Yo zombi (cuento, ciencia ficción/horror)

Espacio en el que encontrar los relatos de los foreros, y pistas para quien quiera publicar.

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trenZ
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Yo zombi (cuento, ciencia ficción/horror)

Mensaje por trenZ »

Cuando abrí los ojos aún quedaban en la atmósfera vestigios del resplandor. Fue por eso que creí no haber estado mucho tiempo inconsciente. A pesar del desconcierto decidí salir corriendo. Al levantarme me costó recuperar el equilibrio, los oídos aún me zumbaban y la desorientación era total.
Sólo llevaba dos días en la ciudad y apenas la conocía, no era capaz de reconocer las calles más allá de unas pocas manzanas alrededor del hotel. Eva me esperaba allí y deseé con todas mis fuerzas que estuviera a salvo de la explosión. El ambiente de horror que se vivía en las calles dificultaba la respiración y el silencio era aún más aterrador que el griterío que uno habría esperado después de lo sucedido. Caminar por el centro de la ciudad sin un solo coche en marcha, con la gente corriendo en silencio, le hacía a uno creer que había perdido el sentido del oído y quien sabe si de algo más. Entonces un punzante pensamiento se instaló en mí mente para no abandonarme jamás. Aunque en realidad fue fruto de una desagradable emoción completamente inconsciente. Algo terrible había sucedido y tenía la sensación de que de alguna manera, no podríamos volver atrás. Contemplar como miles de personas corrían en la misma dirección sin apenas decir una palabra o emitir grito alguno empujaba mis oscuros pensamientos.
Con toda la lógica de la que alguien que se siente amenazado podría servirse, la muchedumbre corría en sentido contrario al de la explosión. Sin embargo mi hotel no estaba en esa dirección. Imaginar a Eva en peligro disipó todas las dudas que pudiera haber tenido, y decidí correr en dirección perpendicular a la de la masa aterrorizada. Esto hizo que mi paso fuera muy lento y atropellado. Las miradas de la masa me atravesaban, tratando de encontrar una salida más allá. Ni siquiera reparaban en mí al cruzarme en su camino, me apartaban como las telarañas de un túnel oscuro.
Después de muchos empujones, pisotones y alguna que otra caída, conseguí llegar al hotel. Eva no estaba en la habitación. Su bolso y su móvil sí, con lo que quedé fuera de juego unos minutos tratando de entender qué había sucedido. La alarma del hotel se disparó haciendo chirriar mis oídos. Escuché atropellados pasos en el pasillo. La gente reaccionó en seguida y nadie dudó en desalojar el edificio, temerosos de sufrir una nueva explosión cercana. Yo me resistí a abandonar la habitación a pesar de haber comprobado cien veces que estaba vacía. Trataba de reconstruir lo ocurrido basándome únicamente en mi imaginación y lo que creía que Eva habría hecho tras la explosión.
Quizás salió a la calle alertada por la explosión, con la esperanza de verme llegar al hotel en su busca. Sin embargo no sucedió así. Cabía la posibilidad de que nos hubiéramos cruzado en la calle, frente a la puerta del hotel, en mitad del caos y no nos hubiéramos visto, o incluso en el hall del hotel. Pero en cada versión, la escena se volvía más complicada y perversa.
Convencido del razonamiento menos dramático decidí bajar yo también, junto al resto de aterrados turistas que corrían escaleras abajo. Cuando llegué al hall aquello era un hervidero de gente que iban de un lado para otro sin saber realmente qué debían hacer. Encontrar allí a Eva se convirtió en un juego siniestro difícil de ganar. La alarma seguía chillando incansable, y el ambiente era muy estresante. Después de muchas vueltas y de ver muchos rostros perdidos, salí a la calle esperando tener mejor suerte.
En el exterior era más de lo mismo, mucho movimiento, sin definir, aleatorio y vibrante. Algunos convoys del ejército pasaban sorteando a los peatones que invadían la calzada en dirección al lugar en el que se produjo la explosión. Algunas personas intentaban en vano subir a alguna de las camionetas para que les sacaran de allí, pero en seguida eran disuadidos con empujones o incluso golpeados con las culatas de los rifles. En mi desesperada empresa decidí gritar el nombre de Eva con todas mis fuerzas. A situaciones desesperadas medidas desesperadas, pensé. A mí se unieron algunos otros, sólo que los nombres que gritaban eran distintos, lo que convirtió una gran idea en un disparate mayúsculo. El clamor de la multitud se convirtió, sin pretenderlo, en la mecha que encendió el pánico y fue entonces cuando la situación se descontroló. Se juntaron diferentes oleadas que aún llegaban de distintos puntos de la ciudad, huyendo de la explosión. Y el pánico llamó al pánico.
