Autor: Jane Bowles
Título: En el cenador
Título original: In the Summer House
Estreno: 29 de diciembre de 1953, Playhouse Theatre de Nueva York
Ha sido también traducida como Verano en la glorieta.
Editorial: Alfama
Fecha edición: 2010
Descripción: 201 p.
ISBN: 978-84-92722-43-3
Sinopsis
Aquel verano Jane trabajaba en En el cenador, la pieza teatral que con tanta delicadeza estrenaría en Nueva York. Yo no soy muy aficionado al teatro; casi nunca aguanto una obra más de dos veces, pero ésta la vi tres, y no por lealtad a la autora, sino porque tenía un ingenio espinoso, el aroma de una buena copa, un amargor refrescante... las mismas cualidades que me atrajeron de entrada en Dos damas muy serias, la novela de Jane Bowles. ―Truman Capote
Durante varios años Oliver Smith estuvo diciendo a Jane que con su talento para la construcción del diálogo sin duda escribiría una obra de teatro que él pondría en escena. Ella cumplió y él también. La pieza En el cenador se concibió y se escribió en Vermont y en París. Jane llevó una copia del primer acto a Nueva York y la publicó en Harper’s Bazaar.Una vez terminada, se entregó la obra a Jasper Deeter, director teatral, y se estrenó en el Hedgerow Theater de Moylan, Pensilvania. Después se volvió a montar en Ann Arbor, con Miriam Hopkins en el papel de Gertrude Eastman Cuevas.
En esta época yo estaba en Marruecos, pero se decidió que la puesta en escena en Broadway llevaría un acompañamiento musical que a mí correspondería componer. Así pues, fui a Nueva York, compuse la partitura, la ensayé e hice la gira con la compañía hasta después del estreno en Nueva York.
El reparto de papeles produjo en Jane algo de ansiedad. Tenía claro que quería a Judith Anderson y a Mildred Dunnock para interpretar respectivamente a la señora Eastman Cuevas y a la señora Constable, pero le resultó difícil rechazar a quienes solicitaban papeles secundarios. Uno de los candidatos fue un joven actor llamado James Dean, que aspiraba a hacer el papel de Lionel. En una de las pruebas a Jane le pareció que era demasiado normal, que carecía de la dosis necesaria de angustia. Su insistencia en que Gertrude Eastman Cuevas exteriorizase síntomas de frustración y neurosis trastornó considerablemente a Judith Anderson. Fue duro para ella aceptar que un personaje patético fuese ridículo y risible al mismo tiempo. La actriz interrumpió los ensayos bastantes veces, diciendo lastimosamente: "¿Quién soy? ¿Quién se supone que debo ser?". Durante los primeros ensayos hubo un director incapaz de decirle a Judith quién era, o incluso de qué trataba la obra, y la presencia en escena de un psicoanalista tampoco sirvió de ayuda. Estábamos ya en Boston, la última escala antes de Nueva York, cuando se llamó a José Quintero para que tomara las riendas del montaje.
Pienso que las dificultades que tuvo Judith se debieron en parte a que no estaba acostumbrada a interpretar papeles cómicos; en este caso no era Medea, sino una madre confundida y bastante histérica, sin la más remota idea de cómo tratar a una hija adolescente, introspectiva y rebelde.
El señor Quintero consiguió tranquilizar a los actores. En ese momento, Jane comenzó a escribir escenas nuevas con verdadero frenesí, e incluso escribió un final completamente inédito, que complació a todo el mundo excepto a Tennessee Williams. Él prefería el original. Al final creó tres escenas finales diferentes. Nunca he conseguido saber cuál es la que prefiero. La noche antes del estreno en Boston, Jane se quedó despierta hasta el amanecer escribiendo una secuencia completamente nueva para la señora Constable, personaje que acaba amando a Molly e insta a la chica a que rompa las ataduras con su madre y se marche.
Cuando Jane terminó la pieza, la trajo a mi cuarto para que la leyera. Me indigné al saber que se había pasado la noche en vela, escribiendo, pero entendí que estaba satisfecha con lo que había conseguido, y que quería una reacción inmediata. Estas páginas las escribió específicamente para que las representara Mildred Dunnock. A medida que las leía, me di cuenta de que tiene una enorme utilidad el contacto personal entre el dramaturgo y los actores.
Desde que comenzaron los ensayos, Jane estuvo escuchando las inflexiones y cadencias de la forma de hablar de Mildred Dunnock. Al ser perfecto para la actriz, su texto fortaleció el carácter del personaje y pasó a formar parte de la pieza. "Oía la voz de Mildred en mi interior ―dijo Jane―, y escribí esas frases sabiendo que sonarían bien cuando ella las dijera". Para mí, ésta es la escena más conmovedora y poética de toda la obra. - Paul Bowles