vuelta, aquellas cuencas vacías miraron al cielo. Los peces se habían dado un festín con aquel, en otro tiempo, agraciado rostro.

Investigaciones

El erudito profesor se ajustó las lentes y acercó el ojo derecho al visor del microscopio. Luego repitió la operación con el otro ojo. Los resultados no fueron los esperados, así que (negándose a considerar la rendición como una opción viable) optó por tomar una nueva muestra de tejido. Se dirigió, ceñudo y acariciándose la barba, hacia el fregadero. Se frotó las manos vigorosamente. Después eligió un bisturí y unas pequeñas pinzas y se encaminó hacia la mesa número siete de la morgue municipal.

El sujeto objeto de su estudio, o más bien lo que quedaba de él, ocupaba el centro del tablero y estaba rodeado de hielo. Desde cada ángulo de la mesa goteaba continuamente un hilillo de agua teñida de escarlata. La rítmica cadencia de estos goteos era el único sonido que reverberaba entre aquellos fríos muros de piedra. Una red de canales se extendía por el suelo, recogía los fluidos que goteaban (también de vez en cuando acogía algún que otro desecho más sólido), y los conducía hacia un gran desagüe central.

El profesor sorteó el desagüe de una zanjada y, situándose junto a la mesa, procedió con eficiencia: inspeccionó, cortó, abrió y extrajo una nueva muestra sanguinolenta del tejido que le interesaba.

Tras finalizar el análisis, que no dio resultados más alentadores que los que hubo efectuado con anterioridad, lo tuvo claro: la implantación debía efectuarse antes de que comenzara la necrosis celular. Es decir, era preciso que el donante estuviese vivo en el momento de la extirpación.

No le quedaba otra opción. Y no, ahora ya no se rendiría; era demasiado importante lo que estaba en juego. Había llegado a la conclusión de que algunas cosas estaban por encima de las cuestiones éticas... Estaban, pues, por encima del bien y del mal.

Instantes después empezaron a llegar los estudiantes. Hoy tenían clase práctica. La gran sala muy pronto se llenó de murmullos e, incluso, de algunas risitas descaradas. No obstante, a los muertos no les importó.

El profesor se atusó el bigote y adoptó la habitual pose de erudito admirado y respetado por todos.

Confidencias a medianoche

-¿Qué sucede con Violeta? –pregunté, entrando en el establo tras mis tareas. Ángel estaba de espaldas, ocupado en cepillar un caballo tan negro como el azabache.
-También yo me alegro de verte, Luna... –respondió él, echándome una fugaz mirada. Alcancé a vislumbrar la sarcástica sonrisa con que acompañó sus palabras. Volvió a concentrarse en su tarea, ignorándome en apariencia.
-Bueno... pensé que no te importaría cotillear un poco... Y parece que conoces bien a la señorita de la casa –aduje, procurando ser mucho más comunicativa y considerada de lo que era habitual en mí. Aunque me incomodara hacerlo, en algunas ocasiones era necesario relacionarse con la gente.

Decidí aproximarme. Mientras me iba acercando a él, observé su cuerpo espigado y sus anchas espaldas. Los cabellos castaños, que llevaba anudados en la nuca mediante una cinta de cuero, se mecían al compás de sus movimientos. Estudié los gestos de sus brazos y manos, percibí que había en ellos algo, algo que no se limitaba a realizar un trabajo... Comprendí que aquel chico estaba cepillando al animal con cariño, incluso susurraba junto al poderoso cuello de la bestia palabras que yo no podía comprender. Existía una relación especial entre el hombre y el caballo; descubrir aquello me llenó de asombro y, sin duda, despertó en mí un nuevo interés.

-¿Quieres ayudarme? –inquirió él, cuando llegué a su lado. Y, enfocándome con sus hermosos ojos violetas, me ofreció el cepillo.
-Es que... no me llevo bien con los animales. Bueno... tampoco con las personas.
-Jajaja –rió él, sin duda tomando por broma lo que yo había confesado en serio.

Lanzó el cepillo sobre un montón de paja y tomó mi mano, acercándola al cuello del caballo. Sentí al mismo tiempo el contacto de la piel del hombre y la del animal, percibí su calor, su textura, su fuerza; ambos contactos me resultaron tan gratos como turbadores. Mis dedos se enredaron en la lustrosa crin de la bestia, Ángel entrelazó sus dedos con los míos. Me estremecí.

-Se llama Sombra. Le gustas –afirmó Ángel.
-¿De veras? ¿Cómo puedes saberlo? –desconfié yo.
-¿No sientes su templanza y, a la vez, su poder latente? Siéntelo: está tranquilo, su respiración es profunda. El caballo es un animal muy noble, leal, pero cuando se siente en peligro... se transforma, ¡enloquece! Pero ahora mismo se siente seguro. Te considera una amiga.
-Hummm... Lo mismo les dirás a todas.
-Por supuesto...

Ángel sonrió con picardía, pero su mirada era limpia, sincera. Y, prácticamente sin ser consciente de ello, le devolví esa sonrisa. Me sorprendió mi propia reacción.

-Deberías sonreír más a menudo –comentó él, apretando ligeramente mi mano con la suya. Y, por primera vez en mi vida, me agradó la caricia de otra piel.

Después nos sentamos sobre la paja e intercambiamos confidencias. Nunca antes conversé tanto con alguien como durante aquella noche con Ángel. De hecho, estando de niña en el orfanato, muchos creyeron que yo no podía hablar... ¿Pero por qué debía hablar si no había nadie dispuesto a escuchar de verdad?

Apoyé mi cabeza sobre su fuerte hombro y, a punto de dormirme, le escuché parlotear sobre sus sueños: deseaba viajar algún día hasta la costa para contemplar el mar y dormir al arrullo de sus olas. Y yo, aquella noche, soñé con acompañarle.

Sin embargo... Ángel no merecía a una chica maldita como era yo.

Pájaros muertos

En la biblioteca, el silencio sólo era roto por el monótono tic-tac del reloj. El péndulo de bronce oscilaba dentro de su hermética caja, imperturbable ante el caótico devenir de los humanos... Era un testigo tan inalterable como indiferente.

Violeta estaba recostada en un mullido sillón ante los rescoldos de la chimenea. Deslizaba las yemas de sus dedos sobre las páginas de un libro que mantenía abierto sobre su regazo. A medida que iba acariciando el papel, imaginaba las palabras que no podía ver, como pájaros negros que la transportaran sobre sus alas mágicas... Bienvenida le había estado leyendo, como solía hacer todos los días.