Una potente explosión a pocas manzanas detrás del hotel enmudeció a la masa aterrorizada durante unos segundos. Tras el estruendo una lluvia de cascotes y restos de diferentes tamaños cayeron de todas partes haciendo crujir los huesos y las cabezas de los más desafortunados. Como pude me pegué a la fachada de un edificio utilizándola de escudo. A los trozos arrancados de hormigón y metal les siguieron una densa nube de polvo y humo que nos tragó a todos los presentes con pasmosa facilidad. Mis manos desaparecieron ante mis ojos y los chillidos de la gente aterrizada se hicieron protagonistas.
Mi primer impulso fue taparme la nariz y la boca con la camisa y quedarme allí a esperar que el polvo se posara en el suelo. Así, con el corazón palpitando con fuerza en mi cuello, traté de no moverme a pesar de todo lo que estaba escuchando y las ganas que tenía de salir corriendo. En menos de un minuto entendí que si me quedaba allí moriría asfixiado en poco tiempo. Me quité la camisa y la até con firmeza al rededor de mi cuello, extendí los brazos hacía adelante y emprendí la marcha a ciegas.
Llegó un momento en el que el deseo de evitar mi propia muerte me hizo avanzar sin pararme a pensar lo que encontraba en mi camino. Correr con pies y manos por encima de otras personas era la única manera de escapar, sin importar si estaban vivas o muertas.
La calle empezó a despejarse tanto de polvo como de gente. Cada uno había salido huyendo en una dirección y ahora la concentración de personas era menor. Decidí no parar a pesar de todo, aún no me sentía en absoluto seguro y necesitaba un refugio en el que poder pensar con claridad. Encontrar a Eva a salvo y mantener mi vida intacta eran las únicas ideas presentes en mi mente. Y todos mis actos y decisiones se basaban en hacer esos pensamientos realidad.
Estaba anocheciendo y la ciudad sólo encendía sus luces en la lejanía. La zona en la que me encontraba parecía haber sufrido algún corte eléctrico y ni siquiera los semáforos funcionaban. La nube de humo aún seguía subiendo por encima de los edificios más altos y aunque me indicaba la dirección en la que se encontraba el hotel, también me decía que era muy peligroso volver. El resplandor de varios fuegos iluminaba la nube desde abajo convirtiéndola en el centro de atención. El faro de la ciudad, pensé.
De alguna manera me convencí de que Eva se alejaría de allí. No sé si fue mi instinto de supervivencia el que me hizo creer en ese hecho con firme convicción, o si simplemente fue el miedo. Me devané los sesos tratando de imaginar a dónde iría. Recorrí mentalmente todas las calles por las que paseamos los días anteriores, los restaurantes, los parques, las tiendas. Lo veía todo con claridad, pero sin embargo no conseguía encontrar ni un sólo de aquellos lugares que me hiciera pensar en él de manera especial. Un lugar que marcase el punto de encuentro con Eva. Volví a hacer todo el recorrido tratando de imaginarlo desde sus ojos en un osado ejercicio de imaginación, poniéndome en su piel.
El puente. Al pensar en el puente de piedra que unía las dos partes de la ciudad separadas por el rio, decidí que ese sería mi destino. Y de manera inconsciente volví a convencerme a mí mismo de que Eva estaría yendo hacía allí si es que no había llegado ya y estaba esperando verme aparecer de entre las sombras.
Desesperación fue todo lo que pude sentir cuando dejé de mentirme y acepté que sin luz era absolutamente imposible encontrar el puente. La noche era cerrada y pesada. La ausencia de luna y la llovizna de cenizas que caía incansable teñían la noche de negro. Así que tras dar muchas vueltas sobre mí mismo como un león enjaulado sucumbí a la realidad. Debía esperar al día siguiente si quería encontrar a Eva, por lo que debía pasar la noche a la intemperie o encontrar algún agujero urbano en el que guarecerme.
