Juliano el apóstata - Lucien Jerphagnon

En principio incluye biografías, autoayuda, libros de viajes, arte y otros que no sean ensayos o de divulgación.

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Arden
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Juliano el apóstata - Lucien Jerphagnon

Mensaje por Arden »

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Nº de páginas: 448 págs.
Encuadernación: Tapa dura
Editoral: EDHASA
Lengua: ESPAÑOL
ISBN: 9788435025997
El retrato que Jerphagnon nos ofrece de Juliano es el de un superviviente, en muchos sentidos. Del mismo modo que Tolstói comenzara Anna Karénina con una de esas frases antológicas («Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada.»), la historia de Juliano comienza con unas segundas nupcias, que lo complican todo: las de Constancio Cloro, padre de Constantino I, casado con Flavia Maximiana Teodora, hija de Maximiano, augusto, y de quien fue césar durante casi quince años (reinando apenas uno como augusto). De este matrimonio nació, entre otros hijos, Julio Constancio, padre del futuro Juliano y de su hermanastro Galo. Ambos serían césares, sólo el primero alcanzó el trono imperial. A lo que íbamos: unas segundas nupcias para Constancio Cloro, varios hijos más que añadir a una familia en la que quedó apartado (desde los ojos de Diocleciano y Maximiano, augustos de la Tetrarquía) su hijo mayor, Constantino. Futuro emperador. Único. La historia de la Tetrarquía (284-324), con sus éxitos iniciales y sus crecientes complicaciones, una vez que su creador, Diocleciano, se retiró para cuidar de sus jardines en Spalatum (Split) es bien conocida. Al final sólo pudo quedar uno, y ese fue Constantino I. Pero al morir en el año 337, dejando el imperio repartido entre sus tres hijos (Contantino II, Constancio II y Constante), y con varios cargos para sus hermanastros y primos, la situación era compleja. Y los tres augustos tomaron una decisión que en cierto sentido emularían los sultanes otomanos siglos después: eliminar a la parentela. Sólo se salvaron Galo y Juliano, apenas unos chiquillos. Luego las disputas fraternales fueron dejando a Constancio II como único emperador; pero tras la muerte de Constante (350) por el usurpador Magnencio, Constancio necesitaba a alguien para gobernar la mitad del imperio. Se acordó de aquellos primos que había dejado con vida, y designó césar al mayor, Galo. Poco duró la experiencia: según el relato de las fuentes, los excesos de Galo forzaron a Constancio a deponerle y ejecutarle. Pero seguía necesitando a alguien como césar, y de la familia apenas le quedaba alguien en quien confiar dicha misión: Juliano, césar desde el año 355. El superviviente había alcanzado el poder.

Todos estos avatares los relata, lo dicho, con un tono muy ameno, Jerphagnon. Y nos cuenta también la historia de Juliano, un superviviente del paganismo. Criado en la fe cristiana, aunque apenas de nombre, Juliano se educó en el amor a la literatura, la filosofía y el pensamiento de los grandes clásicos griegos (esencialmente) y romanos de siglos atrás. Del neoplatonismo de Plotino y Jámblico, Juliano bebe con ahínco, para devorar con pasión los textos de Platón, algo de Aristóteles y empaparse del estilo de Marco Aurelio. Todo ello, durante muchos años, en secreto, sin que ninguno de los agentes in rebus que espían para la corte puedan decirle a Constancio, arriano convencido, que su primo y posterior césar se inicia en los misterios eleusinos, se forma en la escuela de Libanio, el rétor, o escribe textos en los que reivindica a los filósofos y escritores antiguos. De ese ensimismamiento en los antiguos Juliano saca fuerzas de flaqueza, sí, pero también la obsesión, una vez en el poder, por restaurar el paganismo en una sociedad que camina hacia otra parte.
Por los comentarios que he leído, entretenidísima biografía del emperador Juliano, y en vez de los 29'50 € oficiales me ha costado solo 4'95 € en la librería París-Valencia, por si a alguien le interesa.
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