De repente, escuchó unos pasos que se acercaban. Eran sonoros, pesados, orgullosos. Una sonrisa se dibujó en el rostro de la chica; había reconocido, de inmediato, de quién se trataba.

-¡Papá! –exclamó, removiéndose en el sillón. El libro, uno de sus favoritos, resbaló y se precipitó hacia el suelo. Las palabras perdieron toda su magia, como pájaros muertos que no volverán a volar.
-Déjame abrazarte, hija mía.

Él la tomó de las manos y tiró de ellas, para que la joven se incorporara. La envolvió con sus brazos, la besó en la frente. Acarició con infinita ternura el pañuelo de seda que cubría los ojos de la chica. Luego, Violeta tomó asiento de nuevo y su padre hizo lo propio en otro sillón, frente a ella.

-Querida mía, ¿recuerdas cuánto te asustaban las aguas del arroyo siendo pequeña?
-Sí, es cierto –afirmó, un tanto confusa. No lograba adivinar a qué venía aquello.
-Hasta que hicimos aquella excursión y acabamos bañándonos, ¿recuerdas?
-Sí, y me encantó –admitió Violeta, haciendo un mohín.
-Confiaste en mí –explicó él- También sé de tus últimas visitas al establo, a pesar de tu terror a volver a montar tras el accidente... –añadió, con una clara nota de desaprobación en la voz.
-¡Oh! ¿Lo sabes?
-Querida niña, sé que me has desobedecido. Aunque... he de confesar que en verdad me satisface tu valentía. Resultará una cualidad muy valiosa.
-¿A qué te refieres? –inquirió ella, intrigada.

El hombre adelantó su cuerpo y tomó firmemente las manos de la joven. La miró con inquebrantable determinación y profunda emoción.

-Sabes que quiero lo mejor para ti, ¿verdad?
-Sí, padre.
-Entonces, ¿confías en mí?
-Sssssí, claro.
-Pues no hay nada que temer, mi vida.

Violeta sonrió. Intentó creerle. Pero... esas manos que la sujetaban, esos dedos que la oprimían con inusitada y apasionada fuerza... le parecieron garras.

Hogueras y luz de luna

Contemplas la redondez de la luna que asoma sobre el campo, como un gran ojo fijo, hipnótico, siempre vigilante. Jirones de nubes rojizas la cubren y rodean, creando la ilusión óptica de que la diosa Selene está sangrando. Es la luna de sangre.
Y tú esperas...

En los campos, los labriegos siguen afanándose con la siembra, aprovechando la claridad de la luna llena. Trabajan y cantan, beben y bailan alrededor de diversas hogueras que no dejan de alimentar. Desconcertada ante semejante ambiente festivo, te acercas a las hipnotizadoras llamas. Estiras los brazos y muestras las palmas de tus manos a las danzantes lenguas de fuego. Te gusta sentir su poder, su furia, su ansia insaciable. Y entonces, en un instante de vértigo, viajas hacia el pasado.
Recuerdas, recuerdas...

Te preguntas qué estás haciendo todavía en este lugar. Eres una extraña aquí y tienes que seguir tu camino. Te das cuenta de que ya has esperado demasiado.

Ángel te dijo que vendría, que contemplaríais juntos el espectáculo de la siembra bajo la luz de la luna llena. Te aseguró que ése era siempre un acontecimiento especial, incluso mágico, puesto que, como decía la leyenda, uno podía llegar a realizar sus sueños en el transcurso de aquella noche: tan sólo había que desearlo de corazón.

Sin embargo, él no ha venido.

Comprendes que ha llegado la hora de actuar; el momento de hacer lo que viniste a hacer. Debes saldar cuentas con el pasado para poder seguir adelante.

Te alejas del calor de las hogueras, del bullicio general y de la farsa que hasta ahora representaste. Dejas atrás los vastos campos de cultivo y te internas en la arboleda, aceptando por única compañía la de las alimañas nocturnas. Pronto alcanzas un recodo del arroyo poco profundo y, lentamente, dejas caer tus ropas junto a la pedregosa orilla. Sientes sobre tu piel desnuda la reconfortante caricia de la noche, fragante, cálida. El agua lame tus pies, te invita, te incita. Te adentras en el arroyo y no te detienes hasta que el agua alcanza tu cintura.

Una lechuza ulula y, de improviso, vuela en círculo por encima de tu cabeza. Se posa en una rama cercana que, solitaria y lánguida, se inclina sobre la corriente. La lechuza es blanca, con toques de gris en las alas; su rostro tiene forma de corazón.
Te observa atentamente.

Sonríes. Por vez primera desde que llegaste, te sientes realmente tú. ¡La pantomima ha terminado! Te zambulles y chapoteas con el genuino entusiasmo de una niña. Salpicas a la lechuza, la cual te dirige una mirada de reproche, aunque no se aleja. Te frotas vigorosamente los cabellos. Nadas hasta alcanzar una zona más profunda; inspiras y buceas durante unos momentos. Te sientes segura, pletórica, libre.

Cuando tu cabeza emerge de nuevo a la superficie, tu cabellera ha dejado de ser negra. La habías teñido con cierta sustancia segregada por una planta... coloración que ahora se ha diluido con el agua.

Un rato después, ya con la piel seca y ataviada con el andrajoso vestido con el que llegaste, te alejas del arroyo. Tarareando una vieja canción de cuna que te enseñó tu madre, te encaminas de vuelta a la casa. Tu cabellos plateados ondean, cual fantasmagórico halo de luz de luna que te rodea.

Mi lucero del alba,
radiante y plateada,
brilla, brilla, brilla...
Alumbra mi morada
de noche y de día.


Es una noche mágica, en efecto: te ocuparás de que se cumpla tu sueño. Aunque algunos sueños... terminan como pesadillas.

Pesadillas...

Deambula por tortuosos pasillos que no conducen a ningún sitio. Se encuentra en un lugar oscuro, laberíntico, claustrofóbico. Sin embargo, ella sabe que ésta es su casa. De hecho, distingue de vez en cuando algún objeto que le resulta familiar: el reloj de la biblioteca, la cómoda de su habitación, el jarrón del vestíbulo con sus flores secas... Pero cuando intenta tocarlas, se desvanecen como polvo entre sus dedos.