Comencé la búsqueda, estaba seguro de que no sería capaz de dormir, pero descansar, si es que lo conseguía, me vendría muy bien. Así, casi a tientas, deambulé con lentitud y prudencia por zonas sobre las que sólo podría hablar de su suelo y paredes, pues el resto se me hacía desconocido. Finalmente encontré un recoveco en el que pude acurrucarme y sentir mis espaldas cubiertas. Estaba seco y el único espacio libre por el que alguien podría acercarse quedaba delante de mí, la retaguardia quedaba a salvo. Confié que con el paso del tiempo mis pupilas llegasen a dilatarse lo suficiente como para poder arañar algo de información visual, aunque sólo fueran pálidas sombras. Eso sin duda me haría sentir más seguro.
Pasé la noche aterrorizado, no por lo que mi imaginación podía haber construido, sino por lo que escuchaba, a veces muy lejos y otras no tanto. Ciegas y apresuradas carreras acompañadas siempre de gritos y desesperación. Peleas descarnadas en las que parecían participar alimañas hambrientas dispuestas a todo por un trozo de comida. En mi azuzada fantasía imaginaba cómo el zoológico había sufrido daños tras la explosión y las bestias habían escapado vagando libres por la ciudad. Era la única explicación lógica que podía dar a lo que escuchaba. O eso, o la gente había perdido la cabeza y se estaban machacando unos a otros. Quizás la explosión había intoxicado de alguna manera a los que la vivieron más de cerca y ahora encontraban en la violencia su única manera de ser. Traté de ahuyentar los pensamientos más disparatados, pero eran pegajosos y tremendamente recurrentes. Hice grandes esfuerzos para dejar de imaginar, pero incluso taponándome los oídos con las yemas de los dedos seguía escuchando la rabia desatada por unos y otros. La lógica y la razón con la que había crecido me incitaban a seguir buscando una explicación a todo aquello. Sin embargo con el peso de las horas lo único que conseguía era elaborar teorías cada vez más oscuras y retorcidas que nada tenían que ver con la realidad, o el menos eso quería creer.
Y no conseguí dormir, aunque si recuerdo la sensación de despertar cuando la primera luz del alba se mostró con timidez a través del humo suspendido aún en el ambiente. La luz era gris y fría, pero bastaba para poder caminar sin chocar contra los coches abandonados. Me puse en pie, y después de crujir mi espalda eché a andar buscando alguna calle de referencia que me hiciera entender hacia donde guiar mis pasos. Por algún motivo la imagen de Eva esperándome en el puente se desdibujaba con rapidez. Tenía que llegar cuanto antes, no podía dejar que se desvaneciese en el aire. Doblé la esquina de la calle en la que había pasado la peor noche de toda mi vida y salí a una enorme avenida con un bulevar que separaba los dos sentidos del tráfico. El tráfico congestionaba la circulación que parecía parada hasta donde alcanzaba la vista. Entre los coches la multitud se desparramaba como un torrente de agua. Había personas que caminaban por encima de los coches, otros yacía sobre ellos y sobre el asfalto, despedazados, manteniendo a duras penas su figura humana. Segundos más tarde me percaté de que los coches estaban casi todos abandonados y ninguno de ellos tenía el motor encendido. Algunas personas asomaban los ojos llenos de horror tras los cristales de sus vehículos. Me acerqué a la multitud para que me informaran de lo que estaba sucediendo y entonces fue cuando me di cuenta.
No había hombres ni mujeres a mi alrededor, sino grotescas criaturas con los ojos encendidos y los dientes ensangrentados. Me giré buscando alguien a quien pedir auxilio, pero no distinguí persona alguna. Estaba rodeado de bestias desalmadas que ahora se fijaban en mí.
Fue todo tan rápido que no pude hacer nada. Se me echaron encima, una, dos, tres, cuatro bestias. Enseguida el peso de todas ellas mi hizo doblar las rodillas y caer al suelo de espaldas. Y allí me convertí en su festín.
Sólo recuerdo los primeros mordiscos, profundos y dolorosos. La carne arrancada a tirones, los músculos desgarrados. Los arañazos, insignificantes en comparación. Poco después el dolor se alejó de mí, la vista se nubló. Mis agresores se fijaron en algo que les interesó más que yo y me liberaron, dejándome allí tendido. Tenía el cuello y el pecho desfigurados por los mordiscos, algunas costillas asomaban entre jirones de carne y creí ver mi propio pulmón roído como un trozo de queso. Entonces supe que iba a morir, luego me desmallé.

