Lo terminé hace tiempo y se me había pasado comentar. Tras unas semanas, la impresión que me ha quedado no es demasiado favorable. Creo que el resumen que aparece en la sobrecubierta, y me atrajo para leer el libro, se corresponde vagamente con su contenido. El final, que se ve venir, hace que el punto de partida me parezca un poco surrealista o incluso de teatro del absurdo. Es atractivo el planteamiento de dos historias en dos épocas que terminan confluyendo, pero resulta que,
en resumen, la inglesa deja anónimamente su autobiografía para leerla conjuntamente -a escondidas- con la bibliotecaria ¿qué objetivo tiene eso? |
Cada vez me gustan menos las historias en que los protagonistas son gente desocupada, con rentas de por vida, que van por ahí pontificando acerca del resto de los mortales. No es que no me las crea, es que no me interesan. Es como si los buenísimos relatos cortos de Somerset Maugham ahora se estirasen como un chicle.
Ya apunté que la ambientación me parecía que bordeaba los tópicos de la grisura de la posguerra. Ubicar una historia en una época no es sólo documentarse, es hacer creíble cómo se movían o hablaban los personajes, y que a la vez te encajen en tu cultura de hoy. Es un asunto complicado, y que no veo que esté conseguido aquí. Por ejemplo, estoy leyendo “Pensión Leonardo” de Rosa Ribas, que también se desarrolla en un ambiente marcado por los años posteriores a la Guerra Civil, y es otra cosa.
Es que se abusa de lo visto mil veces: el Hemingway borrachuzo que pulula por París y Madrid como Pedro por su casa, el falangista rijoso, el sucedáneo del café, los libros censurados, el accidente de coche, etc, etc.
Con todo, hay detalles aislados que me han sorprendido. Por ejemplo, el recuerdo de una chica en un café de París, que no tiene ninguna relación con el relato, pero que marca a la protagonista inglesa. Es la misma sensación del diálogo de Bernstein en “Ciudadano Kane” que nunca deja de impresionarme.
En general me ha decepcionado, qué se le va a hacer.