Empieza a correr. Sus piernas son jóvenes y ligeras, su corazón es un pájaro que vuela alto. De improviso, escucha un grito de mujer. Sabe que necesita su ayuda, sabe que debe dirigirse hacia ella. Reanuda su carrera y se dirige hacia las escaleras... pues ella está allá arriba. Pero, horrorizada, percibe que los peldaños se inclinan bajo sus pies. La escalera se convierte en una resbaladiza rampa. Lucha desesperadamente por seguir avanzando, respira de forma entrecortada, pierde pie, se precipita sin remedio...

Luego, inexplicablemente, se encuentra ante un espejo. Perpleja, observa a la mujer que le sonríe desde el otro lado. Es vieja y huesuda, hay desdén en sus ojos hundidos y un rictus autoritario en aquella boca descarnada... ¿Es ella? ¡Es ella!

Y de nuevo el grito, ese grito de mujer que arranca ecos en el interior de su cerebro.

*****

Bienvenida despertó sudorosa, con las sábanas enredadas y un nudo de angustia en la garganta. ¿Acaso ella misma había estado gritando mientras soñaba? Se restregó el arrugado rostro y, muy contrariada, se concentró en sosegar la agitada respiración; era intolerable que un estúpido sueño hubiese logrado alterarla a ella, a una maniática del orden y del control como era ella.

Sin embargo, estaba realmente preocupada. Un presentimiento la atosigaba: temía por Violeta. Sí, algo le decía que la jovencita podía estar en peligro...

*****

Había alguien en la habitación. Percibía una presencia, estaba segura. Algo, no podría explicar el qué, la había despertado. Tal vez el leve crujido de una tabla del suelo, el siniestro sonido de unos pasos furtivos o el frú-frú de unas ropas que se acercaban... Violeta se incorporó, quedó sentada en el centro de la cama. Palpó las sábanas a su alrededor, giró la cabeza a un lado y al otro; era un gesto absurdo, pues estaba ciega, pero seguía realizando aquel movimiento de forma mecánica.

-¿Bienvenida? –preguntó al silencio y a la oscuridad, mientras enroscaba nerviosamente en un dedo uno de sus tirabuzones pelirrojos.

Tras unos segundos de tensión, un suspiro fue perfectamente audible en la alcoba. Asustada de verdad, Violeta saltó de la cama y corrió instintivamente hacia la puerta. Pero algo frenó su huida; ¡algo que se agarró a uno de sus tobillos! La joven cayó sobre la alfombra, lanzando un histérico chillido. Una mano se posó entonces sobre su boca, acallándola. Y una risita risueña resonó cerca, muy cerca, justo junto a su oído. Violeta sintió aquel aliento ajeno sobre su propia piel. Numerosos escalofríos recorrieron entonces su cuerpo, preñados de incertidumbre y miedo.

Abrió los ojos con desesperación, pero no encontró más que negrura y terror.
¿Qué no hubiera dado por volver a ver?

*****

Bienvenida, decidida, bajó de la cama. Aunque era una noche de principios de verano, se echó un chal de lana por encima del camisón. Prendió la mecha del quinqué, operación que no le resultó nada fácil: aún se sentía agitada y su mano temblaba. A punto estuvo de chamuscarse las puntas de los cabellos, que llevaba recogidos en una mustia y descolorida trenza que le colgaba por encima del enjuto hombro. En un gesto mecánico, repetido todos los días de su vida, acercó su diestra hacia la cómoda, buscando algo. Con la otra mano sujetaba la lámpara, alumbrándose. Sus dedos palparon, las uñas arañaron la carcomida madera y... no encontraron nada.
¡Su manojo de llaves había desaparecido!

La boca de Bienvenida formó una O perfecta de puro asombro. No daba crédito. ¡Alguien había entrado en su alcoba! ¡Y se habían apropiado de las llaves de toda la casa! Llaves de las que ella era directamente responsable... Un temblor la recorrió de arriba abajo; se sintió profundamente consternada.

Corrió hacia la puerta de la habitación. Tiró frenéticamente del picaporte. Nada. Estaba cerrada con llave. ¡La habían encerrado!

Bienvenida pensó en aquellas chiquillas descaradas y holgazanas que se obstinaban en desobedecer sus órdenes... Muy bien habrían sido capaces de tamaña insolencia; ¡las despediría de inmediato! Y, sin duda, ahora estarían jactándose en la maldita fiesta con los labriegos, burlándose de ella mientras bailaban junto a las hogueras como auténticas brujas hijas de Satanás...

Aporreó la puerta, pero nadie la escuchó.

... Y monstruos

-He vuelto por ti –aseguró una amenazadora voz de mujer junto al oído de Violeta. Las manos de aquella extraña recorrieron su cuerpo por encima del camisón, manoseándola a su antojo, humillándola.
-Por... por favor... ¿Quién eres? –balbuceó la chica, parpadeando, desesperada por conseguir enfocar su mirada hueca.
-¡Estás ciega de veras! –exclamó la voz, asombrada y encantada con la situación- Y... ¿en serio no me recuerdas?
-No... No me hagas daño...

Violeta pataleó y volvió a gritar, luchando por liberarse, pero algo detuvo sus movimientos en seco y congeló la sangre en sus venas: algo afilado y frío como la muerte se deslizó por su piel siguiendo la curvatura de su garganta. El grito de la joven se extinguió de inmediato.

-Allí, en el orfanato, ¿acaso tuvisteis piedad de mí? –inquirió la desconocida, mientras el puñal descendía lentamente hasta alcanzar la barrera del camisón- ¿Os detuvieron mis lágrimas? ¡No! ¡Os burlasteis de ellas con crueldad y desprecio!
-No, yo no...
-Soy el monstruo que vosotras creasteis... Soy... Blanquita.
-¡Blanquita! Yo no... ¡yo no quería!
-¡Ah!, ¿no? Las otras ya tuvieron su merecido... Ahora te toca a ti.

Blanquita, llamada así en el orfanato por la palidez que la caracterizaba, desgarró con el puñal el canesú bordado de aquel blanco camisón, dejando a la vista los pechos de la chica. A continuación acarició aquellos montículos sirviéndose de la fría hoja del cuchillo. Violeta gimoteó y unos gruesos lagrimones comenzaron a rodar por su cara.

Sin embargo, inesperadamente, la asustada chica (con la fuerza que da la desesperación) propinó un rodillazo en el vientre de Blanquita, que estaba inclinada sobre ella. Ésta se quedó un instante sin aliento a causa del dolor y, a la vez, se sintió gratamente sorprendida. En su fuero interno admiró ese ímpetu, aquella súbita determinación de la muchacha por defender su vida... considerando la dificultad añadida de que la joven estaba ciega.