El tiempo se convirtió en un concepto ajeno a mi entendimiento. No conseguí descubrir cuanto me había alejado del momento anterior al presente, aquel en el que caminaba en busca de algo, o de alguien, ahora carecía de importancia, de sentido. Mi pensamiento comenzó a liberarse de peso, tensiones y preocupaciones y todo empezó a encajar. Los recuerdos se evaporaron sin trascendencia, apenas me di cuenta. Aquí y ahora era todo cuanto importaba, todo cuanto existía y entonces algo dentro de mi me apaciguó. No había nada de lo que preocuparse, nada en lo que pensar, nada... La boca, pastosa, se me inundó de sangre.

Olores por doquier, hambre, sed, sueño o algo aún más esencial. El viento peinando la cara, los brazos, el cuerpo. Las entrañas agitadas, mareos, desorientación, descomposición. El olor llamaba a gritos, desde lejos, desde muy lejos. Empezar a correr en busca de saciar un hambre acuciante, animado por criaturas semejantes, intoxicado del fervor de la manada, corriendo. Fraternidad.
Colores y olores se mezclaban haciendo confusa la identificación de uno u otro. Aunque había uno especial, uno que hartaría el hambre, el ardor, la inquietud. Algo quemaba en el interior, los ojos ardían, la boca se deshacía, imposible tragar tanta saliva o sangre o lo que fuera aquel fluido denso que trataba en vano de ahogar.
Por fin aquel olor, frente a los ojos ensangrentados. Alcanzado, aferrado con fuerza entre las uñas clavadas en la carne. Hacía ruido al morderlo, gritaba, se movía, trataba de zafarse. Los dientes acompañaron a la uñas, arrancaron la carne de su sitio, engullendo. El placer lo inundó todo, los mordiscos se multiplicaron, tragos apresurados, placer tras cada trago, excitación, la esencia vital salpicando la cara, machándolo todo. La manada entera se alimentaba, algunos morían en el intento. Gritaban y gemían embriagados por el gozo. La saciedad quedaba lejos aún, el festín continuaba. Una de las víctimas escapó, arrastrándose por el fango. Las manos vacías, llenas de restos que la lengua y los labios iban recuperando aún con ansiedad.
Había más alimento, mucho más. La carrera era rápida, las presas se alcanzaban con facilidad. Esta vez una más pequeña, con menos fuerza. En seguida sirvió de sustento, en el suelo. La boca desecha por la delicia. Su fragancia impregnada por toda la cara, los dedos. Placer. La cara hundida en el hueco abierto a mordiscos, bebiendo más sangre de la que se podía tragar. Embeleso. Las carcajadas, provocadas por tanto gozo, surgirían si fuera posible.
Un golpe en la cabeza, por sorpresa. El aturdimiento hacía imposible ponerse en pie en seguida. Alguien a horcajadas sobre la espalda. Una nueva víctima. Éste olía más fuerte. Un cuchillo de caza manchado por la lucha, se clavó en un muslo. Los dedos muertos y tiesos como alambre se introdujeron en el cuello del agresor con enorme facilidad. El alimento gritó y se retorció. Una nueva oleada de placer acompañó a la carne dentro de la boca. Algo de líquido escapó de la cuenca de los ojos, durante un instante se anuló la visión. Comer a ciegas ofrecía el mismo placer, apenas cambiaba nada.
Tras la cacería, la calma, el reposo, el sosiego, la vida muerta, pero vida al fin y al cabo. Todo el olor era familiar, seguro. No había por qué moverse. Siempre era mejor descansar de pié. Nada se echaba de menos. Paz. El sol se escurría por la cara cuarteada siempre siguiéndolo, como un girasol. El transcurso del tiempo lo empujaba hacía bajo, mientras cambiaba de color. Poco después desapareció bajo los pies. En la oscuridad la familia seguía allí, no se podía ver, pero si oler y sentir. Comunión.