Y Violeta, envalentonada tras aquel golpe certero, arañó el rostro de Blanquita cual gata acorralada, abriendo surcos escarlatas en aquella piel nacarada. El cuchillo cayó sobre la alfombra. Las dos chicas se revolcaron por el suelo, gruñendo y resoplando, dispuestas a luchar hasta el final. Sus cuerpos se enredaron, también el rojizo y el plateado de sus melenas, que conformaron un collage delirante.

Entonces, en plena refriega, ambas pudieron escuchar el inconfundible tintineo de un manojo de llaves tras la puerta de la habitación. Alguien se disponía a entrar.

Blanquita fue la más rápida en reaccionar: se zafó del histérico abrazo de Violeta y, tras incorporarse, corrió hacia la ventana por la que había entrado. No le había costado acceder a la habitación del segundo piso tras encaramarse por el enrejado que rodeaba el invernadero. Esperó junto al alféizar, agazapada, pues quería ver quién entraba en la habitación. ¿Quién interfería en sus planes?

*****

Una figura se recortó en el umbral de la puerta. Violeta corrió hacia ella, con el tremendo alivio de quien se sabe a salvo tras el peligro reflejado en la cara.

-¡Papá, papá! –exclamó, precipitándose como una tromba sobre el hombre al reconocer la cadencia de sus pasos.
-¿Qué te ocurre, mi niña? –preguntó dulcemente, abrazándola y acercándola más hacia su propio pecho. Estaba sorprendido de encontrarla tan alterada.
-¡Quería matarme! ¡Ha vuelto por mí! –gritó ella, llorando sobre el pecho de su padre, el lugar que consideraba más seguro del mundo.
-¡Oh! Has tenido una pesadilla, eso es todo... –concluyó él, optando por el razonamiento más lógico- Tranquila, ya no debes temer, mi vida. Sólo era una pesadilla...

Y mientras susurraba a la chica estas tranquilizadoras palabras, su diestra nervuda rebuscó dentro del bolsillo del chaleco; allí tenía preparado aquel objeto... Satisfecho, con una sonrisa dibujada en los labios y pensando en que difícilmente la ocasión podía haberle sido más propicia, sujetó aquello entre sus largos dedos.

Violeta tan sólo sintió un dolor agudo, un súbito pinchazo en el cuello, pero apenas tuvo tiempo de reparar en ello.

El suelo se inclinó bajo sus pies.

Violetas para Violeta

“¿Qué está ocurriendo aquí?”, te preguntas. Por lo visto, alguien tiene otros planes para Violeta. Bastante perpleja por lo acontecido, decides observarles. Ves cómo el hombre toma en brazos el lánguido cuerpo de su hija. Está desvanecida, o tal vez muerta... La sujeta cuidadosamente y la contempla con ternura. Tan absorto está ocupándose de ella que no repara en tu puñal, que sigue sobre la alfombra.

Mientras se alejan por el pasillo, te encaramas sobre el alféizar de la ventana. Penetras en la habitación, recuperas el cuchillo y, sigilosa como una sombra, les sigues.

El señor de la casa, con su preciado fardo entre los brazos, asciende hasta el rellano del tercer piso. Todas aquellas habitaciones están en desuso, aunque se adecentan una vez por semana. Acurrucada junto a la carcomida baranda, esperas el próximo movimiento del hombre; éste se encamina hacia el angosto pasillo que conduce al gabinete. Has escuchado algunos rumores sobre “el gabinete”: todos coinciden en que es un lugar siniestro, sobre el que es mejor no indagar.

Pero tú te sientes interesada, morbosamente fascinada. Los últimos acontecimientos se han desarrollado de forma inesperada y eso ha conseguido captar toda tu atención. Intuyes que algunos fantasmas podrían salir a la luz y a ti, precisamente, te encanta descubrir y no dar tregua a las ocultas almas en pena.

Tras verles entrar en la habitación, te internas en el lóbrego pasillo, te camuflas entre las sombras. Es fácil para ti, la oscuridad es tu aliada. Escuchas un ruido proveniente del interior, como de algo que se arrastra pesadamente. Te detienes, aguzas el oído... no oyes nada más. Con gran precaución, y no menos curiosidad, sigues avanzando.

La puerta está entreabierta: te invita, te reta a traspasar el umbral. Aproximas tu pálido rostro al marco de ébano y observas el interior: sólo ves negrura... y una luz tenue al fondo. Esa luz de misteriosa procedencia te atrae como un imán, deseas averiguar qué hay más allá y, desde luego, entras. Mientras avanzas no dejas de acariciar el bulto del cuchillo que llevas escondido bajo el vestido. Más que una arma, es un compañero entregado, un amigo siempre leal.

Vislumbras en la penumbra hileras de frascos y tarros que abarrotan los estantes, pero no distingues su contenido. Un característico olor invade enseguida tus fosas nasales (parece alcohol), aunque muy pronto te acostumbras y deja de molestarte. Silenciosamente, con la pasmosa agilidad de un felino, cruzas la habitación hasta alcanzar el panel que se ha desplazado en diagonal desde la pared del fondo, abriendo una brecha en la estantería. Comprendes que esta artimaña permite el acceso a una estancia aledaña, de la cual proviene la luz. ¡Una habitación oculta! Pero... ¿qué sentido tiene todo esto?

Tu respiración se acelera, los latidos de tu corazón se te antojan atronadores en el silencio sepulcral que te rodea. No obstante, sigues adelante. Tus pies mancillan el rectángulo de luz recortado en el suelo de madera, te aproximas al panel abierto, tus manos lo tocan, contienes el aliento, estiras la cabeza para ver qué se esconde allí dentro, tus pupilas se dilatan expectantes, más, más...

Y, en un principio, no ves nada. Después de haber estado deambulando amparada por la oscuridad, tus ojos protestan ante la repentina luminosidad.

Sin embargo... tras dos desbocados latidos en tu pecho, empiezas a ver.
Luego comienzas a comprender lo que ves... aunque no del todo; no todavía.

Numerosas lámparas de gas iluminan aquella recóndita habitación. En comparación, tienes la impresión de que el resto de la casa está sumido en las tinieblas... en las tinieblas de las apariencias. Porque de hecho, en efecto, entre aquellas cuatro paredes se muestra la realidad descarnada, sin mentiras ni falsos artificios. Por consiguiente, es en este extraño lugar donde se revelará la auténtica naturaleza de sus ocupantes.

Tus ojos se detienen en las dos mesas dispuestas en el centro, inevitablemente atraídos por lo macabro de la escena. Sobre una de ellas distingues el desmadejado cuerpo de Violeta. Encima de la otra se adivina el contorno de otra figura humana, pero está cubierta por una sábana blanca. Presidiendo la estancia, en la pared frontal, impresiona el gran ventanal que (ahora lo comprendes) es el que corona la fachada Este del edificio. No te extraña descubrir que la luna roja se asoma tras los sucios cristales, traviesa e inquietante.

A continuación, centras tu atención en el señor de la casa. Él permanece a tu derecha, de espaldas, está lavándose las manos en una jofaina de porcelana. Observas sus movimientos muy intrigada, deseas averiguar cuáles son sus intenciones... Por lo visto, no eres tú el único ser maldito que ronda por aquella casa, piensas con cierto regocijo.

Al fin, él se acerca a Violeta. La contempla con genuina ternura, acaricia con los nudillos, muy suavemente, la sonrosada mejilla de la joven. Luego recoloca unos mechones que, revueltos, han cubierto parte del rostro de su hija. Ves cómo el hombre sonríe. Y por vez primera a lo largo de esta noche sientes escalofríos.

Después, él se dirige a la mesa contigua. Su expresión se ha tornado ceñuda. Agarra el dobladillo superior de la sábana y, sin delicadeza alguna, tira de ella. Una cabeza emerge y una cara queda expuesta bajo la intensa luz. No obstante, desde tu perspectiva, no logras identificarla... El hombre contempla aquel rostro con satisfacción.

-Violetas para mi dulce Violeta –dice, su voz embargada de un profundo sentimiento.

Y tú sigues observando, perversamente fascinada por todo aquello.

Una sombra blanca

Blanquita decidió actuar. Abandonó el amparo de la penumbra y se deslizó en el interior de la estancia como una sombra blanca. Rozó al pasar la mano inerte de Violeta, la cual colgaba hasta casi rozar el suelo, y se agazapó junto a la otra mesa. Mientras aquel hombre rebuscaba en el interior de un pequeño armario con puertas de cristal, ella aprovechó para investigar quién o qué había bajo la sábana blanca. Tiró de un extremo con cuidado y, muy lentamente, fue descubriéndose aquel rostro que ya no esperaba volver a ver... y menos en tales condiciones. A punto estuvo de escapársele un grito y, para acallarlo, se cubrió la boca con las manos.

¿Qué era semejante horror? ¡Sólo podía ser fruto de la locura! Los ojos de Blanquita se clavaron, desorbitados, en aquel artilugio: ¡un artilugio cruel que impedía que los párpados, los párpados de él, se cerrasen! Le observó detenidamente, contempló aquellos hermosos ojos, del color de las violetas, aunque no... ya no eran los mismos. Estaban marchitos, vidriosos, rodeados de costras de lágrimas secas. Sin vida. Y la chica, al fin, comprendió: aquel monstruo que jugaba a ser Dios, ¡quería los ojos de Ángel para devolverle la vista a su hija Violeta!

Una náusea de angustia abrumadora atenazó la garganta y oprimió el corazón de la joven. Acarició el brazo de Ángel con su pálida mano que, de repente, temblaba. Sintió aquella piel fría, pétrea e, igual que crece la marea, la embargó el dolor y la desolación de la pérdida. Porque fue en aquel terrible momento cuando ella tuvo conciencia de cuánto él le había gustado, tanto que incluso se había permitido soñar con la existencia de un mar azul para ambos...

Las emociones de Blanquita estallaron con la intensidad de un torbellino. Rápidamente pasó del dolor a la tristeza, enseguida llegó la rabia y, luego, la furia desatada. Como en el pasado, las ansias de venganza la embargaron y éstas pasaron a tomar el control. Empuñó su cuchillo, aquel compañero siempre fiel, y avanzó hacia el hombre.

Él seguía de espaldas ajeno a todo, rebuscando dentro del armario abierto. Blanquita levantó el brazo, con el puñal en alto, dispuesta a hundírselo hasta atravesarle el alma, pero... su propio reflejo en la puerta de cristal la delató y aquel hombre, reaccionando rápidamente, se apartó, propinando un codazo en el semblante de aquella figura que había salido de la nada.

Un hilo escarlata descendió desde la nariz de la joven, manchando su cara blanca. El dolor que sintió fue una explosión que lo eclipsó todo; ella quedó momentáneamente aturdida y él lo aprovechó. Sujetó el brazo derecho de Blanquita y, tras retorcerle con saña la muñeca, consiguió arrebatarle el cuchillo. Sonriendo, lo lanzó lejos. El arma cayó sobre el suelo, cerca de la entrada.

-No está bien husmear en las casas ajenas... –comentó él, chasqueando desagradablemente la lengua- Todas sois demasiado curiosas, ¡todas! Qué lástima...
-¡Maldito! ¿Qué le has hecho? –gritó ella, sin dejar de debatirse. Dirigió un rodillazo a la entrepierna del hombre, pero no llegó a dar en el blanco. A cambio, Blanquita recibió un puñetazo en el vientre. Aunque quedó sin aliento, consiguió escupirle.
-¡Oh! Ya comprendo... ¿Acaso era tu novio? ¿Tu amante? –inquirió él, con genuino interés, enarcando las pobladas cejas- Es trágico, sí, pero descuida, no será en balde. Además, muy pronto os reuniréis.

Y tras estas últimas palabras, las manos de aquel hombre apresaron el cuello de Blanquita y, cual monstruosas tenazas, lo oprimieron sin piedad. La chica, sin embargo, continuó resistiéndose y, manoteando a ciegas sobre una mesa cercana, trató de alcanzar algún objeto con el que, tal vez, pudiera defenderse. Los pulmones le ardían, los labios se le entreabrieron, jadeantes, anhelantes de una mísera bocanada de aire... Unas lágrimas plateadas surcaron sus mejillas de nácar.

Al fin, con sus postreras energías, logró aferrar unas tijeras que palpó, en su frenética búsqueda, sobre la mesa. Aleteó su izquierda en el aire empuñando el arma, buscando la espalda del hombre... No obstante, las tijeras le resbalaron de entre los sudorosos dedos, cayendo estrepitosamente al suelo.