El sol asomó de nuevo, lento, iluminando el hato de bestias. El viento insistía con las caricias, cada vez más otoñales. Se miraban unos a otros, como lo hacen los árboles en el bosque. Serenidad. Con el paso del tiempo la brisa se volvió parda, acompañando a las hojas desprendidas de las ramas secas. Un ruido alertó a la manada que se revolvió buscando el olor del alimento. Los pies se pusieron en movimiento, siguiéndose unos a otros, sin prisa, como eslabones de una cadena arrastrada. El suelo, lleno de sombras cambiantes, soportaba los restos de la barbarie. El hambre se despertaba al caminar. Otro ruido más fuerte cambió el rumbo del grupo, la cadena serpenteó. Algo se despertó. La ausencia, tanto tiempo adormecida, se hacía cada vez más presente y pronto colmaría los sentidos. El rastro se perdió enseguida, pero el ansia permaneció. Deambulando.
Oler y ver, con eso bastaba, el resto de percepciones eran irrelevantes. Salvo la ausencia, que roía las entrañas. Algo ardía en el interior. El sol había danzado ya incontables veces, brillando y apagándose, como el tictac de un reloj. Permanecer de pie y la falta de alimento eran las únicas constantes. El grupo se había desperdigado, sin notarlo, como cenizas en el mar. Dormir ya no era necesario, pero comer sí. Respirar ya no era necesario, pero comer sí. Comer. El olfato alcanzaba cada día lugares más lejanos, inalcanzables a la vista. El alimento escaseaba. Caminar hacía circular la sangre El movimiento siempre estaba presente, por mínimo que fuera, a veces acompañado de gemidos y lánguidos lamentos. ¿Dónde estaba el sol?
Pequeñas cosas corrían por el suelo, seguramente servirían de alimento aunque eran difíciles de coger. La manada ya no era tal. Individuos solitarios, aquí y allá.
Los árboles crecían en todas direcciones. Se hacía difícil librarse de ellos, la búsqueda del sol se había complicado inexplicablemente y el horizonte arañado de ramas, se volvía escabroso. Días más tarde fue imposible seguir avanzando. Las ramas más finas se habían enredado en los harapos, el pelo, las heridas. Las zarzas y el forcejeo ayudaron a detener la marcha.
De nuevo una añoranza, las caricias del sol. El calor en la cara, la piel, ahora quedaba tan lejos… La parálisis era casi completa, y los intentos de liberarse de la maleza empeoraban la situación en lugar de aliviarla. Las fuerzas disminuían, ya no eran lo que fueron cuando había comida. La ausencia se había hecho protagonista, día y noche, a todas horas. La soledad, la pérdida de la manada, incluso el frío ya no importaban, era la falta de alimento la que golpeaba con fuerza, quemando por dentro, la sangre hervía. Los árboles, el suelo, las ramas, las piedras no saciaban, ni siquiera conseguían enmascarar la falta.
El azul del cielo se perdió en el olvido, el gris pálido era el único color presente en el firmamento, escondido tras las copas peladas de los árboles. Pocas noches después todo se vistió de blanco. El tiempo se ralentizó casi hasta pararse. El cielo se rompía en mil pedazos hundiendo el bosque cada vez más. El peso de la nieve acumulada derribó cualquier intento de permanecer de pié. Los huesos tiesos por el frío, desmoronados sobre las zarzas se confundían con las ramas de los árboles.
Varias tormentas más tarde no quedó ni rastro, la nieve borró cualquier indicio de lo que un día fue una criatura movida por el instinto de supervivencia. Un instinto ajeno al entendimiento, ajeno a los sentidos, únicamente alimentado por la desaforada sensación de hambre. Hambre de vivir, hambre de seguir existiendo, hambre de ser.
Y en algún lugar de la inmensidad de la realidad, otra expresión de la vida vio la luz. Una forma diferente, completamente nueva, desconocida por las otras, probablemente incomprendida si se la conociera. Pero vida al fin y al cabo, con el mismo principio, el mismo final y el mismo camino que todas las otras formas que la precedieron en el pasado y la sucederían en el futuro. La búsqueda de la continuación de su propia existencia por encima de todo.