*****

Virtudes, la oronda cocinera, acababa de salir de su habitación cuando escuchó algo: parecía que alguien aporreaba una puerta. Semejante suceso la fastidió, por inoportuno, pues cada noche se levantaba alrededor de las doce para dirigirse a la despensa y picotear a sus anchas. Postergó entonces su visita a la cocina y recorrió el pasillo de las habitaciones del servicio. Su sorpresa fue mayúscula cuando descubrió que el alboroto procedía del cuarto de Bienvenida. Una sonrisa curvó las comisuras de los gruesos labios de la cocinera. Tal vez había llegado el momento en que vería con sus propios ojos a la estirada ama de llaves perdiendo su sempiterno aplomo.

Expectante, Virtudes utilizó la llave de su propio cuarto para abrir la puerta del de Bienvenida, puesto que las cerraduras de todas las habitaciones del personal eran idénticas. El ama de llaves, furibunda, salió como una exhalación, dispuesta a arrancar la cabeza al responsable de semejante ultraje. Tal era su excitación que prácticamente arrolló, en su loca huida, el generoso corpachón de la más que atónita cocinera.

*****

¿Así terminaría todo?

Ella, que manchó sus manos de sangre en el pasado, ¿acaso debía redimir sus pecados cayendo presa de la crueldad de otra bestia? Irónico destino, en verdad. ¡No! Se resistía a terminar así. NOOOOO, era el desgarrador grito que se repetía en el interior de su mente, que ya vislumbraba el portal de la muerte.

Cuando los contornos del mundo comenzaron a desdibujarse alrededor de Blanquita, fundiéndose en una nada absoluta que, sin embargo, la atraía y arrastraba de manera inexorable, algo sucedió...

*****

Bienvenida corrió a la habitación de Violeta y descubrió que la joven no estaba allí. Sus temores aumentaron. Contemplaba asombrada la cama vacía y revuelta cuando escuchó unos gritos de mujer provenientes del piso superior... Sin apenas ser consciente de cómo había llegado allí, se encontró en la parte alta de la escalera. ¡Los ruidos y las voces procedían de “el gabinete”!

Se detuvo, asombrada, junto al acceso que revelaba una extraña estancia aledaña. Tantos años en aquella casa y desconocía su existencia... Pero más inaudita que la revelación fue la escena que alcanzó a presenciar: ¡el hombre al que ella había servido siempre tan devotamente era un asesino! ¡Estaba estrangulando a una criada mientras el cuerpo de Violeta languidecía sobre una mesa!
¿Violeta? ¡Violeta!

El mundo de Bienvenida se tambaleó, toda su existencia, súbitamente, perdió su preciado orden y sentido; el suelo se inclinó bajo sus pies... Exactamente como en la pesadilla que, momentos antes, había sufrido.

¡La pesadilla era real!
¡Aquel monstruo era el responsable de las desapariciones!
Y aquella noche maldita... ¡el monstruo había asesinado a su propia hija!

Cristales rotos

Al borde de la locura por todo aquello inconcebible que recién acababa de descubrir, Bienvenida tomó aquel cuchillo cuyo filo brillaba, desafiante, sobre el suelo, junto a sus pies. Se acercó sin ser vista por aquel al que había servido ciegamente durante toda la vida. Ahora, en un instante tan vertiginoso como delirante, todo se le antojaba una mentira y, aún más terrible, comprendía la lamentable pérdida de esfuerzo y tiempo que había supuesto su autoengaño. Siempre había esperado, secretamente, una “recompensa”, la cual, por supuesto, no había existido más que en su nublada mente.

¡Qué necia y ciega había sido!

Hundió el puñal en la espalda del hombre; una vez, y luego otra, y otra más.

Toda una vida de sumisión y rectitud, pero... sus manos habían terminado manchadas de sangre.

*****

Aquello que la atenazaba flojeó y Blanquita sintió cómo el aire penetraba en su dolorida garganta. Inspiró profundamente, sumamente aliviada y agradecida por el nuevo aliento de vida que revivía su cuerpo entumecido. Aquel hombre ya no la sujetaba y, desfallecida como se encontraba, se dejó caer hasta encontrarse sentada sobre el suelo, con la espalda apoyada en la mesa donde yacía Violeta. Se concentró únicamente en respirar y, poco a poco, a la vez que se templaban sus nervios, fue asimilando todo lo que había sucedido.

El hombre estaba tendido ante ella, boca abajo. La empuñadura de un puñal sobresalía del centro de su espalda. ¡Era su cuchillo! De la boca abierta le manaba sangre y sus ojos desencajados reflejaban una inconfundible expresión de incredulidad: todavía no podía creer lo que le había pasado. Gimió y balbuceó, aturdido, buscando con la mirada a su insólita agresora, pero en lugar de palabras surgió un nuevo acceso sanguinolento. Un charco escarlata iba extendiéndose alrededor de su cuerpo, amenazando con alcanzar a Blanquita. La chica encogió sus piernas, abrazándose las rodillas, para evitar que la sangre le manchara los pies.

Y ella, aquella mujer que siempre fue tan recta, firme y orgullosa, permanecía inmóvil, sin dejar de gritar, completamente desquiciada, mirando a su alrededor con pavorosos ojos de loca. Luego, Bienvenida bajó la mirada hacia sus propias manos y reparó con horror en su camisón, también empapado.

Fuera de sí, Bienvenida corrió hacia el ventanal. Su última mirada fue para Violeta, el único ser que consiguió inspirarle cierta ternura. Después arremetió contra el cristal, sin dudar, saltando con la desesperación de quien está deseoso de dejar atrás de forma definitiva una vida inútil, vacía, desperdiciada.

Cayó sobre el invernadero con una lluvia de cristales rotos. Las flores rodearon su maltrecho cuerpo y la luz de la luna acarició su rostro ajado. Nunca su expresión fue tan serena y plácida como en el instante en el que la muerte la alcanzó.

*****

Blanquita se incorporó. La garganta le escocía y la nariz le latía con un dolor sordo, lejano, al que ya se estaba acostumbrando. Volvía a sentirse con fuerzas. Se palpó el cuello; unos grandes moratones empezaban a cubrir la palidez de su piel. Tras lavarse el rostro con abundante agua fría se sintió aún mejor.

Había llegado la hora de marchar, pero le quedaba una última cosa por hacer...

Se detuvo junto a Violeta. Había pasado largos años odiándola, acariciando la idea de reencontrarla para ejercer su merecida venganza. Sin embargo, ahora sólo sentía compasión. Bienvenida la creyó muerta, sí, pero Violeta sólo estaba inconsciente. Y cuando despertara... ¡les encontraría a todos muertos! ¡Y ella seguiría ciega!

¿Acaso no era “castigo” suficiente?

Después se acercó a Ángel. Contuvo el aliento y, con infinito cuidado, extrajo aquel espantoso artilugio que mantenía sus ojos abiertos. A continuación limpió las costras de lágrimas con una punta de la sábana y, posando suavemente la palma de la mano sobre los párpados, los cerró. “Él no... él no merecía esto”, pensó.

Apoyó ambas manos sobre el pecho desnudo del chico. Luego, muy lentamente, fue inclinándose hasta sentir la dureza de aquel torso bajo sus propios pechos. Sus labios rozaron los cabellos de él, luego acariciaron la frente y los párpados... Blanquita besó dulcemente aquellos párpados por fin sellados. Deseó en ese instante decir algo, hacerle saber de alguna forma que sí, que ella era la responsable, porque era ella la que estaba maldita...

...Pero las palabras nunca fueron su fuerte. Dos lágrimas traicioneras brotaron de sus ojos en el momento en que rozó, con los suyos, aquellos labios tan fríos como sedosos.

-Ojalá tu mar azul exista, aunque no sea para mí... porque... la oscuridad me persigue –susurró, entrecortadamente, contra el varonil cuello.

Después, barriendo los senderos de plata que abrieron las lágrimas en su cara, salió de la habitación sin mirar atrás. Abandonó rápidamente la casa y se dirigió hacia el establo, camuflándose de nuevo entre las sombras. Nadie la vio.

Mientras Virtudes, la cocinera, acudía al invernadero alertada por el estruendo y descubría el cadáver de Bienvenida, dos figuras ya se alejaban de la casa, vadeando el arroyo con premura. La luna, todavía cubierta de sangre, alumbraba los pasos de la mujer y de su briosa montura.

Blanquita se agarró fuerte al poderoso cuello de Sombra, el caballo negro azabache que fue el preferido de Ángel. Sintió la potencia de la bestia entre sus piernas y disfrutó de la refrescante caricia de la noche que, de hecho, le arreboló el rostro. El ulular de una lechuza les acompañó durante un rato. Después, Sombra se lanzó al galope, veloz; el camino que dejaban atrás se convirtió en un indefinido borrón.

Adelante, siempre adelante...

Despertares

Por enésima vez, intentas moverte y gritar.
¿Es que acaso estás muerto?
No lo consigues.

Es inútil, eres incapaz, y ser conciente de este hecho ha estado a punto de enloquecerte. Y el tiempo, este gusano que nos arrastra a todos sin piedad hacia el abismo, ¡ha transcurrido con una lentitud tan desesperante!

A tu alrededor estallan ahora sollozos y muchas exclamaciones de asombro. Todos aquellos que han acudido desean saber qué ha sucedido. Ignoran, por supuesto, que tú has sido un imperturbable testigo.

Tú estabas ahí y lo presenciaste todo.
Pero no podías intervenir, ¡no podías hacer nada! Nada.

La viste enfrentarse a ese monstruo, admiraste su valor y compartiste su dolor, pero durante unos insoportables segundos creíste que la verías morir... ¡Un alivio inconmensurable te embargó cuando Bienvenida hizo su afortunada aparición!

Sentiste el calor de su piel, el olor de sus cabellos y el temblor de sus dulces labios de cereza. Inmóvil, paralizado, desesperado, escuchaste sus palabras... Y no pudiste evitar que se marchara.

Ahora sientes que algo atenaza tu cuello, cual soga que se ciñe y apresa tu carne. Es Violeta, que solloza mientras sus brazos te rodean con fuerza. Sus histéricos lloriqueos atosigan tu alma y tus oídos.

Observas el ventanal, del que aún penden puntiagudos pedazos de cristal. La arrebolada cara de Selene se asoma tras él, caprichosa. “He aquí otra tragedia que los humanos han representado”, parece estar pensando.

Blanquita está ahí fuera, en algún lugar de la noche.

Entonces reparas en ello: ¡puedes abrir y cerrar tus párpados! Comienzas a sentir un hormigueo en los dedos que después va propagándose por todo tu cuerpo... Las drogas que aquel monstruo te administró, por lo visto, te habían relegado a un estado catatónico que ahora, al fin, está remitiendo.

-¡Está vivo! –grita Violeta, mientras tú intentas liberarte de su abrazo asfixiante.

Consigues incorporarte y todos te miran espantados, ¡se apartan de ti y te abren paso! Nadie evita que, renqueante, salgas de la habitación. Huyes de allí.

Para cuando alcanzas el exterior prácticamente has recuperado el control de tu cuerpo. Con el corazón acelerado, corres hacia el establo. Sombra no está allí. Está con ella, no tienes la menor duda.

Sonríes...

Porque nadie conoce a Sombra como tú.



Adjunto el relato que dio lugar a esta secuela: Blanquita (aunque ya se encuentra en el subforo de relatos de concursos) :wink:
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Gisso
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Re: Luna de sangre (Blanquita 2)

Mensaje por Gisso »

¡Qué guay KassiopeaImagen! Por fin tenemos la continuación que tanto esperaba. Pero esta vez te has explayado con el tamaño :shock: . ¡Jolín! Hoy estoy cansadísimo :sleepy: y mañana no tengo mucho tiempo :| , así que me voy a quedar con ganas de poder leerlo hasta el finde :noooo: . Pero dejo constancia de mi deseo :boese040: , que larga se hará la espera. ¿Alguien se apunta para un MC el sábado 1 :lista: ?
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Shaila
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Re: Luna de sangre (Blanquita 2)

Mensaje por Shaila »

Hola Kass, nena linda, por fin apareciste y woaw!! con una gran sorpresa la continuación de Blanquita. Hoy te iba a mandar un MP pero vi esto y me arranco una sonrisa :D

Voy a leer tu historia pero me anoto al MC de Gisso para el sábado :dragon: aunque no vaya a caerme tu furia, si puedo lo empiezo mañanita....

Nena linda cuidate mucho y no, nos abandones otra vez, que se te extraña... :beso: :beso: :beso: :grupo:
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Vientoo
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Re: Luna de sangre (Blanquita 2)

Mensaje por Vientoo »

He leído tu historia. Me ha parecido inquietante, tenebrosa, íntima a la hora de hablar de las reflexiones de cada personaje.
Los monstruos, a veces encuentran alguien que los supera...
Blanquita, dentro de este mundo, asoma como una nota blanca dentro de tanto gris y negura.