Si os ha gustado en mi blog El abismo crátilo tenéis más.
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lucia
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Re: Yo zombi (cuento, ciencia ficción/horror)

Mensaje por lucia »

El final no lo entiendo, ¿sigue narrando el zombi?

Y cuida las faltas de ortografía-
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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trenZ
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Re: Yo zombi (cuento, ciencia ficción/horror)

Mensaje por trenZ »

Gracias por la lectura :)
El final simplemente habla del instinto de supervivencia de todas las formas de vida. Y no, el narrador cambia en el último párrafo.
Alguna falta muy grave? :oops:
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Nínive
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Re: Yo zombi (cuento, ciencia ficción/horror)

Mensaje por Nínive »

No advierto ninguna falta grave, lo único es que repites mucho la misma idea.
Por ejemplo, la calle en que se mueve toda la gente en silencio al principio. Lo repites dos veces, y eso resta ritmo a la narración, cuando la acción debería ser más rápida. Pasa igual con los adjetivos. Para describir algo no hace falta enumerar adjetivos, sólo hay que elegir unos pocos adecuados. El resto lo hace la imaginación del lector.
Por lo demás, la historia está interesante, sobre todo la perspectiva del zombie. De la primera parte hubiera acortado mucho. :60:
Siempre contra el viento
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trenZ
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Re: Yo zombi (cuento, ciencia ficción/horror)

Mensaje por trenZ »

Tienes razón con respecto a los adjetivos, es una fea manía que debo corregir.
Gracias por leer y por los consejos.
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Shimoda
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Re: Yo zombi (cuento, ciencia ficción/horror)

Mensaje por Shimoda »

Buen trabajo.Tema interesante. Me han resultado confusas algunos descripciones. Hay repeticiones y errores ortográficos. Cosas que no entiendo, por ejemplo el de las manos. Creo que una repasada le vendría muy bien. De cualquier manera me gusto.
Cariños y :60:
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trenZ
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Re: Yo zombi (cuento, ciencia ficción/horror)

Mensaje por trenZ »

Gracias por leer...
Si, está claro que necesita una revisión urgente. Esas faltas de ortografía que comentáis me están matando. Si os acordáis de alguna os agradecería el apunte.

Un saludo!
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