Mi enhorabuena madre, tus paisajes siniestros tienen mucho fondo y resultan (como deseabas) de lo más siniestro. :hola:
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kassiopea
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Re: Luna de sangre (Blanquita 2)

Mensaje por kassiopea »

¿Un mini-club para leer mi relato? :ojos4: Ay, ¡qué ilusión! ¡Como si se tratara de un libro "de verdad"! :shock: :shock:

Gisso, Shaila... Tal vez la historia os decepcione, pues he cambiado un poco la línea de la anterior "Blanquita" :roll: Y chicos, perdonad que últimamente no os lea, pero de veras que no tengo tiempo libre. También yo echo de menos entrar más en el foro :(

He estado cinco meses escribiendo esta "Luna de sangre". No tengo ni un día de fiesta, así que la he escrito prácticamente toda durante los trayectos en autobús. (Si el resultado es una barbaridad, ya sabéis por qué :lol: ) Luego, cuando llegaba por la noche a casa, iba pasándola al ordenador trocito a trocito... día a día.
Se me ha hecho inacabable, ¡qué ganas tenía ya de finiquitarla! :cunao:

Bueno, espero con ansia vuestras impresiones. Muchísimas gracias por vuestro interés :hola:

Un abrazo cariñoso :60:
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Re: Luna de sangre (Blanquita 2)

Mensaje por kassiopea »

Gracias por leer toda la historia, Vientoo :wink:

Lo has captado: mi intención era conseguir que Blanquita
destacara como una sombra blanca en medio de la oscuridad. He intentado reflejar que no es tan mala... sobre todo comparándola con el otro "monstruo" :mrgreen:
Respecto a los "paisajes siniestros"... abundan a nuestro alrededor en la vida real, aunque a menudo ni nos enteramos, o no nos queremos enterar :roll:
El personaje del ama de llaves, Bienvenida, es muy trágico, aunque parece una bruja, en el fondo es una víctima de las circunstancias :(
Un fuerte abrazo, compañerito querido :60:

Vientoo escribió: Mi enhorabuena madre
madre ????? :shock: :shock:

¡Qué no soy tan viejaaaa! :icon_no_tenteras:
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Vientoo
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Re: Luna de sangre (Blanquita 2)

Mensaje por Vientoo »

Has parido una criatura, por consiguiente ¡eres madre! :cunao:
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Re: Luna de sangre (Blanquita 2)

Mensaje por kassiopea »

Jajaja... pobres criaturitas mías :roll:

Si pudiesen, a buen seguro me perseguirían (cuchillo o hacha en mano) por los mismos escenarios siniestros en los que yo misma (desconsiderada madre) les he metido... :cunao: :cunao:
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lucia
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Re: Luna de sangre (Blanquita 2)

Mensaje por lucia »

Pues yo espero que haya continuación y que veamos a Ángel salir en pos de Blanquita :mrgreen:
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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Re: Luna de sangre (Blanquita 2)

Mensaje por kassiopea »

lucia escribió:Pues yo espero que haya continuación y que veamos a Ángel salir en pos de Blanquita :mrgreen:
Jefa, ¿no te parece que la historia ya es demasiado larga? :meditando:

(No sé, me temo que nadie leerá tantas páginas...) :roll:
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Megan
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Re: Luna de sangre (Blanquita 2)

Mensaje por Megan »

Kassio, que interesante y amena tu novela, se lee de un salto, tiene mucho de siniestra, me gusta. Has escrito con muchas ganas y eso se nota. Te felicito :60: :60: :60:
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Gisso
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Re: Luna de sangre (Blanquita 2)

Mensaje por Gisso »

Kassiopea, ya he leído (lo siento por retrasarme en el MC :oops: ) a Blanquita 2: el regreso y tengo sentimientos encontrados: por un lado me ha gustado esta continuación, pero por otro noto como si me faltara algo... Esta noche le voy a hacer una relectura mas a conciencia y mañana me explayo :lista: . Pero una cosa es segura, me ha gustado ese cambio en el narrador durante la historia. Aunque a veces me perdía al principio (más que perder, eran ansias), para saber de quién se trataba. ¡Saludos!
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Re: Luna de sangre (Blanquita 2)

Mensaje por kassiopea »

Gisso, ya sé qué has echado de menos en esta continuación:
a la madre de Blanquita. Verás, ella está en el bosque (donde vive escondida) recogiendo hierbas y raíces. Conoce sus propiedades y sabe cómo efectuar remedios medicinales y extraños brebajes... Blanquita pensaba reunirse con ella en cuanto finalizara su "venganza"...
:cunao:

Gracias por leer la historia y opinar con tanto interés :P
Megan escribió:Kassio, que interesante y amena tu novela, se lee de un salto, tiene mucho de siniestra, me gusta. Has escrito con muchas ganas y eso se nota. Te felicito :60: :60: :60:
Me alegra mucho tu comentario, Megan, pues mi mayor temor era que la historia resultase demasiado larga y tediosa... Por eso no me atrevo a continuarla, para no pifiarla más :lol:

Me anima mucho tu favorable opinión, ¡muchas gracias, guapaaaaa! :beso:

:60: :60: :60:
De tus decisiones dependerá tu destino.


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Berlín
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Re: Luna de sangre (Blanquita 2)

Mensaje por Berlín »

...seguro que has pensado "mi Berlín ya no me lee". Pues andas equivocada, moza, porque no sólo lo he leído sino que lo he disfrutado, eso sí, pelín larguito.

jolines que desenlace ¿no? hombre, creo que deberías escribir ese final que deseamos para:
Angel y la bellaca Blanquita
.

Madre mía que sufrimiento cuando al bueno de ***** se lo ha encontrado la malvada ********* postrado con los ojos abiertos para su **********, pálido, frío, claro que ella no sabía que él estaba todavía ****
por cierto también yo he echado de menos a la progenitora de la criatura. La ambientación de sobresaliente.

jaja oye que me ha encantado. :cunao:

un abrazo. Nos vemos contra el paredón.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
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Nínive
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Re: Luna de sangre (Blanquita 2)

Mensaje por Nínive »

¡Upppss! A mi también se me había olvidado comentar. :oops:
Yo hecho de menos la Blanquita malvada, sin atisbo de humanidad. :dragon: No es que no me haya gustado el relato, es que tengo una vena macabra por ahí.
Por cierto, ¿cómo vas a conjugar la historia de amor con la estupenda suegra que se va a echar el mozo? :dragon:
Enhorabuena compañera. :60:
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